Bill Hansson, autor del libro ‘Cuestión de olfato’ (Editorial Crítica - colección Drakontos): Bill Hansson (Suecia, 1959) fue vicepresidente de la Sociedad Max Planck y actualmente dirige el Instituto Max Planck de Ecología Química en Jena (Alemania), al tiempo que ejerce como Prof. honorario en la Universidad Friedrich Schiller. Su investigación se centra en la comunicación a través del olor de plantas e insectos. En ‘Cuestión de olfato’ comparte sus aventuras personales durante los viajes científicos que ha realizado por todo el mundo y cuenta historias asombrosas sobre las narices altamente sensibles de las polillas, los neandertales sudorosos y el agujero en la capa de ozono.
Redacción Farmacosalud.com
‘Dime con quién andas y te diré quién eres’, dice el popular refrán, que, llevado a su extremo sensitivo, se convertiría en ‘dime con quién andas -y sobre todo, cómo hueles- y te diré quién eres’. Un mundo inodoro sería tremendamente aburrido y eso lo sabe muy bien Bill Hansson, director del Departamento de Neuroetología Evolutiva del Instituto Max Planck de Ecología Química y autor del libro ‘Cuestión de olfato’. Un mundo sin olor sería también un problema evolutivo… nada mejor que aspirar la fragancia que desprende la cabecita de un bebé para darse cuenta de que los mecanismos de supervivencia son también una cuestión de aromas; en las siguientes líneas descubriremos el porqué de este truco natural exhalado por los bebecitos.
La polución, una ahoga-narices
Olor a alarma excretado por la planta del tabaco, mosquitos que aprecian los efluvios (¿peste?) de los pies sudorosos, lirios que imitan el hedor de estiércol de caballo, pescadores que se orientan en la oscuridad utilizando solo la nariz… todo tiene cabida, mientras huela, en este sorprendente libro. Y lo que huele mal, muy mal, apesta incluso -en todas las facetas posibles- es la contaminación atmosférica y sus terribles efectos. Así se advierte en el libro ‘Cuestión de olfato’: «el crecimiento del dióxido de carbono en la atmósfera que se prevé que se produzca como consecuencia de la actividad humana tendrá efectos importantes para nuestra salud e incluso también para la eficiencia de la polinización, debido a los cambios en la cantidad y la distribución de insectos».
«En los últimos años han causado un gran revuelo algunos nuevos estudios que demuestran que estamos perdiendo a nuestros insectos. Por ejemplo, en algunas regiones de Alemania la biomasa de estos animales se ha reducido en más de la mitad. Este profundo cambio de nuestro medio biótico también tiene graves consecuencias para los seres humanos. El número de abejas se desploma, lo cual significa que los árboles frutales no se polinizan y que la producción de miel se frena. También los abejorros y otras beneficiosas especies de insectos se ven afectados. Y eso no es todo: los insectos constituyen el principal alimento de muchos de nuestros pájaros, que están sufriendo por la escasez de comida. ¿Es posible que este descenso en el número de insectos esté ligado a los efectos de los gases y la contaminación sobre los olores y el sentido del olfato? Esta hipótesis parece plausible, al menos en parte. Varias investigaciones sobre diferentes sistemas han demostrado que los olores cambian como consecuencia de los gases que emitimos».
«Las perspectivas en tierra son, pues, sombrías, pero en el mar no son mejores: el CO2 se disuelve en el agua y da lugar al ácido carbónico, que incrementa la acidez de los océanos. Pues bien, diversos estudios han demostrado que la acidificación del agua altera el olfato de los seres vivos marinos. Lo cierto es que este sentido ayuda a las especies a percibir y a evitar a sus depredadores, a localizar el alimento o a encontrar pareja. En cualquiera de esos casos, un nivel menor de pH en los océanos constituye un importante golpe para la vida y dificulta la correcta ejecución de esas funciones. Aún no sabemos si el ecosistema marino y la red trófica serán capaces de adaptarse a este cambio».
Plásticos flotando, emisiones DMS y confusiones olfativas
Incluso el plástico acaba siendo un enemigo olfativo para ciertas especies. Hansson escribe: «En el año 1907, el químico belga Leo Baekeland inventó en Nueva York la baquelita, el primer plástico totalmente sintético. Desde entonces, la producción de estas sustancias ha adquirido proporciones colosales. Se calcula que hoy en día se fabrican en todo el mundo unos trescientos sesenta millones de toneladas de plástico. Pero ¿cuál es su importancia en la percepción de los olores? […] Los pájaros utilizan su sentido del olfato para diversas funciones. Por ejemplo, la capacidad de detectar el sulfuro de dimetilo o dimetilsulfuro (DMS) es un destacado aspecto del olfato de las aves marinas, porque este compuesto se desprende del fitoplancton triturado, a menudo cuando el zooplancton lo está devorando. Por eso, para los pájaros este gas sulfúrico es una señal segura de que en la zona hay abundante comida».
«Por desgracia, en la era del plástico utilizar el DMS como referencia para buscar alimento es un problema: cuando los plásticos pasan varios meses flotando en el agua, acaban emitiendo también DMS e inducen así a los seres vivos a pensar que son comestibles. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cada año lanzamos a los océanos de todo el mundo unos ocho millones de toneladas de plástico, a las que muy probablemente haya que sumar más de cinco billones de fragmentos de plástico de mayor o menor tamaño (y la cifra sigue aumentando...): más que suficiente para confundir a los seres vivos marinos», especifica el Prof. honorario de la Universidad Friedrich Schiller.
