Pablo Palazón, inmunólogo y autor del libro ‘Ciencia idiota’ (Next Door Publishers): el murciano Pablo Palazón es doctor en Inmunología por la Universidad de Manchester (Reino Unido). Su carrera como investigador empezó en Murcia y siguió en Estados Unidos, Inglaterra y Francia, y actualmente trabaja en el mundo de los ensayos clínicos. También se dedica a la divulgación científica, en concreto en Onda Cero Cartagena (Sección – A tu salud), en las revistas ‘Visión’ y ‘Retina news’ y en su perfil de Instagram @OjoConLaCiencia.
Redacción Farmacosalud.com
‘Los experimentos, con gaseosa’, se dice -en aras de la prudencia- cuando alguien pretende hacer algo y para ello aplica un método nuevo o desconocido sin saber cuál será el resultado, es decir, si tendrá consecuencias positivas o negativas. Ante tanta dosis de templanza, no estaría nada mal que el experimento fuera rociado con un poco de salsa brava y unas cuantas gotas de humor, y que el caldo resultante se ofreciera en las mesas de los paladares más exigentes, dejando al mismo tiempo que se colara por el fregadero el sambenito de que la ciencia es sinónimo de gente muy seria y aburrida.
Roedores que toman viagra para combatir el jet lag (¿el viaje transcurrió en posición erecta?), dejarse picar por varios insectos para saber cuál de ellos es el campeón del torneo de las justas insectívoras, o realizarse auto-colonoscopias por falta de voluntarios para someterse a una prueba que permite detectar cánceres de colon incipientes y otras patologías intestinales… todo vale para emular el espíritu de míticos personajes de cómic que inventaron cosas inimaginables, como fueron los Profesores Bacterio y Franz de Copenhague. Pablo Palazón, autor del libro ‘Ciencia idiota’, nos descubre la magia desternillante que atesoran matraces, probetas, embudos y otros artilugios destinados a estimular la mente inquieta -y muy juiciosa, aunque en alguna ocasión pueda parecer lo contrario- de los científicos.
-En el diccionario de la Real Academia Española (RAE), la primera acepción de ‘idiota’ indica que se trata de alguien ‘tonto o corto de entendimiento’. ¿Según tal acepción, hay muchos idiotas en el mundo de la ciencia?
El mundo de la ciencia no es un mundo aparte de nuestra sociedad; si en la sociedad vemos mucho ‘idiota’, lo veremos también entre los científicos. Los profesionales de la ciencia corremos además el riesgo, como expertos en un tema muy particular, de creernos especialmente inteligentes, pero no dejamos de ser ignorantes en una infinidad de temas. En mi opinión, el científico es aquella persona que se ha reconciliado con la palabra ‘ignorante’ y que ya no la ve como peyorativa, sino como algo solucionable. “No sé esto, por lo tanto, tendré que buscar la respuesta”.
-Usted escribe en su libro: «aquí llamo idiota a la ciencia desde el cariño. Porque ser idiota no tiene por qué ser malo, y mucho menos ser sinónimo de ignorante». ¿Así pues, ser idiota o comportarse como tal puede ser incluso algo beneficioso?
En ‘Ciencia idiota’ llamo idiota a la ciencia pero con un cariño y, sobre todo, con un respeto absolutos. Como ese amigo o pareja que hace una tontería con la finalidad de hacer reír a la gente y tu sólo puedes decir “qué idiota eres” con una sonrisa de oreja a oreja.
La mayoría de las investigaciones descritas y comentadas en el libro no tenían como objetivo ni hacer reír ni llamar la atención por disparatadas, sino responder a una pregunta científica muy respetable. Los investigadores que se enfrentaron a esas preguntas tuvieron que hacer aproximaciones inusuales para responderlas, y ahí está la gracia. Yo creo en el poder de la risa como herramienta de innovación y de comunicación. La ciencia que hace reír, pero también pensar, es aquella cuyos artífices han pensado más allá de lo ortodoxo de la ciencia, y por ello han sido muy originales. En este sentido, comportarse como un idiota (en el sentido de no tener miedo a la risa) les ha venido genial y ha sido muy positivo.
-En su obra se lee: «cuando conseguimos dominar el fuego, alguien tuvo que ser el primero en intentar tocarlo y darse cuenta de que quemaba». ¿Ese antepasado que probablemente se quemó, era un investigador, un berzotas o una mezcla entre una cosa y otra?
