Isabel Soler, autora del libro ‘Magallanes & Co.’ (editorial Acantilado): Isabel Soler (Barcelona, 1964) es Profª. de Literatura y Cultura Portuguesas en la Universidad de Barcelona y especialista en literatura de viajes del período renacentista, al que ha dedicado diversos estudios y ediciones. Acantilado ha publicado ‘El nudo y la esfera’ (2003), ‘Los mares náufragos’ (2004), ‘Derrota de Vasco de Gama’ (2011), ‘El sueño del rey’ (2015) y ‘Miguel de Cervantes: los años de Argel’ (2016), además de su edición de ‘Carta del descubrimiento de Brasil’ (2008) y de los ‘Diálogos de Roma’ de Francisco de Holanda (2018). Asimismo, ha traducido para esta editorial las obras del novelista y ensayista portugués Vergílio Ferreira.
Redacción Farmacosalud.com
Fernando de Magallanes, el jefe de la expedición que daría la primera vuelta al mundo por mar, no era bien visto ni en Portugal -su país natal- ni en España -país al que pertenecía la flota-. Tampoco gozaba de demasiadas simpatías entre los dioses eólicos y neptunianos. De hecho, el famoso aventurero y sus marineros tuvieron que soportar, en algunos momentos de su primera circunnavegación al planeta, máximas de 0ºC y mínimas que podían llegar a los -11ºC, con apenas 7 horas de luz al día, vientos de hasta 180 kilómetros por hora que levantaban nubes de agua helada y, tras el naufragio de una nave, la incertidumbre de no saber qué encontrarían en lo que, en una suerte de tregua de la madre naturaleza, Magallanes bautizó como océano Pacífico por la tranquilidad con la que durante unos días surcaron sus aguas. El azote divino se permitió el detalle de implantar una tregua meteorológica en el Pacífico, pero no así a bordo, donde las deslealtades humanas se entremezclaban con las desgracias orgánicas dando la impresión de que la brújula del destino señalaba irremediablemente hacia el desastre más absoluto: la flota sufrió un motín y uno de los barcos se largó con viento fresco -y nunca mejor dicho tratándose de la zona por donde navegaban- mientras el terrible escorbuto causaba estragos y los sufridos tripulantes se inventaban lindos menús para sobrevivir. Así, los cocineros tuvieron que elaborar interesantes platos a base de -por empacarlo de algún modo- bistecs de rata con guarnición de cuero remojado, espolvoreado todo ello con ligeros toques de serrín. Una delicia…
Magallanes murió en Filipinas y no pudo completar el viaje alrededor del mundo, hazaña que sí pudo culminar uno de los expedicionarios de aquella flota, Juan Sebastián Elcano. En el libro ‘Magallanes & Co.’, Isabel Soler se ocupa de revelar los aspectos y detalles más desconocidos de la biografía de Magallanes y los motivos que le llevaron a darse aquel garbeo que, finalizado por otros, llegó a ser el más sideral de la historia hasta aquel momento, allá por principios del siglo XVI.
Un estrecho que daría lugar a amplias vistas, tan amplias como un 'nuevo' oceáno
Como decíamos, la expedición marítima del explorador portugués Fernando de Magallanes se convirtió en la primera circunnavegación del planeta Tierra. Inicialmente, la flota estaba integrada por 5 barcos: Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago. Tras zarpar de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) en septiembre de 1519, la flota navegó por el Atlántico, bordeó el continente americano por el sur, cruzó el Pacífico y desembarcó en Filipinas. Allí, luchando contra una tribu local, Magallanes murió, por lo que el vasco Juan Sebastián Elcano tomó el mando de la armada y alcanzó tierras españolas en 1522 tras atravesar el océano Índico y bordear África.
