Redacción Farmacosalud.com
Roger Ballescà, psicólogo del Hospital Sagrat Cor de Germanes Hospitalàries [Sagrat Cor de Hermanas Hospitalarias] (Martorell, en Barcelona), ha conversado con www.farmacosalud.com con motivo de la VI Jornada del Área Infantojuvenil de este centro hospitalario, reunión en la que se ha abordado el concepto psicopatologización infantil-adolescente, o atribución de explicaciones patológicas a comportamientos o problemas que, en realidad, son normales para ese período vital. Según Ballescà, la psicopatologización trae consigo un sobrediagnóstico psiquiátrico en las edades tempranas de la vida, fenómeno alimentado, en parte, por la falta de formación del personal dedicado a la medicina: “Yo no hablaría de que los profesionales (médicos) sean responsables del fenómeno, pero sí son un actor imprescindible para que éste se produzca. A menudo los profesionales no cuentan con un tiempo suficiente para pensar ni con una formación adecuada para identificar este tipo de problemas y proponer soluciones eficaces, con lo cual el recurso a la explicación psicopatológica y al fármaco son habituales”.
Y cuidado con el lenguaje usado con los menores psicopatologizados, porque lo que escuchamos en la infancia puede tener efectos nocivos cuando se alcanza la edad adulta, tal y como señala el psicólogo: “Las personas tendemos a identificarnos con las etiquetas que se nos atribuyen y a funcionar siguiendo los patrones de comportamiento asociados a dichas etiquetas”. Así, “no es lo mismo decirle a un niño ‘tenemos un problema’ que decirle ‘tienes un trastorno’. Es importante evitar el etiquetaje, puesto que a menudo tiende a crear las condiciones para que termine ocurriendo aquello que se desea evitar”, advierte. Por cierto… atención a la exclamación de Ballescà: “Lo extraño no es que unos padres acudan a la consulta porque tienen dificultades con su hija o hijo adolescente… ¡Lo que resulta verdaderamente inaudito es el número cada vez mayor de familias que demandan ayuda porque ‘no pueden’ con niños de 3, 4 o 5 años!”
-Unos niños se dedican a llamar a los timbres de las casas, acto seguido huyen y se esconden para reírse de los habitantes de esos domicilios cuando abren la puerta para ver quién ha llamado. ¿Años atrás era una gamberrada, pero actualmente se tenderá a ver algún trastorno en dichos niños?
Este es un ejemplo extremo, aunque no tan alejado de la realidad que nos encontramos en las consultas. Ciertamente, los significantes que usamos para referirnos a los problemas de conducta en la infancia y la adolescencia han cambiado en las últimas décadas. Antes los niños problemáticos solían ser llamados gamberros o maleducados. Fíjese en los lexemas: mal – educados. Esta forma de denominar el malestar ponía el ojo en los adultos (familia, escuela, sociedad…), quienes son, al fin y al cabo, los responsables de la educación de los pequeños.
Pero hoy en día la tendencia es al uso de significantes propios de la psicopatología, como el TDAH, el trastorno oposicionista-desafiante (TOD), el trastorno disocial, etc… que sistemáticamente focalizan el problema sobre el niño. La diferencia es muy importante, ya que la ‘mala educación’ convoca al educador a revisar sus procedimientos y a educar mejor; en cambio, los diagnósticos psiquiátricos no suelen fomentar una autocrítica en el adulto sino una confirmación de que el problema estaba en el niño, fruto de algún desajuste emocional (en el mejor de los casos) o de un desequilibrio químico (en el peor de ellos), que requiere ya no de una intervención sino de un tratamiento por parte de profesionales de la salud mental.
-Psicopatologización: fenómeno que consiste en atribuir explicaciones patológicas a comportamientos o problemas que, en realidad, son normales para un período vital. ¿Por qué está ocurriendo esto en el ámbito infantil y adolescente?
Ocurre en el ámbito de la infancia y la adolescencia en la misma medida que ocurre con los adultos, dentro de un contexto más general de medicalización de la vida cotidiana que cada vez se manifiesta con menor disimulo. La diferencia está en que la psicopatologización de los adultos toma denominaciones más vinculadas a los trastornos depresivos y ansiosos, mientras que en la infancia los diagnósticos tienden más hacia los trastornos de la conducta en sus diferentes presentaciones.