Toda pregunta científica, por simple o compleja que sea, nace de la inocencia y de la ignorancia, independientemente de si la cuestión es -por poner un ejemplo- saber si una proteína involucrada en un cierto tipo de enfermedad interacciona con otra, o si te preguntas por qué el agua moja. El saber que se nos ha ido transmitiendo tuvo que tener el origen en un protocientífico, quien empíricamente lo comprobó. Tras cientos o miles de años, algunas cosas nos parecen obvias, pero no siempre lo fueron.
Un científico no deja de ser un berzotas con herramientas para enfocar adecuadamente esas preguntas que se plantea.
-A través de anécdotas disparatadas, ‘Ciencia idiota’ permite descubrir que la erudición científica no tiene por qué ser aburrida. ¿A su juicio, cuál es la historia más delirante que aparece en las páginas del manual?
Para el libro seleccioné 40 temáticas que me permitían explicar conceptos complejos de la ciencia de manera divertida. Cuando converso con lectores, cada uno me recalca una historia diferente que le ha hecho reír especialmente, por lo que es difícil elegir una, ya que es algo muy personal.
Una que me hace especialmente gracia es la historia del hámster con jet lag* al que le dieron viagra**. Además, me parece una forma muy útil de hablar de algo tan complejo e importante como el reposicionamiento de fármacos. Unos investigadores argentinos descubrieron que en uno de los mecanismos involucrados en el jet lag -trastorno que sufren a diario cientos de miles de personas- estaba involucrada la proteína fosfodiesterasa-5. A partir de sus pesquisas, se preguntaron si inhibir esa proteína podía llegar a reducir los efectos molestos del cambio rápido de franja horaria. ¡Qué suerte que ya conocían un inhibidor de tal sustancia…! Sí, la viagra.
Indujeron jet lag a unos pequeños hámsters, y a unos les dieron viagra y a otros no y… ¡funcionó! Los que habían tomado viagra retomaron una actividad normal mucho antes que los que no la habían tomado. Seguro que lo último que buscan los que echan mano de la pastillita azul*** es no tener problemas al viajar, pero es un ejemplo perfecto de cómo un fármaco para una patología se puede usar para otra.
*jet lag: desequilibrio producido entre el reloj interno de una persona (que marca los periodos de sueño y vigilia) y el nuevo horario que se establece al viajar largas distancias a través de varias regiones horarias (por ejemplo viajando en avión)
**viagra: fármaco usado para tratar la disfunción eréctil o problemas de erección
***pastillita azul: formato en pastillas de viagra
-¿Hay alguna historia en su libro que, por su extravagancia y absurdidad, merezca entrar en el libro Guinness de los récords?
Hay algunas investigaciones incluidas en el libro que tienen su récord Guinness, como Emily Rosa, que es la persona más joven en publicar un artículo en una revista científica (a los 9 años de edad), o el experimento de la gota de brea, que es el experimento de laboratorio más largo (todavía se está realizando y va camino de los 100 años, calculándose que podría durar 100 años más).
Si tuviese que escoger uno por disparatado sería compartido entre dos, porque son investigaciones complementarias. Una mitad iría para el Dr. Schmidt, que se dejó picar por 78 clases de insectos para hacer un ranking de cuál dolía más (para los curiosos, la avispa y las abejas están en el nivel más bajo de dolor). Y la otra mitad iría para Michael Smith, un científico que se dejó picar por abejas en 25 lugares distintos del cuerpo para determinar en qué parte le dolía más. Si el lector quiere saber dónde se ubican esas zonas, tendrá que averiguarlo en mi libro.
-En ‘Ciencia idiota’ se aborda la “regla de los 5 segundos”, según la cual si una porción de comida cae al suelo y permanece allí menos de 5 segundos o bien 5 segundos pero no más, las bacterias no tienen tiempo de contaminarla. Con su permiso, nos atrevemos a decir que, si hay microorganismos nocivos en el suelo, se transferirán a la comida pase el tiempo que pase, es decir, que no importa si pasa 1 segundo o 2 segundos, o 3, etc… ¿Hemos acertado?
Han acertado completamente. La regla de los 5 segundos es el primer capítulo del libro y sienta un poco las bases de lo que viene después. Una cosa es la ciencia, que dice que las bacterias no esperan un tiempo para asaltar aquello que se te haya caído, y otra cosa es el uso que nosotros hagamos de esa ciencia, hasta incluso ignorarla. Esa regla de los 5 segundos no la aplicamos igual hombres y mujeres, tampoco la aplicamos igual si la comida se nos ha caído a nosotros o a otra persona (o en un restaurante ¿se imaginan?), y por supuesto no la aplicamos igual si se nos ha caído algo que nos gusta mucho o si se cae algo que no nos gusta.
