Alba Cardalda, autora del libro ‘Cómo mandar a la mierda de forma educada’ (editorial Vergara): Alba Cardalda es psicóloga experta en psicoterapia cognitivo-conductual, terapia breve y estratégica y neuropsicología. Desde hace más de diez años se dedica a la terapia infanto-juvenil y de adultos, tanto individual como de pareja y familiar, y desde 2017 viaja por todo el mundo sin residencia fija. Además, a través de sus canales en redes sociales comparte consejos para mejorar el bienestar diario de sus cientos de miles de seguidores.
Redacción Farmacosalud.com
De la misma manera que no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido, como tampoco lo es decir ‘se avecina una tormenta’ que ‘la vecina se atormenta’, mandar a la mierda de forma educada no es lo mismo que hacerlo de manera maleducada. Es más, mandar a la mierda cortésmente requiere de todo un entrenamiento previo, mientras que la versión más marrullera del envío escatológico precisa de mucha menos preparación. Con el libro ‘Cómo mandar a la mierda de forma educada’, Alba Cardalda realiza un recorrido por nuestras emociones en el que no faltan atajos para encontrar el crecimiento personal y descubrir la magia de la empatía. Un periplo que culmina con el convencimiento de que poner límites -eso sí, haciéndolo de manera adecuada- es un ejercicio muy sano, no un gesto egoísta… ¿el amor incondicional, sólo para lectores de novela rosa?
-‘Cómo mandar a la mierda de forma educada’… desde luego, con semejante título, está clarísimo que usted no se corta un pelo…
Quizás es una forma de interpretarlo cuando se lee el título del libro; sin embargo, a lo largo de los capítulos se desprende el esfuerzo y trabajo que conlleva poder mandar a la mierda de forma educada ya que, lejos de resultar fácil, se requiere hacer todo un trabajo de crecimiento personal y autoestima, dar valor a las necesidades propias y ajenas, fomentar la empatía y asertividad, poder observar con perspectiva los vínculos que establecemos, ser capaces de cuestionarnos la culpabilidad, plantearse los motivos por lo que nos puede estar molestando la conducta de otras personas, lidiar con los estereotipos impuestos y cuestionarse las propias creencias.
-¿A usted la han mandado alguna vez a la mierda de forma educada?
Por supuesto, de forma educada, y maleducada también.
-En su libro, usted escribe: «Del mismo modo que las señales de tráfico nos ayudan a conducir con seguridad para arribar sanos y salvos a nuestro destino, los límites en las relaciones ejercen esa misma función: garantizar que los vínculos sean sanos y seguros para proteger la integridad de todos». ¿Todos y cada uno de nosotros debemos aprender a poner esos límites en las relaciones, o bien alguien ajeno a nosotros debería arbitrarlos para evitar que nos equivoquemos?
Cada uno debe reconocer cuáles son sus propios límites e identificar, dentro de éstos, cuáles son límites negociables y cuáles no son negociables. Ser inflexible en lo verdaderamente importante (por ejemplo, faltas de respeto o violencia, valores) nos permite ser flexibles en aquello que no lo es tanto y encontrar así un punto de equilibrio que nos permita convivir con otras personas y establecer vínculos sanos y equitativos con ellas.
Para conocer cuáles son nuestros límites y expresárselos a los demás es necesario tener cierto grado de autoconocimiento y saber expresarse de forma asertiva, y esto forma parte de la responsabilidad de cada uno de nosotros. Ahora bien, es posible que en algunas relaciones existan límites incompatibles, dificultad a la hora de expresarlos, rigidez para aceptar topes establecidos por otras personas, etc. Cuando existen complejidades de este tipo que entorpecen la relación, es recomendable pedir intervención de un especialista en relaciones que pueda aportar una visión imparcial y herramientas para resolver dichas dificultades.
-¿Quien pone esos límites en las relaciones suele llevar la batuta cuando se trata de una relación sentimental? ¿Y en el entorno laboral, los límites los suele dictar quien manda en la empresa?
