Redacción Farmacosalud.com
“El suicidio se puede prevenir, y de hecho muchos servicios de salud mental ya cuentan con programas de prevención, si bien es cierto que es una tarea compleja, porque el suicidio, entendido como un proceso, comprende momentos muy diferentes ante los que la misma intervención puede ser eficaz en distinta medida”, afirma Francisco Megías-Lizancos, presidente de la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental (AEESME). En ese sentido, Megías-Lizancos reivindica la importancia de las estrategias que el personal de Enfermería pone en práctica con el fin de evitar que alguien se quite la vida: “La enfermera debe estar disponible y accesible a la hora de atender las demandas de la persona que pueda tener una ideación suicida, y más allá de eso, debe trabajar con una actitud proactiva que facilite a esa persona llenar su tiempo de actividades con sentido y significado para ella. Hay que evitar estandarizar cuidados que puedan hacer que la persona sienta que no dan respuesta a su situación concreta”.
Por todo ello, y en vista de los trabajos que llevan realizándose desde hace algo más de un año en España para que la creación del Plan Nacional Contra el Suicidio sea una realidad, el presidente de AEESME reclama que el sector de la Enfermería esté presente “en todas las fases del Plan, desde su desarrollo, hasta su implementación”.
-Cada día casi 10 personas mueren por suicidio en España, lo que convierte a esta acción en la principal causa de muerte no natural en este país, muy por encima de los accidentes de tráfico… ¿la sociedad es realmente consciente de la magnitud del problema del suicidio?
El problema del suicidio es una cuestión de importante gravedad en nuestra sociedad y conviene conceptualizarla en su justa medida. La recurrente comparación de su magnitud con la de las muertes por accidente de tráfico se ve también influenciada por el descenso de víctimas mortales en los accidentes de tráfico que felizmente hemos visto en nuestro país en los últimos años. Según la DGT, hemos pasado de 5.940 fallecidos en 1989 a 3.464 en 2004 o 1.126 en 2015, por lo que comparar cualquier cosa con una circunstancia que ha modificado tanto su magnitud no nos ayuda a hacernos una idea real del problema.
Por otro lado, el número de muertes por suicidio o el número de tentativas de suicidio también puede verse aumentado por los mejores sistemas de detección y diagnóstico con los que contamos actualmente; es decir, aunque el número de intentos de suicidio o de suicidio consumado no hubiesen aumentado, hace unos años este fenómeno pasaba desapercibido a los sistemas sanitarios en mayor medida que ahora, lo que también hace que crezca el número de casos detectados. Estos dos factores no le restan importancia al problema del suicidio en España, pero lo justo es ser fieles a la realidad de un problema de gravedad importante para poder enfrentarlo eficazmente. Ahora bien, ¿tener datos realistas de las cifras de suicidio, tentativas, ideas o consumaciones, hace que la sociedad sea más consciente? Pues no necesariamente. Por otro lado, ¿sabemos realmente en qué medida la gente es consciente de la magnitud del problema del suicidio? Pues tampoco, en gran parte porque el suicidio sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad. Dicho lo cual, nunca es contraproducente que la gente sepa más sobre la realidad del suicidio en España, aunque, como he dicho, sea difícil saber cuánto sabe sobre ello.
-¿Qué segmento poblacional preocupa más ante la intención y acción de quitarse la vida? Jóvenes, adultos, ancianos…
La preocupación de las instituciones en general, y de los servicios sanitarios en particular, viene de diversas fuentes. Nos interesa saber, para que esa preocupación sea realista, el número de personas afectadas por ideas, intentos o consumaciones de suicidio en cada sector de la población: analizándolo por género, por edades, geográficamente, etc. Pero también nos pueden interesar las condiciones de esa idea, intento o consumación: si existe o no un plan para llevarlo a cabo o si se ha intentado más de una vez, por ejemplo, del mismo modo que nos interesa conocer si existe alguna circunstancia de salud o social concreta concurrente.
