Redacción Farmacosalud.com
‘No perdamos nada del pasado. Sólo con el pasado se forma el porvenir’, dijo el escritor francés Anatole France (1844-1924). Aprender de costumbres pretéritas puede ser un trampolín hacia un futuro repleto de salud, en el que el Astro Rey tiene mucho que decir tras años de coronación desfigurada entre arenas playeras. Gozar del sol no es emborracharse de rayos veraniegos -como suele hacerse en la actualidad-, sino exponerse a las bondades de un monarca tan naturista como generoso, a la par que puntualísimo en su aparición diaria en los cielos del planeta. El objetivo humano a perseguir, rescatar hábitos inexplicablemente olvidados: “el problema no es el sol en sí, sino la desconexión que hemos creado con él”, advierte la nutricionista María del Mar Molina, autora del libro ‘Dieta solar’ (HarperCollins).
“Hoy en día pasamos el año entero encerrados bajo luz artificial, y cuando llega el verano, pretendemos exponernos de golpe durante horas (a los rayos solares), con gafas de sol y cremas que bloquean los rayos precisamente necesarios para activar procesos vitales como la síntesis de vitamina D, la regulación hormonal o el correcto funcionamiento del reloj biológico”, subraya Molina. A lo que añade: "el hábito ancestral es recibir luz solar real, tocar la tierra, respetar los ritmos circadianos", mientras que la adaptación moderna a todo ello es vivir "con consciencia ambiental, protegiendo el cuerpo de la luz artificial y de los desajustes que genera un entorno antinatural".

Fuente: HarperCollins / Ingenio de Comunicación
-Su libro enfatiza la importancia de reconectar con la naturaleza para mejorar la salud integral, por ejemplo retornando a hábitos naturales como la exposición al sol. Suponemos que aquí no vale lo de ‘cocerse’ en la playa durante horas, por más crema protectora que uno de aplique…
Exactamente, no se trata de cocerse al sol ni de fomentar la exposición irresponsable. En el libro insisto en que la clave está en reconectar con la luz solar de forma inteligente y progresiva, como lo hacían nuestros ancestros: salir al amanecer, exponerse en las primeras y últimas horas del día, y pasar la mayoría de los momentos del día al aire libre, aunque sea en la sombra. El problema no es el sol en sí, sino la desconexión que hemos creado con él. Hoy en día pasamos el año entero encerrados bajo luz artificial, y cuando llega el verano, pretendemos exponernos de golpe durante horas, con gafas de sol y cremas que bloquean los rayos precisamente necesarios para activar procesos vitales como la síntesis de vitamina D, la regulación hormonal o el correcto funcionamiento del reloj biológico.
Así que no, no se trata de achicharrarse en la playa ni de depender de protectores que nos den falsa seguridad. Se trata de volver a construir una relación sana y diaria con el sol, entendiendo que la luz es nutrición, no sólo iluminación o bronceado. Por eso hablo de una dieta solar: porque igual que cuidamos lo que comemos, deberíamos cuidar la luz que recibimos.
-¿Cómo se expone uno a la luz solar en plena ola de calor?
Durante una ola de calor, exponerse al sol requiere aún más conciencia y respeto por los ritmos naturales. No se trata de forzar la exposición, sino de saber cuándo y cómo recibir la luz que el cuerpo necesita sin poner en riesgo su equilibrio térmico. En esos días extremos, la clave está en las horas suaves:
-Amanecer y primeras horas de la mañana, cuando la luz tiene mayor componente infrarrojo, que es antiinflamatorio y protector.
-Y, si se tolera a mediodía, no será un problema mientras exista la posibilidad de darse un baño en un río, mar o piscina. Los últimos rayos del día, justo antes del atardecer, también regulan el sistema nervioso y ayudan al descanso, por lo que el atardecer sería lo que sustituiría a la cena. Me refiero a que no hemos de cenar por la noche, sino antes del atardecer. A continuación, si es posible, hay que dar un paseo mientras el sol se esconde. Después, ya estamos preparados para ir a dormir, el segundo alimento más importante después del sol.
A partir de media mañana y durante las horas centrales del día, es más sabio buscar sombra, agua, frescor y descanso, tal y como harían muchas culturas tradicionales. Lo importante es mantener la coherencia con la biología, no caer en extremos: ni encerrarse todo el verano, ni exponerse como si fuésemos invulnerables.