La parosmia, uno más de los perjuicios causados por el COVID-19
No faltan tampoco en el libro referencias a la relación entre olores -o la incapacidad para detectarlos- y las enfermedades, como es el caso del COVID-19: «entre los síntomas más frecuentes de esta enfermedad se encuentra la pérdida total del olfato y del gusto. Aún está por ver si es verdad que este último desaparece, porque lo cierto es que lo que la mayoría de las personas consideran sentido del gusto es, en realidad, la sensación del olfato en la zona de la nariz y la garganta. Sea como fuere, la investigación en torno a la pérdida del olfato en el caso del COVID-19 tiene en cuenta tanto la periferia (la nariz) como el centro (el cerebro). Por lo que se ha descubierto hasta ahora, es posible que la dolencia afecte a células de apoyo específicas situadas en torno a las neuronas olfativas de la nariz. En cualquier caso, también se están estudiando a fondo los efectos del coronavirus en los bulbos olfatorios de los pacientes».
El sentido del olfato es algo muy serio, más de lo que parece, sobre todo porque desempeña un papel importante en la vida diaria. Así, influye en la selección de alimentos e ingesta de nutrientes, la identificación y disfrute de los alimentos, las relaciones interpersonales, la calidad de vida en general y la detección de sustancias potencialmente tóxicas y nocivas, siendo por ello importante para la seguridad por intoxicación alimentaria o por agentes tóxicos. La disfunción olfatoria (DO) se puede clasificar en cuantitativa, que implica alteración en la intensidad, o cualitativa, en la que cambia la calidad de la percepción de los olores. Mientras que la función olfatoria normal se define como normosmia, los trastornos cuantitativos se clasifican en pérdida parcial (hiposmia) o total (anosmia) del olfato1.
De acuerdo con una información publicada por el Hospital Clínic de Barcelona a finales de 2021, la pérdida de olfato y gusto se mantiene un año después de haber sufrido COVID en 1 de cada 3 personas. Es uno de los efectos colaterales de lo que se llama COVID Persistente. Además, la presencia de esta disfunción olfativa en estos pacientes es más alta en mujeres y en población de menos de 47 años de edad.
A todo ello cabe añadirle otro serio contratiempo -también asociado al COVID-19- como es la aparición de parosmia, o el trastorno que genera una distorsión en la percepción normal de los olores, hasta el punto de no poder tolerarlos porque resultan desagradables. El Instituto de Investigación Sanitario Aragón refleja la magnitud de este problema a través del testimonio de unas vecinas de la demarcación de Zaragoza, entre ellas Carmen, una paciente que describe las consecuencias de su contagio y el de su hermana por el coronavirus SARS-CoV-2: ‘“Cuando cocino, o cuando algo se pone malo, necesito preguntar a alguien porque no soy capaz de detectar estos olores por mí misma. Por ejemplo, nos pasaba con el café, pero mi hermana pensaba que era culpa de las cafeteras de la Universidad, y yo porque pasaba algo en casa”, explica. Nada más lejos de la realidad. Al hablarlo entre ellas descubrieron lo que pasaron a denominar como ‘olor covid’, una especie de hedor putrefacto que la zaragozana describe como “el de una sardina rancia, podrida, algo que olía francamente mal”’.
¿Jean-Baptiste Grenouille sin capacidad de oler a sus víctimas?
Según Hansson, el sentido olfativo es en realidad un sistema de supervivencia con capacidad de traducción química y de intercomunicación. En los humanos, por ejemplo, se ha demostrado que los bebés huelen de manera diferente como una táctica de supervivencia: debido a su olor dulzón, agradable y tranquilizador, eran encasillados por los adultos agresivos como no enemigos.
Pero el factor humano se caracteriza, a menudo, por los artificios, y el mundo odorífero no escapa a ello. En ‘Cuestión de olfato’ se lee: «Otra costumbre que ha tenido un fuerte impacto en nuestro olor corporal es la de tomar baños y duchas con frecuencia. Estos rituales de limpieza también experimentaron un impulso en el siglo XVIII, cuando, por vez primera, el agua empezó a contemplarse como un elemento saludable incluso en las ciudades. Con el baño y el uso del jabón, cambió la microflora de nuestro organismo y, consecuentemente, nuestro olor».
«Por eso en el Antropoceno olemos menos que en otras épocas (y también de una manera distinta). Al lavarnos regularmente, reducimos nuestro olor corporal, y al aplicarnos sustancias muy perfumadas y ajenas a nuestro cuerpo modificamos drásticamente el aroma que exhalamos. Los desodorantes que suelen formar parte de esos preparados matan ciertos microorganismos de nuestra piel y, de ese modo, intensifican el cambio de nuestro perfil olfativo. Probablemente ese cambio también tenga otra consecuencia: nos impide conocer mejor a nuestro prójimo […] En los olores que desprendemos se oculta una gran cantidad de información, pero nos perdemos una parte considerable de ella al intentar ocultar nuestro verdadero olor […] Es posible que, debido a nuestro constante afán por esconder nuestro olor, estemos también renunciando a nuestra capacidad de olfatear».
La incapacidad de poder captar en toda su dimensión las esencias olfativo-corporales y, por ello, renunciar a la facultad de olfatear, habría resultado fatal para Jean-Baptiste Grenouille, el perfumista asesino y protagonista de la aclamada novela ‘El perfume’, del escritor alemán Patrick Süskind… tanto es así, que muy probablemente no habría habido novela, ni tampoco se hubiera rodado la espectacular película del mismo nombre.
Referencias
1. Izquierdo-Domínguez A, Rojas-Lechuga MJ, Mullol J, Alobid I. Pérdida del sentido del olfato durante la pandemia COVID-19. Med Clin (Barc). 2020;155(9):403–408. https://www.elsevier.es/es-revista-medicina-clinica-2-articulo-perdida-del-sentido-del-olfato-S0025775320303614.