Redacción Farmacosalud.com
“En todo el sistema de salud tenemos conciencia de que las ganadas y necesitadas vacaciones del personal sanitario deberán concentrarse en verano para poder tener todos los recursos humanos disponibles por si, cuando empiece a venir el descenso de temperaturas en otoño, se produce una segunda oleada de la epidemia. No podemos descartar que, aunque circunscrito, haya un rebrote de COVID”, comenta el presidente del Col·legi de Metges de Barcelona (COMB) [Colegio de Médicos de Barcelona], el Dr. Jaume Padrós. Y es que todo parece indicar que el coronavirus causante del COVID-19 es menos transmisible durante los meses más cálidos, por lo que esa sería la época ideal para concentrar el descanso de los facultativos.
Con respecto a la alta mortalidad por coronavirus registrada en personas de edad avanzada, muchas de ellas residentes en centros geriátricos, el Dr. Padrós matiza que “la gran mayoría de pacientes geriátricos que han tenido el COVID no han muerto”. Así pues, a diferencia de lo que se suele pensar, ser anciano y contagiarse por coronavirus no tiene por qué ser sinónimo de defunción en la mayor parte de los casos. Sea como fuere, el presidente del COMB aboga por remodelar el sistema asistencial de las residencias de la Tercera Edad con el fin de realizar un “abordaje más integral” de la salud de sus usuarios, algo que podría conseguirse con un modelo que pivotara “más sobre el eje sanitario”. Padrós, asimismo, no ahorra críticas hacia la Administración por las condiciones en las que los profesionales sanitarios tuvieron que trabajar al inicio de la pandemia: “El COVID ha puesto en evidencia reclamaciones que llevábamos años poniendo sobre la mesa y que el conjunto de la clase política desatendía. Yo creo que la sociedad se ha quedado con el estribillo de que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo porque los resultados en salud así lo indican, pero olvidamos que esto se ha hecho y se hace a cuesta del compromiso de los profesionales”.
-¿En líneas generales, cómo está afrontando la clase médica y la sanidad la desescalada frente al coronavirus?
Con sensaciones distintas. Por un lado, con una gran sensación de cansancio físico-mental-emocional… hemos vivido dos meses de una intensidad muy grande. Podemos decir que no estábamos preparados para esta crisis, la gestión de recursos era limitada. A los médicos nos daba pavor que esa limitación de recursos pudiera repercutir sobre los pacientes, sobre todo inicialmente, cuando también faltaban Equipos de Protección Individual, lo que dejaba a los profesionales de la salud en una situación de vulnerabilidad muy grande… Todo esto se ha vivido de una forma muy intensa y en poco tiempo, y obviamente hemos vivido situaciones de una enorme dureza teniendo en cuenta que estamos ante una pandemia provocada por un virus que, aparte de todos sus elementos patológicos, conlleva una situación de aislamiento, y por tanto de deshumanización de las relaciones (los pacientes deben estar aislados, la gente estaba confinada en casa, etc). La separación de esos pacientes con respecto a sus familias ha comportado la conducción de situaciones graves desde la soledad y la solitud. Gestionar todo ello, lógicamente, ha causado una gran merma.
Por otro lado, es obvio que también hay una sensación de alivio porque esta fase ya ha pasado y ahora estamos ante una situación nueva, aunque también tensa, porque debemos gestionar un tipo de incertidumbre distinta y con la sobrecarga añadida de tener que reiniciar todas aquellas actividades que han quedado pospuestas por culpa del coronavirus. En estos últimos meses el sistema sanitario, excepto en casos graves muy específicos -en el ámbito oncológico, vascular y neurológico- se ha centrado única y exclusivamente en el COVID-19. Y claro, el sistema sanitario debe normalizarse. Y luego está el concepto de la presión ambiental; por eso pedimos mucha comprensión a la población y a los responsables políticos -tanto del Gobierno como de la oposición- para que entiendan que el retorno a esa actividad programada, a esa ‘normalidad’, va a tardar mucho tiempo.
Además, no podemos dejar de pensar que en el horizonte tenemos la amenaza, como ocurre en muchas otras epidemias, de un rebrote. Naturalmente, si no preparamos al sistema sanitario y al país para esa eventual vuelta de la epidemia, pues no vamos a poderlo resistir. Nosotros somos muy conscientes de que el Sistema ha aguantado no por los recursos que se le han destinado -al final ha habido recursos pero tenemos un Sistema muy frágil al que se ha tratado muy mal en los últimos años-, sino por el compromiso de los profesionales, que han dado el 200%. Pero, tal y como están evolucionando los datos, parece que actualmente el virus ha dejado, ni que sea provisionalmente, de tener esa virulencia y sobre todo esa presencia.
