Redacción Farmacosalud.com
Según reza un proverbio chino, ‘si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse. Si no tiene solución, preocuparse no sirve de nada’. La muerte nos espera a todos, está garantizada, y preocuparse por ello es preocuparse por algo que no tiene solución y, dado que no tiene solución y por tanto no puede remediarse, preocuparse no sirve de nada. El Dr. Enric Benito, una auténtica eminencia en el ámbito de los Cuidados Paliativos, eleva a la máxima potencia todos esos argumentos e incluso va mucho más allá en sus atrevidos postulados, con frases como “cuando nacemos ya tenemos edad para morir”, “morir es normal, y además es seguro”, “morir nos abre la verdad”, “morir no duele”, “según como hayas vivido, vas a morir”… El Dr. Benito, cuyas ideas lógicamente no dejan indiferente a nadie, es el autor del libro ‘El niño que se enfadó con la muerte’ (HarperCollins).
-‘El niño que se enfadó con la muerte…’ ¿con respecto a la muerte, todos -adultos y menores de edad- somos como ese niño que se enfada?
Normalmente, todos vivimos de espaldas a esta realidad, que es la única que tenemos segura cuando nacemos, porque cuando nacemos ya tenemos edad para morir, aunque no nos guste. Al vivir de espaldas a esa realidad, generalmente cuando nos enfrentamos a ella, nunca estamos suficientemente preparados, a menos que hayas tenido crisis importantes, o te hayan pasado cosas difíciles que te hayan ido haciendo descubrir niveles de conciencia en ti que no constituyen la superficie ideal en la que habitualmente vivimos.
Sí, nos enfadamos porque no nos gusta y porque no hemos integrado eso como parte de la vida, cuando en realidad toda la filosofía está centrada en prepararte para ello (la muerte), que es lo único que tenemos seguro cuando nacemos. Entonces, yo diría que sí, que en general nos enfadamos, lo que no evita que vayamos a morir, y además, con ese enfado, seguramente cuando llegue el momento de fallecer estaremos poco preparados, que es lo que intento evitar con el libro.
Intento dar pistas para que la gente pueda ir descubriendo que esto está bien organizado, que no duele, como explicaré a continuación.
-Su libro ayuda a descubrir las 7 lecciones del morir. ¿Cuáles son?
Al final del libro, para resumir la experiencia compartida durante cerca de 200 páginas sobre historias de pacientes, digo que hay 7 lecciones:
1-morir es normal, y además es seguro. Es decir, es un proceso natural y le ocurre a todo el mundo. Y además está garantizado y asegurado, asegurado en el sentido de que puedes confiar, no hay peligro, no hay amenaza… la amenaza lo pones tú desde el miedo.
2-Morir nos abre la verdad. La verdad nos hace libres y nos hace propietarios del proceso, del tiempo que nos queda. Cuando la gente intenta esconderse de esa realidad, está renunciando a la posibilidad de poder cerrar bien el proceso de haber vivido, de decir ‘gracias’, de decir ‘adiós’, y de cerrar bien la correspondiente biografía.
3-Morir no duele. Es decir, puede doler la enfermedad subyacente, pero para eso los médicos tenemos fármacos. Lo que puede comportar que todo ello sea complicado es la resistencia a aceptar la realidad, y el nombre que se le da a eso es sufrimiento. El sufrimiento no es más que negarse a aceptar lo que no puedes cambiar. Cuando aceptas, sueltas y sabes que esto no duele, te encuentras en otro nivel de conciencia.
4-¿Qué necesitamos saber para morir bien? Fundamentalmente, necesitamos saber que tenemos que haber vivido bien. Morir no es más que una continuación del vivir… según como hayas vivido, vas a morir. Si has descubierto lo que es importante en la vida -y lo importante es ser y no tener-, si has vivido con coherencia y si el morir te pilla bien vivido, seguramente te vas a soltar, sin miedo.
5-El sentido nos abre el camino. Normalmente todos llegamos al final de nuestra vida con experiencias de pérdidas, de sufrimiento, de momentos difíciles, y según lo que hayamos aprendido de tales pérdidas, pues estaremos mejor preparados para asumir que la muerte es algo que nos tiene que suceder. Entonces, si tú sientes que has hecho lo que has venido a hacer en esta vida, te puedes entregar con más facilidad. Así pues, el sentido nos abre el camino.
6-Podemos morir sanos. Entendemos por ‘sano’ algo íntegro, coherente, sereno, en paz… Los cuerpos se deterioran, pero si hemos conectado con nuestra conciencia y aprendemos que somos algo más que un cuerpo, si estamos conectados con lo que nos sostiene, podemos soltar con mayor facilidad.
