Dr. Pedro Gil / Redacción Farmacosalud.com
El deterioro cognitivo leve (DCL) es una situación que intenta agrupar a estados intermedios que hay entre una cognición normal y una situación de demencia de inicio. La diferencia fundamental con la demencia es que en situaciones de DCL no hay interferencia con las capacidades para realizar actividades de la vida diaria desde el punto de vista intelectual. En la demencia, el déficit intelectual sí compromete esta capacidad[1].
En el DCL hay dos factores importantes que influyen en la presentación de la enfermedad: la inflamación y la oxidación, que tienen como consecuencia la aparición de neuroinflamación. La neuroinflamación se produce fundamentalmente por la alteración de dos barreras: la barrera intestinal y la hematoencefálica. En relación con la barrera intestinal y su vinculación con el eje intestino-cerebro, el crecimiento de algunos patógenos -aquellos de los que se ha dicho que, en pacientes con deterioro cognitivo leve, tienen mayor representación en su microbiota intestinal-, comportaría “que se produjera una respuesta inflamatoria con aumento de mediadores proinflamatorios como la interleucina-6, TNFα, interleucina-8 e interleucina-5 que tendrían un efecto directo a nivel cerebral con una respuesta neuroinflamatoria”, establece el Dr. Pedro Gil, jefe de Servicio de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos (Madrid).
Diferentes estresores, potenciales favorecedores de la disbiosis
El primer estudio en el que se correlacionaron las alteraciones de la microbiota con el deterioro cognitivo se llevó a cabo en el entorno de la cirrosis avanzada, describiéndose un predominio de Enterobacterisceae y Fusobacteriaceae en los pacientes con encefalopatía hepática, y relacionándose la concentración de éstas con los resultados en los test neurocognitivos[2]. Los mismos autores detallaron posteriormente una correlación entre mayores concentraciones de Enterobacterisceae y Porphyromonadaceae con peores resultados en los test cognitivos y mejores resultados de éstos en aquellos pacientes con mayor concentración de lactobacilos en su microbiota, independientemente de la presencia o no de cirrosis[3].
“Durante el envejecimiento, diferentes estresores se han descrito como potenciales favorecedores de la disbiosis de la microbiota intestinal, como son las transgresiones dietéticas, enfermedades agudas y crónicas, infecciones gastrointestinales, estreñimiento o las agresiones farmacológicas. Esta disbiosis puede promover la inflamación sistémica a través de la absorción de determinadas toxinas como liposacáridos procedentes de Gram negativos (LPS)”, advierte el Dr. Gil. La producción de citoquinas proinflamatorias producidas por estos LPS puede inducir la activación de la microglia promoviendo la neuroinflamación, la apoptosis neuronal y los depósitos de β-amiloide. Por otro lado, determinadas cianobacterias pueden producir neurotoxinas que se han relacionado con la neurodegeneración[4].
En contraposición al efecto perjudicial de determinadas bacterias, en cuanto a la neuroinflamación se refiere, se han descrito los efectos beneficiosos de otras; así, por ejemplo, los lactobacilos, lactococos, estreptococos y enterococos pueden producir histamina, un neurotransmisor que tiene un importante papel en la modulación de la neuroinflamación a través de la reducción de la expresión del TNF-α, o el grupo de lactobacilos y bifidobacterias que son capaces de sintetizar neurotransmisores implicados en la memoria y el aprendizaje como la acetilcolina, serotonina, GABA y la noradrelina[5,6].
Utilización de probióticos en pacientes con deterioro cognitivo y demencia
También se ha descrito el importante papel de los ácidos grasos de cadena corta (SCFA, Short Chain Fatty Accids), especialmente el butirato, derivado de la fermentación de carbohidratos, en la regulación de las funciones cerebrales, fundamentalmente por su potente efecto antiinflamatorio neuronal y por ser promotor de la síntesis de diversos neurotransmisores. “De tal forma que, recientemente, el butirato derivado de la microbiota intestinal se ha propuesto como uno de los principales mediadores del eje intestino-cerebro[7]. Estos efectos beneficiosos generados por dichas bacterias han promovido la utilización de probióticos en pacientes con deterioro cognitivo y demencia. Por otro lado, hay cada vez más evidencias de que algunas funciones cerebrales, no sólo las funciones cognitivas, particularmente el estado de ánimo y la ansiedad, pueden mejorarse con la administración de probióticos[4,8,9]”, señala.
“Se sabe que los factores neurotróficos derivados del cerebro (BDNF) modulan la transmisión sináptica y la plasticidad neuronal y protegen frente a la neuroinflamación y la apoptosis neuronal[10,11]. Altos niveles de BDNF se han asociado con mejor memoria y funciones ejecutivas y bajos niveles con DCL y enfermedad de Alzheimer[12]. Recientemente se ha descrito el efecto de elevación de BDNF tras la administración de probióticos, en parte mediado por los SCFA, y su relación con la mejoría de las funciones cognitivas[12]. Por todo ello, los probióticos, por un lado, pueden mejorar las funciones cognitivas en pacientes con DCL -y también los síntomas neuropsiquiátricos que, con mucha frecuencia, acompañan al deterioro cognitivo- sin aumentar la toxicidad ni interferir desde el punto de vista farmacológico con el arsenal terapéutico que suelen recibir estos pacientes para tratar otras patologías”, remarca Gil.
