
Eric Frattini
Fuente: Espasa
Eric Frattini, autor del libro ‘El paciente A’ (Espasa): Eric Frattini es autor de 30 ensayos, traducidos a 16 idiomas y publicados en 42 países, entre los que destacan: ‘Osama bin Laden, la espada de Alá’ (2001); ‘Mafia S. A. 100 años de Cosa Nostra’ (2002) y ‘Los cuervos del Vaticano’ (2012), en el que predijo cinco meses antes la renuncia del papa Benedicto XVI. Es, asimismo, autor de varias obras sobre el nacionalsocialismo: ‘¿Murió Hitler en el búnker?’ (2015), ‘La huida de las ratas. Cómo escaparon de Europa los criminales de guerra nazis (2018)’ y ‘Los científicos de Hitler. Historia de la Ahnenerbe’ (2021). En 2013, Frattini recibió el IIº Premio Nacional de Investigación Periodística de la prensa italiana por su trabajo de investigación sobre el caso ‘Vatileaks’. También ha escrito cuatro novelas: ‘El quinto mandamiento’, ‘El laberinto de agua, ‘El oro de Mefisto’ y ‘La lenta agonía de los peces’.
Redacción Farmacosalud.com
«Heinrich Hoffmann, amigo y fotógrafo personal de Hitler y aficionado a las prostitutas, pero mucho más a los clandestinos clubes homosexuales de Berlín, sufrió de blenorragia, una enfermedad de transmisión sexual que se caracteriza por la inflamación de las vías urinarias y genitales. Esa dolencia era sencillamente gonorrea. Hoffmann acudió entonces a un médico amigo suyo llamado Theodor Morell. En poco tiempo, el fotógrafo mejoró, en parte gracias al tratamiento con sulfamidas traídas desde Budapest que le administró Morell. El milagroso medicamento se llamaba Ultraseptyl.
Desde ese mismo momento, Heinrich Hoffmann no dejó de hablar a Hitler sobre ‘ese increíble médico que lo trató y curó, y que incluso le había salvado la vida’. Seguramente Hoffmann hablaba de buena fe porque una de las características que tenía Morell era la de agravar la enfermedad del paciente para luego, tras curarle, resaltar así su arte y conocimientos médicos y científicos». Realmente, fragmentos como este del libro ‘El paciente A’, de Eric Frattini, llaman la atención, y mucho, del lector interesado tanto por la Medicina como por la Historia Política del siglo XX. El Dr. Morell actuó, ya fuera voluntaria o involuntariamente, como enlace entre ambas disciplinas. Una simbiosis que quedó fortalecida -y de qué manera- con el historial médico de Hitler.
Ante todo, discreción
Una vez más, el sexo como detonante de muchas decisiones, incluidas las tomadas por políticos de las más altas instancias. Y qué más alta instancia en la Alemania nazi -la Alemania de las décadas de los 30 y 40 del siglo pasado- que el mismísimo Führer (caudillo), Adolf Hitler, quien, aunque por vía indirecta gracias a las experiencias carnales de su amigo Hoffmann, decidió que debía poner orden en su desastroso perfil sanitario y alcanzar de una vez por todas el tan deseado bienestar personal.

Fuente: Espasa
La salud de Hitler no era, ni mucho menos, moco de pavo. Sus evidentes problemas físicos y psíquicos adquirieron una enorme relevancia por aquel entonces, más aún si se tiene en cuenta que «los poderosos de todas las épocas han visto influenciado su poder y sus decisiones políticas y militares por su estado físico y/o mental», escribe el autor de ‘El paciente A’.
El currículum del Dr. Morell era prometedor, o, mejor dicho, íntimamente prometedor. Desde hacía ya varios años, Morell trataba patologías urinarias y venéreas*. «Esto último le granjea la amistad de los hombres más influyentes de la ciudad, en parte debido a la discreción con que Morell llevaba estos asuntos. Nunca extendía recetas a sus particulares pacientes, en parte para evitar que en las farmacias supieran que sus influyentes e infieles ‘amigos’ eran aficionados a tratar con prostitutas y que por eso se habían contagiado de alguna enfermedad infecciosa», subraya Frattini.
*venérea: afección contagiosa, habitualmente contraída por vía sexual
De rechazar médicos a engancharse a Morell
Y así se llega a 1936, año en que el facultativo «traslada su consulta al número 216 de la elegante Kurfürstendamm, y aunque esta vez la placa indicaba ‘Doctor Morell. Médico general’, lo cierto es que su mayor número de pacientes se acercaba a verle para ser tratados por enfermedades venéreas». Ya todo estaba a punto para propiciar el encuentro entre el reputado facultativo y el paciente más importante del mundo, aunque esta vez no fuera para cuidar de una salud sexual, o sea, la de Hitler, sino por otros motivos orgánicos.
«El mayor problema era que el propio Führer se negaba a admitir que él mismo fuera un enfermo y que por lo tanto necesitara un médico. Hitler llegó a decirle a Speer** que si el pueblo alemán veía en su líder a un enfermo eso debilitaría su posición política, especialmente ante los Gobiernos extranjeros. Incluso se negó a que un médico le visitase a escondidas».
**Albert Speer: arquitecto que ejerció de ministro en el régimen nazi
«Finalmente, en el otoño de 1936, Adolf Hitler se dejó convencer por Hoffmann para someterse a un amplio chequeo médico por parte de Theodor Morell. Según Albert Speer, Hitler quedó encantado con el resultado y se manifestó convencido de la necesidad de tener un médico siempre a su lado […] Hitler había revelado a Theodor Morell sus problemas estomacales y le mostró sus piernas vendadas. El médico pudo comprobar que el Führer sufría de terribles dolores debido a los supurantes eccemas que invadían sus piernas y parte de los pies. También encontró a un Hitler completamente agotado y con grave estreñimiento, probablemente debido a una sobrecarga de tipo nervioso», se lee en el libro.
¡Heil, Hit… Hip… Hipocondríaco!
Los tratamientos de Morell iban siendo del agrado del paciente A, de modo que «a partir de 1937, Morell se convirtió en la sombra de Hitler. Allí donde estaba el Führer, detrás estaba siempre aquella imagen rechoncha y sonriente de su médico personal», sostiene Frattini. Otro de los motivos que probablemente propiciaron que el facultativo y el máximo mandatario de la Alemania nazi fueran -como quien no quiere la cosa- casi inseparables fue la hipocondría de Hitler. Porque… ¿qué mejor aliado para un hipocondríaco que tener pegado a su lado de manera permanente a un médico?