María del Mar Molina
Fuente: HarperCollins / Ingenio de Comunicación
-En ‘Dieta solar’ usted anima a sumarse a un movimiento ancestro-moderno que consiste en combinar hábitos ancestrales con las necesidades del mundo moderno, con el fin de promover un estilo de vida equilibrado.
El Movimiento Ancestro-Moderno parte de una premisa muy simple: no se trata de volver a las cavernas, sino de integrar lo mejor del pasado con lo mejor del presente. Y eso requiere entender qué necesita realmente nuestro cuerpo -según su diseño evolutivo- y adaptarlo al contexto actual. Un ejemplo muy concreto: trabajas frente al ordenador (mundo moderno), pero lo haces junto a una ventana abierta, con luz natural directa y con los pies descalzos sobre tierra o una alfombra de conexión a tierra (earthing). Además, usas gafas con filtro para luz azul durante la tarde o noche y evitas comer frente a pantallas, sincronizando tus comidas con el ciclo solar.
Es una combinación perfecta de ambas dimensiones:
-El hábito ancestral es recibir luz solar real, tocar la tierra, respetar los ritmos circadianos.
-La adaptación moderna es seguir trabajando, pero con consciencia ambiental, protegiendo el cuerpo de la luz artificial y de los desajustes que genera un entorno antinatural.
Esa es la esencia del método: no escapar del mundo moderno, sino rediseñarlo desde una perspectiva biológica.
-En el libro se recomiendan prácticas como el ayuno, la exposición al frío y al calor y el ya mencionado earthing para mejorar la salud física y mental. Con respecto a las variaciones de temperatura… ¿se trata de pasar un poco de frío o de calor para optimizar el estado del cuerpo?
Lo que propongo en ‘Dieta Solar’ no es exponerse al frío o al calor como una forma de castigo, sino como una herramienta inteligente para recordarle al cuerpo lo que es capaz de hacer cuando se estimulan sus mecanismos naturales de adaptación. Estamos capacitados para ello, en la memoria de nuestras células está escrito. Por ejemplo:
-Unos segundos de ducha fría por la mañana no buscan que pases un mal rato, sino que actives mitocondrias, aumentes dopamina, mejores la circulación y refuerces la resiliencia mental.
-Sudar en una sesión de sauna (o incluso al sol, con moderación) ayuda a detoxificar*, regular el sistema nervioso y estimular hormonas del bienestar.
El cuerpo humano está diseñado para adaptarse, pero hoy en día vivimos en una zona de confort térmico constante -siempre a 21-22 °C, sin variaciones, sin desafíos-. Y ese estancamiento, paradójicamente, debilita. Volver a pequeñas exposiciones cíclicas al frío y al calor es una forma natural de estimular la salud metabólica, mental e inmunológica, siempre desde el respeto y la progresión. Así que sí: un poco de frío o de calor, en dosis controladas, es medicina ancestral en estado puro.
*detoxificar: eliminar o transformar sustancias tóxicas en compuestos menos dañinos, facilitando su excreción

Autor/a: efired
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-Con su permiso, volvemos al earthing…
Earthing o grounding es la práctica de conectar directamente el cuerpo con la Tierra, generalmente caminando descalzo sobre superficies naturales como césped, arena, tierra o roca. Y, aunque suene simple o incluso poético, tiene una base biológica poderosa. Nuestro cuerpo funciona con impulsos eléctricos -el corazón, el cerebro, las células- y la Tierra también tiene una carga eléctrica natural, un leve campo negativo. Al estar descalzos sobre ella, nuestro cuerpo descarga radicales libres (moléculas inflamatorias con carga positiva) y se equilibra eléctricamente, lo cual tiene efectos demostrados sobre la inflamación, el estrés y el sueño.
En la actualidad vivimos completamente aislados del suelo: suelas de goma, casas elevadas, asfalto, pantallas por todos lados… y eso altera nuestro equilibrio eléctrico natural. Volver a la Tierra es más que una metáfora: es una necesidad fisiológica olvidada. Practicar earthing cada día, aunque sea 10 o 15 minutos, mejora el sueño, reduce el cortisol, regula el sistema nervioso y nos devuelve al presente.
Y en clave ancestro-moderna: puedes hacerlo mientras hablas por teléfono, juegas con tus hijos o trabajas con el portátil en el jardín. No es un ritual extraño. Es simplemente volver a tocar algo de lo que siempre fuimos parte: la Tierra que nos sostiene y nos recarga.