Redacción Farmacosalud.com
¿Realmente un sonámbulo no se da cuenta de lo que hace? ¿Cometer un delito (robar algo, cometer o intentar un abuso sexual o matar a alguien) en ese estado es razón real -o bien una tapadera- para declararse inocente? “En una situación de sonambulismo real, el paciente no es consciente de lo que hace y, por tanto, en caso de haber cometido un delito no sería imputable. Otra cuestión es saber si el paciente estaba inmerso o no en un episodio de sonambulismo en el momento en el que incurrió en la acción delictiva… a menudo, eso es lo más difícil de determinar”, responde en declaraciones a www.farmacosalud.com el Dr. Juan José Poza, neurólogo del Hospital Universitario de Donostia (San Sebastián).
Un sonámbulo es capaz de realizar actividades relativamente complejas, siendo difícil que se despierte mientras se encuentra en tal estado de alteración del sueño o parasomnia. Por lo tanto, se puede achacar al sonambulismo el hecho de que un paciente, por poner un ejemplo, estando en pleno episodio del trastorno se gire en la cama y dé un golpe a la persona que tiene al lado, con tan mala suerte que la persona golpeada caiga en mala postura y padezca un accidente grave. Pero sería eso, un accidente -no una agresión- derivado de una parasomnia.
Puede que la justicia ponga en duda la veracidad de un caso de sonambulismo
Ahora bien, si el sonámbulo se levanta de la cama, abre la puerta de casa, sale a la calle, se desplaza hasta algún lugar e incurre en un acto ilegal, “ya es más complicado pensar” que se esté ante un episodio de sonambulismo, entre otras razones porque es difícil entender que no haya habido “ningún estímulo que haya acabado de despertar al paciente en toda esa secuencia”, afirma el Dr. Poza. De hecho -señala el facultativo-, alguna sentencia judicial ya ha recogido que “no está muy claro que el acusado estuviera viviendo un episodio de sonambulismo” en el momento de delinquir, de ahí que el tribunal deduzca que el procesado haya podido estar simulando que estaba bajo los efectos de dicha parasomnia. Vamos, que se sospecha del paciente que ha delinquido cuando el episodio de presunto sonambulismo se ha caracterizado por dar lugar a una conducta muy elaborada, dilatada en el tiempo y desarrollada en un escenario lleno de estímulos externos que favorecen el acto de despertarse. Sea como fuere, la comisión de delitos en un estado de sonambulismo real y sincero “es algo extremadamente excepcional”, asegura el Dr. Poza.
El sonambulismo es una parasomnia que ocurre en la fase de sueño profundo y por la que el paciente queda en un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. En tal situación puede tener comportamientos anormales relacionados muchas veces con ensoñaciones que suelen estar muy vinculadas con historias amenazantes de las que el paciente busca escapar. “En general, el sonámbulo deambula como buscando algo o escapándose, a veces con cierto propósito. Pero como es una acción de ejecución irregular, muchas veces el patrón de movimiento no es completamente ‘normal’ ni lógico, ni tiene tampoco un propósito muy evidente”, precisa el experto.
Los episodios de sonambulismo suelen ser mucho más frecuentes durante la infancia (ya que en los niños la cantidad de sueño profundo es mucho mayor). Se estima que hasta uno de cada tres niños puede presentar episodios. Lo habitual, no obstante, es que su frecuencia disminuya mucho con el paso de los años y que incluso desaparezcan por completo en la edad adulta.
¿Cómo actuar en caso de que haya riesgo de accidente durante un episodio de sonambulismo?
Por otro lado, el neurólogo del Hospital Universitario de Donostia aprovecha también la ocasión para desmontar varios mitos en torno al sonambulismo. En ese sentido, explica que, aunque suele ser difícil hacerlo, despertar a un paciente durante uno de estos episodios “no implica ningún riesgo para su salud ni ningún riesgo de fallecimiento”. Por norma general, no hace falta despertar a estas personas cuando están en plena actividad como sonámbulos. Pero si se intenta porque hay riesgo de que se hagan daño mientras deambulan (pueden tropezar, caerse, etc) y no se consigue sacarlos de su estado, hay que dirigirse a ellos con tranquilidad, con lenguaje pausado, e intentar reconducir la situación con el fin de que vuelvan a la cama.