El suicidio es un buen ejemplo de proceso complejo, en el que coinciden muchas variables combinadas y en el que no sería del todo correcto hablar de poblaciones de más o menos riesgo, siendo mejor referirse a circunstancias de riesgo: situaciones de la vida en que diversas variables se combinan de tal forma que provoquen una situación crítica. Pese a lo que la gente cree, y según datos del INE, es la población mayor la que presenta la mayor tasa de suicidios consumados; hablamos de una tasa de 13,29 por 100.000 habitantes en personas de entre 75 y 79 años, o de 19,29 en personas de entre 85 y 89 años, pero con una diferencia entre géneros muy importante; por ejemplo, en el caso de las personas de entre 85 y 89 años, la tase de suicidio en hombres es de 42'46, mientras que en mujeres es de 6,21. Todo según datos del INE del 2017 [en cada grupo de casos, tasa de suicidios por 100.000 habitantes].
-Según datos ofrecidos por el grupo Hermanas Hospitalarias, aproximadamente el 90% de las personas que mueren o hacen una tentativa de suicidio tienen alguna patología mental, principalmente depresión, trastorno bipolar y esquizofrenia. ¿En estas personas -las que están afectadas por una patología mental- es donde es más factible sospechar de una ideación suicida?
En el imaginario colectivo concebimos a las personas diagnosticadas de una patología mental como peligrosas o agresivas… el viejo concepto del loco y su peligrosidad social sigue permeando en nuestra sociedad. Sin embargo, hay estudios que nos señalan que sólo el 7,5% de los delitos está cometido por personas diagnosticadas de patología mental.
Por otra parte, tenemos el dato al que hace referencia la pregunta: las personas diagnosticadas de patología mental se suicidan más que las que no padecen, en principio, ninguna enfermedad diagnosticada. Esto nos debería hacer reflexionar: las personas que tienen un diagnóstico psiquiátrico delinquen menos y se suicidan más. Es responsabilidad de nuestra sociedad, y muy especialmente de los profesionales de la salud, cuidar de aquellas personas más vulnerables por motivos sociales o de salud. No se trata de sospechar una ideación suicida, sino de trabajar para que esas variables que mencionaba anteriormente no se combinen de forma que puedan empujar a una persona a intentar quitarse la vida.
-¿Qué intervenciones puede realizar el personal de Enfermería en personas ingresadas en centros mentales a la hora de evitar un posible suicidio?
El silencio, la presencia y la palabra, si citamos a Consuelo Carballal. El acompañamiento. La labor de una enfermera y de su equipo es cuidar… ¿cuidar implica evitar un suicidio? Evidentemente, sí, pero es necesario ser cautelosos en esta afirmación porque podemos caer en la simplificación de que el suicidio se evita vigilando. Vigilar -yo prefiero hablar de ‘estar’- es parte de la tarea de acompañamiento. Esto no obsta para que no se tomen medidas de seguridad básicas, pero si nos ceñimos solo a eso, a retirar objetos, clausurar ventanas y registrar pertenencias, estamos jugando a ser policías, y nuestro trabajo es más que eso.
Insisto, es necesario mantener medidas de seguridad básicas, pero nuestra labor, el cuidado, no puede restringirse sólo a eso. La enfermera debe estar disponible y accesible a la hora de atender las demandas de la persona que pueda tener una ideación suicida, y más allá de eso, debe trabajar con una actitud proactiva que facilite a esa persona llenar su tiempo de actividades con sentido y significado para ella. Hay que evitar estandarizar cuidados que puedan hacer que la persona sienta que no dan respuesta a su situación concreta.
-Y en personas que no están ingresadas pero que acuden a un centro o unidad mental a visitarse, ¿qué puede hacer el personal de Enfermería para evitar un suicidio?