Soler ve ciertos paralelismos entre los modernos viajes por el espacio y la epopeya marítima de la expedición magallánica: “la tentación es grande, sin duda. Más que con la carrera espacial, a mí me gusta comparar el viaje de la nao Victoria con el del Apolo 11, cuando en aquel julio de 1969, Neil A. Armstrong dejó su pisada en el Mar de la Tranquilidad lunar. La humanidad entera pudo ver aquel momento único por la televisión e imagino que debió de ser mágico y asombroso, desbordadamente emocionante. Por el contrario, y aunque se difundió la noticia rápidamente por toda Europa, el 6 de septiembre de 1522 y tras tres años de navegación, apenas algunos sevillanos expectantes vieron bajar de la destartalada Victoria a los 18 supervivientes de la Armada de las Molucas. Cuando veo imágenes de aquel viaje a la Luna de mediados del siglo XX me parece todo tan precario e improbable, tan extremadamente peligroso, como cuando visito la réplica de la Victoria y la veo pequeña, frágil, inestable, insalubre, casi inhumana. Muchas veces, al pensar a lo que se enfrentaron las cinco naves de la Armada magallánica, me da por mirar la Luna y se me mezclan los espacios, los de los océanos profundos y el del universo infinito. La Luna y la Tierra, tan nuestras ambas, tan cotidianas, y tan difíciles de alcanzar”.
Al servicio de la Corona de España, Magallanes y su expedición descubrieron el canal natural navegable que comunica el Atlántico con el Pacífico (y viceversa), lo que desde entonces se conoce como el estrecho de Magallanes. Tras cruzar este paso, Magallanes bautizó el océano por el que navegaba con el nombre de ‘Pacífico’ por las aguas tranquilas que iba surcando. No obstante, el estrecho de Magallanes está ubicado en la Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente americano, zona famosa por los terribles vientos y no menos violentas tempestades. Por supuesto, en tales latitudes nadie se libra -ni tan siquiera el osado Magallanes pudo lograrlo- del castigo de la naturaleza más extrema. “¡Sufrió casi todos los sustos meteorológicos posibles! -exclama Soler-. Aunque las diferentes crónicas del viaje no lo expliquen con detalle y haya que leer entre líneas, con la información que tenemos en la actualidad sobre las circunstancias climáticas del meridión americano, podemos reconstruir un posible y verosímil relato de lo que debió de ser hace 500 años el paso del estrecho de Magallanes”.
Los 40 rugientes y los furiosos (o aulladores) 50
En la bahía de San Julián, en la Patagonia argentina, a 49º S, pasaron el invierno en los límites de los llamados 40 rugientes —lo cual ya da una idea atemorizadora del viento que allí experimentaron—, y lo hicieron envueltos en un frío difícilmente soportable, con máximas de 0ºC y mínimas que podían llegar a los -11ºC, con apenas 7 horas de luz al día. Cuando zarparon de allí, las enfurecidas rachas de aire les impedían seguir un rumbo sudoeste y tuvieron que navegar haciendo largas bordadas para evitar vientos contrarios, hasta que el 21 de octubre de 1520, a 52º S y al superar el cabo de las Once Mil Vírgenes, encontraron la boca del Estrecho. “El viento era durísimo, habían entrado de lleno en el reino de los furiosos (o aulladores) 50, uno de los más temibles corredores eólicos del planeta, que, a mediados de octubre, impulsa rachas insufriblemente heladas que pueden llegar a alcanzar los 70 nudos, unos 130 kilómetros por hora, y hasta los 100 (180 kilómetros por hora). Sobre el agua, entre olas de 4 a 6 metros, se escucha entonces algo parecido a un aullido. Por el lado oriental del Estrecho, las corrientes alcanzan amplitudes de hasta 12 metros, pero por el lado occidental, plagado de canales y fiordos, las mareas aún hoy se conocen mal”, detalla la escritora.