Según el jefe de Servicio de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos, “los probióticos sobre los que hay más evidencias científicas sobre sus efectos sobre cognición son aquellos compuestos por lactobacilos y bifidobacterias[13-17]. Los que han demostrado tener efectos sobre la función cognitiva son: Bifidobacterium Longum 1714, Bifidobacterium Breve 1205, Lactobacillus Rhamnosus R0011, Lactobacillus Fermentum NS59 y Lactobacillus Helveticus NS58. Las cepas probióticas vienen identificadas por el género, la especie y la combinación alfanumérica que determina la cepa".
Complementos nutricionales que pueden ser útiles frente a la depresión
Por otra parte, “hay pocos estudios sobre el papel de los probióticos en la prevención del deterioro cognitivo, pero los que hay aportan datos esperanzadores sobre su futuro papel beneficioso en este campo”, explica el Dr. Gil, quien añade que, con todo, “se debe seguir profundizando en esta área con el diseño de estudios que intenten controlar todas las posibles variables que puedan impactar en los resultados (marcadores tanto de inflamación como de oxidación, tipo de bacterias, parámetros metabólicos, dietas, medicación…)[18,19]”.
De acuerdo con el facultativo, esos complementos nutricionales también pueden ser útiles para combatir la depresión en ancianos: “En un metaanálisis reciente en el que se revisó la utilidad del uso de probióticos en pacientes con depresión, se demostró que su uso disminuía de forma significativa ésta, aunque su efecto fue mayor en pacientes menores de 65 años[20]. En un estudio llevado a cabo en pacientes con síndrome del intestino irritable, la administración de Bifidobacterium longum mejoró de forma significativa la depresión vs el placebo[21]. Estos estudios apuntan hacia el potencial efecto beneficioso de los probióticos en pacientes con depresión a través del restablecimiento del equilibrio de la microbiota intestinal”.
Uso de probióticos como estrategia prometedora contra la disbiosis
Por otro lado, desde un punto de vista estrictamente gastroenterológico, el uso de probióticos (por ejemplo, lactobacilos y bifidobacterias) parece generar en el anciano efectos positivos, como la reducción en el número de episodios de diarrea asociada al uso de antibióticos, logrando que estos episodios agudos sean mejor tolerados y cursen con síntomas menos severos. También reducen la tendencia al estreñimiento asociado a la edad[22].
La función de la microbiota intestinal cada vez se relaciona más con los estados de salud, de forma que hay líneas de investigación que correlacionan el desequilibrio de esta microbiota, la disbiosis, con el desarrollo de diversas enfermedades metabólicas, gastrointestinales y neurodegenerativas, como la enfermedad inflamatoria intestinal, el síndrome del intestino irritable, la obesidad, la enfermedad de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson o la diabetes tipo 2, por recordar alguna de ellas. “En consecuencia -afirma el especialista-, muchos estudios han sugerido que un enfoque específicamente dirigido a revertir esta disbiosis, como es el uso oral de probióticos, puede ser una estrategia terapéutica prometedora tal y como se va demostrando con los resultados de las investigaciones actuales[23]. El mantenimiento de una microbiota intestinal saludable puede llevar a reducir la incidencia de estas enfermedades y a favorecer la longevidad[23]”.
Consumo de probióticos: ¿Más longevidad y mayor calidad de vida?
Con respecto a la tolerancia que presenta la ingesta de probióticos en personas mayores, en los ensayos clínicos disponibles hasta la fecha el número de efectos adversos y la gravedad de éstos “fue similar al del placebo, no habiéndose descrito ninguno de ellos como específico de éstos, es decir, que no estaban relacionados con su administración, por lo que el nivel de seguridad en esta población es muy alto”, asegura el Dr. Gil. “En cuanto a la seguridad de los probióticos en general -enfatiza el experto-, sí se debe tener en cuenta que, recientemente, la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS) ha publicado un aviso en el cual se contraindica la utilización de la levadura Saccharomyces boulardi como probiótico en pacientes inmunodeprimidos o en estado crítico, por haberse descrito algunos casos de infecciones producidas por este hongo en esta población inmunodeprimida. Este aviso no afecta al resto de probióticos comercializados”.
Llegados a este punto… ¿los probióticos pueden ayudar a vivir más años a las personas de edad avanzada, o bien vivirán los mismos años pero con mejor calidad de vida? Para Gil, no hay que escoger entre una u otra opción, ya que el efecto logrado con su consumo sería doble: “Actualmente se considera que las bacterias intestinales se comportan como un órgano humano más, hasta el extremo de que de ellas depende el correcto funcionamiento global del organismo; los probióticos están relacionados con un amplio espectro de efectos positivos para la salud, entre los que se incluye la longevidad, aunque el mecanismo por el cual se consigue este efecto no está totalmente esclarecido[24]. Teniendo en cuenta todos los efectos beneficiosos que tienen estos microorganismos vivos sobre la salud general y su impacto sobre muchas de las enfermedades con mayor prevalencia entre los ancianos, se podría concluir que, efectivamente, la administración de probióticos en el anciano podría tener un efecto alargando la longevidad, y, además, mejorando la calidad de vida de estas personas”.
Referencias
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