Edward O. Wilson, autor del libro ‘Historias del mundo de las hormigas’ (Editorial Crítica): Edward O. Wilson (1929–2021) fue reconocido como uno de los biólogos y naturalistas más destacados de la escena internacional. Fue Autor de más de 30 libros que incluyen ‘The Social Conquest of Earth’, ‘The Meaning of Human Existence’ y ‘Letters to a Young Scientist’. Wilson fue profesor emérito en la Universidad de Harvard y ganó dos premios Pulitzer.
Redacción Farmacosalud.com
Hace mucha gracia dejar caer miguitas de pan y ver como las laboriosas hormiguitas se dedican a limpiar el terreno de restos de bocadillo; o sentarse en el sofá para gozar de películas de dibujos animados como 'Antz' [en España, ‘Antz (Hormigaz)’], en la que estos insectos son más humanos incluso que los propios humanos, hasta tal punto que uno llega a convencerse de que está contemplando, a base de aventureros disfrazados con abdómenes y antenitas, una especie de bienintencionada rebelión contra los abusos del poder establecido, aderezada como un irresistible divertimento de tarde de sábado con mensaje para todos los públicos. Pero ya se sabe, toda luz tiene también su oscuridad, de ahí que no guste lo más mínimo presenciar una invasión de tales seres en la cocina de casa, colándose por las ranuras más inverosímiles para hacerse con el botín de la despensa; o también puede haber quien busque emociones fuertes estremeciéndose ante films como ‘Cuando ruge la marabunta’, donde las hormigas se comportan como bichos despiadados y donde el concepto simpático de Hormigaz pasa a mejor vida en un contexto en el que lo más vivo ya está casi casi, como quien dice, oliendo a muerto, por obra y gracia de las centenares de miles de psychokillers de turno.
Con ‘Historias del mundo de las hormigas’, Edward O. Wilson se encarga de aclarar que estos diminutos seres forman parte del paisaje y que hay que aceptarlos tal y como son porque, si bien tienen unas más que aclamadas virtudes -su laboriosidad en beneficio de la comunidad-, también tienen un lado oscuro mucho menos conocido. Así lo viene a expresar el propio autor del libro: «Empezaré este tour mirmecológico con una advertencia. No hay nada que puedas imaginar del mundo de las hormigas que podamos o debamos emular para ser mejores personas.»
Las hormigas macho, poco más que misiles de esperma voladores
De entrada, hay que decir que nacer hormiga macho tiene la promesa de tener una vida muy, pero que muy simple, quizás demasiado, puesto que estamos ante unos bichitos que sólo se dedican a holgazanear y a -literalmente- hacer el amor. Una dolce vita que, claro está, puede que conduzca a más de un hombre a sentir envidia sana de su existencia.
«Las hormigas macho adultas son criaturas bastante patéticas. Tienen alas y pueden volar, ojos y genitales grandes, y cerebros pequeños. No realizan ningún trabajo para su madre ni sus hermanas, y solo tienen una función en la vida: inseminar a las reinas vírgenes de otras colonias durante los vuelos nupciales. Para expresarlo de la forma más sencilla posible, los machos son poco más que misiles de esperma voladores», reza el libro.
‘Muchas clases de hormigas se comen a sus muertos... y a sus heridos’
Y las hembras, aunque socialmente son mucho más productivas, no se caracterizan precisamente por su gran corazón con respecto a los más débiles y/o miembros de la Tercera Edad de su peculiar sociedad. «Todas las hormigas que participan en la vida social de las colonias son hembras -explica Wilson-. Soy un ferviente feminista en todos los aspectos que tienen que ver con los humanos, pero, en el caso de las hormigas, hay que tener en cuenta que durante los 150 millones de años de su existencia, el protagonismo de las hembras se ha desbocado. Las hembras asumen todo el control. Todas las hormigas que puedes ver que están trabajando, todas las que exploran el entorno y todas las que van a la guerra (que es total y letal) son hembras»
«[…] El segundo aspecto de la vida de las hormigas que choca con nuestra moralidad es horrible: muchas clases de hormigas se comen a sus muertos... y a sus heridos. Si eres una obrera anciana o incapacitada, estás programada para abandonar el hormiguero y dejar de ser una carga para la sociedad. Si mueres mientras estás en el nido, te dejarán donde caigas, incluso de espaldas con las seis patas al aire, hasta que tu cuerpo emita los olores característicos de la descomposición, es decir, ácido oleico y sus oleatos. Cuando huelas a muerto, transportarán tu cuerpo hasta la pila de basura y allí será abandonado. O, si solo estás destrozada y muriéndote, serás comida por tus hermanas.»