Magallanes decidió enviar dos naves de exploración, una por la banda sur, la Tierra del Fuego, y otra por la costa norte, aprovechando la fortísima corriente atlántica que entra por el Estrecho. Magallanes las aguardó varios días, en plena tempestad, intentando hallar refugio bajo el actual cabo Posesión. El viento contrario era tan fuerte que las naves exploradoras no podían volver para dar las noticias de que, tras la Primera Angostura, había paso hacia la Segunda, y de que aquello no era un río, porque el agua todo el tiempo era salada. "Consiguieron superar Punta Anegada y regresar junto a la nave capitana, y entonces, con mucho cuidado, la Armada avanzó hasta entrar en un tercer gran espacio con tres islas plagadas de pájaros y con la poderosa isla hoy llamada Dawson, que les impedía decidir el rumbo. Magallanes volvió a separar las naves para explorar posibles rutas y fueron la Trinidad (la capitana) y la Victoria las que acertaron el camino al navegar hacia el noroeste por el actual cabo Froward, que deja atrás la Tercera Angostura y da paso al canal Tortuoso, de 6,3 millas náuticas, donde el mayor ancho útil es de apenas 1,8 kilómetros", especifica.
Las naves entraban en el laberinto marino en el que se desmenuza la cordillera andina, y es al final de ese angosto paso, en el cabo Crosstide, donde se encuentran las mareas de ambos océanos. “Se sentían totalmente perdidos, los ánimos hacía mucho que flaqueaban; el frío era insoportable y empezó una navegación de 6 días entre murallas, desde el 23 al 28 de noviembre de 1520, con los atentos esquifes ante las naves y los vigías encaramados a los palos, recibiendo de través las corrientes de los canales y el violento williwaw, el viento a ráfagas que recorre los fiordos y que levanta mar de leva y veloces nubes de agua helada. Fue una singladura de extrema dificultad que puso a prueba a los mandos técnicos de una manera inédita en la historia de las grandes navegaciones. Y el 28 de noviembre, tras 39 días y 565 kilómetros, superaron el cabo Deseado y la Trinidad, la Victoria y la Concepción contemplaban una nueva inmensidad oceánica. Habían entrado cuatro naves en el Estrecho y de él salían tres”, describe Soler.
La huida de la nao Sant Antonio, precedida de un motín
Lo que ocurrió tras descubrirse el estrecho fue que la nao San Antonio, la más grande y mejor aprovisionada de víveres de la flota, desertó y regresó a España por su cuenta y riesgo. A la vista del infierno ‘líquido’ que tuvo que soportar la expedición, a más de uno no le extrañará que algunos de los marineros decidieran poner pies en polvorosa, o, mejor dicho, pies en polvorosa mojada. De todos modos, la Profª de Literatura y Cultura Portuguesas se encarga de aclarar que aquí hay mucha letra pequeña que leer, ya que, por poner un ejemplo, a bordo había rencores pretéritos que se paseaban por cubierta contaminándolo todo: “sí…, la San Antonio desertó. Era un problema que venía de antiguo y se mezcló con otros problemas. Cuando las naves superaron la Segunda Angostura del Estrecho no era fácil decidir qué camino seguir. Magallanes optó por mandar dos naves, la Concepción y la San Antonio (capitaneada por su primo Álvaro de Mesquita), hacia el sureste de la isla Dawson. Éstas también se separaron para explorar los muchos accidentes geográficos de la zona y, entonces, el piloto de la San Antonio, el portugués Estevão Gomes, aprovechó para amotinarse y regresar a la Península. Dice el cronista Antonio Pigafetta que el conflicto ya empezó en Valladolid, en la corte del rey Carlos, porque Estevão Gomes también se ofrecía para servir a la Corona de Castilla y se ofendió cuando el elegido fue Magallanes. También puede ser que, ya en pleno viaje, el piloto no hubiera participado en el trágico motín en la bahía de San Julián, en la Patagonia argentina, donde las naves pasaron el invierno, unos horribles 5 meses, del 31 de marzo al 24 de agosto de 1520, que, indefectiblemente, acabaron de romper a los hombres, tanto física como anímicamente”. Por cierto, esta sedición tenía lugar en abril y en mayo naufragaba la Santiago (recordémoslo: el motín de San Julián y el naufragio de la Santiago tuvieron lugar antes de que la flota cruzara el estrecho de Magallanes y que desertara la San Antonio).
