Pepe Menéndez, autor del libro ‘Educar para la vida’ (Siglo XXI): Pepe Menéndez es profesor de secundaria. Actualmente asesora a instituciones que desean impulsar procesos de transformación profunda de la educación. Especialista en liderazgo, innovación docente y gestión del cambio, acompaña en acciones transformadoras llevadas a cabo en instituciones educativas públicas y privadas de España, Europa y Latinoamérica. Es autor de ‘Escuelas que valgan la pena’ (2020) y coautor de la colección de libros ‘Transformando la educación’ (2015).
Redacción Farmacosalud.com
«Este libro se propone abordar reflexiones y experiencias de mi vida educativa, especialmente en el ámbito profesional pero también algunas del entorno personal, y argumentar la convicción de que la educación debe ir evolucionando hacia un propósito profundamente transformador y humanizador», escribe en el manual ‘Educar para la vida’ su autor, el profesor y asesor educativo Pepe Menéndez. Pero, a pesar de que Menéndez reivindica con estas palabras orientarse hacia una enseñanza marcadamente humanizadora, también quiere dejar muy claro que, hoy en día, “las aulas no están deshumanizadas en el sentido radical de la palabra. El proceso de humanización que yo propongo hace referencia a la necesidad de centrar el propósito de la escuela en la formación integral de los alumnos. Es decir, entender el proceso escolar como un acompañamiento del proceso de crecimiento y de desarrollo de la personalidad al tiempo que se aprenden conceptos y competencias. Se trata de aprender con propósito”.
Tal y como señala Nora Kviatkovski, el aprendizaje se correlaciona con el origen profundo del comportamiento, que significa el modo de percibir, recordar, significar, vincularse, habitar la realidad y optar en el mundo. El camino para instruirse es, en este sentido, un camino para aprender y acercarse al conocimiento con el fin de saber, conocer, disfrutar… pero también para conocerse y tomar opciones. “No es sólo un proceso de acumulación de conocimiento, sino un proceso de comprensión del conocimiento -señala Menéndez-. Cuando hablo de humanización, me refiero a la necesidad de desequilibrar el fuerte componente academicista y enfatizar el propósito global del proyecto de vida de la persona. Humanizar la escuela debe llevarnos a entender el Ser y Pertenecer de cada uno de los estudiantes, siendo por ello estos conceptos elementos esenciales para crear las condiciones de aprendizaje”.
Construcción de entornos de mayor justicia, cooperación y sostenibilidad
«El sentido de humanizar la educación en la escuela está conectado con armar aprendizajes que tengan proyección para la construcción de personas más libres, capaces de aportar su grano de arena a la construcción de entornos de mayor justicia, cooperación y sostenibilidad», escribe el autor del libro. Hablando de sostenibilidad… decirles eso a los alumnos está muy bien, pero luego -por poner un ejemplo- si sus padres van a recogerlos a la escuela cada uno en su vehículo privado, sin que haya ni rastro de un esfuerzo por recurrir al transporte público, pues resulta ser un escenario algo contradictorio... “Como he dicho antes -comenta al respecto el profesor-, el propósito de la escuela tiene que ser acercarse al conocimiento para tomar decisiones. Es un proceso que tiene que ver con experimentar, sentir, recordar y finalmente tomar opciones en la vida. El conocimiento en sí mismo no nos hace mejores personas y ni siquiera nos hace más libres, todo depende para qué lo utilicemos, y la comprensión que tengamos de su propia complejidad".
"El ejemplo sobre el uso del automóvil me hace recordar la época en la que las escuelas fueron pioneras en el proceso de reciclaje, algo que luego ha pasado a las casas hasta convertirse en un hábito de conducta. Los centros de enseñanza, en ese caso, fueron pioneros porque se avanzó, porque se enfatizó, porque se entendió esa acción como parte del proceso educativo de los alumnos. Reciclar fue optar en el mundo, porque nos hizo conscientes del desgaste al que tenemos sometido al planeta”, argumenta Menéndez.