7-Acompañar y estar ahí tiene premio. Acompañar a otros en el proceso de morir es una forma de aprender sobre la vida, sin intermediarios. Si consigues acercarte sin miedo, puedes ver que ese proceso no es solamente un proceso biológico, sino que también es biográfico, relacional y espiritual. Es decir, no hay que hacer nada en ese momento... hay que estar, hay que gestionar el propio miedo y la tristeza, y descubrir lo que se está dando allí. Eso es un aprendizaje impresionante que tendrá su forma de experiencia al vivir.
-En la obra, usted escribe: «la verdad fundamental es que nadie muere sin saber que se está muriendo. Ocultar este hecho es como pretender que una embarazada no sepa que está pariendo o que un bebé no se dé cuenta de que está naciendo». Bueno, pero si una persona fallece mientras está profundamente sedada o cuando está durmiendo, puede que sí que desconozca que está muriendo…
Vamos a ver… si tú estás profundamente dormido/a, tu conciencia superficial no está presente, pero tu conciencia profunda sí que sigue estando ahí. O sea, la asunción de que el hecho de dormir hace que la conciencia desaparezca, sólo se puede mantener desde una percepción de conciencia superficial. Pero lo que tú eres, lo que realmente eres, nunca deja de estar ahí. Esa conciencia que tú eres nunca está dormida, siempre va a descubrir, va a saber que eso está pasando, seguro… No es una cuestión de fe… es una cuestión de experiencia, pero bueno… entiendo que haya dudas en ese sentido.
-Volvamos al acompañamiento dado a individuos moribundos. ¿Qué papel deben desempeñar la persona o personas que permanecen al lado de un ser querido que vive sus últimos días? ¿Hay que adaptarse a la personalidad de ese ser querido, o bien hay un patrón general recomendado para todos los acompañantes?
Es fundamental acercarse desde la aceptación, la comprensión, la ternura, el afecto… no tienes que hacer, tienes que ser; tienes que estar, tienes que dar tu presencia, tu calidez y tu aceptación. No hay que adaptarse a la personalidad del ser querido, simplemente hay que facilitarle que se sienta acompañado en ese momento de máxima vulnerabilidad, de incertidumbre… saber que tienes a alguien a tu lado siempre ayuda. Hubo un Maestro que, en un momento dado, cuando se dio cuenta de que iba a morir (más bien que lo iban a matar), dijo a sus compañeros: ‘quedaos conmigo, no me dejéis solo’… y era un Maestro, o sea, todos tenemos derecho a tener cierta incertidumbre y a tener ganas de estar acompañados en el momento en que nos estamos yendo. Por lo tanto, acompañar es estar, es estar presente, dar permiso, facilitar, reconocer, aceptar…
-¿Ejerciendo en Cuidados Paliativos, qué hecho o experiencia le ha causado a usted más impresión?
Toda la vida en Cuidados Paliativos ha sido de una riqueza inmensa, no puedo elegir un momento. Yo diría que toda la experiencia de acompañar ha sido una escuela de vida impresionante. Me ha permitido descubrir básicamente que la muerte no existe, que hay un proceso de nacer y un proceso de morir, y que cuando alguien se va, deja su cuerpo, pero cuando la conciencia de esa persona se libera, la conciencia entra en un estado expandido que llena la habitación de paz y de serenidad. Cuando experimentas eso, has aprendido algo que no está escrito en los libros de medicina… es una maravilla.
-Usted sufrió una crisis existencial y, a raíz de ello, abandonó la Oncología para dedicarse a acompañar a enfermos terminales en sus últimos días. ¿Esa crisis existencial tuvo algo que ver con la defunción de algún paciente, o bien el motivo era estrictamente personal, sin que tuviera nada que ver con la profesión médica?
Tuve una crisis existencial fundamentalmente porque había dejado de ser coherente y de ser auténtico. Me había creído que tenía que ser un personaje famoso, rico e importante. Y bueno, un niño de pueblo que quiere enseñar las notas a su mamá para que ella esté contenta -y porque además hay un hermano muy enfermo-, y que cuando llega a los 40 y pico sigue comportándose buscando el aplauso, el aprecio y el reconocimiento y tal, pues es profundamente infeliz por dentro.
La crisis fue realmente una puerta abierta para poder volver a casa, que es donde debería haber estado, en lugar de pensar en convertirme en un oncólogo importante publicando en Estados Unidos, dando conferencias en París, Londres, etc. Es volver a la sencillez del acompañar, que es lo que yo había venido a hacer. Y cuando uno está en el camino que le toca, recupera la paz interior y se encuentra haciendo lo que ha venido a hacer. Y eso te llena la vida de sentido. La crisis surgió por haberme salido de mi camino. El sufrimiento es un aviso de que estás fuera de tu destino, y la paz es el aviso de que estás en el camino. Esa crisis era una especie de grito interior, un grito para que volviera a lo que había venido a hacer…y, desde que lo hago, soy feliz.