De modo que, en plena bahía patagónica, creció la hostilidad de los mandos españoles hacia el capitán mayor, que ya había dado muestras de intransigencia, a lo que hay que sumar el frío, el hambre, el miedo, la distancia, la incertidumbre… estalló el motín y Magallanes lo atajó de raíz. “Quizá entonces el piloto Estevão Gomes esperaba que se premiara su fidelidad con la capitanía de la nao Victoria, que el capitán entregó a Duarte Barbosa, primo de su esposa Beatriz. A su vez, en uno de los pocos Consejos que Magallanes convocó, ya en pleno Estrecho, Gomes se manifestó contrario a seguir la singladura y proponía regresar a España, y, evidentemente, Magallanes no estaba dispuesto a desistir. Quizá la suma de todas estas circunstancias hizo que, a la mínima oportunidad, el piloto portugués se insubordinara y huyese. Magallanes se quedó sin la mayor y la mejor provista de las naves de su armada”, señala.
«En el mar del siglo XVI, vivir es necesario, pero lo común es morir»
«Creo que, en el mar del siglo XVI, vivir es necesario —todos luchan por ello—, pero lo común es morir», se lee en ‘Magallanes & Co.’. De hecho, en la expedición de Magallanes «apenas hay naufragios, pero sí hay muchas, muchas muertes». Para hacerse una idea del calvario padecido, cabe destacar que la carne de rata llegó a estar muy buscada, una vez agotados los alimentos que había a bordo, y privados ya de las provisiones de la desertora San Antonio.
“Con el frío intensísimo -remarca Soler-, el viento ululante y el desolado Estrecho, el mayor de los océanos del mundo fue el cuarto descubrimiento de la Armada magallánica. Nadie podía imaginar que el Mar del Sur de Vasco Núñez de Balboa ocupara tal inmensidad de la superficie terrestre… y cruzarlo fue desbastador. Fueron 105 días de navegación a ciegas, totalmente intuitiva, que a Magallanes le parecieron pacíficos. Tuvieron suerte… y consiguieron cruzar con bastante rapidez un océano que suele estar siempre enfadado. Antonio Pigafetta lo tenía clarísimo: «si Dios y su bendita Madre no nos hubieran proporcionado tan buen tiempo, habríamos muerto todos de hambre en este mar sin límites». Pero murieron muchos. Quizá no tantos en la Trinidad, la nave capitana, o en la Concepción, pero sí en la Victoria, la nao que Magallanes había mandado a buscar a la San Antonio (que creía extraviada) mientas el resto de la armada cargaba provisiones en la isla de las Sardinas, sobre todo apio silvestre, que salvó la vida de muchos hombres”.
“Las ratas se vendían muy caras, y fueron progresivamente desapareciendo”
En el mar se puede morir por muchos motivos y de muchas maneras, pero el hambre durante aquella larga travesía debió de convertir la inmensidad del Pacífico (18.000 km) en un espacio terriblemente claustrofóbico. El principal alimento, el bizcocho, ese pan recocido varias veces, era puro puré infestado de gusanos, dice Pigafetta, y apestaba a orines de rata. “Las ratas, efectivamente, se vendían muy caras, y fueron progresivamente desapareciendo, hasta que la alternativa fue remojar en agua de mar durante varios días los cueros que protegían palos y jarcias, o cualquier tipo de cuero que hubiera a bordo, y cuando éstos faltaron, no quedó más remedio que comerse el serrín de la madera. El hambre fue terrible, pero peor fue el escorbuto, sobre todo para los tripulantes de la Victoria. Cuántas veces debió de maldecir Magallanes la desaparición de la San Antonio…”, intuye la escritora.