En todo el sistema de salud tenemos conciencia de que las ganadas y necesitadas vacaciones del personal sanitario deberán concentrarse en verano para poder tener todos los recursos humanos disponibles por si, cuando empiece a venir el descenso de temperaturas en otoño, se produce una segunda oleada de la epidemia. No podemos descartar que, aunque circunscrito, haya un rebrote de COVID. Las medidas de higiene y de seguridad entre la población deben mantenerse. Afrontar una segunda oleada del coronavirus en las condiciones que hemos encarado la primera sería un auténtico desastre.
-Se dice que el descenso en los contagios propiciado por el confinamiento domiciliario ha disminuido la presión asistencial en centros de salud y hospitales. ¿De todos modos, todavía hay personal médico y sanitario de baja por COVID-19, habiendo por lo tanto menos médicos disponibles para atender a los pacientes?
No, yo diría que ahora este no es el problema más importante. Claro que hay personal de baja, pero digamos que la gran mayoría del cuerpo facultativo de los centros sanitarios está al completo. Lo de las bajas fue un problema muy importante en según qué ámbitos, sobre todo en los ámbitos comunitarios, en pequeños hospitales, en centros de Atención Primaria, en residencias, en centros sociosanitarios… al principio sí que hubo un contagio muy importante de profesionales. De hecho, en Cataluña 10 médicos en activo han perdido la vida por culpa del COVID-19. Asimismo, hay que recordar que los profesionales sanitarios tenían pavor a volver a casa y contagiar a sus familias.
Ya sea porque las medidas de protección se han garantizado muchísimo más, ya sea también porque la presión asistencial ha disminuido y parece que la agresividad del virus -al menos su presencia- se ha reducido, el nivel de contagio ha disminuido.
-Luego están los profesionales que arrastran una pesada ‘mochila’ física y psicológica derivada de la fase más dura de la pandemia… ¿cómo incidirá todo eso en la calidad asistencial?
Yo espero que no incida. Por eso, insisto en que son necesarias unas vacaciones. Los profesionales sanitarios en estos momentos lo que necesitan, sobre todo los que han estado en primera y segunda línea, es un descanso.
-¿Han detectado si entre los profesionales de la medicina se están dando casos de estrés postraumático derivado de la crisis por el COVID-19?
Hay muchos profesionales que están siendo atendidos por el servicio de apoyo psicológico que nosotros abrimos desde el primer momento para poder atender las repercusiones asociadas a la pandemia, entre las que se encuentra el estrés postraumático. A veces me pregunto si el hecho de no haber expuesto demasiado esas situaciones a la población las ha hecho menos permeables al conocimiento. Por todo ello, digamos que nos indigna y nos entristece ver la banalización del comportamiento de algunos conciudadanos respecto al desconfinamiento.
Con todo, el comportamiento de la ciudadanía durante la cuarentena ha sido, en general, ejemplar, y eso es lo que ha permitido que estemos como estamos ahora, cuando hemos podido bajar esa primera onda epidémica, si bien con muchos estragos, con muchas consecuencias. Pero, repito, no podemos relajar las medidas anticontagio. Ahora mismo, con el desconfinamiento, se ven comportamientos que nos ponen en riesgo a todos. Yo creo que la gente quiere acelerar mucho… todos querríamos poder abrazar y besar a las personas que queremos y estar cerca de la gente porque somos seres por definición sociables, pero creo que hay que ir paso a paso.
-Tal y como se ha apuntado anteriormente, durante la fase más crítica del COVID-19 se han ‘aparcado’ tratamientos y consultas sobre patologías no urgentes. ¿Cómo hay que encarar todo ello ahora, durante la desescalada?
Habría que ver caso por caso. El COVID ha puesto en evidencia reclamaciones que llevábamos años poniendo sobre la mesa y que el conjunto de la clase política desatendía. Yo creo que la sociedad se ha quedado con el estribillo de que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo porque los resultados en salud así lo indican, pero olvidamos que esto se ha hecho y se hace a cuesta del compromiso de los profesionales. Tenemos situaciones de precariedad, sobre todo si se habla de médicos jóvenes, que son inasumibles. Tenemos un sistema retributivo que está a la cola de la Unión Europea, igual que el dinero que se dedica a sanidad. La misma Comisión Europea hace unos días dio un toque a atención al Estado español sobre la necesidad de invertir mucho más en sanidad, por ser un ámbito francamente descuidado en inversiones.
