Redacción Farmacosalud.com
Recientemente las redes sociales se llenaron de vídeos retransmitiendo en directo el intento de suicidio de una mujer en Cáceres. En algunas de esas grabaciones, que se viralizaron por aplicaciones de mensajería instantánea, se escuchaba incluso como determinadas personas jaleaban a la mujer y la animaban a lanzarse al vacío. Es sólo un ejemplo de una tendencia preocupante que frivoliza el sufrimiento ajeno y que, a través de la cada vez mayor necesidad de grabar y compartir en redes sociales lo que sucede en nuestras vidas, deriva en un auge del conocido como ‘efecto espectador’. Ante tal panorama, Ana Carolina Martínez Cabezón, psicóloga y coordinadora del Centro de Rehabilitación Psicosocial Benito Menni de Hermanas Hospitalarias, cree que vale la pena implantar en las escuelas la asignatura de ‘empatía’ como método para luchar contra la banalización de las desgracias ajenas: “Por supuesto, es absolutamente necesario educar en la empatía y la compasión. El ser humano nace con una tendencia altruista, es decir, está programado para ayudar al otro cuando lo necesita. Sin embargo, es la cultura y el aprendizaje lo que sesga esta tendencia”.
“Una sociedad no se construye sin una base sólida ética y de valores cívicos y morales. Es necesario partir de la educación en valores, de la humanidad compartida y de la comprensión de las emociones y el sufrimiento humano. Bajo mi punto de vista, desde la infancia se debería educar en la habilidad de ponernos en la posición de los otros, así como potenciar la compasión o el deseo de aliviar el sufrimiento ajeno. Este tipo de cuestiones son nucleares y más aún en el momento actual en que la espectacularización del padecimiento hace que perdamos nuestra capacidad innata de ayudar”, asevera la psicóloga a través de www.farmacosalud.com.
“El mundo digital ofrece posibilidades infinitas, pero como todo, depende del uso que le demos -prosigue Martínez Cabezón-. Por ello, es crucial que seamos sensibles y nos hagamos responsables de los contenidos que consumimos, compartimos y generamos. También es fundamental que las plataformas sean implacables en el seguimiento y retirada de contenidos sensibles. El cambio, por tanto, nos implica a todos: gobierno, entidades, ciudadanos… la posibilidad de crear un mundo más justo, empático y saludable está en nuestra mano”.
Warhol y la obra de la silla eléctrica
Jalear a una persona para que se quite la vida in situ, en el escenario del intento de suicidio, o bien hacerlo a través de redes sociales o mundo digital, lleva a pensar que quizás ese espectador no sea demasiado consciente de que está presenciando algo real. A este respecto, Martínez Cabezón remarca que “en este tipo de situaciones se da un distanciamiento emocional con la situación, así como con el protagonista, lo que hace que perdamos la conciencia de la crudeza de la escena de la que estamos siendo testigos. Como exponía Warhol en su obra de la silla eléctrica, toda imagen, por cruda y perturbadora que nos resulte inicialmente, cuando la vemos de manera repetida llegando a convertirse en un objeto de consumo, hace que pierda la carga emocional y de alguna manera la percibamos de manera neutra”.
Hoy en día la gente está acostumbrada a presenciar -sobre todo en televisión- la espectacularización del padecimiento humano en todo tipo de circunstancias. “Es más, en algunos formatos es precisamente el sufrimiento la fuente de entretenimiento. Cuando el espectador se expone a este tipo de contenidos de manera frecuente, se produce un efecto de habituación que repercute directamente en la toma de distancia con la situación, y, como hemos visto, en cierta manera también se genera una pérdida de conciencia de lo que sucede en la realidad”, explica.
“Comportarnos con alta frialdad emocional no nos convierte en personas con tendencias psicopáticas”
Llegados a este punto, es inevitable preguntarse si hay cierta tendencia psicopática en la acción de grabar a un individuo y animarle a quitarse la vida en lugar de ayudarle a desistir de sus intenciones suicidas. “El hecho de realizar una conducta moralmente reprochable, o donde queda patente la ausencia absoluta de empatía con otra persona, no quiere decir que necesariamente la tenga que realizar alguien con un diagnóstico de Trastorno antisocial o psicopatía. Como bien decía Ortega, ‘yo soy yo y mis circunstancias’, y, por tanto, ninguna persona está exenta de poder comportarse así en un contexto determinado. De hecho, en el momento que vivimos, el acto de grabar lo que sucede y compartirlo en redes está tan extendido y normalizado, que es posible que perdamos la conciencia de si es algo adecuado para la situación, o no”, sostiene la psicóloga.
