Sara Gutiérrez, oftalmóloga y coautora de ‘En el Transiberiano’ (editorial Reino de Cordelia): Sara Gutiérrez viajó a la Unión Soviética tras estudiar Medicina y se especializó en Oftalmología en Járkov (Ucrania) y Moscú (Rusia). Posteriormente, formó parte del equipo del Instituto de Microcirugía Ocular Fiódorov de Moscú. Es autora de ‘El último verano de la URSS’ (2021). Como traductora, ha trasladado al español, entre otros títulos, ‘La pulga de acero’, de Nikolái Leskov / Eva Orúe, periodista y coautora de ‘En el Transiberiano’: Eva Orúe fue corresponsal de prensa en Londres y París antes de recalar en Moscú cuando Borís Yeltsin era el presidente ruso. Su labor en la Rusia que casi estrenaba la independencia le valió en 1994 el Premio del Club Internacional de Prensa al mejor trabajo periodístico en el extranjero. Ha escrito en solitario ‘La segunda oportunidad’ (2003). Actualmente dirige la Feria del Libro de Madrid. Juntas han escrito, entre otros libros, ‘Rusia en la encrucijada’ (1997).
Redacción Farmacosalud.com
En 1994, dos mujeres españolas sellaron su amistad recientemente constituida en Rusia subiéndose a un tren que las llevaría por una ruta transiberiana que, en consonancia con el resto de aquel país, iba sobrada de tiempos difíciles, los vividos -o padecidos, sin quiere decirse así- por la población durante la década de los 90 del siglo pasado. Fruto de aquel viaje ha surgido ‘En el Transiberiano’, un libro que recorre dos vías diferentes: por una de ellas transita Sara Gutiérrez, quien se encarga de detallar el periplo propiamente dicho -desde Moscú, la capital rusa, hasta Vladivostok, ciudad de Siberia próxima a las fronteras con China y Corea del Norte-, mientras que por la otra discurre Eva Orúe, quien se sirve del trayecto realizado para explicar la historia de un ferrocarril que empezó uniendo a un país y que acabó contribuyendo a forjar un imperio.
“Esos años de capitalismo salvaje explican en gran medida el triunfo de Putin”
Sara, oftalmóloga, y Eva, periodista, se conocieron en Moscú (actual capital de Rusia) casi dos años después de la disolución de la Unión Soviética. Las puso en contacto la compra de unos esquís de fondo en la tienda de deportes Olimp*. Era el 23 de octubre de 1993: Eva se había citado con unos amigos que a su vez habían quedado con un amigo de Sara, y allí se encontraron todos. “Enseguida entablamos amistad -comenta la oftalmóloga en relación a Eva, la periodista-, y empecé a dedicar gran parte de mi tiempo libre a acompañarla a hacer entrevistas para sus reportajes y ayudarla con las traducciones”.
*Nota del redactor: Olimp es la transliteración del nombre original, Олимп, que significa Olimpo
Por aquel entonces, Rusia estaba en plena resaca de la denominada perestroika, algo así como la 'reestructuración', o reforma política y económica destinada a desarrollar una nueva estructura interna de la Unión Soviética (URSS). Este proceso estuvo liderado por Mijaíl Gorbachov, primero como secretario general del Comité Central del Partido Comunista y después como jefe del Estado soviético. En 1993, la perestroika ya era historia, igual que la URSS, y Gorbachov ya no llevaba las riendas del país. “Tras el fin de la Unión Soviética, el 25 de diciembre de 1991, la Rusia ya independiente se había adentrado por la senda del liberalismo más atroz. Todo se había venido abajo: el sistema político, la economía, las estructuras estatales… la amplia mayoría de la población estaba muy empobrecida mientras una minoría se hacía, mediante prácticas de tinte mafioso, con la riqueza y el poder del país”, precisa Eva.
“Era un país desmantelado, sin un proyecto claro de futuro -con un presidente** cuya afición al alcohol era conocida- y herido en su orgullo. La debacle era absoluta. Esos años de capitalismo salvaje explican en gran medida el triunfo de Putin*** y la vuelta a comportamientos que muchos rusos daban por desterrados. Por recuperar una frase muy de moda en aquellos tiempos, algunos intentaron hacerlo mejor que nunca y les salió como siempre”, remarca la periodista.
**Borís Yeltsin
*** Vladímir Putin, actual presidente de Rusia
¿Pero… qué es en realidad el Transiberiano?
Ese era el entorno en el que viajarían por tren, y bajo el espíritu ‘transiberiano’, Sara y Eva. Lo curioso del caso es que, según señala Eva, el “Transiberiano es un tren que, como tal, no existe y sobre el que se ha escrito mucho”. Y eso es curioso, porque incluso existe alguna que otra película sobre este medio ruso de transporte, como es el film de terror ‘Pánico en el Transiberiano’ (‘Horror Express’). “Nombrar el Transiberiano nos trae a la cabeza trenes como el Orient Express o el Transcantábrico; en ese sentido, el Transiberiano no existe, o al menos no existía en 1994”, subraya por su parte Sara.