La vuelta a esa ‘normalidad’, claro está, dependerá mucho de cada especialidad. Hay actos asistenciales que requieren ser presenciales, mientras que otros pueden ser complementados con la telemedicina y las teleconsultas. Estas opciones tecnológicas abren muchas posibilidades en la fase en la que estamos ahora, y también de cara al futuro. Seguramente, hay segundas visitas o terceras visitas que podrían realizarse de manera telemática, lo que permitiría ahorrarnos tener que hacerlas presencialmente, y ello, en conjunto, podría dar lugar a un aumento de la productividad asistencial.
Ahora bien, la instauración de la vía telemática nos obliga a establecer directrices desde un punto de vista no solamente biomédico, sino también ético-legal. ¿Por qué? Pues porque hay diagnósticos y apreciaciones sobre el estado de los pacientes que no pueden ser sustituidos por la telemedicina. A pesar de que yo defiendo que hay que profundizar mucho más en ese instrumento tecnológico, también digo que deben definirse bien sus indicaciones porque hay procesos que no pueden ser sustituidos. Hay muchos pacientes que necesitan controles de sus enfermedades y que requieren visitas presenciales, visitas que estos últimos meses se han demorado por culpa del COVID.
-Parece claro, pues, que la pandemia va a permitir a la telemedicina dar el salto definitivo para su consolidación como método de consulta al no haber proximidad física, que es el principal riesgo de contagio por coronavirus.
Yo estoy convencido de que debe ser así…. Y de que será así. Estamos ante una evidencia: la telemedicina ha venido para quedarse y tiene un campo de desarrollo grandísimo. Y ha sido, puede ser, y será, un complemento magnífico para el seguimiento de muchos pacientes. Sin ser telemedicina, uno de los elementos que han paliado en gran medida la crisis emocional originada por el COVID ha sido el uso de tablets para comunicar a los pacientes con sus familiares. Todo esto ha venido para quedarse, pero si queremos hacer las cosas bien tenemos que poner normas. La telemedicina nos va a ayudar muchísimo, es un instrumento que ya ha demostrado que funciona, pero al mismo tiempo hay que definir muy bien sus indicaciones. Hay que extenderla, hay que apostar e invertir en ella, pero en paralelo hay que marcar también los márgenes porque estamos hablando de relaciones asistenciales en las que hay situaciones donde la telemedicina no puede sustituir la visita presencial.
-Sin lugar a dudas, los centros y residencias geriátricas han sido los grandes afectados por la pandemia, vistos los altos porcentajes de mortalidad registrados entre la población anciana que habita en dichos equipamientos. ¿Qué debería cambiar en los geriátricos? ¿Se debería propiciar que los médicos tuvieran un papel más activo y más poder de decisión a la hora de prevenir y actuar en esos espacios, a fin de poder plantar cara a crisis como la del coronavirus?
Seguro que sí. En el tema de la atención a los pacientes geriátricos hay que hacer un debate muy sereno para poder calibrar bien los datos que tenemos. En primer lugar, debo decir que la gran mayoría de pacientes geriátricos que han tenido el COVID no han muerto. O sea, que se han hecho titulares en medios que muchas veces no se corresponden exactamente con la realidad.
En segundo lugar, cabe destacar que España es uno de los tres países del planeta con la esperanza de vida más alta. Tenemos una población envejecida, y el coronavirus tiene una especial afinidad por la población envejecida; si además es una población con pluripatología y está en espacios comunitarios concentrados, entonces el virus tiene un campo abonado extraordinario. Este problema incide en países de todo el mundo. Por ejemplo, Suecia tenía unas cifras muy satisfactorias desde el punto de vista de contención de la enfermedad, pero se les ha disparado la mortalidad por el tema de los geriátricos. Esta sería una característica común asociada no únicamente al coronavirus, sino que también nos pasa cada año -y algunos años de una forma también muy cruel- con las epidemias de gripe.
Otro tema que quiero abordar es el relativo al modelo sociosanitario, que no existe en España, excepto en Cataluña. A veces se ponen etiquetas de ‘sociosanitario’, pero el único lugar donde hay una separación entre lo que es hospital de agudos y mundo residencial es en Cataluña, donde hay un modelo sociosanitario con centros que no son residenciales, sino que son centros sanitarios… tienen un componente social, pero son básicamente sanitarios. Pero ahí también ha habido una especial incidencia del COVID, que ha sido realmente dramática. Aquí hay que hacer revisión y autocrítica desde el punto de vista sanitario, en el sentido de que todo este conjunto de centros no estaba preparado para una epidemia de este tipo. En el campo de residenciales esto se hace especialmente subrayable porque, en origen, los centros residenciales tienen una concepción social, son equipamientos sustitutorios del hogar, con lo cual el componente sanitario tiene poca incidencia o ha tenido históricamente poca incidencia.