En las relaciones sentimentales el establecimiento de límites es cosa de ambos. No se trata de que uno imponga lo que le conviene y el otro lo acate, dado que estaríamos ante una relación completamente insana y desigual. En las relaciones de calidad, ambas partes tienen derecho a expresar sus necesidades y deseos, y es responsabilidad de ambos tratar de ser empáticos y respetuoso con el otro, y llegar a consensos que permitan la estabilidad del vínculo. Si esto no es posible por incompatibilidad de límites no negociables (recordemos que los límites negociables son los que permiten flexibilidad y los no negociables tienen que ver con aspectos más arraigados e importantes de cada persona como su dignidad, su integridad física y emocional o sus valores), sería sugerible poner distancia o, incluso, valorar el fin de la relación por el bien de ambos.
En el entorno laboral suele existir una jerarquía en la que los rangos superiores tienen mayor potestad para establecer sus normas y límites, por lo que no se da una relación horizontal y equitativa. No obstante, estos límites deben ceñirse únicamente a lo laboral y nunca deben confundirse con tener una superioridad personal o humana. Es decir, tener un rango profesional superior da derecho a establecer normativas laborales, tomar decisiones con autonomía, dirigir a los miembros de un equipo, etc. dentro de un marco legal y ético, pero no da derecho a hablar con desprecio o con faltas de respeto, infravalorar a otros, faltar a la dignidad de los trabajadores o imponer una normativa sin ningún tipo de moral.
-«Nos han criado en la creencia de que poner topes es un gesto egoísta y que cuando uno ama de verdad debe hacerlo incondicionalmente», se lee en su libro. ¿El amor incondicional es una ilusión romántica que sólo sirve para rellenar novelas y regalar minutos a producciones audiovisuales?
La idea del amor incondicional, el amor sin límites, el amor que todo lo perdona, es la causa de muchísimo sufrimiento en las relaciones (sobre todo familiares y sentimentales). La noción del amor incondicional lleva, en muchas ocasiones, a mantener relaciones dañinas, ya que se toleran y justifican comportamientos perjudiciales como faltas de respeto, traspasos de límites o malos tratos; desequilibradas, porque puede llevarnos a entregarnos plenamente al otro sin que haya reciprocidad, y en las que uno deja de cuidarse a sí mismo con tal de satisfacer al otro. Así pues, lejos del romanticismo y nobleza que puede transmitirnos la noción del amor incondicional, éste puede ser el origen de vínculos tóxicos y dolorosos.
-¿Una mentira piadosa -afirmación falsa que, con intención benevolente, trata de hacer más digerible una verdad y causar el menor daño posible- es lícita en alguna ocasión?
El tema de las mentiras piadosas nos plantea un interesante dilema moral que puede variar en función de las creencias y valores de cada uno. En general, podemos valorar mentir de forma piadosa cuando la integridad de un individuo se encuentra en peligro; por ejemplo, si alguien quiere hacer daño a una persona y nos pregunta por su paradero, aunque nosotros sepamos dónde se encuentra, probablemente optaremos por mentirle u ocultar esa información para proteger a dicho sujeto. En casos en los que la salud mental y emocional de un individuo pueden verse comprometidas, también constituyen circunstancias excepcionales en las que podemos optar por la mentira piadosa para no causar un daño (y siempre y cuando esa información no sea relevante). En otros escenarios como, por ejemplo, tener la intención de evitar conflictos innecesarios e intrascendentes, también puede resultar lícito aplicar esta estrategia.
Sin embargo, la confianza y la honestidad son fundamentales en las relaciones sanas, por lo que, antes de utilizar una mentira piadosa, lo más recomendable es pensar en alternativas que no falten a la sinceridad, y tratar de expresarse de una forma honesta pero cuidadosa con el otro para preservar la confianza.