No se aleja mucho de lo que se debe hacer en una unidad de hospitalización. Sin perjuicio de que se pueda considerar -si así el equipo lo valora en ese momento concreto- proceder a una hospitalización por riesgo claro de autoinfligirse daño, y teniendo en cuenta que el ambiente puede estar menos controlado que en una unidad de hospitalización, el cuidado de la enfermera debe seguir orientado a mostrar disponibilidad, mostrarse accesible, acompañar en el sufrimiento que en ese momento se presente, y tirar de todas las habilidades de relación de ayuda y comunicación de que dispone. Puede que, en un momento dado, ante una menor capacidad de controlar la conducta del paciente por parte de la persona que atiende, se requiera la presencia o apoyo de otro profesional, de manera que el equipo debería tener articulados mecanismos de funcionamiento para que esto sea posible si se diera el caso. Pero lo que debe hacer la enfermera es básicamente lo mismo: el silencio, la presencia y la palabra.
-Uno de los mitos más instaurados es que el suicidio no se puede prevenir. ¿Eso es cierto?
Rotundamente no. Es parte de los mitos populares sobre el suicidio, como el de que es mejor no hablar de él para disminuir el riesgo. El suicidio se puede prevenir, y de hecho muchos servicios de salud mental ya cuentan con programas de prevención, si bien es cierto que es una tarea compleja, porque el suicidio, entendido como un proceso, comprende momentos muy diferentes ante los que la misma intervención puede ser eficaz en distinta medida.
Para empezar, no deberíamos olvidar que la base sería promover la salud mental en positivo para la población en general, y disponer de medidas y programas que garanticen unos niveles óptimos de salud mental, lo que reduciría indirectamente las tasas de suicidio. Por otro lado, podemos trabajar en la detección del riesgo, preparando a maestros y profesores, a profesionales de servicios sociales o sanitarios de fuera de la salud mental para que detectasen precozmente, lo que también ayudaría. Y, además, tenemos la prevención, pero no es lo mismo prevenir en personas en quienes hemos detectado un riesgo, pero que aún no tienen ideación suicida, o en personas que tienen idea, pero no un plan diseñado, o en personas que ya han llevado a cabo una tentativa. Hay muchas oportunidades de prevenir el suicidio y adaptarse a cada una de esas oportunidades nos garantizaría parte del éxito en la reducción de las cifras que hemos mencionado.
-¿Cómo puede ayudar la Enfermería a que el suicidio deje de ser un tema tabú en la sociedad?
Normalizándolo. Esta premisa es un deber para todos los profesionales del ámbito de la salud y los servicios sociales que tengan relación de una u otra forma con el suicidio. Se trata, no solo de hablar abiertamente de ello con la persona que lo sufre (por tener ideación suicida o haber hecho algún intento, etc) y con su familia o allegados, sino de demostrar que se puede hablar abiertamente, es decir, haciendo especial énfasis en la normalidad de lo hablado durante esa entrevista o ese cuidado. No se debe olvidar en ningún momento -ante cualquier comportamiento o discurso que vaya en esta línea- realizar los refuerzos positivos pertinentes para ayudar a que esa conducta de normalización se dé en más ocasiones.
-También se dice que quien quiere quitarse la vida lo hace sin avisar de sus intenciones. De todos modos, que alguien que esté muy deprimido ya esté, por ejemplo, a los 45 años de edad, haciendo testamento, ¿no es una forma de anunciar su posible suicidio? ¿Por su cercanía con el paciente, el personal de Enfermería es el ideal para darse cuenta de esos detalles?
En torno al suicidio no solo hay un importante tabú, sino también mucha leyenda urbana, y esto también es peligroso. Si pensamos que quien verdaderamente puede llegar a quitarse la vida no nos va a dar ninguna señal o aviso, corremos el riesgo de trivializar la situación de una persona que sí esté mostrando esas señales. Más allá de que se haga testamento a una edad u otra, tengan en cuenta que incluso hay notarías que hacen ofertas para hacer testamento y te insisten en hacerlo cuanto antes… lo que tenemos que procurar es no subestimar la situación de sufrimiento de quien haya podido intentarlo previamente (el suicidio), o de quien nos cuente que está elaborando un plan para quitarse la vida.