Con la aplicación de la ley de Dependencia, las residencias geriátricas han visto como iba incrementándose el perfil de personas frágiles, personas dependientes, personas con pluripatologías… Todo ello hace evidente que la concepción de este conjunto de equipamientos debe tener un peso más sanitario que social. Es decir, no digo que no deba haber un componente social, tampoco podemos convertir los geriátricos en hospitales… entre otras cosas, porque aparte de que sería inadecuado desde el punto de vista de las personas ingresadas, desde el punto de vista económico sería absolutamente inasumible. Pero es cierto que concebir los equipamientos residenciales sólo como equipamientos sociales ha quedado obsoleto. Así que, aquí, tienen una importancia muy grande no los médicos, sino los profesionales de Enfermería, que tendrían un papel fundamental. Con todos estos elementos en la mano, coincido con la orientación de la pregunta que usted formula: es necesario dar un abordaje más integral, pivotando más sobre el eje sanitario. ¿Por qué? Porque el perfil de los usuarios de las residencias ahora no dista mucho del perfil de los usuarios del ámbito sociosanitario. Eso significa que a la sociedad hay que explicarle que dar una respuesta más sanitarizada quiere decir también invertir más recursos.
-¿Es usted partidario de ir con mascarilla por la calle como medida obligatoria, haya o no 2 metros de distancia de seguridad entre personas?
Mi opinión, compartida también por otros expertos, es que el comportamiento fundamental de prevención es el mantenimiento de la distancia, ya que la mascarilla lo que hace es reforzar ese elemento de seguridad. Las mascarillas por sí solas no garantizan nada. La distancia de seguridad y una buena y constante higiene de manos y de superficies es lo que deberíamos mantener. ¿Mascarilla por la calle? Hombre, si uno mantiene la distancia y está solo, no tiene mucho sentido llevarla. Ahora bien, andando por la calle uno no puede ir poniéndosela y quitándosela, no es recomendable. Yo le veo un efecto positivo al hecho de llevar la mascarilla por la vía pública: no se baja la guardia cuando se entra, por ejemplo, en una tienda para comprar, dado que ya se lleva puesta y no hay que manipularla una y otra vez.
A la hora de hacer recomendaciones, yo tiendo siempre a simplificar al máximo y dar cuatro normas básicas, que son las que tienen que funcionar. Es obvio que no podemos ni vamos a crear un ambiente ‘quirófano’ en la calle y en nuestra vida, únicamente adoptamos medidas preventivas que nos alejan de un contagio generalizado. No obstante, debemos recordar que si el virus volviera a propagarse con fuerza, tendríamos que confinarnos de nuevo. Por lo tanto, durante un tiempo, y hasta que no haya una solución definitiva o este virus o epidemia se vayan, este nivel de prevención (mantenimiento de la distancia social, refuerzo con la mascarilla, higiene de manos, ventilación de espacios y desinfección de superficies) continúa siendo básico.
-¿La crisis del coronavirus favorece, perjudica o deja igual a las pseudoterapias y pseudociencia?
Yo creo que pone en evidencia no solamente el fiasco, sino también la estafa moral cuando no económica de los que preconizan teorías absolutamente pintorescas que ponen a la gente más vulnerable en situación de riesgo. No quiero hablar de nombres propios porque no quiero dar publicidad a personajes que todo el mundo ya conoce, pero fíjese que todo el mundo científico está trabajando para conseguir una vacuna, todo el mundo sabe que ante la más que probable realidad -que el coronavirus se quede con nosotros-, la vacuna es lo que nos protegerá. Y, por tanto, la evidencia pone encima de la mesa que toda la charlatanería que corre sólo es eso, charlatanería.
Puede haber charlatanes y puede haber chamanes, pero los medios de comunicación también tienen su parte de responsabilidad en la difusión de sus teorías, que pueden hacer mucho daño. De hecho, hacen daño y ya no solamente por el tema del COVID. Hablo en general. Hay gente de buena fe que, por falta de confianza en el sistema sanitario, puede pensar que encontrará soluciones milagrosas. Es tipo de ‘soluciones’ no solamente les pueden hacer perder la oportunidad de beneficiarse de tratamientos efectivos, sino que a veces pueden constituir una estafa económica, con lo cual tenemos que volver a advertir a la población de que no hagan caso de las pseudoterapias y pseudociencia.