“Llamábamos Transiberiano al tren que permitía ir de Moscú a Vladivostok de un tirón, sin necesidad de transbordos, pero el nombre de ese tren era Rossia 02, y el del que hacía el recorrido inverso, Rossia 01. Era un convoy cuya única finalidad no era turística, sino cubrir las necesidades de desplazamiento de la población. Por otra parte, transiberianos son también el BAM (Baikal-Amur Magistral), el Transmongoliano y el Transmanchuriano, por ejemplo”, agrega la oftalmóloga.
El libro de Sara y Eva va por dos vías, una personal, que narra Sara, y otra histórica y literaria de la que se encarga Eva. El texto escrito por la primera narra el viaje que hicieron en agosto de 1994, y está estructurado según las etapas del mismo: Moscú, y los preparativos del viaje; Moscú-Ekaterimburgo; Ekaterimburgo-Irkutsk, lago Baikal; Irkutsk-Jabárovsk, y Jabárovsk-Vladivostok. La parte que escribe la segunda adapta la historia del tren a esas etapas: el nacimiento de los primeros trenes; la ruta siberiana de los zares; el Transiberiano en la época bolchevique y soviética; el BAM; el Transmanchuriano y la guerra ruso-japonesa, y el futuro de Rusia, siempre ligado al ferrocarril.
Mucho ojo con los rusos… en el sentido médico de la palabra
En el libro se lee: «Le conté que había llegado a la ciudad ucraniana de Járkov en 1989 con una beca soviética para especializarme en oftalmología, y que me había cambiado a Moscú hacía cosa de año y medio. Que al desintegrarse la URSS (evidentemente sabía que Gorbachov había firmado su finiquito el 25 de diciembre de 1991) decidí apurar hasta obtener el título de especialista que estaban a punto de darme, según el programa académico local, e intentar trasladarme a la capital rusa para completar mi formación, cumpliendo en tiempo y contenido lo exigido en España para homologar el título».
Llegados a este punto, y para ser justos, habría que separar el grano de la paja, porque la economía rusa podía estar hecha unos zorros, pero la calidad de la ciencia oftalmológica de aquel país ya era harina de otro costal, tal y como viene a decir Sara: “el Instituto de Microcirugía Ocular de Moscú en el que completé mi formación era un complejo de varios hospitales dedicados únicamente a la oftalmología, pionero, entre otras técnicas, en la cirugía refractiva y la utilización del láser para la corrección de la miopía. La extraordinaria destreza quirúrgica de los seniors permitía darnos a los más jóvenes un gran protagonismo en quirófano sin poner en peligro en ningún momento la seguridad del paciente. El gran volumen de pacientes junto al rigor científico y la competencia intelectual de los profesionales conformaban un escenario perfecto para la formación”.
¿Qué sabor tendría la tarta que navegaba por el mar de desechos?
Eran tiempos de aprendizajes oftalmológicos, viajes por paisajes espectaculares y ferrocarriles míticos. Pero también eran tiempos de locuras subterráneas, como la observada en el reino de los desechos que yace bajo Moscú. Una singular experiencia que, oliera como oliera -o quizás sería más apropiado decir apestara como apestara- en aquel momento, también ha podido gozar de su espacio de gloria ‘En el Transiberiano’: «Los nuevos tiempos traían nuevas excentricidades y la de un grupo de moscovitas resultó ser recorrer el alcantarillado de la zona centro y celebrar en el subsuelo un cumpleaños, al que nos invitaron con indicaciones muy claras sobre el código de vestimenta (botas, pantalones de peto impermeables, chubasquero y casco) y dónde encontrar lo que no era otra cosa que un traje de pocero. Nosotras, por lo que pudiera ocurrir, añadimos guantes. Y resistimos la tentación de probar la tarta que habíamos visto avanzar en una diminuta lancha hinchable surcando aguas residuales».
En relación a esta anécdota, Sara aduce que no hay mucho más contar, más allá de la sorpresa que les produjo “ver navegar por aguas residuales una tarta de cumpleaños con su vela encendida sobre una pequeña balsa hinchable y de que esto pudiera ocurrir a un paso del teatro Bolshoi y dos del Kremlin, en el corazón de la capital de un país que creíamos obsesionado con la seguridad”.
Han transcurrido ya 30 años de aquel periplo por tierras transiberianas. Ambas amigas han echado la vista atrás para rememorar aquella experiencia y contextualizarla en un libro, pero, al mirar ahora hacia delante, ven a una Federación Rusa enfrascada en la Guerra de Ucrania. A este respecto, Eva considera que “el tiempo juega a favor de Rusia, que quizás hubiera querido una guerra rápida, pero sabe que está más preparada que Ucrania para aguantar un conflicto largo. Debemos preocuparnos por el futuro ucraniano y de sus gentes, pero también por cómo será Europa si Rusia se impone y prosigue su política expansionista”.