Antony Beevor, autor del libro 'Rusia. Revolución y guerra civil 1917-1921' (Crítica): Antony Beevor, educado en Winchester y Sandhurst, fue oficial regular del ejército británico. Abandonó el ejército tras cinco años de servicio y se trasladó a París, donde escribió su primera novela. Sus ensayos, traducidos a más de treinta idiomas y publicados en castellano por Crítica, han sido galardonados con varios premios, especialmente ‘Stalingrado’ (2000), merecedor del Samuel Johnson Prize, el Wolfson History Prize y el Hawthornden Prize, y ‘Berlín. La caída, 1945’ (2002). Otras obras del autor son ‘La batalla de Creta’ (2002), ganadora del Runciman Prize, ‘París después de la liberación (1944-1949)’ (2003), ‘El misterio de Olga Chejova’ (2004), ‘La guerra civil española’ (2005), ‘Un escritor en guerra. Vassili Grossman en el ejército ruso, 1944-1945’ (2006) y ‘El Día D. La batalla de Normandía’ (2009).
Redacción Farmacosalud.com
Miedo, miedo y más miedo… para Antony Beevor, autor del libro 'Rusia. Revolución y guerra civil 1917-1921', el miedo está profundamente enraizado en la sociedad rusa. A su entender, el yugo del terror fue uno de los catalizadores del movimiento revolucionario y del enfrentamiento armado que cambiarían tanto la historia de este país como la del resto del mundo. Revisando los estudios más actualizados y buceando en los archivos, Beevor realiza una narración en la que transmite el conflicto a través de los ojos de todos sus protagonistas, desde el trabajador en las calles de Petrogrado hasta el oficial de caballería en el campo de batalla, pasando por la mujer médico en un hospital improvisado.
‘¡Abajo los Románov!’
Era evidente que, allá por 1917, el colapso del régimen zarista de los Románov traería consecuencias. De hecho, en relación al zar Nicolás II, en el libro se puede leer: «Incluso cuando un kadete anunció, desde la galería del Salón de Catalina, que el zar abdicaba a favor de su hijo Alekséi, una oleada de indignación recorrió la sala (según dejó constancia un futuro líder bolchevique): ‘En vez del grito entusiasta, el ‘¡Hurra!’ con el que el portavoz kadete probablemente contaba, de la garganta de cientos de soldados emergió una protesta unánime: ‘¡Abajo los Románov! ¡Larga vida a la república democrática!’».
¿Por qué se llegó a ese extremo de resentimiento popular hacia la dinastía Románov y contra Nicolás II? ¿Quizás por la participación rusa en la Primera Guerra Mundial y el enorme castigo que este conflicto armado supuso para la población? “La narrativa sobre la revolución siempre se ha escrito en términos políticos más que en términos humanos -contesta Beevor-. No se estudia nunca lo que realmente significó para la gente, es el análisis más complicado. Esta revolución fue sin duda el conflicto más influyente del siglo XX porque, efectivamente, fue el que convirtió los horrores y los resentimientos de la Primera Guerra Mundial en la polarización entre fascistas y comunistas”.
“La Primera Guerra Mundial fue la catástrofe original del siglo XX, por supuesto, pero la Guerra Civil Rusa fue probablemente el conflicto más influyente del periodo. El choque entre derecha e izquierda, que luego mutó en el enfrentamiento entre comunistas y fascistas en posteriores conflictos, como la Guerra Civil Española, acabó llevándose por delante la democracia y el liberalismo en buena parte del continente y generó todo ese odio y miedo que se manifestaron luego en la Segunda Guerra Mundial, y de los que aún hoy podemos ver los efectos”, agrega el escritor.
Alekséi Románov fue el último zarévich (heredero del trono) del Imperio Ruso. Tras el estallido revolucionario de 1917, murió fusilado junto a su familia -incluido el Zar- el 17 de julio de 1918.