Dicho esto, la enfermera es, sin duda, en ese acompañamiento y presencia a los que me he referido anteriormente, una profesional que debe mantener una actitud de observación y escucha activa que le permita poder poner en marcha los cuidados necesarios para prevenir o reconducir esta situación. Y su trabajo en la continuidad de cuidados, o su presencia 24 horas al día en las unidades de hospitalización, facilitan mucho cumplir con ese rol.
-Se comenta que las tentativas frustradas de suicidio son intentos de llamar la atención. Pero también es cierto que hay casos en que, tras varios intentos, la persona en cuestión ha logrado quitarse la vida. Entendemos que ese perfil de intentos frustrados es ideal para escuchar a la persona afectada, comprenderla y dialogar con ella para disuadirla de nuevas intenciones suicidas. ¿Cómo actuaría el personal de Enfermería en esos casos?
No podemos infravalorar, subestimar o menospreciar aquellos intentos, ideas o verbalizaciones relacionadas con el suicidio que se hayan dado previamente. Hay que desterrar la idea de ‘si lo dice, no lo hace’ porque, además de falsa, es peligrosa. Si nos referimos en concreto, no ya a personas que hayan podido verbalizar ideas en algún momento, sino a personas que ya han llevado a cabo tentativas de suicidio, la situación es diferente: en primer lugar, por la gravedad de haber saltado la barrera que hay entre pensar y hacer, y en segundo lugar porque esas tentativas de suicidio, si han requerido atención en un centro sanitario, nos brindan la oportunidad de una atención directa: valorar si la no consumación del suicidio se vive con rabia por haber fallado, o con tristeza, o con alivio y arrepentimiento, y observar cómo vive la persona el hecho de que su intento pueda ser conocido por familia y allegados si, por ejemplo, lo había mantenido en secreto.
Es común que, en el mejor de los casos, se dé una situación de catarsis que nos permita traer a la conversación los verdaderos motivos del intento, y la enfermera deberá estar ahí disponible para actuar; pero también es probable que el fracaso se viva con rabia por haber perdido una oportunidad que se podría estar viendo como una solución, o con vergüenza por mostrarse el paciente vulnerable.
-¿Sería conveniente crear un Plan Nacional Contra el Suicidio a nivel de toda España? ¿Si fuera así, qué papel debería jugar la Enfermería de Salud Mental en dicho Plan?
Desde hace poco tiempo se viene reclamando la necesidad de que en España contemos con ese Plan, que es una realidad en otros países y, de hecho, el Ministerio está trabajando en ello desde hace algo más de un año… y las enfermeras/os debemos estar en la parte técnica de ese desarrollo. Lo que es importante señalar es que los planes nacionales deben dar respuesta a necesidades reales, y no ser un brindis al sol, y ello implica que estén relacionados con una Estrategia Nacional de la que emanen todos los Planes, y tener además su correlato en los diferentes territorios autonómicos, que son los que en definitiva tienen la mayoría de las competencias en sanidad.
Ese Plan debería concretar diferentes programas que permitan operativizar la prevención del suicidio, esto es, llevar a cabo tal prevención. Debería haber programas vinculados a un territorio en función de las necesidades detectadas, o dirigidos a un sector poblacional concreto. Y es en esa diversidad de programas donde la enfermera va a desarrollar diferentes intervenciones que van a depender precisamente del programa concreto que sea. Mención especial merecen las dinámicas grupales que, en este ámbito como en otros tantos, pueden aportar un especial efecto terapéutico a las personas afectadas, ya sea en forma de grupos terapéuticos o bien en forma de promoción de grupos de ayuda mutua. Pero, en definitiva, se trata de que a las enfermeras/os se nos permita estar, y estemos, en todas las fases del Plan, desde su desarrollo, hasta su implementación.