Alejandro Rodrigo, autor del libro ‘Cómo prevenir conflictos con adolescentes’ (Plataforma Editorial): Alejandro Rodrigo estudió Magisterio Musical y más adelante se interesó por el Análisis e Investigación Criminal en la U.A.M. (Universidad Autónoma de Madrid). En 2005 comenzó su trayectoria profesional en el sector de la intervención social y educativa, siempre con menores y jóvenes en riesgo de exclusión, por ser chicos y chicas que estaban sujetos a medidas judiciales por el Juzgado de Menores de Madrid. Al principio trabajó en un centro de internamiento y más adelante como Técnico de Libertad Vigilada. Pronto se especializó en casos de Maltrato Intrafamiliar Ascendente, es decir, casos en los que los menores y jóvenes presentan conductas violentas o agresivas en sus domicilios y fundamentalmente hacia sus padres. Cofundador del Gabinete Concordia, Rodrigo ha colaborado con asociaciones de padres, centros de psicología, colegios e instituciones impartiendo talleres, atendiendo directamente a familias o compartiendo su experiencia en formato de conferencias.
Redacción Farmacosalud.com
Cuando un niño/a llega a la edad del pavo no quiere decir que al pavo se le tenga que meter en un corral imaginario para que los padres se ahorren tener que escuchar su ‘glo glo glo’ insistentemente adolescente. Por más que, a veces, la actitud de estos chicos resulte agotadora para los adultos, hay una cosa que se llama ser padres, y eso implica aceptar que los niños se han hecho mayores, y que la adolescencia es el paso previo a la edad adulta, etapa esta última en la que tarde o temprano el hijo/a abandonará el nido. Pero los tiempos están cambiando… los progenitores cada vez lo son a edades más mayores, hay hijos que son agresivos con sus padres y, por si todo esto fuera poco, el móvil se ha metido por en medio de toda la familia, aunque con cierto tufillo a Macguffin (cinematográficamente hablando, un Macguffin es una excusa argumental que motiva a los personajes y al desarrollo de una historia, pero que carece de relevancia por sí misma). En otras palabras, que el teléfono móvil en sí no es tan importante como parece, ya que, lo que realmente es relevante, es lo que el adolescente esconde escudándose tras la pantalla. Menos mal que existen los orientadores familiares para poner un poco de orden en todo ello, como Alejandro Rodrigo, autor del libro ‘Cómo prevenir conflictos con adolescentes’.
-Usted escribe: «La adolescencia es una fase compleja porque nada tiene que ver nuestro pequeño bebé de cinco meses con nuestro gran hombrecillo de trece años». ¿Hay padres que no aceptan que sus hijos vayan haciéndose mayores?
Efectivamente, este sería uno de los principales obstáculos cuando hablamos de conflictos entre adolescentes y sus padres; el hecho de ser capaz de sostener que nuestros hijos ya no son esos niños grandes y que han pasado súbitamente a posicionarse en el rol de adolescentes. Recordemos que la adolescencia es una etapa muy breve, brevísima diría yo, si la comparamos con la esperanza de vida de la que actualmente disfrutamos. Podemos decir que en apenas seis años nuestros hijos transitan la preadolescencia y la adolescencia para, de repente, ser ‘catalogados’ como adultos en su dieciochoavo cumpleaños.
Aun así, quizás deberíamos girar la mirada hacia nosotros mismos, porque quizás todo el problema empiece en la dificultad que el ser humano sufre y ante la que lucha con esfuerzo (sabedor de su derrota) cuando hablamos del concepto de hacernos mayores. En nuestra sociedad actual cada vez somos padres más mayores. Ya no podemos hablar como antes del salto generacional entre padres e hijos… quizás ahora sería más acertado referirnos al ‘doble salto generacional’ entre padres e hijos. Aceptar el paso del tiempo es para valientes.
-¿Muchos problemas de la adolescencia son herencia de vicios consentidos por los padres durante la infancia de esos mismos adolescentes conflictivos?
Los profesionales que trabajamos con adolescentes y sus familias siempre nos enfrentamos a la misma trampa, que no es otra que desconocer cómo se desarrolló verdaderamente la infancia de estos adolescentes. La única información que tenemos es la que aportan los padres o figuras de referencia y, siempre, es una información subjetivada por una mirada cargada de mucha emoción. Por supuesto que siempre se intenta aportar la información más objetiva, pero la realidad es que como progenitores estamos altamente influenciados en todo lo que rodee a nuestros hijos y hacer memoria es siempre una tarea titánica. Para el profesional llevar a cabo un óptimo ejercicio de anamnesis del caso es casi un imposible.