“Lenin llegó al poder basando su discurso en tres mentiras”
A juicio de Beevor, Lenin, el que fuera líder de la Revolución de Octubre de 1917 perpetrada por los bolcheviques (fracción del partido obrero ruso), era algo así como una especie de ocultista de la verdad. Así lo manifiesta en su obra: «En su determinación por hacerse con el poder total para los bolcheviques, Lenin no cometió el error de desvelar cómo sería la sociedad comunista. Todo el poder estatal y la propiedad privada, afirmó, se transferiría a manos de los sóviets o consejos de los trabajadores, como si éstos fueran a gozar de una plena independencia, en lugar de ser las marionetas de los líderes bolcheviques […] Lenin estaba convencido de que para hacerse con el poder absoluto habría que pasar por una guerra civil, pero procuraba guardar silencio sobre el genocidio de clase que se iba a producir».
“Lenin llegó al poder basando su discurso en tres mentiras fundamentales: diciendo a los campesinos que controlarían ellos la tierra; a los trabajadores de las fábricas que se transferiría el poder a los sóviets, pero no que serían controlados por el partido, y a los soldados prometiéndoles paz, pero en el fondo cambiándoles una guerra imperialista por una guerra civil internacional. Nada que ver con la realidad, por tanto”, señala el autor del libro en declaraciones a www.farmacosalud.com.
Tras la Revolución de Febrero de 1917 (primera etapa de la Revolución Rusa y precedente de la Revolución de Octubre de 1917), toda la estructura del Estado zarista se había derrumbado. “La policía se había disuelto, las unidades del ejército eran neutrales o se mostraban apáticas, y en el campo, los representantes en las aldeas de la autoridad imperial habían sido perseguidos o eliminados. El Gobierno provisional y el Sóviet de Petrogrado tuvieron que trabajar para evitar el colapso absoluto. Es posible que los liberales fueran demasiado naïfs permitiendo el retorno de Lenin (y también de Trotski), pero formaba parte de su optimismo. Ansiaban la libertad: querían que Rusia fuera el país más libre del mundo. No eran capaces de tomarse en serio los planes de Lenin de firmar una paz en solitario con los alemanes, pensaban que era una locura; o abolir las fuerzas militares y los bancos para darle la vuelta a la sociedad rusa. Por eso subestimaron a Lenin, hasta que fue demasiado tarde. Y Lenin supo aprovecharlo. No cumplió nada. El poder y la propiedad se los quedaron los sóviets, que estaban controlados desde arriba, y el comunismo se convirtió en una guerra civil internacional. Pero nadie protestó por miedo”, apunta Beevor.
El caso es que estalló la Guerra Civil Rusa, la que enfrentó al nuevo gobierno bolchevique y su Ejército Rojo contra el movimiento Blanco, formado por zaristas y otros grupos contrarios a la corriente bolchevique. En paralelo, en 1918 Rusia firmaba su retirada de la Primera Guerra Mundial.
El triunfo del Ejército Rojo con el que finalizó el conflicto armado ruso dio paso posteriormente a la creación de la Unión Soviética (URSS), cuyo tutela recayó en el Partido Comunista.
“Muchos subestimaron a Stalin. Igual que a Hitler”
«Stalin era autodidacta y tenía claro que otras figuras de la revolución le despreciaban, desde el punto de vista intelectual», escribe el ensayista y novelista sobre el líder que, en 1922, empezó a acumular poderes y que a la postre se convertiría en el máximo mandatario de la Unión Soviética tras la Revolución Rusa. “Muchos subestimaron a Stalin. Igual que a Hitler -refiere Beevor-. Los que se reunieron con él durante la guerra, como Churchill, se dieron cuenta pronto de lo inteligente que era y también de que, probablemente, lo habían subestimado en el pasado”.
“Desde el siglo XIII, Rusia siempre ha tenido la obsesión de estar rodeada, pero también ha mantenido la idea de que el terror y la crueldad son un arma de guerra esencial. Ahora en Ucrania vemos, por ejemplo, la forma en que los cuerpos de los propios soldados rusos están siendo tratados: enterrados o quemados con el fin de reducir el número de víctimas. Esto es sólo un ejemplo de lo que aprendió Stalin de la propia cultura rusa y la revolución; la idea de que el soldado individual no cuenta para nada y de que son ‘pequeños engranajes de la máquina’. Así lo compartió durante el discurso de la victoria y esto se remonta a las dos guerras mundiales y la guerra civil”, sostiene Beevor.