De hecho, el mundo no avanza linealmente y, muchas veces, estamos ante paradojas como la de los alumnos que acuden en coche a la escuela, cuando es allí donde pueden escuchar repetidamente que las personas deberían dejar de tomar tantos aviones o deberían viajar de manera más sostenible. “En todo caso -prosigue-, tengo confianza en que las aulas puedan ser un buen lugar para reforzar, enfatizar y concienciar; pero para eso necesitamos que los alumnos comprendan de una manera global y no acaben reciclando por obligación o porque lo dice la maestra, sino porque acaben comprendiendo el sentido de sus actos, es decir, que entiendan para qué lo están haciendo. Así se pueden acabar convirtiendo en agentes de concienciación en sus propias casas o en la calle”.
Actualizar, no destruir algo para construir desde la nada
Menéndez, en su libro, reivindica varias veces el concepto de ‘resignificación’. “Resignificar la escuela significa actualizar el propósito, significa que yo no destruyo para construir algo desde la nada. Podríamos decir, comparándolo con el mundo de la construcción inmobiliaria, que no se trata de tirar abajo una casa y sobre el terreno antiguo construir otra. Transformamos la escuela desde la experiencia de los docentes, desde su conocimiento de los procesos de acompañamiento personal, desde el proceso de aprendizaje… hay que entender qué es lo que toca hacer ahora, dadas las circunstancias externas de un mundo dominado por procesos migratorios, por una irrupción tecnológica potente, por la propia crisis de sostenibilidad del planeta, e incluso después de la pandemia por un fortísimo impacto de estrés psíquico, fenómeno que ha acabado provocando comportamientos relacionales disruptivos”.
“Significa, además, que yo tengo que estar permanentemente pensando cuál es el propósito de esa escuela. Quiere decir llegar a un nuevo significado que no tiene que ver con destruir y construir desde cero, sino avanzar desde el conocimiento y la experiencia que tenemos y aportando, por supuesto, la formación necesaria, pero construyendo desde lo que ya tenemos”, precisa el asesor educativo.
«La infancia y la adolescencia son los períodos más frágiles y decisivos en la configuración de nuestra personalidad, de las convicciones que tenemos sobre nosotros mismos y de la mirada que proyectamos hacia el mundo que nos rodea. En definitiva, es el tiempo en que ponemos las bases de nuestra construcción como personas. No somos un terreno virgen sobre el que se pueda construir cualquier edificio. Somos herederos de la historia y de la cultura de nuestros ancestros, de su carga genética, de todo aquello que ayudó y dificultó la vida de los que nos precedieron».
La familia no puede mantenerse al margen
¿Así pues, llegados a este punto, qué papel juegan los padres y las familias en todo ello? ¿No es muy injusto cargar todo el peso de la educación en los maestros o profesores? “Completamente de acuerdo -contesta Menéndez-. Todos los estudios internacionales señalan que el elemento de mayor influencia sobre el proceso de desarrollo personal y aprendizaje de los estudiantes está en el entorno familiar, de tal manera que casi podríamos decir que los estudiantes, al llegar a la escuela, entran con una mochila llena de contenidos que tienen que ver con el peso del entorno socioeconómico, con el peso cultural, etc. No todo el mundo llega con el mismo grado de convicción, o habiendo tenido una familia que siempre ha estado allí cuando se la ha necesitado”.
Precisamente, esa mochila es la que obliga a pensar que no todo el mundo tiene los mismos ritmos, que no todo el mundo se acerca al conocimiento de la misma manera y que no todo el mundo, por ejemplo, tiene procesos de lectoescritura o de contacto con las ciencias o la historia al mismo nivel. Si se tiene en cuenta, pues, que la familia es el elemento más esencial, “debemos aceptar que la enseñanza puede actuar desde esa realidad, y que tiene que actuar pensando que ese es el factor que más influye. Por eso es tan necesario que trabajen juntas familias y escuelas. La escuela debe esforzarse en explicar bien los objetivos que tiene y las maneras en que va a proponer enseñar a sus alumnos, qué tipo de actividades planteará para que dichas acciones sean acompañadas por la familia, y para que ésta, desde su ámbito, pueda dar su apoyo. Escuela y familia están condenadas a entenderse y no habrá una buena educación global si no hay esa alianza”, remarca el autor de ‘Educar para la vida’.