Teniendo esto en cuenta, solo cabe aceptar que la información de la que disponemos vale su peso en oro y que es el único punto de partida sobre el que sostener las hipótesis. Dicho esto, la realidad es que cada adolescente es el vivo reflejo de cada una de las decisiones que sus padres tomaron desde el mismo día de su nacimiento; me atrevería a decir que hasta desde el mismo momento de la concepción. No obstante, no siempre tienen por qué ser vicios consentidos, hay ocasiones en que otro tipo de estilos educativos paterno-maternos pueden llegar a ser mucho más nocivos para el desarrollo del hijo.
-¿Alguna vez algún adolescente le ha pedido ayuda porque, en realidad, el problema de la convivencia es la conducta de los padres?
Buenísima consulta y apreciación. Alguna vez no, muchas, diría yo. La realidad es que cuando una familia viene a consulta, todas las partes asumen que existe un problema que está afectando a todos los miembros de la unidad familiar. Evidentemente los progenitores asumen que hay una parte de la que son responsables, ya que no han sido capaces ellos mismos con sus propias herramientas de ayudar a su hijo, pero es muy cierto también que en no pocas ocasiones el nivel de resentimiento es muy alto.
Lo normal es que el adolescente manifieste las carencias de sus padres y los padres subrayen el continuo incumplimiento de las normas por parte del hijo. Esto es un círculo vicioso que no tiene fin. La habilidad de una buena intervención se resume fácilmente en muy pocas palabras y, sin embargo, es toda una hazaña conseguir llevarla a cabo. Véase, lograr que cada parte sea capaz de visualizar sus errores para subsanarlos, así como identificar sus fortalezas para reforzarlas.
-En el libro se habla de estilos educativos: autoritario, protector, punitivo, sacrificante, negligente, ausente y diplomático. ¿Cuál es el más aconsejable y cuál el más preocupante?
En realidad, el estilo educativo de cada padre y madre es único e irrepetible. No es posible realizar una clasificación porque sería casi infinita, pero cuando enfoqué el desarrollo del libro decidí elaborar una lista de siete estilos generales, que no son otros que aquellos con los que más veces me he encontrado a lo largo de mi trayectoria profesional. Cada autor tiene sus distribuciones o preferencias… aquí lo que interesa es que cada lector, cada padre y cada madre, sea capaz de analizar cuál es su estilo, que pueda entender sus debilidades y sus fortalezas.
En términos generales el autoritario, el protector y el diplomático tienen preciosas fortalezas; habría que tener cuidado con el punitivo, sacrificante y negligente, dado que pueden causar mucho dolor. Pero hay uno que se lleva la guinda del pastel. Este es el ausente: no hay herida más profunda para un hijo que tener un padre o madre ausente. Pero no me refiero a que no esté en casa, no, esa es otra cuestión; a lo que me refiero es a ese padre o a esa madre al que / a la que no le interesa su hijo en esencia. Que le da igual. Los hijos siempre detectan esta tendencia, que a menudo causa un daño irreparable.
-«Si en una casa se están viviendo situaciones de manera continuada en la que se evidencian episodios de tensión, de agresividad o de continuo reto a las normas establecidas, la realidad es que los padres atraviesan un periodo de mucho estrés, ansiedad y angustia. Todo esto construye poco a poco un escenario emocional para los padres que prácticamente anula cualquier posibilidad de tomar decisiones con objetividad, y poco a poco esta dinámica empieza a silenciarse y a vivirse en soledad en la mayoría de ocasiones». ¿Cómo acaban empeorando las cosas esos silencios de los progenitores o cuidadores del menor?
Cuando un adolescente o preadolescente empieza a presentar incumplimientos sistemáticos de las normas establecidas en una casa, cuando desgraciadamente un hijo está traspasando límites consensuados, lo que en realidad está haciendo es lanzar un grito de desesperación que lleva un mensaje encriptado. Un mensaje oculto. La tarea, la responsabilidad de los padres y profesionales, no es fijarse en la conducta explícita, sino entender cuál es la necesidad que ese adolescente está explicitando, aunque de manera antisocial.
Cuando los adultos acaban por no señalar la conducta y, más concretamente, esa necesidad, lo que están haciendo subliminalmente es abandonar la necesidad de su hijo. No se trata de ocultar o guardar en secreto las conductas, se trata de traer a la luz la verdadera problemática del chico/a. Solo de esta manera, cuando se es capaz de señalar, traducir, entender y aportar solución, es cuando las miradas se limpian y el amor, entonces sí, gobierna la casa.
-¿Cuándo hay que pedir ayuda ante el comportamiento conflictivo y/o agresivo de los hijos adolescentes, hasta qué extremo hay que llegar para tener que pedir esa ayuda profesional?