Asimismo, el Dr. Poza sostiene que, al contrario de lo que dicen las leyendas urbanas, el sonambulismo es “un trastorno benigno que no predispone a ninguna enfermedad de ningún tipo, no supone ninguna merma intelectual, ni predispone a ningún trastorno de ánimo o de carácter”. Desde un punto de vista terapéutico, el abordaje de los casos de sonambulismo no suele implicar la prescripción de ningún tratamiento medicamentoso, sino únicamente el establecimiento de algunas pautas de higiene del sueño. Son las siguientes:
• Intentar ser regular con el ritmo de sueño (acostarse y levantarse más o menos a la misma hora)
• Dormir un número de horas suficientes, necesidad que va cambiando en función de la edad (un adolescente debería dormir 9-10 horas, un niño más pequeño incluso algo más, y un adulto unas 7-8 horas dependiendo de las necesidades de cada uno)
• Intentar no tomar alcohol a última hora de la tarde-noche
• Evitar el consumo de bebidas excitantes como el café o las bebidas energéticas
Los antecedentes familiares, pista para encontrar la causa de un caso de sonambulismo
En el origen de los casos de sonambulismo existe un importante componente genético. Se sabe que, con frecuencia, los pacientes tienen antecedentes familiares de esta entidad o de terrores nocturnos*. Así las cosas, cuando hay un progenitor que tiene antecedentes de sonambulismo, el riesgo de que sus hijos padezcan el trastorno gira en torno al 60%; cuando son los dos progenitores los que tienen los antecedentes, el riesgo alcanza casi el 80%.
Si bien no se conoce ningún gen cuya mutación esté relacionada con el sonambulismo, sí que se conocen polimorfismos de riesgo, es decir, variantes en determinados genes que predisponen a padecerlo. “A modo de ejemplo, hago una comparación: los ojos azules, marrones o verdes son variantes del mismo gen pero no tienen ninguna trascendencia a la hora de intervenir en una afección. De todos modos, sí que pueden predisponer a que alguien se adapte mejor o peor a la intensidad de una luz exterior. Aquí sería algo parecido: variantes en determinados genes pueden facilitar que aparezca el trastorno del sonambulismo, pero no determinan que aparezca, sino que suponen un aumento en el riesgo de padecerlo”, argumenta.
Así las cosas, cuando no se sabe la causa de un caso de sonambulismo, muy probablemente se esté ante una causa genética no identificada, desconocida u… olvidada. Nos explicamos: puede pasar que un progenitor viviera en su infancia episodios de esta parasomnia, si bien los experimentara de una forma poco acusada, es decir, puede que no anduviera de manera muy llamativa, sino que únicamente se incorporara de la cama y hablara sin estar despierto. “Tiempo después, ya como adulto, este paciente puede que olvide lo que le ocurrió hace ya muchos años, quizás porque las manifestaciones de su trastorno fueron menos evidentes y pasaron más o menos desapercibidas”, sugiere Poza. Y claro, si luego el hijo de ese paciente sufre episodios de sonambulismo, nadie se acordará de que su padre vivió ya algo parecido, por lo que ahí asomaría el antecedente familiar olvidado como origen del trastorno.
¿Sonambulismo o epilepsia?
A todo esto, el Dr. Poza ha participado en la XXVIII Reunión Anual de la Sociedad Española de Sueño (SES), celebrada recientemente, impartiendo la ponencia ‘Sonambulismo vs epilepsia en adultos y niños’. Pese a las diferencias existentes entre una y otra afección, el sonambulismo y las crisis epilépticas frontales nocturnas pueden ser confundidas con mucha facilidad porque ambas conllevan manifestaciones y comportamientos anormales durante el sueño y presentan un componente motor muy importante. “Muchas veces” es difícil obtener un diagnóstico por la descripción del episodio que hacen los pacientes y sus familiares, remarca el neurólogo.
