
Imma Eramo
Fuente: Crítica
Imma Eramo, autora del libro ‘El mundo antiguo en 20 estratagemas’ (Crítica): Imma Eramo es investigadora de Filología Clásica en la Universidad de Bari (Italia). Es especialista en Historiografía y Literatura técnica antigua y bizantina. En particular, es experta en manuales militares de la época. Ha editado los ‘Discorsi di guerra di Siriano’ (2008) y ‘Strategemmi di Fronti’ (2022).
Redacción Farmacosalud.com
«Para los griegos sería la metis, pero también el dolos o la ápate; para los romanos, la sollertia o la calliditas... Lo importante, en cualquier caso, es reconocerla e identificarla: se trata de la inteligencia que actúa a escondidas, engaña, estafa, disfraza, camufla, intuye, prevé, finge y disimula; la inteligencia que permite al más débil derrotar al más fuerte, la inteligencia que vence, la inteligencia que cosecha éxito, que triunfa con facilidad, sin esfuerzo, sin violencia, sin derramamiento de sangre, sin dolor y sin tragedia, porque su efecto es la sorpresa, su procedimiento es la artimaña y su resultado es la estratagema», escribe Imma Eramo en su libro ‘El mundo antiguo en 20 estratagemas’.
Un sueño sanguinario, canibalismo por desconocimiento y una sagacidad indómita
Uno de los pasajes que aparecen en el libro relata la historia de Ciro (600-530 a. C.), fundador del primer Imperio persa. El caso es que Astiages, que fue el último monarca de Media (una región del Oriente Próximo que posteriormente formaría parte de Persia), tuvo la corazonada onírica de que su nieto Ciro -por aquel entonces un niño- le destronaría, por lo que ordenó al cortesano y astuto Harpago que asesinara a la criatura.
No obstante, Harpago temió que su nombre quedara manchado con semejante infanticidio y, por ello, delegó secretamente el encargo a un pastor llamado Mitradates. «Lo curioso es que Ciro no estaba destinado a vivir […], no habría vivido si no hubiese sido por una estratagema. Su abuelo materno era Astiages, emperador de los medos […] El rey soñó algo extraño. […] Los magos […] le confirmaron […] que el hijo de su hija le arrebataría el trono. A Astiages […] se le ocurrió la funesta idea de asesinar al niño. […] Convocó a un familiar llamado Harpago […], le confió el difícil y triste cometido de secuestrar al recién nacido, asesinarlo y enterrarlo. No, Harpago no se mancharía con semejante crimen […] Alguien tenía que matar al niño, pero ese alguien no podía ser ni él ni ninguno de los suyos. Entonces tramó un primer engaño: […] mandó llamar a uno de los pastores del rey, de nombre Mitradates», se lee en el libro de Eramo.
Pero Mitradates, habiendo perdido recientemente a su propio hijo, decidió que el pequeño Ciro ocuparía su lugar. Vistió a su verdadero hijo fallecido con los ropajes de Ciro y expuso el cuerpo a las fieras del bosque. El ardid funcionó y el nieto de Astiages acabó siendo criado por el pastor.
«Así fue como también Mitradates regresó a su humilde morada lleno de dolor y preocupación por la misión que se disponía a cumplir. El azar quiso que justo aquel día su mujer se pusiera de parto […] La mujer rompió a llorar y suplicó a su marido que no ejecutase bajo ningún concepto la orden de matar a la criatura. […] Resulta que aquel mismo día ella había dado a luz a un niño, pero éste […] había nacido muerto. […] Mitradates llevó a su hijo, nacido muerto, a la montaña, y después crio junto con su mujer al infante como si fuese suyo».

Fuente: Crítica
Años más tarde, y por una serie de avatares de la vida, Astiages sospechó de un niño que mantenía un sospechoso parecido con la estirpe regia de Media. De modo que Harpago y el pastor Mitradates confesaron y, si bien el rey permitió que Ciro viviera, castigó con una crueldad infinita a Harpago, quien, sin saberlo, se convirtió en caníbal: «Astiages organizó un banquete para dar las gracias a los dioses y celebrar la reaparición de su nieto […] El invitado de honor sería Harpago […], quien envió a su hijo […] En cuanto éste entró en palacio, Astiages dio orden de matarlo y descuartizarlo […] Llegó el momento del banquete y todos los invitados degustaron una suculenta carne de cordero... Todos menos uno: el infeliz Harpago, que, sin saberlo, se comió la carne de su propio hijo».
