Frank Dikötter, autor del libro ‘Dictadores’ (Acantilado): Frank Dikötter (Países Bajos, 1961) es catedrático de Humanidades en la Universidad de Hong Kong y profesor de Historia Moderna de China en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres (Gran Bretaña). Ha sido pionero en la utilización de fuentes archivísticas y ha publicado siete libros que han transformado la visión historiográfica de China, entre ellos, ‘La gran hambruna en la China de Mao’ (Acantilado, 2017), que le mereció el Premio Samuel Johnson de ensayo en 2011, y ‘La tragedia de la liberación’ (Acantilado, 2019), primer y segundo volúmenes de su aclamada ‘trilogía del pueblo’.
Redacción Farmacosalud.com
¿El dictador nace, o se hace? Da igual si nace o se hace… el libro de instrucciones y al mismo tiempo el manual de supervivencia para este tipo de capitostes lo deja claro: el dictador lo que debe procurar es crear un culto hacia su personalidad. «El dictador necesita fuerzas militares, policía secreta, guardia pretoriana, espías, informadores, interrogadores, torturadores. Aunque lo mejor es aparentar que la coerción es en realidad consentimiento. El dictador tiene que infundir miedo en su pueblo, pero si consigue que ese mismo pueblo lo aclame, lo más probable es que sobreviva durante más tiempo. En pocas palabras, la paradoja del dictador moderno es que tiene que crear una ilusión de apoyo popular», escribe Frank Dikötter en su libro ‘Dictadores’.
«'La política, en una dictadura, empieza por la personalidad del dictador’»
«A lo largo del siglo XX, cientos de millones de personas han vitoreado a sus dictadores, aunque éstos los llevaran por el camino de la servidumbre. En regiones enteras del planeta, el rostro del dictador aparecía en vallas y edificios. Sus retratos se encontraban en todas las escuelas, oficinas y fábricas. La gente corriente tenía que inclinarse ante su efigie, pasar frente a su estatua, recitar sus escritos, alabar su nombre, ensalzar su genio […] Los dictadores disponían de un gran número de estrategias para abrirse paso hasta el poder y librarse de sus rivales. Por nombrar tan sólo unas pocas, podían recurrir a sangrientas purgas, a manipulaciones, al ‘divide y vencerás’. Pero a largo plazo, el culto a la personalidad era lo más eficaz.
El culto a la personalidad rebajaba a la vez a aliados y rivales, y los obligaba a colaborar en común sumisión. Por encima de todo, el dictador los obligaba a aclamarlo en presencia de los demás, y así todos ellos se veían forzados a mentir. Si todo el mundo mentía, nadie sabía quién estaba mintiendo y se volvía más difícil hallar cómplices y organizar un golpe. ¿Quién creaba el culto a la personalidad? Se recurría a hagiógrafos*, fotógrafos, dramaturgos, compositores, poetas, editores y coreógrafos. Se recurría a poderosos ministros de propaganda y, en ocasiones, a sectores enteros de la industria. Pero la responsabilidad última residía en los propios dictadores. ‘La política, en una dictadura, empieza por la personalidad del dictador’, escribió el médico personal de Mao Zedong», cita Dikötter en su ensayo.
* Nota del redactor: hagiografía se refiere a la historia de las vidas de los santos, o a una biografía excesivamente elogiosa (Fuente: RAE)
Las 8 estrellas del firmamento déspota
Según el autor de ‘Dictadores’, los ocho personajes que han inspirado la elaboración del libro «tuvieron personalidades muy diversas, pero todos ellos tomaron las decisiones clave que llevaron a su propia glorificación». Estos son los mandamases que aparecen en el ensayo y que han gobernado con mano de hierro y raramente con guante de seda:
1. Mussolini (1883-1945). Benito Mussolini fue un político y militar que lideró el Partido Nacional Fascista y el Partido Fascista Republicano de Italia. Ejerció como presidente del Consejo de Ministros Reales desde 1922 hasta 1943. Posteriormente fue ‘Duce’ -guía- de la República Social Italiana desde 1943 hasta 1945, año de su fusilamiento a manos de un grupo de partisanos comunistas. Mussolini estableció un régimen totalitario durante el período conocido como fascismo italiano. La libertad, según entendía el Duce, solamente podía existir para quienes estuvieran a favor de su gobierno y sus leyes. Por otro lado, a partir de 1938 el régimen fascista promulgó una serie de decretos conocidos como ‘leyes raciales’, que introducían medidas discriminatorias y persecutorias en relación con los judíos.
