La atopia es una patología mundial en constante progresión: 50 millones de europeos la sufren, siendo una enfermedad cuya prevalencia se ha duplicado en los últimos 50 años en los países industrializados.
Dentro de la población infantil, tenemos además unos datos alarmantes: el 20% de los niños la padecen, el 85% de ellos antes de los 5 años, siendo por ello el 2ª motivo de consulta dermatológica.
La dermatitis atópica es una patología inflamatoria crónica que se caracteriza por una mayor permeabilidad cutánea, así como por un sistema inmunitario hiperreactivo y desequilibrado. La alteración de esta función barrera favorece la penetración de alérgenos (polución, ácaros, animales o determinados alimentos) y las reacciones alérgicas. Su piel además es más seca y propensa a la descamación, apareciendo además prurito y brotes inflamatorios que evolucionan por crisis.
La etiología de la atopia no está clara, aunque parece guardar relación con factores genéticos y verse agravada por factores medioambientales, como los cambios de temperatura, el grado de humedad, cambios emocionales o estrés.
El rascado de la lesión que realiza un niño, aunque aporta un alivio inmediato, agrava la lesión de la barrera cutánea y predispone a la irritación, por lo que causa nuevos daños sobre la superficie de la piel, e incluso agrava las crisis.
Como consecuencia de estos síntomas debidos al brote atópico, se genera además un malestar psicológico y social no sólo en el niño atópico, sino en su familia u entorno social.
A diario, el 58% de los niños atópicos tiene problemas de sueño, así como dificultades para concentrarse en el colegio. El 31% de las familias declara modificar sus hábitos familiares, haciendo que la atención de la familia recaiga sobre el niño atópico, en detrimento de la prestada a otros miembros de la familia como sus hermanos. La dermatitis atópica afecta a decisiones cotidianas como la elección del lugar de vacaciones, los alimentos consumidos o las mascotas que puede haber en casa.
EL 85% de los padres reconoce que la atopia de sus hijos interfiere en su propio estado emocional.
EL MICROBIOMA, NUESTRO SEGUNDO GENOMA:
El estudio del microbioma ha experimentado un verdadero auge a partir del año 2007, cuando el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos puso en marcha el “Proyecto del Microbioma Humano”. Este ambicioso proyecto, al igual que el de secuenciación del genoma humano, consiste en secuenciar el genoma de todos los microorganismos que habitan tanto en el interior como en la superficie de nuestro organismo, con el objetivo de comprender cómo interactúan y qué impacto tienen en el mantenimiento de nuestra salud.
El microbioma (del griego micro “pequeño” y bios “vida”) humano se comporta como un “organismo vivo” que convive en armonía con nuestro propio organismo. Y por ello, es una estructura responsable de garantizar el mantenimiento de nuestra salud y belleza.
Estos estudios nos han permitido entender mejor el papel que desempeña el microbioma en la protección de la piel frente a las agresiones externas o incluso en patologías como la dermatitis atópica, en la que se ha demostrado que la composición del microbioma guarda una estrecha relación con la sintomatología de la enfermedad:
1. Los pacientes atópicos poseen un microbioma diferente al de los pacientes sanos.
2. La composición del microbioma cutáneo de los pacientes atópicos se ve modificada durante la presencia de brotes, de tal manera que las zonas lesionadas presentan además una menor diversidad microbiana con respecto a las zonas no lesionadas.
3. Al mejorar la diversidad microbiana en un paciente atópico, podemos espaciar la aparición de brotes atópicos.
En resumen, un abordaje completo de la dermatitis atópica implica utilizar tratamientos no sólo encaminados a restablecer la función barrera y calmar la irritación y el picor, sino que también supone incluir activos capaces de actuar para restablecer el equilibrio del microbioma y normalizar su composición.