Como venganza, al cabo de unos años Harpago volvió a recurrir a sus hábiles artificios para convencer a Ciro de que los medos estaban a punto de rebelarse contra su rey por considerarle un déspota. Ciro se alió con los persas, se rebeló y, en respuesta, Astiages armó a los medos, eligiendo al mismísimo Harpago para comandar su ejército. Lógicamente, Harpago cambió de bando y, una vez unificadas sus tropas con las de Persia, derrotaron a Astiages, quien fue hecho preso por Ciro.
«Harpago […] no pasaba un solo día en que no planease su venganza […] La solución era recurrir a una astuta estratagema. Ciro abrió el animal, encontró la carta y leyó en ella la desgarrada petición de Harpago […] Convence a los persas para que les declaren la guerra […] Ciro se dejó convencer […] Astiages se enteró de las intenciones de Ciro y trató de frenar la insurrección […], llamó a las armas a todos los medos […] y nombró comandante a su ‘fiel’ Harpago. […] Ciro combatió contra Astiages, que acabó derrotado en el campo de batalla y hecho prisionero».
Encerando ante la amenaza de una invasión extranjera
Demarato fue rey de Esparta (una Ciudad-Estado griega) desde el año 515 hasta el 491 a. C., año en el que fue depuesto en el marco de unas disputas por la relación que había que mantener con la actitud expansionista de los persas. Demarato buscó refugio entonces en la corte del rey de Persia, Darío I, cuyo sucesor en el trono, Jerjes, invadió Grecia en el 480 a. C.
Demarato había conminado a Jerjes a no subestimar a los espartanos y, quizás por ello -dando ejemplo-, Demarato decidió advertir a sus excompatriotas de la invasión persa enviando un mensaje secreto a la reina de Esparta Gorgo, esposa del rey Leónidas. Esta pareja fue popularizada en la película ‘300’, donde se recrea la batalla de las Termópilas, en la que 300 espartanos, pertrechados bajo el mando de Leónidas en un angosto paso ubicado en un desfiladero, contuvieron durante unos días a centenares de miles de soldados persas.
El chivatazo del antiguo monarca espartano a Gorgo se explica del siguiente modo en el manual: «claridad, sencillez y oportunidad: estas son las características que debe reunir cualquier comunicación para ser eficaz […] Para que un mensaje funcionase, era necesario que fuese claro y que su emisor y su destinatario compartiesen un mismo sistema de comunicación […] Pero ¿cómo habían conseguido los espartanos descubrir la expedición? Fue gracias a su conciudadano Demarato […] El exiliado tenía motivos de sobra para estar resentido con su ciudad, pero, a pesar de ello, decidió informar a Esparta del plan de Jerjes […]
¿Cómo informar a los espartanos? […] Por eso ideó una artimaña. Tomó una tablilla de madera encerada, le retiró la cera, grabó en la madera la noticia de la inminente expedición y volvió a aplicarle por encima cera, de tal manera que, una vez frío, aquel soporte quedó tal y como estaba al principio […] Gorgo tuvo una idea: rascar la cera. Los espartanos siguieron su consejo y, por fin, pudieron leer en la tablilla el mensaje».
Secuencia de la película '300' en la que la reina Gorgo realiza un discurso: la mandataria quiere convencer al Consejo de Esparta para enviar a todo el ejército en ayuda de los 300 guerreros de Leónidas. Gorgo acaba matando al traidor y político pro-persa Theron, quien previamente había obligado a la reina a mantener relaciones sexuales con él para que Gorgo pudiera comparecer ante los consejeros de la Cámara espartana
Ulises, Pericles, Alejandro Magno, Aníbal, Cleopatra… son otros personajes legendarios que aparecen en el libro de Eramo y que también acaparan la atención por la magnitud de sus proezas. Todos ellos tienen algo en común: salieron victoriosos de contextos competitivos o indemnes de situaciones comprometidas. Y todos muestran cómo la inteligencia, en sus diversas declinaciones -y entre estas, especialmente la astucia-, es la clave para imponerse ante cualquier adversidad. Metis, dolos, ápate, sollertia, calliditas...