“Fijémonos que hace ya unos cuantos años que también se habla de la ciudad como elemento educativo. Ya no sólo es la familia y la escuela, también sabemos que, a menudo, los estudiantes aprenden más cosas fuera de la escuela que dentro de ella. Y cuando digo ‘aprenden’, no me refiero a aprendizajes de conocimientos curriculares solamente. Me refiero al aprendizaje de cosas de la vida que muchas veces están más en los parques, en los grupos de amigos e incluso en una tecnología cuyo acceso está, con frecuencia, poco controlado. La escuela tiene que pensar que actúa en ese contexto, actúa en función de los entornos sociofamiliares. Por eso debe pensar en conocer en qué entornos están aprendiendo de manera no formal los alumnos”.
De todo ello se deduce que los centros de enseñanza están limitados, pero, al mismo tiempo, tienen capacidad para equilibrar y abrir nuevas oportunidades a niños y jóvenes. A juicio de Menéndez, “la escuela no debe olvidar nunca que es la ventana abierta al mundo, es la ventana que se ofrece a los estudiantes para que conozcan otros ambientes u otros ámbitos sobre la ciencia, el arte, el lenguaje. La escuela es el lugar donde se suspende de alguna manera el orden natural de las cosas, como dice Carlos Magro. Yo creo que si la escuela, en vez de pensar que tiene que cumplir con una especie de rigor curricular, considera que el currículum lo debe poner en el contexto de esas condiciones que acabo de citar, probablemente tendrá un mayor impacto sobre la vida de sus alumnos”.
Una tendencia humanizadora que ayude a evitar errores del pasado
No obstante -todo hay que decirlo-, por desgracia a veces se ven estudiantes muy bien instruidos que a la vez son muy maleducados. “No sé si entiendo bien esa lógica de causa / consecuencia entre estar mejor instruidos y ser maleducados -manifiesta al respecto el profesor-. El adjetivo instruido, según la RAE, significa ‘que tiene buen caudal de conocimientos adquiridos’. Como yo mismo resaltaba, el saber no nos hace mejores personas de manera automática. Y por eso defiendo un saber con propósito humanizador. He conocido escuelas, especialmente de clase alta, en las que el nivel de exigencia académico no comportaba un comportamiento adecuado en un número significativo de alumnos. La finalidad de una escuela humanizadora es establecer un vínculo entre los conocimientos que voy adquiriendo y el propósito del proyecto de vida que me lleva a optar, o sea, a escoger cuáles son los comportamientos que considero coherentes con la formación que voy recibiendo”.
“Me gustaría que la escuela humanizadora que defiendo sirva para evitar que se repitan episodios del pasado, es decir, episodios de la historia de la humanidad como el de la Alemania nazi, en la que el nivel cultural no se correspondía con conductas que hicieran el bien. O, también, evitar episodios como los que vemos en la historia moderna, en la que estados con un buen nivel de formación ciudadana son protagonistas de agresiones violentas”, agrega.
La pérdida de autoridad, un fenómeno común
Otro de los debates sobre la enseñanza de nuestros días es el que gira en torno a la pérdida de autoridad del maestro o profesor en las aulas. Y es que la complejidad que actualmente caracteriza al entorno educativo constituye, sin lugar a dudas, un enorme desafío. “Pero no se trata de un desafío que afecte únicamente a la escuela. Asistimos a una mayor horizontalidad en las relaciones sociales que no siempre está bien entendida. El cuestionamiento de instituciones que tradicionalmente no veían peligrar su autoridad -como los poderes públicos, agentes sociales, organizaciones religiosas y la propia familia- es muy parecido al que padece la escuela. Todos estos estamentos están sometidos a una enorme presión, básicamente por la complejidad de un mundo en el también conviven aspectos positivos, como la mayor horizontalidad de las relaciones que cuestionan la potestas y aumentan el valor de la auctoritas”, expone Menéndez.