Pero no hay mal que por bien no venga… vamos, que las hormigas no son tan mala gente como parece. «Cuando el agua sube de nivel y rodea un nido de hormigas de fuego, o entra en las cámaras más bajas del nido, toda la colonia se une. Las obreras se unen formando una masa única cerca de la entrada. La reina camina o es empujada y arrastrada hacia la masa. Las jóvenes indefensas, los huevos, las larvas y las pupas son transportadas y depositadas junto a ella. Cuando el nivel del agua sigue aumentando hasta llegar al nivel de la superficie, la colonia apiñada se convierte en una balsa, preparadas para flotar corriente abajo. La balsa viviente empieza de esa manera un viaje hacia una tierra situada a más altura, en busca de un lugar en el que las obreras puedan construir un nuevo nido abovedado.» Por lo descrito aquí, en el libro, está claro que uno de los grandes lemas de estos insectos es ‘juventud, divino tesoro’…
Vale la pena no buscar pelea con tales bichos…
Otro de los extractos de la obra de Wilson que no tiene desperdicio es aquel que alude a la capacidad de estos himenópteros de despreciar la paz y, de paso, neutralizar al enemigo: «Hay una tercera característica moralmente dudosa. Las hormigas son los animales más belicosos. Sus colonias se enfrentan a otras de la misma especie de manera muy violenta. El principal objetivo de todas ellas es la exterminación, y, por regla general, las grandes colonias derrotan a las más pequeñas. Sus enfrentamientos empequeñecen Waterloo y Gettysburg. He visto campos de batalla llenos de guerreras muertas, un gran porcentaje de las cuales son hembras de edad avanzada. Cuando las obreras adultas envejecen, pasan a realizar actividades cada vez más peligrosas por el bien de la colonia […]. En pocas palabras, y dicho más claramente, mientras que los humanos envían a sus adultos jóvenes a la batalla, las hormigas envían a sus señoras mayores. »
«Para las hormigas, el servicio a la colonia lo es todo. Cuando las obreras individuales se acercan a su muerte natural, benefician más a la colonia si pasan sus últimos días en ocupaciones peligrosas. La lógica darwiniana está clara: para la colonia, los individuos de más edad tienen poco que ofrecer y son prescindibles.»
Pero que lleven pegado en la frente ‘Born to kill (nacida para matar)’ no quiere decir que no sepan compartir espacio con otras especies, por ejemplo con ciertos parásitos, ni que sea por influjo de las apasionantes artes del engaño. «La colonia salía en tromba de un vivac escondido en nuestro jardín trasero, una horda del tamaño de una docena de legiones romanas, formando un grupo compuesto por tres o cuatro columnas. Eran hormigas legionarias obreras y soldados: más de cien mil acompañadas por su reina madre del tamaño de un dedal, moviéndose firme y rápidamente desde una antigua fortaleza a una nueva. Se desplazaban a paso ligero, siguiendo un rastro químico que dejaban las exploradoras que iban más adelante, rodeadas por sus hermanas, delante, detrás y en los lados. Toda la colonia salió del vivac al jardín como si se desenrollara una cuerda. Caminando junto a la columna, llegué hasta el final y me topé con otra sorpresa: la guardia trasera no estaba formada por hormigas, sino por pequeños escarabajos y pececillos de plata. Estos últimos individuos de la fila que, con el tiempo, supe que eran característicos de las colonias de hormigas legionarias de todas las clases, son parásitos sociales.»
El más listo (y valiente) de la clase, el escarabajo Amphotis
Pues sí que es cierto que los hay que se lo curran mucho… ¡MUCHO! Porque para engañar a las dulces hormigas hay que tener mucha moral… o tener mucha inconsciencia… «[...] El escarabajo Amphotis se introduce en la columna de Lasius y se gana la vida gracias a que es un experto a la hora de golpetear los labrum -escribe Wilson-. Las hormigas obreras a las que estimula de esta manera suelen caer en el engaño y regurgitan una gota de líquido que mantienen entre sus mandíbulas abiertas mientras el escarabajo se la bebe. Engañar a las hormigas, uno de los insectos más despiertos y agresivos de todos, es fácil pero peligroso. Es mucho más seguro cuando los parásitos adquieren un olor corporal que es neutral o incluso atractivo para la colonia de hormigas hospedadora. En ese caso, las hormigas o los ignora o, erróneamente, los llevan a casa como harían con una hermana que necesitara ayuda. Una vez instalados dentro, los falsos ciudadanos invasores pueden provocar el caos que sea necesario para su propia supervivencia y reproducción. Dependiendo de la especie, se alimentan de los suministros.»
Y que los adiestradores de perros-policía tomen nota, porque el olfato de los canes puede que tenga mucho que aprender del que poseen las hormigas: «Entre todos los organismos que viven apoyándose en el olfato y el gusto, las hormigas son las expertas de la comunicación química […] Entre las más de quince mil especies de hormigas clasificadas por lo entomólogos, existe toda una torre de babel de lenguas, cada una de ellas un lenguaje fórmico, un conjunto de feromonas utilizadas por las obreras para gestionar su vida social […] Las hormigas son grandes olfateadoras. Los perros poseen una capacidad casi ilimitada para distinguir olores, pero no más que las hormigas, que saben mejor qué hacer con esa información. Las hormigas han construido civilizaciones basándose en los olores para los cuales sus cerebros están genéticamente diseñados para dar una respuesta.»
¿Así pues, con qué retrato se quedan? ¿Con Hormigaz, o con la marabunta?