En cualquier caso, el fenómeno tiene mucho que ver con las peculiaridades de la sociedad en la que vivimos, una sociedad caracterizada por la intolerancia a la frustración; por la aceleración de los ritmos de vida y de los cambios sociales y tecnológicos; por el culto al mínimo esfuerzo y, finalmente, por la caída de las figuras de autoridad y de la familia. A nadie debiera pasarle inadvertido como estos elementos resultan curiosamente parecidos a los principales criterios diagnósticos de trastornos tan prevalentes en la infancia como son el TDAH o el TOD, entre otros, es decir: la distractibilidad, el exceso de movimiento, el cambio constante de actividades, la rebeldía, la impulsividad, la intolerancia del malestar, la agresividad… todos ellos comportamientos muy propios de nuestra época.
-Cada vez son más los niños y adolescentes a los que se diagnostica TDAH, trastorno oposicionista-desafiante u otros trastornos cuando, en la mayoría de casos, no se está ante una enfermedad mental, sino un malestar o una dificultad que tiene que ver con factores sociales o ambientales. En cuanto al TOD… ¿antes no se le llamaba ‘la edad del pavo’, momento en que un pre-adolescente (12-13 años) empieza a tener altibajos emocionales y cambios de conducta inesperados que tienen continuidad en la adolescencia?
Volviendo a la reflexión inicial, la ‘edad del pavo’ es un significante que describe un malestar pasajero y normal, vinculado al momento vital por el que atraviesa el sujeto y que por lo tanto incluye la idea de un cambio posterior… ¡para alivio de los padres! En cambio, el TOD identifica a la persona como alguien trastornado, anormal, y eso implica un posicionamiento radicalmente distinto del propio sujeto y de su familia en relación al pronóstico y a la forma de abordar dicha dificultad. De todos modos, lo extraño no es que unos padres acudan a la consulta porque tienen dificultades con su hija o hijo adolescente… ¡Lo que resulta verdaderamente inaudito es el número cada vez mayor de familias que demandan ayuda porque ‘no pueden’ con niños de 3, 4 o 5 años! Eso sí es realmente preocupante.
Con respecto al Trastorno Oposicionista Desafiante, es curioso observar como tal diagnóstico sólo describe una parte del problema, cuando la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos para cada pequeño con conductas oposicionistas y provocadoras encontramos a una familia con serios problemas para ejercer los roles parentales de una forma sana, coherente y consistente. ¿Por qué no hablamos entonces, por ejemplo, de que los padres padecen un Trastorno por Déficit de Autoridad e Inconsistencia Educativa?
Tanto un diagnóstico como el otro resultan igual de absurdos, por ser parciales e incompletos. En realidad, este tipo de problemas se dan en la interacción misma entre padres e hijos y responden a una dinámica relacional disfuncional de la que todos participan y que es la que verdaderamente hay que identificar y corregir. Por ello, debemos pasar de los diagnósticos actuales, centrados en denominar y clasificar lo diferente, a diagnósticos operativos que, más allá de ponerle nombre a la cosa, se centren en describir el funcionamiento interno del problema y orienten, por lo tanto, hacia su solución.
-¿Para algunos padres, es más fácil derivar al niño-adolescente con problemas de conducta a un médico que preguntarse si ellos mismos, como progenitores, están haciendo algo mal?
No, en absoluto, ni una cosa ni la otra son sencillas. Nunca es fácil ver qué se está haciendo mal cuando uno participa del problema. Pero cuando unos padres se dan cuenta de que han agotado sus recursos para resolver una situación de conflicto con sus hijos, es muy adecuado buscar ayuda. Cuando los padres acuden a la consulta lo hacen con muchas dudas y oscilan entre culpabilizarse a ellos mismos o bien culpabilizar al niño o a la niña, y la culpa es muy mala compañera, porque tendemos a querer deshacernos de ella cuanto antes y no nos ayuda a pensar ni a encontrar soluciones. El problema no está en que los padres consulten sino en la respuesta que encuentren en los profesionales.
-¿Hasta qué punto son responsables los médicos de Atención Primaria, psiquiatras y psicólogos de la psicopatologización y el consiguiente sobrediagnóstico psiquiátrico en la infancia y adolescencia?
Lo que debe de quedar claro es que el menos responsable de la situación suele ser el propio niño, aunque paradójicamente sea identificado como el paciente. A partir de ahí, la responsabilidad -que no la culpa- está muy repartida en todo el entorno social. Yo no hablaría de que los profesionales (médicos) sean responsables del fenómeno, pero sí son un actor imprescindible para que éste se produzca. A menudo los profesionales no cuentan con un tiempo suficiente para pensar ni con una formación adecuada para identificar este tipo de problemas y proponer soluciones eficaces, con lo cual el recurso a la explicación psicopatológica y al fármaco son habituales.