«Este libro se titula Magallanes & Co. porque va de un negocio. Va de un negocio muy deseado por reyes y mercaderes, pero sobre todo por el capitán mayor de la Armada de las Molucas, el portugués Fernando de Magallanes. Aquel fue un negocio deseado y, también, un negocio fallido». En realidad, el ‘negocio deseado’ era descubrir una ruta nueva hacia las islas Molucas (archipiélago de Indonesia), famosas por tener las deseadas especias (condimentos para la cocina), y no entrar en conflicto con las rutas marítimas dominadas por los gobernantes portugueses. Y la idea del artífice del descubrimiento de América (1492), Cristóbal Colón, había sido unos años atrás la misma: llegar a las riquezas de Oriente por poniente.
En época de Magallanes, Castilla seguía intentando llegar allí siguiendo ese rumbo, en especial porque cualquier otra opción geográfica entraba en conflicto con Portugal, que sí había llegado a Oriente, ya hacía décadas, al circunnavegar el continente africano. El viaje a la India de los portugueses era peligrosísimo y muy largo, pero empezaba a ser muy lucrativo. “Llegar a la India por el poniente era perfectamente posible, sencillamente porque el mundo es redondo, pero las Indias colombinas (asociadas a Colón), progresivamente exploradas, empezaban a manifestarse inconvenientemente continentales; no eran la India, ni China ni Japón, eran un Nuevo Mundo. Y eso, en las primeras décadas del siglo XVI, se convertía en un enorme inconveniente. De ahí la obsesión por encontrar un paso que permitiera llegar a los ricos mercados orientales”, sostiene Soler.
El anti-héroe que fijó su vista en un anti-meridiano
En la cancillería del rey Carlos en Valladolid, Magallanes no propuso llegar a Oriente (como algunos otros también proponían), sino llegar a las islas del clavo, el Moluco, hoy, las Molucas del norte, el único lugar del mundo en el que crecían espontáneos bosques de claveros, una de las especias más exóticas y caras de la época y que se usaban como condimento, pero también en la medicina y farmacopea, en perfumería y hasta como afrodisíaco. “Y para convencer al rey, dijo que sabía cómo encontrar el paso y llegar a ellas. Y, además, aseguró que el Moluco se encontraba en la parte castellana del antimeridiano* de Tordesillas. Ese era el negocio, pero para llevarlo a cabo necesitaba una licencia y, sobre todo, financiación”, agrega la autora del libro.
¿Y el ‘negocio fallido’, cuál fue? “El negocio se empezó a estropear con el motín de San Julián y con la fuga de la San Antonio, pero, sobre todo, cuando, tras cruzar el Pacífico, Magallanes se dio cuenta de que no podría demostrar de manera fehaciente la propuesta que en 1518 había elevado al rey Carlos. Yo creo que lo advirtió el 16 de marzo de 1521, cuando las naves llegaron a las Visayas filipinas. Los cálculos meticulosos que el piloto-cosmógrafo Andrés de San Martín y el contramaestre Francisco Albo habían ido tomando indicaban que Suluán (a 125º 57’ E), la visaya donde las naves echaron las anclas, estaba ya en el lado portugués del antimeridiano de Tordesillas (marcado a 132º 32’ E). Magallanes no podría demostrar que el Moluco pertenecía al emperador Carlos porque tenía la prueba exacta de que no le pertenecía”, detalla la escritora.
Posteriormente, en 1529, el Tratado de Zaragoza ‘ponía orden’ a toda esta disputa territorial (las Molucas quedaban en manos portuguesas).
