Redacción Farmacosalud.com
Entre el 70 y el 80% de las mujeres postmenopáusicas sanas, a partir de los 55 años empiezan a sufrir una serie de síntomas relacionados con la falta de estrógeno. Estos síntomas se recogen en lo que denomina síndrome genitourinario, anteriormente conocido como atrofia vulvovaginal. La causa de esta alteración es la deprivación de estrógeno: el tracto genitourinario femenino es particularmente sensible a los efectos de esta hormona, ya que son tejidos con un alto número de receptores estrogénicos. La consecuencia es la disminución del colágenos y elastina de los tejidos, la reducción de la vascularización tisular, adelgazamiento de epitelio y reducción de la elasticidad.
Los tres síntomas principales de este síndrome son las infecciones de orina de repetición, la sequedad vaginal y la dispareunia (dolor durante las relaciones sexuales). “Habitualmente las pacientes llegan a la consulta con estos problemas”, explica la Dra. Marta Yuste, especialista en cirugía íntima del Servicio de Cirugía plástica estética y regeneradora del Hospital Universitari Dexeus del Institut Ruiz Castilla. “Los tres son consecuencia de un cambio anatómico y de pH en la zona vaginal debido a la falta de estrógenos”.
Con la menopausia, se da paso a bacterias que modifican el pH
Durante la fase estrogénica del ciclo menstrual, las células de la vagina son capaces de metabolizar la glucosa, el nutriente principal del lactobacilo encargado de mantener el pH sano. Con la menopausia, finaliza el aporte de estrógeno y el lactobacilo desaparece de la microbiota dando paso a otras bacterias que modifican el pH. “Lo que vemos es que las paredes de la vagina han perdido volumen y no tienen pliegues internos además de presentar un color nacarado en vez del color rosado sano”, afirma la Dra. Yuste. “Todos estos cambios afectan en mayor o menor medida a la calidad de vida de estas mujeres y a sus relaciones sexuales”, añade.
Dada la alta prevalencia e impacto de esta patología, se está investigando en alternativas eficaces a la terapia hormonal sustitutiva, como el uso del láser o la infiltración de ácido hialurónico. Sin embargo, la alternativa que aparece como una herramienta útil para dar una solución definitiva del síndrome genitourinario es el lipofilling vulvovaginal, es decir, el injerto de células grasas de la propia paciente en la vulva y paredes vaginales. “Se trata de una cirugía sencilla en la que extraemos las células grasas de la paciente -a poder ser cercanas a la zona genital-, las tratamos y las colocamos en vulva y vagina a través de cánulas por lo que no queda ninguna cicatriz”, detalla Yuste.
Vida normal en 24-48h
La paciente puede hacer vida normal en 24-48h. “Nuestra experiencia en esta técnica quirúrgica nos demuestra que se trata de un tratamiento eficaz para la atrofia vulvovaginal que consigue modificar el pH vaginal observando un aumento del volumen y de la elasticidad, así como del flujo sanguíneo. La presencia de células madre y de factores de crecimiento en el injerto provoca una mejora en la calidad de los tejidos”. “De este modo”, comenta la Dra. Yuste, “además de mejorar la estética, reposicionamos el meato urinario de forma que evitamos las infecciones de orina. Las pacientes se sienten más cómodas y pueden volver a utilizar ropa estrecha, ir en bicicleta y recuperar actividades que las molestias del síndrome les habían impedido realizar en un momento u otro”.
En referencia a la actividad sexual, la especialista comenta que las pacientes tratadas reportan un mayor interés y deseo sexual, un aumento de la actividad íntima y mejoras en la lubricación. “En general, el lipofilling permite a las pacientes reiniciar una sexual activa satisfactoria” concluye la experta. El síndrome genitourinario también puede afectar a pacientes que se han sometido a tratamientos oncológicos o que padezcan liquen escleroatrófico vulvar o patología traumática vulvovaginal.