-La psicopatologización, como decíamos, redunda en un sobrediagnóstico psiquiátrico en la infancia y adolescencia. ¿Qué consecuencias tiene eso para esos menores cuando alcancen la edad adulta?
Un fenómeno muy estudiado en psicología y que recibe distintos nombres es el efecto Pigmalión, o profecía autorrealizada. Las personas tendemos a identificarnos con las etiquetas que se nos atribuyen y a funcionar siguiendo los patrones de comportamiento asociados a dichas etiquetas. Esto, que es válido para cualquiera, es mucho más evidente en la infancia, un periodo de la vida donde la personalidad se está formando y es mucho más influenciable. Por eso, no es lo mismo decirle a un niño ‘tenemos un problema’ que decirle ‘tienes un trastorno’. Es importante evitar el etiquetaje, puesto que a menudo tiende a crear las condiciones para que termine ocurriendo aquello que se desea evitar.
-Vamos a ver… ¿cuáles son los signos que deben alertar de que una conducta de un niño-adolescente ya supera los límites de lo lógico para su edad, para convertirse en una conducta típica de un problema mental o de conducta patológica?
Esa justamente es la tarea del profesional, no de la familia. Pero, permítame un matiz importante, pues la pregunta sugiere una dicotomía peligrosa. Que una conducta sea desadaptada, disruptiva, o que no siga una lógica ordinaria no implica necesariamente que deba ser considerada como un trastorno mental o una conducta patológica. La lógica, en el ser humano, suele ser la excepción. Y aun siendo así, tampoco deberíamos presuponer que el portador del síntoma coincida con el elemento más trastornado de la familia ni deba ser el que reciba un diagnóstico. Justamente en esos errores radica la psicopatologización.
En cualquier caso, un conflicto que tiende a cronificarse en el seno de una familia, que interfiere en el normal desarrollo de lo cotidiano y que genera un malestar significativo en sus miembros, es merecedor de una consulta profesional que pueda orientar a su resolución.
-Durante la VI Jornada del Área Infantojuvenil también se ha hablado del concepto ‘desresponsabilización social’. ¿Qué puede ampliarnos acerca de ello?
Hace ya décadas que las necesidades de los niños han quedado en un segundo plano frente al culto a la productividad y la competitividad de la sociedad contemporánea. Basta con observar como la conciliación de la vida familiar, en nuestro país, consiste en que los más pequeños hagan unos horarios que agotarían a cualquier adulto. Asimismo, atribuir sistemáticamente una causalidad psicopatológica a ciertas dificultades de la infancia como pueden ser los problemas de conducta, la rebeldía, el aburrimiento, el desinterés, la impulsividad, el fracaso escolar, la inseguridad, y tantas otras, supone una desresponsabilización social clara, pues sitúa la responsabilidad del problema en el eslabón más frágil de la cadena social y en quien menos se puede defender o mostrar su desacuerdo.
El diagnóstico clasificatorio a ultranza desculpabiliza al sujeto, le desresponsabiliza... ‘si mi hijo tiene un trastorno las cosas que le pasan le ocurren en función de su trastorno, sin que medie mi intervención’. Esta puede parecer una posición muy cómoda, atendiendo al peso de la culpa, especialmente en una sociedad como la nuestra en la que tradicionalmente ésta ha sido utilizada como herramienta de control social. Con todo, el problema está en que cuando nos quitamos la culpa y la responsabilidad de encima, al mismo tiempo perdemos el control sobre las cosas que nos pasan y, por lo tanto, nos incapacitamos para encontrar soluciones. Como ya no somos responsables tampoco no está en nuestras manos la solución...
Por eso, en lugar de plantearnos por qué la estructura familiar hipermoderna fracasa a menudo en la crianza de los más pequeños, les etiquetamos a ellos como los trastornados. O, más aun, en lugar de cuestionarnos si nuestro sistema educativo es el adecuado para la época en que vivimos, tendemos a diagnosticar un número creciente de alumnos con un supuesto déficit de atención. De ahí surge una pregunta incómoda: ¿no será que el déficit de atención es de los adultos hacia los niños? En mi opinión la infancia nos pide que le dediquemos más tiempo y menos fármacos.