-«Hoy en día, en algunas escuelas ya están empezando a ofrecer educación emocional a los niños y las niñas desde una tierna edad, pero la mayoría de los que nacimos antes de los 2000 no recibimos ningún tipo de pautas para desarrollar herramientas que nos permitan identificar y poner nombre a nuestras emociones, darles valor y transmitirlas de forma empática y asertiva». Aunque sea brevemente, explíquenos un ejemplo de cómo poner nombre a nuestras emociones, darles valor y transmitirlas de forma empática y asertiva.
Para ello es necesario desarrollar la inteligencia emocional. Una forma de hacerlo es dedicar un tiempo de nuestro día a día a escribir nuestros pensamientos y definir cómo esos pensamientos nos hacen sentir. Dedicarnos unos minutos a nosotros mismos para escucharnos nos permite identificar emociones y, aunque no sepamos ponerles nombre, podemos describirlas. Este ejercicio de autoexploración y autoconocimiento desarrolla profundamente nuestra inteligencia emocional, y si, además, trabajamos en el mantenimiento de una sana autoestima, el resultado es que seremos capaces de reconocer nuestras emociones y darles el suficiente valor como para respetarlas y tenerlas en cuenta en nuestra toma de decisiones del día a día y en nuestros vínculos.
Uno de los episodios más recordados de la historia en los que, literalmente, se manda a alguien a la mierda tuvo lugar en 1998, cuando el famoso artista Fernando Fernán Gómez (1921-2007) increpó a un hombre que acababa de pedirle un autógrafo. En concreto, le había pedido que le firmara un libro escrito por el propio Fernán Gómez
Otro aspecto igual de importante que el reconocimiento de emociones es la forma en la que las expresamos. Se trata de ejercitar la empatía, es decir, ponernos en la piel del otro y ser capaces de pensar, dentro de lo posible, cómo esa persona lo hace (es decir, teniendo en cuenta su mapa mental -no el nuestro, puesto que eso no es la verdadera empatía-), y, por otro lado, hacer uso de fórmulas asertivas. Estas fórmulas están diseñadas por psicólogos y lingüistas, quienes, al crearlas, tuvieron en cuenta una gran variedad de factores, y encontraron la manera más adecuada de comunicar mensajes de forma que sean recibidos de la mejor manera posible por el otro. En mi libro ‘Cómo mandar a la mierda de forma educada’ explico muchas de estas fórmulas… tan sólo hay que llevarlas a la práctica.
-¿Dónde está la frontera entre mandar a la mierda de forma educada y hacerlo de manera maleducada?
Cuando en mi libro hablo de mandar a la mierda hago una distinción entre hacerlo de forma simbólica y hacerlo de forma literal. En el sentido simbólico hago referencia a mandar a la mierda como una manera de poner límites o decir basta. Esto puede hacerse de una forma muy educada, con respeto, empatía y asertividad. Cuando, tras muchos intentos de establecer límites de forma educada, la otra persona sigue maltratándonos, manipulándonos o faltándonos al respeto, es lícito ser más contundentes y llegar, incluso, a mandar a la mierda literalmente.
-¿Quien bien te quiere te hará llorar?
Esta frase tan popular debe interpretarse con mucha cautela y contextualizarla en cada situación. Es posible que las personas que nos quieren actúen o nos digan cosas que nos duelan pero que busquen aportarnos algo positivo para nosotros (por ejemplo, una crítica constructiva). No obstante, debemos eliminar la idea de que el amor aporta, necesariamente, dolor y sufrimiento, dado que en muchas ocasiones se ha utilizado esta frase para justificar malos tratos o dinámicas tóxicas en las relaciones.
-¿Por qué cuesta tanto decir ‘no’ cuando nos piden algo que no podemos dar ni conceder, o no nos interesa darlo ni concederlo?
Principalmente porque nos sentimos culpables y egoístas. Se nos ha educado en la creencia de que negarse a algo está mal, como si no tuviéramos derecho a hacerlo. Esto nos lleva a sentir culpa cuando lo hacemos o, incluso, miedo a la desaprobación o a no ser queridos por ser honestos con lo que deseamos o no deseamos hacer.