La antigua autoridad del maestro venía dada por la enorme distancia de conocimiento que había entre docentes y estudiantes, y, por otro lado, por una manera de entender la jerarquía social en la que la disciplina, la obediencia y el control eran valores fuertemente establecidos. Dicho esto, el desafío que tienen ahora los docentes es el de ganar la autoridad basada en aquellas competencias que tengan que ver con la profesionalidad, con el mejor dominio del proceso de enseñanza y aprendizaje, y con la manera de crear los contextos relacionales entre alumnos y docentes y con las familias.
Según el autor de ‘Educar para la vida’, “a menudo los comportamientos disruptivos de los estudiantes vienen dados por causas externas a la propia escuela y a la propia relación con el docente; en numerosas ocasiones vienen dados por causas sociales o por situaciones familiares. Insisto en que la autoridad tiene que estar basada en la auctoritas, en esa autoridad moral basada en el reconocimiento que los alumnos nos otorgan en el desarrollo de nuestra labor educadora y formadora. Tiene que ver, por ejemplo, con la percepción que tengan los estudiantes de enfocarse en lo importante, que es aprender, y que para ello noten que la escuela crea unas condiciones de personalización y aprendizajes significativas”.
Menéndez escribe: «no se trata de reformar, no alcanza con eso. Se trata de transformar en profundidad. Es un reto muy poderoso que solo podremos afrontar desde la claridad de nuestras prioridades como educadores y compartiendo nuestra visión y trabajo con nuestros colegas y con otras perspectivas del mundo que nos rodea. Y, especialmente, podremos hacerlo si mantenemos una actitud de permanente escucha de los niños, niñas y jóvenes, que son los sujetos centrales de esta acción transformadora y humanizadora».
“Yo creo que la actitud de escucha activa tiene que ser una actitud permanente en la relación entre docentes y estudiantes. La palabra tenemos que compartirla, tenemos que hacerla común… debe formar parte de la vida cotidiana de la escuela el hecho de disponer de espacios donde esa palabra se pueda expresar, donde las ideas y sentimientos afloren. Ya existen muchos centros que empiezan la semana o el día reuniéndose en espacios de diálogo, simplemente colocando las sillas en círculo y promoviendo la vinculación entre el estado de ánimo de los estudiantes y los propósitos escolares. Suele ser recomendable que se haga en grupos no demasiado numerosos, algo que se puede conseguir con la implicación de todos los maestros y profesores”, explica el autor del libro.
“No se trata de esperar a que pase algo especial, ni que sea de manera extraordinaria -sostiene a renglón seguido-. La percepción de lo extraordinario no es la misma en los docentes que en los alumnos. Si creamos esos espacios de diálogo y de escucha, vamos a poder encontrar ahí -tal y como debería ocurrir en las familias- oportunidades para, por un lado, conocer mucho mejor las inquietudes y deseos de los estudiantes, y por otro dar vía libre a su expresión con la finalidad de que los chicos se vinculen con su proceso formativo y de aprendizaje. Creo que debemos tomar plena conciencia de que educamos ‘con’ los niños y jóvenes, que no es lo mismo que educar ‘a’ los niños y jóvenes”.
¿La maquinita lo hace todo?