“Cuando Stalin confesó siete millones de muertes, sabiendo que habían sido al menos 20 millones (hoy sabemos que la cifra probablemente esté más cerca de los 26 millones), era pura estrategia. Cuando las multitudes lloraron la muerte de Stalin -incluso aquellos que habían sufrido el gulag o habían perdido a muchos de sus familiares-, uno de los elementos vigentes que explicaba aquel duelo era el miedo a la guerra civil, y ese miedo volvió a manifestarse tras la caída de la URSS. Es un temor profundamente enraizado en la sociedad rusa… todo un éxito de sus ejecutores”, asevera.
‘Quitar los guantes’: arrancar la piel de las manos después de ser sumergidas en agua hirviendo
Lógicamente, en la nueva obra de Beevor también se habla de la Checa (Inteligencia política y militar soviética): «Lenin autorizó a la Checa a torturar y asesinar, sin juicio ni supervisión judicial. Cuando las causas se acumularon, a los chequistas les resultó más rápido y más fácil condenar a muerte a todos los prisioneros que investigar en todos los asuntos abiertos […] Los métodos de tortura a los que recurrían solo pueden calificarse de medievales. A la gente le ‘quitaban los guantes’, es decir, le arrancaban la piel de las manos después de sumergírselas en agua hirviendo; se hacían cinturones con las tiras de piel que les arrancaban de la espalda; rompían los huesos, torturaban con fuego».
De acuerdo con el escritor, “Lenin era despiadado y tenía ideas muy claras y muy extremas, por eso muchos bolcheviques no lo tomaron en serio hasta que fue demasiado tarde. Para Lenin la violencia era clave para alcanzar el poder: buscaba una destrucción total del pasado, de todo el pasado, que hiciera imposible un retorno al régimen anterior. Pero también operaron otras circunstancias en todo el proceso, y el modo en que los rusos se perciben a sí mismos desde hace siglos es una de ellas. Goebbels solía decir que el odio no es suficiente para manipular a las masas… hace falta sembrar en ellas el miedo más extremo. El terror es la mejor arma de guerra que existe. Fue la mecha que propulsó la Guerra Civil Rusa y también lo que dio firmeza al régimen soviético y permitió las tres mentiras sobre las que se sustentó”.
“David Aaronovitch escribía hace unas semanas en ‘The Times’ un artículo en el que sostenía que ese salvajismo está grabado a fuego en el alma rusa. Hay que tener mucho cuidado a la hora de hablar de trazos intrínsecos nacionales, no son reales, pero sí hay elementos en la narrativa y en la imagen que tiene cada país de sí mismo que ayudan a entenderlos. Y esto es algo que sucede en Rusia, ya que el horror de la Guerra Civil Rusa no tiene parangón. Soy incapaz de encontrarle un sentido a aquel grado de crueldad y barbarie. Hay inabarcable literatura sobre los atroces crímenes nazis en la Segunda Guerra, pero no se habla lo suficiente del brutal sadismo que hubo en la Checa. La revolución fue también decisiva para fijar el marco de la violencia más brutal que podía llegar a aplicarse en una guerra, y de esto tomaron buena nota los nazis”, revela Beevor.
“Tanto los blancos como los rojos cometieron tantas atrocidades…”
Está claro que en 'Rusia. Revolución y guerra civil 1917-1921' se explican cosas terribles sobre este movimiento revolucionario y el subsiguiente conflicto armado. De todos modos, uno se pregunta qué cosas buenas o aspectos positivos aportaría la Revolución Rusa… “La guerra civil fue tan intensa y cruel que es difícil responder -indica el autor del libro-. No hubo mucha humanidad en ninguno de los bandos y el deber del historiador es tratar de retratar las cosas con la mayor precisión posible y dejar los juicios morales al lector... tanto los blancos como los rojos cometieron tantas atrocidades que realmente no quedaba nada de humanidad. Se crearon mitos muy poderosos porque la propaganda soviética fue muy inteligente en la forma en que los fomentó. La imagen que tiene la gente del asalto al Palacio de Invierno* es falsa, por ejemplo. No tiene nada que ver con la realidad”.
“En la Revolución de Febrero los bolcheviques no jugaron ningún papel. No esperaban aquella primera revuelta. Stalin estaba en Siberia y Lenin se encontraba en Zúrich con Trotsky. Nadie lo esperaba. Aquello fue, en cierto modo, la verdadera revolución, porque significó el derrocamiento del antiguo régimen”, subraya Beevor.
*Palacio de Invierno: residencia de los zares