Dr. Theodor Morell
Fuente: Bundesarchiv, Bild 183-R99057 / Desconocido / CC-BY-SA 3.0
Difusión: Wikipedia
Según la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), ‘la hipocondría o hipocondriasis es una enfermedad por la que el paciente cree -de forma infundada- que padece alguna enfermedad grave […] La hipocondría es, en esencia, una actitud que el individuo adopta ante la enfermedad. La persona hipocondríaca se somete constantemente a un autoanálisis minucioso y preocupado, incluso obsesivo, de las funciones fisiológicas básicas, y piensa en ellas como una fuente de segura enfermedad biológica. Es el temor constante de tener una enfermedad grave, aun cuando los médicos le han dicho que no es así’. Debido a que este tipo de paciente está muy ansioso por conocer su estado de salud, es posible que consulte a varios médicos, y, cuando esos médicos le informan de que no tiene ningún problema serio, es posible que el hipocondríaco no les crea, actitud que, paradójicamente, le aboca a la frustración y a una sensación depresiva. Y es paradójico porque, cuando a alguien se le dice que está sano, debería ser motivo de satisfacción, no de depresión.
‘La característica esencial de la hipocondría es la preocupación y el miedo o la convicción de padecer una enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal o de casi cualquier otro signo que aparezca en el cuerpo. Puede ocurrir, por ejemplo, con lunares, con pequeñas heridas, con la tos, incluso con los latidos mismos del corazón, con movimientos involuntarios o con sensaciones físicas no muy claras. Aunque el médico le asegure que no presenta enfermedad alguna, el hipocondríaco solamente se queda tranquilo durante un momento, pero su preocupación por lo general vuelve de nuevo’, indica el documento de la SEMI.
El caso es que, durante los últimos nueve años de su vida, el Führer tuvo como médico al Dr. Morell. Los cambios de humor de Hitler, la enfermedad de Parkinson que sufría, los síntomas gastrointestinales, los problemas de la piel y el constante declive en su estado general, es decir, como paciente, están documentados en los minuciosos diarios del galeno.
Un tirano esclavizado por la dictadura estupefaciente
Hitler tomaba decisiones que afectaban a millones de personas. Por lo tanto, es más que pertinente preguntarse cómo se vio influenciada su conducta por los numerosos medicamentos que tomaba y por las sustancias estupefacientes que se metía: desde estimulantes hasta sedantes, desde hormonas hasta multivitaminas, desde esteroides hasta belladona y cocaína. En todo ello ahonda un artículo de la prestigiosa revista ‘National Geographic’, en el que se revela que Morell ‘era especialista en recetar esteroides y sustancias psicoactivas de cosecha propia extraídos de órganos animales', de tal manera que 'logró aliviar a Hitler con un cóctel de vitaminas e inyecciones de glucosa. Al triunfar donde muchos otros habían fracasado, Morell se convirtió en un inseparable del autócrata alemán, inyectándole productos cada vez más fuertes para que pudiera lanzar sus soflamas durante horas’.
Pero, a partir de 1941, el dictador nazi empezó a necesitar chutarse algo más contundente. Era la única manera de poder sobrellevar los reveses sufridos en el frente de guerra (Segunda Guerra Mundial), de modo que Morell, ‘anteponiendo el poder a la salud de su paciente’, comenzó a administrarle ‘varios esteroides y opiáceos, que complementaba con hormonas extraídas de los genitales de cerdos y bueyes’, remarca el artículo publicado en el ‘National Geographic’.
Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 en Berlín con el Ejército Rojo llamando, por así decirlo, a la puerta de su búnker tras haber estado avanzando de forma imparable desde territorio soviético.

Autor/a de la imagen: Enric Arandes
Fuente: E. Arandes / www.farmacosalud.com