Asimismo, no menos candente como tema de discusión es el papel que debe jugar la Inteligencia Artificial (IA) en el mundo educativo. Porque, es evidente que la IA, mal usada, puede dar lugar a ciertos vicios motivacionales y, con ello, abocar al ser humano a la holgazanería mental más decadente, en tanto que la maquinita lo hace todo. De todos modos, y si bien a lo largo de la historia de la humanidad cualquier invento o avance impactante ha acabado asociándose tanto a buenos como a malos usos, cabe matizar que la denominada Inteligencia Artificial “no es inteligente en el sentido humano de la palabra porque, en definitiva, se alimenta de los datos que los seres humanos le vamos aportando. En mi opinión, lo que tenemos que hacer es preparar a los estudiantes para un mundo en el que la IA va a tener una presencia muy relevante, y muy potente. Y como consecuencia de su potencia también va a traer aspectos positivos y negativos”, afirma Menéndez.
“Voy a poner un ejemplo relacionado con el ámbito profesional de esta revista que ustedes publican. Hace poco oía reflexionar a un analista en Inteligencia Artificial sobre el ámbito de salud, y ese experto señalaba que hay más posibilidades de que la IA sustituya a un médico que al personal de Enfermería. La IA puede alcanzar el mismo nivel de conocimiento que un médico, pero no podrá reemplazar la habitual e insustituible relación humana entre la enfermera y el paciente. Es la diferencia entre pensar que tengo delante una enfermedad, o un ser humano afectado por una enfermedad”.
“Quizás sea un caso radical -subraya el profesor-, pero es un caso que me lleva a enfatizar que, al igual que el factor relacional humano es clave en el mundo de la salud, en las aulas pasa exactamente lo mismo. Si enseñamos a utilizar la Inteligencia Artificial estaremos dando herramientas a los estudiantes para tomar opciones de futuro, porque ellos serán los que, como sociedad, cuando sean más adultos, tomen decisiones estratégicas sobre esta tecnología avanzada. No hay nada en la historia de la humanidad que haya tenido un enorme potencial y que no haya presentado una cara positiva y otra negativa. Sólo cabe recordar grandes inventos como la rueda, la pólvora o el rayo láser, y como han sido utilizados para el bien y también para el mal”.
Ejemplos de transformación: proyectos colaborativos y aprendizaje entre iguales
“Para acabar, insisto: no tenemos que transformar sobre la destrucción de lo anterior, sino mediante un proceso que, como dice la misma palabra transformar, signifique modificar la forma hacia otro lugar. Un ejemplo de maneras de hacer cambiantes es la metodología del trabajo por proyectos colaborativos, o sea, potenciar en los estudiantes competencias como explorar, contrastar, profundizar, argumentar… los alumnos aprenden la parte más teórica, quizás lo hacen de manera más sintética e, incluso, en sentido cuantitativo aprenden menos cosas, pero con mayor profundidad. Y, sobre todo, desarrollan la aplicabilidad de lo aprendido en las aulas, trabajando con otros o trabajando solos, pero en presencia de los docentes, a quienes pueden pedir ayuda, porque esos profesionales son los expertos que los acompañan y acompañarán en los procesos formativos y educativos y en el conocimiento del área del saber”.
“Tradicionalmente, hemos utilizado la escuela como el lugar donde recibir la información teórica, pero la escuela debe ser el espacio donde el conocimiento teórico que yo voy aprendiendo lo pueda poner en práctica delante de mis profesores, que son los que me ayudan a entender cómo aplicar el conocimiento”, apunta el autor del libro.
“Otro ejemplo de cambio que me parece interesante es el denominado 'aprendizaje entre iguales'. Está más que demostrado que los estudiantes, igual que los adultos, tenemos un enorme potencial cognitivo cuando trabajamos con iguales, o sea, con aquellos con los que sentimos una mayor vinculación en términos de perspectiva y lenguaje. Hay numerosos casos de buenas prácticas escolares en las que estudiantes de diferentes niveles ayudan a otros alumnos más jóvenes en la introducción a la lectura, o en la introducción a conocimientos más difíciles del ámbito de la lengua o de las ciencias. Sabemos que es un aprendizaje tanto para el alumno que está en posición de enseñar -quien consolida así sus conocimientos-, como para el estudiante que aprende”, destaca Menéndez.