-El Profesor Bacterio, biólogo, es un personaje creado por el gran dibujante Francisco Ibáñez para su serie ‘Mortadelo y Filemón’, mientras que el mítico Profesor Franz de Copenhague formaba parte de la plantilla de celebridades que aparecían en el TBO. ¿En su opinión, los inventos de los Profs. Bacterio y Franz de Copenhague -a menudo cargados de surrealismo- pueden haber inspirado a muchos científicos?
Esos personajes, aunque no fuese su intención, han contribuido a quitar el estigma del científico como un ser huraño y solitario que se dedica a hacer cosas 'oscuras' en una torre aislada. Han enseñado que la ciencia puede ser imaginativa, divertida y dar soluciones a los problemas (creados o inventados) del día a día. Así, inspiran a los niños a jugar inventando diferentes pócimas e inventos disparatados, plantando la semilla de futuros investigadores.
Si la juventud crece identificando a los científicos con unos hombres aburridos y solitarios, nadie querrá ser científico. Necesitamos modelos de lo que realmente son los investigadores, hombres y mujeres diversas a los que les gusta reírse y que aman un trabajo en el que la creatividad es primordial.
-Los Premios AntiNobel o Ig Nobel parodian los famosos Premios Nobel, que son los galardones internacionales que reconocen a personas o instituciones que han realizado descubrimientos importantes o han hecho contribuciones notables a la humanidad. ¿En general, cómo reaccionan los científicos premiados en los AntiNobel o Ig Nobel, se enorgullecen, se lo toman a broma, se enfadan…?
Hay de todo. Por lo general se lo toman bien y entienden que el premio no menosprecia su investigación, sino que resalta la originalidad (divertida) del experimento por su manera de abordar un tema en particular. Un caso muy divertido es el de un médico japonés que investigaba formas de hacer las colonoscopias menos incómodas. Como le costaba encontrar voluntarios para participar en las pruebas, tuvo que realizarlas consigo mismo y describió una forma de auto-colonoscopia (en posición sentada) que era mucho menos incómoda. En su discurso reivindicó que el premio Ig Nobel estaba muy bien, pero que él todavía esperaba la llamada del comité de los Nobel, porque su investigación podría salvar miles de vidas al reducir el rechazo de los pacientes a dicha prueba.
-¿‘Ciencia idiota’ es para amantes de la ciencia que quieren cachondearse de sí mismos, es para frikis, o bien va dirigido a gente muy seria?
Si alguien busca una obra de ciencia al uso, densa y sobria, creo que ‘Ciencia idiota’ no es su libro. ‘Ciencia Idiota’ es casi un libro de humor más que de ciencia. Busca la risa y, de paso, dar alguna pincelada de conceptos científicos.
El amante del saber científico que quiere divertirse a base de sonrisas y carcajadas lo va a disfrutar mucho, pero también lo va a disfrutar muchísimo aquella persona que nunca compraría un libro de ciencia pero a la que sí le gusta reírse y de paso aprender. Para mí, una de las mayores satisfacciones que he tenido fue cuando se me acercó una panadera durante una presentación y me reveló que 'Ciencia idiota' era el primer libro de ciencia que había leído… y el resultado fue que le había encantado. La ciencia es demasiado bonita como para reservarla únicamente a un reducido grupo de personas.
-Confiese… ¿usted, que es inmunólogo, ha tenido la tentación de hacer alguna idiotez científica?
Tentaciones muchas, pero nunca he llegado a poder hacer algún experimento “idiota”. Mi directora de tesis me decía que, como supervisora, no tenía por qué saber siempre los experimentos que yo estaba haciendo, ni tan siquiera si se salían del “plan” que teníamos (eso sí, siempre y cuando mis pruebas no comportasen dejar de lado el resto del programa de investigación). De ahí creo que viene la creatividad, de poder seguir una línea experimental sin miedo a que alguien te diga: ‘¿Qué haces? ¡Deja eso!’.
No descarto hacerlos en un futuro, quizás acabe haciéndolos tarde o temprano… ¿darán para una segunda parte de ‘Ciencia idiota’?