Paralelismos entre los éxitos de Magallanes y Colón
En ‘Magallanes & Co.’ se apunta que el viaje de Cristóbal Colón fue «un proyecto fallido y un éxito fortuito. El éxito fortuito fue lo que lo metió en la Historia. Y lo mismo puede decirse del viaje de Fernando de Magallanes». Colón, creyendo que alcanzaría las Indias Orientales (Asia) atravesando el Atlántico hacia occidente, y sin encontrar finalmente las especias de Oriente que buscaba (se topó con el continente americano), viviría de este modo el ‘proyecto fallido’, mientras que el hallazgo del Nuevo Mundo (América) sería su ‘éxito fortuito’. Colón quería llegar a Cipango y a Katai (y murió creyendo que verdaderamente había llegado a China y a Japón), cuando en realidad había llegado a unas islas caribeñas que, que a partir de sus viajes y de posteriores exploraciones, se fueron convirtiendo en un Nuevo Mundo. Costó mucho entenderlo, no ya a Cristóbal Colón, sino al pensamiento occidental.
"América (de Américo Vespucio, claro…) no se llamó oficialmente América hasta que el cartógrafo Martin Waldseemüller dejó el nombre fijado en su mapamundi de 1507. Al mismo tiempo -prosigue Soler-, quizá valdría la pena dejar de imaginarnos (y ahora voy a exagerar un poco) a un tal Cristóbal Colón que un día tuvo la idea de empezar a navegar en línea recta hacia la raya del horizonte y, en su lugar, recordar que llevaba muchos años navegando por el Atlántico africano y que hasta estaba casado con una hidalga madeirense, Filipa Moniz de Perestrelo. Si se dedica un poco de tiempo a observar el mapa del Atlántico y a buscar las coordenadas de Madeira y las Azores, también se entiende gran parte del proyecto colombino. Y si a ello se suma la consulta de algunos de los documentos que se encuentran en los archivos portugueses, también se entienden muchas cosas; por ejemplo, que no era infrecuente la solicitud de licencias reales por parte de diversos mercaderes y marinos para «regresar» a «islas» atlánticas en las que se había estado. Con esto, no me estoy metiendo voluntariamente en el berenjenal de defender viajes a «América» anteriores a los de Cristóbal Colón; sólo quiero advertir que, desde las costas portuguesas y como demuestran los documentos, el Atlántico era un océano navegado. Apenas hay que recordar que en el siglo XV tanto pescadores portugueses como vizcaínos ya iban a faenar a los grandes caladeros de Terranova, la tierra del bacalao”.
Nadie es profeta en su tierra… y a veces tampoco fuera de ella
«Es cierto que Fernando de Magallanes es un héroe atípico. No fue ni es un personaje demasiado querido en Portugal, su país natal. Ya los cronistas oficiales, pocos años después de su viaje, lo vieron desagradecido, rencoroso y traidor». Según Soler, el porqué de que este hombre estuviera y esté tan mal visto en Portugal “es un poco largo de explicar; por eso quise escribir un libro, para confirmar y / o matizar algunas de las muchas aseveraciones que ya los cronistas portugueses, pocos años después de la muerte de Magallanes y del regreso de la nao Victoria, recogieron en sus crónicas. No era nada raro sentirse mal tratado por el rey después de haber servido en Oriente. Magallanes no fue en eso una excepción. Se sintió poco reconocido y mal pagado, y reclamó lo que creía merecer y le fue denegado. Se enfadó y se fue. Todo eso lo dicen las crónicas y es perfectamente verosímil, porque les pasó a muchos, tanto en Portugal como en España”.
Así que Magallanes decidió abandonar Portugal y ofrecerse al rey vecino, lo que tampoco era nada raro… muchos lo hacían. El problema (para Portugal) fue que el rey Carlos se interesó por el proyecto magallánico y ordenó que se pusiera en marcha, y eso creó enormes inquietudes y tensiones entre ambos estados. “Tensiones que, comparadas con las que iba a haber tras el regreso de la nao Victoria por la jurisdicción del Moluco, la arrogancia y la traición de Magallanes casi pasan a un segundo plano”, remarca la escritora.