Bueno, es una cuestión bastante compleja porque cada unidad familiar es un universo en sí misma, pero me gustaría comentar que, por lo general, si nos lo estamos planteando es que ya podríamos estar llegando tarde. La clave no reside tanto en esperar más o menos tiempo en pedir ayuda, la clave reside en ser capaz de cribar, descartar y afinar con los mejores profesionales posibles. Si podemos realizar con éxito este ejercicio, entonces la prevención sí tendrá un efecto que con seguridad cambiará la vida de nuestra familia.
-En su libro se lee: «Creo poder afirmar que todas y cada una de las familias con las que he trabajado en estos últimos quince años me han enseñado algo que antes no sabía».
Es cierto, no es un cliché o una frase bonita para aparentar y quedar bien con el lector, no. Cuanta más experiencia voy acumulando con los años, más me voy dando cuenta de que cada familia, cada chico o chica, tienen una enseñanza que compartir. Normalmente, quedo muy agradecido a las familias con las que trato por haberme permitido trabajar con ellas y por el aprendizaje que he obtenido. Una frase aquí, una técnica que me enseñan allí, un hobby que no conocía estimulante,…
En los últimos años, me he tropezado mucho con la enseñanza de ‘Alejandro, no hay enemigo pequeño’. Evidentemente, es una metáfora, pero es cierto que en ocasiones llegan a consulta casos en los que aparentemente el nivel de dificultad es muy bajo porque se ve claramente que es algo leve o fácil de trabajar. Sin embargo, en no pocas ocasiones, he acabado hecho un lío y lamentando no haber sabido leer entre líneas dinámicas ocultas. En 2005 empecé a trabajar con casos de unos niveles de extrema gravedad, de película podríamos decir, y en numerosas ocasiones, casi veinte años después, veo casos muy leves que llegan a costar descifrar más que aquellos. Quizás debería echar un ojo de nuevo a mi respuesta de la primera pregunta y recordar que el tiempo también pasa para mí.
-¿Son más difíciles los hijos, o bien las hijas adolescentes?
Son iguales, pero estamos menos acostumbrados a trabajar con hijas. Tenemos menos experiencia trabajando con chicas y esto hace que parezca que son más difíciles, pero no lo creo. Si uno coge las estadísticas de los delitos cometidos por menores de edad en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, que es en donde yo he trabajado siempre, lo que se ve es que claramente los varones cometen mucha mayor cantidad de delitos que las mujeres y con un uso más evidente de la violencia. Sin embargo, en el caso de la Violencia Intrafamiliar Ascendente*, las estadísticas tienden al equilibrio, si bien es cierto que los chicos siguen a la cabeza. En definitiva, cada grupo tiene su idiosincrasia, pero estamos más acostumbrados a trabajar con chicos conflictivos que con chicas conflictivas, por ello tenemos menos experiencia y menor conocimiento con ellas. Pero no son más difíciles.
*Violencia Intrafamiliar Ascendente: violencia de los hijos hacia sus progenitores
-Como no podía ser de otra manera, en el libro se aborda el tema del teléfono móvil.
Hay mucho que hablar sobre el teléfono móvil. Recuerdo que en 2005 ningún padre se quejaba del uso del móvil de su hijo, y, de repente, hoy en día es uno de los principales motivos de consulta. Para resumir y afinar bien la respuesta, me atrevería con la siguiente reflexión: el problema no es el móvil, el problema es no saber entender la necesidad no cubierta que tiene nuestro hijo y que está enmascarando escondiéndose bajo la pantalla del teléfono. No se trata de ponerle candados al móvil, se trata de entender qué le está ocurriendo al chico/a. Si nos centramos en el uso del teléfono, nos estaremos perdiendo lo importante.
-«La verdadera clave para el buen desarrollo de su hijo o hija va más allá de las normas, límites o consecuencias, el verdadero secreto es que usted sea un referente para sus hijos. El espejo en el que se quieran mirar». Parece fácil…
Y es dificilísimo, pero por eso mismo ser padre o madre o profesional para niños, preadolescentes, adolescentes y jóvenes es un regalo. No es nada fácil y no hay que pretender ser perfecto, pero la realidad es que intentar ser el mejor referente genera un cambio de vida precioso.
Desde que trabajo con adolescentes y, sobre todo, desde que soy padre de dos maravillosas hijas, como mucho más sano y muchas menos proteínas de contenido animal, soy abstemio, practico más deporte, estoy más comprometido con mi salud, con mi familia, con mi desarrollo profesional, con mi estado emocional,… y aun así, a diario cometo errores que me llevan a pensar que nada vale la pena, hasta que veo la mirada de una de mis hijas o de alguno de los chicos con los que trabajo y me insuflan energía para seguir mejorando. Parece fácil y no lo es, en absoluto, pero es un regalo.