Simon Sebag Montefiore, autor de ‘El mundo’ (Crítica): Simon Sebag Montefiore es autor de numerosos best sellers premiados que se han traducido a 48 idiomas. Su obra ‘La corte del zar rojo’ (Crítica, 2004) ganó el British Book Award al mejor libro de historia del año; ‘Llamadme Stalin’ (Crítica, 2007) fue galardonado con el Costa Biography Award, el LA Times Book Prize for Biography y el Grand Prix de la Biographie Politique; ‘Jerusalén’ (Crítica, 2011) ganó el JBC Book of the Year Prize y el Wenjin Book Prize en China, y por ‘Los Románov’ (Crítica, 2016) le otorgaron el premio literario Lupicaia del Terriccio. También es autor de las novelas que forman la Trilogía de Moscú: ‘Sashenka’, ‘Red Sky at Noon’ y ‘One night in Winter’, que ganó el Political Fiction Book of the Year Award. Sus últimas obras son ‘Escrito en la historia. Cartas que cambiaron el mundo’ (Crítica, 2019) y ‘Voices of History: Speeches that Changed the World’.
Redacción Farmacosalud.com
La fascinación por las grandes familias, estirpes, dinastías y demás denominaciones usadas para describir los núcleos y personajes que han perfilado la historia humana da empuje a un libro en el que únicamente se puede tener un momento de gloria si se ha dejado alguna huella tras de sí que valga la pena recordar, ya sea para bien, o para mal. Actualmente, a algunos de los protagonistas se les conocería como políticos, gobernantes, famosos o bien intelectuales -según el caso-, mientras que en épocas pretéritas se prefería hablar de cortesanos, mandamases, ilustrísimos o sabios, dependiendo de cada celebridad o clan familiar en concreto que estuviera en el candelero. Simon Sebag Montefiore se encarga de dar cuenta de todo ello en su obra ‘El mundo’.
Ni la Inteligencia Artificial (IA) puede con el espíritu familiar
«La familia sigue siendo la unidad esencial de la existencia humana, incluso en la era de la inteligencia artificial y la guerra galáctica. He creado un tejido histórico que combina los relatos vitales de múltiples familias de todos los continentes y todas las épocas, para intentar atrapar la carrera hacia delante del relato humano. Es una biografía de muchas personas, no la de una sola. Y aunque el ámbito de estas familias es global, sus dramas son íntimos y personales: los nacimientos, las muertes, los matrimonios, el amor, el odio; se levantan; caen; se levantan de nuevo; emigran; regresan. En cada drama familiar hay muchos actos [...] La palabra familia transmite connotaciones de afecto y bienestar, pero por descontado en la vida real las familias también pueden ser redes de conflictos y crueldades», escribe Sebag Montefiore.
En el libro ‘El mundo’ no faltan referencias a aquellos dignatarios que han intentado conquistar derramando sangre -haciendo la guerra- pero también mezclándola -creando nuevos linajes-, como fue Alejandro Magno (356 a.C. - 323 a.C.): «Después de sobrevivir a una travesía por el desierto, Alejandro logró volver a Susa, donde le esperaban las mujeres de la realeza persa. Aquí, siempre pragmático, decidió fundir las élites de su nuevo imperio —la macedonia y la persa— en una boda multicultural masiva. Pero a los macedonios la unión obligada les resultó odiosa. Estas relaciones de conquistados y conquistadores eran una forma de fundar imperios duraderos por medio de hijos a los que la familia vincularía con un reino híbrido.
Durante una fiesta de tres días se casó a cien parejas, sobre un centenar de divanes, con regalos de boda, ropajes plateados y púrpuras, joyas y cuberterías de lujo, y una tienda matrimonial persa para cada uno. El núcleo era la boda real definitiva: Alejandro se casó con la hija de Darío, la joven Stateira, y Parysatis, hija de Artajerjes III. Los reyes, que desconfían de sus propias familias, tienen que crearse una. Hefestión se casó con la otra hija de Darío, Drypetis. Alejandro estaba forjando una dinastía mundial, argéada-haxamanishiya».