“A la hora de ayudar, depende de las circunstancias. Si estamos ante una situación confusa, en una ciudad, presenciada por un número elevado de personas y donde la mayoría de ellas no ofrece su ayuda, es bastante probable que se produzca el ‘efecto espectador’ y no ayudemos, limitándonos a observar y ser meramente testigos de lo que sucede. En cuanto a la probabilidad de que entre el público existan sujetos con tendencias psicopáticas, es probable. Como sabemos, existe un número elevado de individuos con trastorno antisocial subclínico perfectamente integrados socialmente y que en ningún momento cometen delitos graves. En cualquier caso, como hemos visto, el hecho de comportarnos con alta frialdad emocional no nos convierte en personas con tendencias psicopáticas”, manifiesta Martínez Cabezón.
Sólo un 10% de los ‘espectadores’ pasan a ser actores y tratan de ayudar
El ‘efecto espectador’ es un fenómeno psicológico que diluye la responsabilidad ante una situación de gravedad cuando ésta se da en un determinado contexto, con cierta ambigüedad y en presencia de más personas. “Por diferentes cuestiones (si el escenario se ubica en una ciudad o en un contexto rural, la ambigüedad de la propia situación, o la respuesta de otras personas, entre otras), la probabilidad de que una persona reciba ayuda en el momento de necesitarla es inversamente proporcional al número de personas presentes”, asegura la experta, quien añade que este efecto de dispersión de la responsabilidad provoca que “sólo alrededor de un 10% de los ‘espectadores’ pasen a ser actores y traten de ayudar”.
No sólo eso, con la generalización de las redes sociales y la necesidad de contar en ellas lo que nos sucede con la mayor inmediatez posible, cada vez es más habitual que determinados sujetos e, incluso, algunos programas de televisión, retransmitan en directo o difundan vídeos de personas en el momento más desesperado de su vida. Al darse algunos de estos casos en la vía pública, un número elevado de personas no solo no actúan, sino que además graban la escena y, “ante el estupor de otros, animan y jalean al suicida a consumar su acto, como si se tratara de un capítulo de Black Mirror”, reflexiona Martínez Cabezón a través de un comunicado.
“Hoy en día el consumo de imágenes y videos se ha incrementado de manera exponencial sin que tengamos un control sobre su contenido. A ello hay que unir un cambio en el modelo televisivo, con la generalización de los realities. En estos casos, el espectáculo televisivo, así como el retransmitido a través de las redes sociales, se aprovecha del sufrimiento ajeno, lo que provoca su banalización y un distanciamiento de los espectadores de ese sufrimiento, tal y como denunciaba Warhol. El problema de la banalización es que, cuando ese sufrimiento lo encontramos en nuestra realidad, algunas personas muestran respuestas que no distan de las que tendrían ante un televisor”, argumenta.
Sensibilizar contra la banalización del padecimiento ajeno implica a toda la sociedad
Para la psicóloga de la Línea de Rehabilitación Psicosocial (LRHP), estas situaciones, en las que se ven atacados de forma directa derechos humanos fundamentales como el derecho a la intimidad, “ponen en evidencia las grietas que nuestro modelo actual genera a un nivel ético y social”, algo que, en su opinión, es “de especial gravedad” cuando la persona que se encuentra en este tipo de trances es un sujeto con problemas de salud mental o en situación de especial vulnerabilidad. “¿Somos en estos casos menos sensibles a ayudar? ¿Legitimamos la pérdida de derechos fundamentales si la persona padece algún tipo de discapacidad?”, se pregunta la especialista, quien considera que la falta de sensibilidad y empatía ante una situación extrema como es una tentativa suicida y, por el contrario, la tendencia a grabar, reproducir, viralizar y publicar en redes sociales estos actos, “exige un análisis profundo de todos que derive en una serie de medidas a fin de evitar este tipo de situaciones”.
En ese sentido, Martínez Cabezón considera necesario que las instituciones sean las primeras en sensibilizar y denunciar este tipo de conductas, que suponen una vulneración directa de los derechos fundamentales. Se trata de un trabajo de sensibilización, no obstante, que implica a todos como sociedad. “Tiene que empezar por la educación en los centros educativos, pero también ser reforzado con nuestro ejemplo como ciudadanos y con el compromiso de los medios e instituciones implicados. Por ejemplo, es crucial un compromiso de las redes sociales en el control y la retirada de contenidos que puedan ser potencialmente de riesgo o sensibles”, afirma.