Mario Satz, autor del ensayo ‘El rostro y sus máscaras’ (Acantilado): Mario Satz (Coronel Pringles, Buenos Aires, 1944) es filólogo, escritor y traductor. Tras cursar estudios secundarios en Argentina, realizó largos viajes por Sudamérica, Estados Unidos y Europa. Entre 1970 y 1973 vivió en Jerusalén, donde estudió la cábala, la Biblia y antropología e historia de Oriente Medio. En 1977 recibió una beca del gobierno italiano para investigar la obra del humanista Pico della Mirandola. Asimismo, colabora asiduamente en numerosas revistas españolas y americanas, y ha publicado múltiples ensayos, poemarios y novelas. Acantilado ha publicado ‘Pequeños paraísos’ (2017), ‘El alfabeto alado’ (2019) y ‘Bibliotecas imaginarias’ (2021).
Redacción Farmacosalud.com
De la sabiduría oriental llega el proverbio de las tres caras japonesas o tres máscaras japonesas -según se prefiera-, según el cual cada ser humano tiene tres caras: la primera, la que se exhibe al mundo; la segunda, la que se muestra al entorno más cercano (familia, pareja, amigos, etc.), y la tercera, la que no se enseña a nadie, siendo la que, en realidad, refleja más fielmente quién es la persona en cuestión. No se trata ahora, en este artículo, de realizar labores detectivescas para descubrir quién se oculta tras antifaces o caretas cotidianas, sino de reivindicar que el semblante revela la identidad de cada uno, es decir, evidencia la singularidad personal que, visualmente hablando, caracteriza a cada individuo. Desde que el ser humano es humano, ha querido ver en la fisonomía de las personas su esencia, mientras que las máscaras se han empleado o bien para ocultarla, o bien para protegerse del mal, establecer nuevas personalidades o propiciar estados de ánimo. El ensayo ‘El rostro y sus máscaras’, de Mario Satz, arroja luz sobre todo ello.
«El rostro es una máscara y las máscaras extensiones de un rostro»
«El rostro es una máscara debajo de la cual, mucho antes de llegar a la calavera, cuya muerta y ósea superficie nos asemeja unos a otros más de lo que quisiéramos, están -superpuestos- los auténticos tejidos de la sucesión, las mallas de la tristeza o de la risa, los esforzados músculos de la expresión. El rostro es una máscara y las máscaras extensiones de un rostro. Desde el momento mismo en que la cara se alzó separándose del suelo y las constelaciones se nos manifestaron más rápidas que los aromas para la interrogación de nuestros orígenes, decidimos que nuestra cuna era la altura. El rostro es un cielo que tiene nostalgia de su firmamento. El cielo, una máscara que se pregunta si su rostro es algo más que luz», escribe Satz.
En su libro también se lee: «si en latín persona significa ‘máscara’, ¿cuántas máscaras adoptamos a lo largo de una vida? ¿Qué personalidad enmascara a qué personalidad?». Lo que el autor viene a decir es que cada sujeto es varios sujetos a lo largo de su existencia: “a lo largo de nuestras vidas somos varias personas, de la más simple a la más compleja. Como una matrioshka rusa, esas muñecas que van una dentro de otra. Por eso hay que estar atentos a los cambios de oficio, destino, estado civil…”
“La cara y el lenguaje gestual van juntos. Un tipo de conocimiento, llamado fisiognómica, estudia las relaciones entre el rostro y el temperamento, la expresividad y el carácter. Así como cada ola del mar es diferente de las demás, cada cara es diferente, incluso las de los gemelos difieren en detalles. Un actor puede interpretar muchos personajes y, sin embargo, sigue siendo la misma persona. De esa ductilidad se aprende mucho, y básicamente es el rostro el que suministra los datos”, refiere Satz.
Los espejos, escrutadores del espíritu
«Nadie ha visto nunca directamente su propia cara y, por eso, desde que existen los espejos, éstos han simbolizado la capacidad escrutadora del espíritu, el reconocimiento de la propia identidad, la serenidad absoluta o la sabiduría suprema. No en vano se dice especular a partir del latín speculum, o sea pensar, escrutar, analizar quién es uno y cómo evoluciona a partir de la reflexión, que es lo que realiza desde su peculiar óptica el espejo. A su vez, el rostro humano mismo es un espejo para otro rostro. Como dijo Antonio Machado:
‘El ojo que ves
no es ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve’».
“El espejo no anula la máscara -afirma Satz-, quizás sea la última que mostremos. Poner un espejo sobre la boca de los muertos constata no sólo que nos hemos ido, sino también que ahora, y como muertos, somos más iguales que cuando estábamos vivos”.