Bien, hasta aquí se confirma que ‘nadie es profeta en su tierra’, pero es que en el caso de Magallanes tampoco llegó a serlo fuera de ella: «y tampoco despierta pasiones en España, volcada con entusiasmo hacia el otro gran artífice del viaje de la vuelta al mundo que fue Juan Sebastián Elcano».** ¿Cada país busca sus propios héroes locales y por eso Magallanes no caía del todo bien en territorio español? “Me temo que Magallanes no caía bien en la España del siglo XVI, ni cae bien en la del siglo XXI -subraya Soler-. Creo que si las celebraciones de los Centenarios son peligrosas para la labor historiográfica —aunque también son muy buenas, porque, de pronto, se divulga y se hace evidente que hay muchos historiadores y filólogos trabajando mucho y muy bien en muchas áreas y materias que generalmente pasan desapercibidas—, los 500 años de la Vuelta al Mundo, por su excepcionalidad, han sido muy celebrados y de manera muy dispar, por decirlo con delicadeza. Es mejor no entrar en esas polémicas tertulianas o twitteras que tratan de reivindicar héroes patrios a costa de obviar los hechos”.
Con la voluntad de ir un poco más allá (una voluntad muy magallánica, por cierto), la autora de ‘Magallanes & Co.’ ha querido ahondar con su libro en la fase biográfica más desconocida del marino y aventurero portugués: “me pareció que el lector español conocía bien la historia de la Vuelta al Mundo y que también tenía fácil acceso a la poca información que nos ha llegado sobre la vida de Juan Sebastián Elcano. Sin embargo, me parecía que este lector desconocía o sabía poco sobre la vida de Magallanes antes de ser Magallanes. A eso dedico la primera parte del libro, a contar el Oriente que el portugués conoció en su viaje de 1505 a 1513. Aquel Oriente es fundamental para entender el porqué del proyecto de Magallanes hacia el poniente, y creo que también ayuda a entender su tenacidad, su voluntad, su seguridad, su exigencia y también, en tantas ocasiones, su intransigencia”.
*Un antimeridiano es un meridiano exactamente opuesto a cualquier meridiano de referencia. Antimeridiano de Tordesillas: división entre los hemisferios hispano y luso en el Lejano Oriente, opuesto a la línea divisoria atlántica establecida en el Tratado de Tordesillas.
Clicar aquí y mirar el mapa (en la página 525) del artículo publicado en la ‘Revista de Indias’
**Para saber lo que le ocurrió a la flota tras la muerte de Magallanes y hasta el regreso a España, clicar aquí
Nunca es tarde para seguir surcando mares de letras
Los lectores pueden seguir buceando en las epopeyas de la navegación marítima mediante 4 libros más: 'Poniente', 'La Ruta Infinita', ‘Nadie lo sabe’ y ‘La carabela San Lesmes’:
• ‘Poniente’ (La Esfera de los Libros) narra, por medio del novelista Álber Vázquez, la ‘increíble hazaña de Juan Sebastián Elcano y los hombres de la nao Victoria’.
Sinopsis: Álber Vázquez da voz al puñado de audaces que navegó hacia territorios completamente desconocidos y descubrió la auténtica dimensión del mundo. Injustamente olvidados, hablan en primera persona en estas páginas vibrantes en las que brillan la capacidad humana, el sacrificio, el compañerismo y la lealtad. Así, Juan Sebastián Elcano y sus hombres, a bordo de la Victoria, logran demostrar que la materia prima de la que se construyen los héroes de la historia es el compromiso, la obstinación y un deseo irrefrenable de ir siempre más allá.
• ‘La ruta infinita’ (HarperCollins). Su autor, José Calvo Poyato, ha ganado con esta obra el XXI premio de novela histórica Ciudad de Cartagena.