Según Poza, “la manera ideal” de obtener un diagnóstico es tener un registro mediante la monitorización del sueño con Video-Electroencefalografía (video-EEG) en ingreso hospitalario, si bien matiza que este objetivo es complicado de alcanzar porque puede ocurrir perfectamente que el paciente que se queda a dormir en el Hospital no presente ningún episodio durante la noche del análisis. “Hoy que todos llevamos una cámara de vídeo encima en nuestros smartphones, tener un registro en vídeo del episodio (y si son más, mejor) es fundamental. A los profesionales nos puede ayudar mucho poder ver el tipo de movimiento del paciente, su actitud, cómo y cuándo se inicia el cuadro, la duración del mismo y las estereotipias”, apunta.
En ese sentido, el Dr. Poza anima a los familiares de los pacientes a “mantener la calma y grabar” los episodios, aun a sabiendas que para un familiar es “difícil” ponerse a grabar cuando, por ejemplo, ven a un hijo en mitad de una crisis. No obstante, cuando se busca poder diferenciar entre crisis epilépticas frontales y parasomnias, el especialista insiste en que ver las características del episodio es el dato diagnóstico “más relevante”, más incluso que cualquier prueba complementaria, incluido el electroencefalograma: “El registro encefalográfico también puede ayudar en cierto sentido -prosigue-, pero esta prueba presenta una limitación: en el momento de la crisis hay una actividad motora tan grande, que muchas veces el registro se altera y no somos capaces de interpretarlo”.
La importancia del correcto diagnóstico “es muy grande” en este caso, ya que como destaca el facultativo, “la actitud terapéutica es completamente diferente” si se trata de sonambulismo o de epilepsia. Así, en el primer caso, por regla general no hay que administrar ningún tratamiento medicamentoso, sino únicamente “explicar bien lo que ocurre para tranquilizar a familia y pacientes y establecer algunas pautas de higiene del sueño”, tal y como se ha descrito anteriormente en este mismo artículo. En el caso de las crisis epilépticas, por el contrario, sí suele ser necesario instaurar un tratamiento antiepiléptico que ayude a controlar las crisis.
Principales diferencias entre sonambulismo y crisis epilépticas frontales
• El rango de edad de aparición de ambos trastornos es una de las diferencias entre sonambulismo y crisis epilépticas frontales, dado que como detalla el Dr. Poza, estas últimas “pueden aparecer a cualquier edad” y en el caso de aquellas con base genética, “muchas veces empiezan a manifestarse en la adolescencia y luego se mantienen en la edad adulta”. En cambio, los episodios de sonambulismo suelen ser mucho más frecuentes durante la infancia y tienden a remitir con la edad.
• De acuerdo con el experto, las crisis epilépticas son en general “mucho más ritualizadas, prácticamente calcadas una a las otras”, mientras que los episodios de sonambulismo, por el contrario, suelen ser “mucho más irregulares”, con un patrón de movimientos no estereotipado.
• La duración y la frecuencia de los episodios también marcan diferencias. Por regla general, las crisis epilépticas son más cortas y no es raro que aparezcan en racimos, es decir, que en la misma noche haya varias crisis. En cambio, en el caso del sonambulismo lo normal es que no se produzca más de un episodio por noche.
• Por último, el momento en que se manifiestan las crisis se erige como factor sintomático de una u otra dolencia. Así, en el caso del sonambulismo, los episodios se producen normalmente en la primera mitad de la noche porque coinciden con la fase de mayor sueño profundo. A diferencia de ello, las crisis epilépticas se reparten de forma más equitativa a lo largo de toda la noche.
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* Terrores nocturnos: estado de agitación (lloros, desconsuelo, corazón acelerado, respiración alterada, ojos muy abiertos, cara aterrorizada) que padecen algunos niños sin que, habitualmente, lleguen a despertarse del todo. Poco después vuelven a dormirse profundamente y al día siguiente no recuerdan nada. Esta parasomnia no es lo mismo que una pesadilla, en cuyo caso el menor se despierta mucho más fácilmente recordando lo soñado, con comentarios del tipo ‘me perseguía un monstruo’. Los terrores nocturnos disminuyen en la etapa adolescente y suelen desaparecer en la edad adulta