Arnold Van de Laar, autor del libro ‘El arte del bisturí’ (Salamandra): Arnold van de Laar (Bolduque, Holanda, 1969) estudió Medicina en la universidad belga de Lovaina y trabajó como cirujano jefe en la isla caribeña de San Martín. Especializado en cirugía laparoscópica, ejerce en el Hospital Slotervaart de Ámsterdam, ciudad en la que vive con su mujer y sus dos hijos, y por la que, como buen holandés, se mueve en bicicleta. Los derechos de traducción de ‘El arte del bisturí’, su primer libro, se han vendido a más de una decena de idiomas.
Redacción Farmacosalud.com
El cirujano Arnold van de Laar disecciona en su libro el devenir de la cirugía poniendo sobre la mesa de operaciones varias intervenciones que pasaron a la historia por su marcado interés no solamente quirúrgico, sino también humano. En este quirófano en el que se usa tinta en lugar de anestesia, Van de Laar aborda, entre otros relatos, la auto-extracción de un cálculo en la vejiga realizada por un herrero holandés en el siglo XVII, la operación a Juan Pablo II tras el atentado que sufrió en 1981, la asistencia en Urgencias al presidente Kennedy tras el tiroteo que acabaría en magnicidio… ‘El arte del bisturí’ es una mirada amena, instructiva y estremecedora -eso sí, realizada con precisión quirúrgica, y nunca mejor dicho- sobre los procedimientos y la filosofía de quienes cortan para curar.
Menos es más
En los tiempos modernos, tendemos a pensar que siempre quedan cosas por inventar (eso es totalmente cierto), pero lo que no sabemos es que algunas cosas que pensamos que son novedosas no son más que una versión actualizada de añejas ideas. Por ejemplo, la actual cirugía mínimamente invasiva limita el tamaño de las incisiones con el fin de lograr que el paciente sufra menos dolor, reducir el tiempo de su recuperación y generar un menor riesgo de complicaciones postquirúrgicas. Pues bien, el concepto de dar grandes saltos mediante pequeños pasos en el arte de curar ya lo sabían en la antigua Grecia por obra y gracia del honorable Hipócrates (460 a. C.- 370 a. C.), considerado como el ‘padre de la medicina’.
Van de Laar le rinde tributo del siguiente modo: «Por fin, la cirugía hunde cada vez más sus raíces en evidencias. Curiosamente, al aproximarnos a la cirugía con el método científico resulta cada vez más obvio que menos es más: a menudo, una incisión más pequeña, una operación más breve o un medicamento en lugar del bisturí logran mejores resultados que las grandes operaciones en las que antaño se creía a pies juntillas. Así resulta que hemos de darle la razón al viejo Hipócrates: hay que arreglar todo lo que pueda arreglarse, con la mínima intervención posible».
«Hace veinticuatro siglos, Hipócrates, el padre de la medicina, ya recomendaba no someter a un enfermo a la incertidumbre de una operación: su lema era que el médico no debía empeorar el estado del paciente bajo ningún concepto. Hasta la invención de la anestesia, en 1846, los cirujanos sabían de sobra que los pacientes estaban de acuerdo con Hipócrates; podemos suponer que los gritos y pataleos lo dejaban perfectamente claro», escribe el cirujano holandés.
«La historia de mi profesión se puede explicar desde dos perspectivas: una, épica, llena de actos heroicos de grandes cirujanos que plantan cara a circunstancias adversas; la otra, un relato de sus pacientes, cuya vida o muerte a veces se dirime en la mesa de operaciones. Este libro trata sobre pacientes famosos sometidos a operaciones famosas, y también sobre cirujanos célebres. Al parecer, las impactantes historias de terror de antiguos quirófanos, las explicaciones médicas y las vidas de estos pacientes despiertan interés a lo largo y ancho del mundo».
Jan de Doot, o el superviviente autodidacta
No resulta extraño que esas historias llamen la atención. Algunas son, realmente, escalofriantes. Una de ellas es la que narra la odisea del herrero de Ámsterdam Jan de Doot, quien en el siglo XVII se extirpó a sí mismo una piedra en la vejiga. Anteriormente, este hombre se había sometido a dos operaciones de lo que por aquel entonces se conocía como litotomía (literalmente, ‘cortar piedra’. «En aquella época, la mortalidad de esta intervención (es decir, las posibilidades de morir en ella) era del 40 por ciento y entre los instrumentos quirúrgicos esenciales en este caso figuraba un buen caballo, fiable y rápido, para salir huyendo al galope si el paciente moría y antes de que la familia viniese a pedir explicaciones. De ahí que la litotomía fuera una profesión ambulante, como la de sacamuelas o la cirugía de cataratas. La ventaja de esa existencia nómada consistía en que en todos los pueblos había algún pobre desgraciado pasándolo tan mal que estaba dispuesto a correr el riesgo y encima pagar por la operación», se puede leer en ‘El arte del bisturí’.
Desde luego, lo de recurrir al término de ‘matasanos’ para describir a algunos de los médicos -o presuntos médicos- que corrían por ahí es algo perfectamente comprensible a la luz de tan inquietantes circunstancias. Este ambiente ya se retrata, de algún modo, en la novela ‘El médico’, del escritor estadounidense Noah Gordon, cuyas páginas dedican una buena parte de la narración a las peripecias de un barbero-cirujano-malabarista y de su aprendiz en la Inglaterra del siglo XI, en plena Edad Media.
El caso es que el herrero De Doot había sobrevivido dos veces a una operación que entrañaba un riesgo de muerte del 40% en cada una de las intervenciones. Nos permitirán ahorrarnos las explicaciones del libro en las que se detallan los dos tipos de litotomía que había en la época, puesto que el estómago que hay que tener para comprender en toda su magnitud tal carnicería es mejor reservarlo para conocer los pormenores de la tremebunda auto-cirugía de De Doot. Este buen hombre se valió de un cuchillo que se había diseñado él mismo -está muy claro, era un autodidacta para todo tipo de menesteres- y, sin decir nada a su esposa, se practicó varias incisiones, metió los dedos dentro de la herida y, al final, acabó sacando de su propio cuerpo la piedra, cuyo tamaño…¡superaba las dimensiones de un huevo de gallina!
El intento desesperado por salvar a Kennedy
Otra de las intervenciones que aparecen en ‘El arte del bisturí’ se centra en los últimos momentos de vida del presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, asesinado a tiros en 1963. Fue Charles Carrico, un residente de cirugía de segundo año, quien se encargó de atender a Kennedy en un hospital de Dallas. Carrico hizo todo lo que pudo ante un moribundo que apenas respiraba y que se agitaba en movimientos lentos y espasmódicos: «¡Se ahoga! Carrico le introduce de inmediato un tubo de respiración por la boca. Con un laringoscopio, un instrumento en forma de gancho con una luz, accede hasta el final del paladar, aparta la lengua y abre la garganta al máximo, hasta que consigue ver la epiglotis. Con un poco de suerte, podrá ver debajo las cuerdas vocales y pasar el tubo de plástico por en medio. Lo primero es que el aire llegue a los pulmones, ya se ocupará después del resto […] Como todo el mundo sabe, el paciente no sobrevivió: murió en ese mismo escenario», escribe Van de Laar.
Hasta un total de 29 operaciones célebres son descritas por este cirujano y escritor en un libro que no es más que un repaso exhaustivo y concienzudo a algunos de los momentos más estelares de la historia de la cirugía. Un postoperatorio realmente ilustrado, digno de ser leído.