Las Saturnales romanas, vestidas de Carnaval
Una de las celebraciones más enmascaradas, por la profusión de caretas, disfraces y otros artificios similares, es el Carnaval. “Las máscaras del Carnaval vienen de las Saturnales romanas, en las que cada uno se disfrazaba de otro y alteraba sus roles de género. Era una fiesta anual muy celebrada que la Iglesia no pudo suprimir y que adaptó para su propio uso y beneficio”, explica.
De hecho, en las Saturnales de la antigua Roma se vivía un ambiente carnavalesco, propicio a la relajación de las normas sociales. Estos festejos se celebraban en honor a Saturno, dios de la agricultura, y como homenaje al triunfo de un victorioso general (fiesta del triunfo). Tenían lugar entre mediados y finales de diciembre, coincidiendo con el fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz, o solsticio de invierno. Tan libertino era el espíritu de las Saturnales que, en medio de diversiones varias, orgías, banquetes e intercambio de regalos, los esclavos eran liberados de sus obligaciones y sus papeles, en algunos casos, intercambiados con los de sus dueños. Posteriormente, el Papa Julio I hizo coincidir con esas fechas el nacimiento de Jesús de Nazaret con el objetivo de acabar con las licenciosas celebraciones. Se instauraba, pues, el 25 de Diciembre como el Día de la Navidad.
“El lifting me parece negativo… ¡las arrugas reaparecen!”
Satz sostiene en su ensayo que «el rostro que posee cada uno de nosotros, personal y único, exclusivo, intransferible e identificable, constituirá en sí mismo la marca de agua de la persona. Aquello que lo diferenciará de los demás. Al mismo tiempo, cuando se recuerda que persona significaba, en su origen, en el lenguaje del teatro, la máscara del actor, inmediatamente se comprende que nuestra cara es eso, una forma expresiva, un relieve debajo del cual es posible desenmascarar a su poseedor. Occidente, poco afecto a las máscaras, si se exceptúan las de Carnaval, ha optado por el realismo fotográfico y, en los últimos decenios, por el lifting facial, ansioso quizá, como un Dorian Grey inquieto, por tener siempre la misma apariencia. La vejez no acaba de gustarnos, y nuestros cánones de belleza siguen siendo, grosso modo, todavía grecolatinos».
El lifting es una operación de cirugía estética que consiste en practicar un estiramiento de la piel, generalmente de cara y cuello, para suprimir las arrugas. “La cirugía estética está tan generalizada que ya es algo natural para todos. Estoy a favor cuando es necesaria por algún accidente o deformidad natal. En cambio, el lifting me parece negativo porque… ¡las arrugas reaparecen!”, exclama el autor del libro.
Uno de los capítulos de ‘El rostro y sus máscaras’ se titula ‘exorcismos y danzas’. “Casi todas las máscaras del mundo se muestran en medio de danzas y bailes populares… no hay una explicación más allá de la fiesta de comunión con los antepasados, míticos o reales, que las máscaras evocan”, constata Satz.
«Hace aproximadamente cinco mil millones de años el sistema solar era una nube de polvo y gas, una más en un universo infinito. Cuando esa materia, por la fuerza de la gravedad, colapsó sobre sí misma, comenzó a danzar, danzar y concentrarse hasta que se formó el sol. Nací, pero no me conozco, dijo el astro, ardo, pero no sé quién soy, insistió, lanzaré algunas de mis partes al espacio. Desprenderé fragmentos para que, desde sus órbitas, desde el límite de sus viajes, me hagan compañía y dibujemos juntos nuestra identidad. Yo seré su rostro y ellos mis máscaras, yo seré su luz y ellos mis reflejos. Haré la Tierra y tendrá bosques por cabellos, valles por boca, montañas por cejas, manantiales por ojos, cascadas por risas, desiertos ondulados y mares profundos. Será plural y única, se vestirá y desnudará por eras, morirá en su superficie y renacerá desde su centro. Mi fuego cantará en sus volcanes, mi luz conferirá bienestar a todos sus seres. Marcaré sus mañanas, llenaré su noche de estrellas. No podrán mirarme de frente, mi energía excede sus límites.
Hasta que un día, mi deseo y su azar, mi voluntad y su fortuna, mi música y su silencio, de pie en medio de su soledad, abrazado por el cielo, el ser humano encuentre las huellas de la danza originaria y millones de años sean salvados para él por nuestro parentesco, y extraigan alegría de nuestro común linaje, y parte de mi secreto se revele en la Tierra. Una y otra vez se preguntarán de dónde proceden y a dónde van, y yo diré, queda, muy suavemente, en ondas y partículas, que de la danza. Principio y fin de la creación entera. La danza».