Redacción Farmacosalud.com
Simplemente espectacular. La medicina parece no tener límites a la hora de abordar las enfermedades, incluso las más problemáticas. De hecho, cuando se declara un cáncer de vejiga y se tiene que extirpar ese órgano urinario (cistectomía radical), no hay que renunciar a tener una nueva vejiga, dado que se puede proceder a una reconstrucción. Se trata, además, de un proceso muy ‘personal’ -por decirlo de algún modo-, dado que el material usado para dicha reconstrucción tendrá su origen en el mismo paciente: nada más y nada menos que su propio intestino. La técnica quirúrgica empleada se denomina cistectomía robótica. “Operar con robótica aporta las ventajas de lo que llamamos cirugía mínimamente invasiva, ya que al utilizar esta tecnología observamos, globalmente, un menor sangrado”, asegura el doctor Joan Palou, jefe de Uro-oncologia de la Fundación Puigvert de Barcelona.
En general, la cistectomía radical se aplica cuando el tumor ha invadido la capa muscular de la vejiga, es decir, cuando ha pasado ya las primeras capas. También se practica en pacientes con un cáncer que sólo ha cogido las primeras capas pero que no remite. Entonces, con el fin de evitar que se desarrolle un tumor más agresivo, también se procede a extirpar la vejiga. Este órgano, que actúa como depósito de la orina producida en los riñones, puede reconstruirse tanto en hombres como en mujeres. Para ello, se utiliza el propio intestino del enfermo, según detalla Palou: “Cogemos el intestino, que tiene forma de tubo, lo abrimos, lo configuramos en forma de bolsa y luego empalmamos la nueva vejiga con la uretra, el conducto natural por el que los pacientes orinan”. Así de simple y al mismo tiempo así de sorprendente.
Con vejiga reconstruida, ni bolsa de orina ni desvío urinario al recto
Este procedimiento, además, permite ahorrarse otros alternativas que no son estéticamente demasiado atractivas ni cómodas: una de las opciones consiste en ir siempre con una bolsa que recoge la orina, que se va vaciando regularmente, y otra de las posibilidades consiste en derivar el líquido al recto, al que “convertimos en una especie de cloaca que une orina y heces, como si fuera pseudodiarrea”, señala el especialista. Por otra parte, la vejiga reconstruida mediante cirugía robótica permite al paciente ser “continente, es decir, puede aguantar la orina; aunque a veces a algunos les cuesta ser del todo continentes, en general los resultados globales de continencia son buenos”, explica Palou, quien también afirma que con esta operación se hacen incisiones más pequeñas en la piel, lo que se traduce en una recuperación “más rápida para el paciente”. Con todo, la intervención presenta algunas contraindicaciones: cuando el paciente tiene insuficiencia renal avanzada, y si el paciente es mayor de 70-75 años (a esas edades se presentan dificultades para aprender a orinar nuevamente con la nueva vejiga). En personas que hayan recibido radioterapia en la pelvis, también se desaconseja la intervención, si bien se puede realizar.
En cirugía mínimamente invasiva parece que no todo está escrito. Por ahora, se han desarrollado diferentes posibilidades: una es la laparoscópica simple, otra es la conocida como ‘puerto único’ (a través del ombligo se pone una entrada y por ahí se introduce el instrumental), y otra es la laparoscópica asistida por el robot Da Vinci. En laparoscopia, normalmente se trabaja con ‘trócares’ (entrada en el abdomen) de 5-10 milímetros, pero hoy en día se ha llegado a los 3 milímetros, lo que equivaldría a dejar cicatrices del tamaño de una peca.
El robot, el mejor ‘amigo’ del cirujano, pero no su sustituto
Con respecto al robot Da Vinci, el doctor Palou se muestra entusiasmado a la hora de describir sus ventajas: “Trabajamos con 3D, lo que permite mayor precisión porque no hay temblor de la mano del cirujano y se permite ser más selectivo en la preservación de nervios; o sea, se ve en 3D, en 10 aumentos y con mayor comodidad para el cirujano, ya que está operando tranquilamente sentado desde una consola”. Aunque el último modelo de este aparato, el Da Vinci X, por ahora no ha llegado a España, el doctor es optimista y cree que “pronto estará asequible”. Según el experto, el ultimo modelo gana en simplificación y automatización y también ha mejorado las facilidades ya existentes en cuanto a la fase de acoplamiento al paciente, entre otras ventajas.
La cirugía robótica, asimismo, preserva la función sexual y evita la incontinencia urinaria en operaciones de próstata.
El uro-oncólogo se echa a reír -sin malicia, únicamente por ser una pregunta inesperada- cuando se le pregunta si llegará un día en que los periodistas podrán entrevistar a un robot urólogo en lugar de un cirujano. “Se le llamó Robot Da Vinci pero en realidad no es un robot. Es una relación de lo que se llama máquina-esclavo, es decir, no es un robot automático al que le das unas instrucciones y realiza una operación él solo, sino que es un mecanismo articulado que el cirujano manipula. Por lo tanto, no es propiamente un robot que en un futuro lo hará todo, sino que es una prolongación de la mano humana que permite que el cirujano no necesite entrar la suya dentro del paciente, puesto que el doctor introduce los instrumentos que manipula a través de los brazos articulados del aparato”, ha explicado. Y por si todavía quedara alguna duda sobre el futuro de los cirujanos de carne y hueso, Palou apostilla: “De momento, el robot no va a operar solo y, al menos en unos cuantos años, seguro que se van a necesitar cirujanos o urólogos”.