Sinopsis: el 10 de agosto de 1519 partía del sevillano muelle de las Mulas una flota compuesta por cinco naves (la Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Victoria y la Santiago) dirigida por el experimentado navegante portugués Fernando de Magallanes, que había tenido el empeño y la tenacidad de hacer realidad su proyecto para buscar un paso entre el Atlántico y el mar del Sur. Calvo Poyato llevará al lector a Lisboa, donde se están construyendo la Torre de Belém y el monasterio de los Jerónimos, y en la cual Magallanes da forma a sus sospechas. También viajará a Sevilla, una ciudad en la que se siguen con pasión los viajes a las Indias, y a la corte de un jovencísimo Carlos I, donde se multiplican las intrigas cortesanas y los intentos de frustrar la expedición que protagonizará la gran aventura de viajar alrededor de la Tierra a través de mares desconocidos y hacer frente a los peligros en tierra firme. Un hecho tan grandioso como poco conocido, en sus más jugosos detalles y secretos, que merece la pena recordar. En el Quinto Centenario de una de las más grandes gestas de la historia de la humanidad, con su impecable estilo y habitual rigor histórico, Calvo Poyato desvela en ‘La Ruta Infinita’ la historia de esa aventura que fue algo más que la Primera Vuelta al Mundo.
• ‘Nadie lo sabe’ (Destino) es una novela histórica que, bajo la firma de Tony Gratacós, se erige en ‘el thriller más fascinante sobre la primera vuelta al mundo’, según indica la editorial. «Yo ahora lo sé. Creí a los que regresaron de la primera vuelta al mundo…, a los de la expedición Magallanes. Pero Juan Sebastián Elcano me mintió. Yo, discípulo del cronista más poderoso del imperio de Carlos V, confié en su palabra y me engañó. He tratado de conocer la verdad. He luchado por ella. Pero resulta demasiado grande, demasiado peligrosa… aun para alguien tan ambicioso como yo. Solo me queda la pluma para desnudarlos a todos con mis palabras antes de que sea demasiado tarde.»
Sinopsis: cuando Diego de Soto finaliza sus estudios universitarios en Valladolid es requerido por uno de sus profesores, el gran cronista real Pedro Mártir de Anglería, para que sea su discípulo y lleve a cabo su primer encargo como ayudante: Diego debe viajar a Sevilla para recabar datos de las expediciones a ultramar y completar así sus crónicas. Pero este viaje le depara mucho más de lo que puede imaginar. Lo pondrá en la pista del viaje de Magallanes, considerado un traidor por muchos, y descubrirá que lo que cuentan los pocos que regresaron de esa épica expedición que consiguió llegar hasta las islas Molucas y dar la primera vuelta al mundo, entre ellos el nuevo héroe Elcano, no coincide con las crónicas oficiales. Esta revelación le hará dudar de todo lo que se ha dicho del portugués hasta ese momento. Porque… ¿qué pasa si la historia miente?
‘Nadie lo sabe’ es una aventura única que, según revelan las mismas fuentes, ‘esconde un emocionante secreto que ha tardado 500 años en salir a la luz’.
• En ‘La carabela San Lesmes’ (Crítica), su autor, Luis Gorrochategui, aborda el que es calificado como ‘el viaje más épico de la historia’.
Sinopsis: en 1525 siete naves de la expedición Loaísa-Elcano zarpan desde La Coruña con la intención de comenzar la anhelada ruta de las especias, descubierta en la primera circunnavegación al planeta, pero en esa titánica misión una de las naves, la carabela San Lesmes, encalla en una isla perdida en la inmensidad del Pacífico. Sin posibilidades de regresar, la tripulación tendrá que abrirse camino en las paradisiacas playas de la Polinesia. De la mano de Gorrochategui, se relata esta apasionante historia de supervivencia y expansión de unos navegantes a los que dieron por muertos, y la fascinación sentida por las expediciones españolas que siglos después hallaron a sus descendientes en aquellas tierras. La investigación también muestra nuevos datos sobre Australia y la exploración del Pacífico, e incidencias de la vida de James Cook jamás conocidas por sus numerosos biógrafos.