«Se consideraba que reprimir los impulsos sexuales no era saludable»
Hay quienes combinaban el placer del sexo con la contemplación de sacrificios humanos, ambas prácticas unidas por la carne, si bien en el primer caso como vía de consumación, mientras que en el segundo como vía de ejecución. Ahí está, por ejemplo, el antiguo pueblo inca. «Los incas tenían dos mil concubinas: cupos de “mujeres conquistadas” elegidas como Amantes del Sol. La coya o reina, una hermana o prima del inca, era poderosa. Los incas eran polígamos, el linaje noble pasaba tanto a hombres como a mujeres y los niños podían heredar de cualquiera de los dos progenitores. No existía una palabra para la virginidad, y el sexo prematrimonial no estaba mal visto. Se consideraba que reprimir los impulsos sexuales no era saludable. Solo se esperaba que lo hicieran los niños nobles, y únicamente hasta el matrimonio. Con el quechua como lengua, los incas no tenían escritura, pero se comunicaban mediante un sistema de nudos. Sacrificaban a seres humanos en honor a su panteón, pero no a una escala comparable a la de los mexicas».
No falta tampoco en la obra de Sebag Montefiore un apunte sobre los grandes magnates norteamericanos del siglo XIX y el hallazgo del petróleo como el gran tótem del crecimiento económico y social de la sociedad occidental: «La Edad de oro se alimentó con carbón y vapor, pero un joven angular y meticuloso estaba invirtiendo en otro combustible derivado del carbón que solo parecía útil para la iluminación. En realidad, cambiaría el mundo. El 10 de enero de 1870, John D. Rockefeller, de treinta y un años, fundó una refinería de petróleo en Cleveland, Ohio, a la que bautizó Standard Oil. Cuando terminó la guerra civil había empezado a adquirir otras refinerías».
«La libertad sexual de las mujeres conmocionó a una gerontocracia ranciamente masculina: en 1965 Franco y Tito cumplieron setenta y tres años, y De Gaulle, setenta y cinco. “No hay que reducir a las mujeres a máquinas de hacer el amor —se lamentaba De Gaulle, aquel mismo año, en una denuncia de la píldora—. Una mujer está hecha para tener hijos ... ¡El sexo lo va a invadir todo!”. Dos años más tarde el general legalizó al fin la píldora, pero el 3 de mayo de 1968 unos estudiantes radicales se apoderaron de la universidad de la Sorbona, en París, y empezaron a levantar barricadas. Reclamaban la revolución marxista y el “adieu De Gaulle!”; los obreros hicieron huelga, los estudiantes ocuparon los campus», se lee en ‘El mundo’ en relación al Mayo del 68.
“La vida solo se puede entender hacia atrás, pero hay que vivirla hacia adelante”
Algunas de las páginas del libro se centran en el actual conflicto ruso-ucraniano. «Putin reunió a 180.000 soldados en las fronteras de Ucrania y reclamó que los ucranianos se le sometieran y los occidentales se retirasen del este de Europa. Biden le advirtió que no invadiera. Putin lanzó los “dados de hierro” y, el 24 de febrero de 2022, anunció una “operación militar especial” contra Ucrania: “Todo el que pueda pensar en interferir desde el exterior... tendrá que asumir consecuencias mucho más graves de lo que se haya encontrado nunca en la historia”».
«Zelenskyi estaba durmiendo en su residencia del complejo presidencial de Ucrania cuando los primeros cohetes rusos impactaron en Kiev. Junto con su esposa Olena, corrieron hacia sus hijos: “Los despertamos. Había mucho ruido y explosiones”. Zelenskyi decidió quedarse, costara lo que le costase; por otro lado era demasiado peligroso desplazar a la familia mientras los comandos de paracaidistas rusos atacaban el distrito gubernamental del Triángulo con la intención de asesinarlo».
Una de las razones que han llevado a Sebag Montefiore a reescribir la historia de la humanidad a partir del estudio de varios lazos familiares reside en la idea de que «la medida de la felicidad que uno desea para la propia familia define lo que desea para el mundo […] La historia importa: deseamos saber cómo hemos llegado a ser quienes ahora somos. “La vida solo se puede entender hacia atrás”, escribe Søren Kierkegaard, “pero hay que vivirla hacia adelante”».