2. Hitler (1889-1945). Adolf Hitler es, debido a sus actos, el gran arquetipo del demonio terrenal moderno. De origen austríaco, comandó Alemania como ‘Führer’ desde 1934 hasta su muerte en 1945. Llevó al poder al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán -o Partido Nazi- y estableció un régimen totalitario durante el período conocido como Tercer Reich o Alemania nazi. Inició la Segunda Guerra Mundial al invadir Polonia en 1939 y fue una figura clave en la perpetración del Holocausto, el genocidio de unos 11 millones de personas, entre los que se encontraban judíos, discapacitados, homosexuales y otros grupos étnicos y sociales.
3. Stalin (1878-1953). De origen georgiano, Iósif Vissariónovich Dzhugashvilia, más conocido como Iósif Stalin, se dio a conocer como político y revolucionario soviético. Desempeñó el cargo de presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética entre 1941 y 1953. Si bien inicialmente presidía un liderazgo colectivo como primero entre iguales, hacia los años 30 ya se había convertido en líder de facto de la Unión Soviética. Bajo su mandato, millones de personas fueron enviadas a campos de trabajo -los conocidos como Gulag- como castigo, o bien deportadas y exiliadas a zonas remotas de la Unión Soviética. También promovió una represión masiva en la que cientos de miles de ciudadanos fueron ejecutados.
4. Mao (1893-1976). Mao Tse-Tung (o Mao Zedong) fue un filósofo, intelectual y estratega militar que fundó y ejerció de máximo dirigente del Partido Comunista de China (PCCh) y de la República Popular China. Se le atribuyó una responsabilidad en la Gran Hambruna de 1959-1961 y en 1966 inició la Revolución Cultural, movimiento que le permitió desarrollar un culto a su personalidad. Durante su mandato se perpetraron numerosas purgas ideológicas, se llevaron a cabo persecuciones que afectaron a miles de intelectuales y disidentes y se cometieron asesinatos de campesinos adinerados con la complicidad de las autoridades comunistas. De todos modos, la figura de Mao sigue siendo objeto de controversia, ya que unos lo califican de tirano sanguinario o genocida, mientras que otros sostienen que sus éxitos a la hora de modernizar China superan con creces sus errores. Después de dar por finalizada la Revolución Cultural en 1969, Mao experimentó serios problemas de salud que le impidieron ejercer el poder en un estado de plenitud.
5. Kim Il-sung (1912-1994). Gobernó como líder supremo de la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) desde la creación de esta república en 1948 hasta 1994, año en el que el mandatario murió. Tras su defunción, se eligió a su hijo Kim Jong-il para sucederle. Bajo el liderazgo de Kim Il-sung, el país fue conducido hacia el nacionalismo coreano, la autosuficiencia, el patriotismo socialista y el marxismo-leninismo. Recibió numerosas ayudas de la URSS y del Bloque del Este, pero la disolución de la Unión Soviética en 1991 afectó muy negativamente a la economía de Corea del Norte, lo que contribuyó a la hambruna generalizada que padeció este país en 1994. Conocido como el Gran Líder, estableció un culto a su personalidad que sigue dominando la política interna de los norcoreanos.
6. Duvalier (1907-1971). Conocido con el sobrenombre de Papa Doc, François Duvalier fue un médico y dirigente que llevó las riendas de Haití desde 1964 hasta su muerte en 1971 en calidad de presidente vitalicio. Fue sucedido por su hijo Jean-Claude Duvalier. La labor de Papa Doc en la lucha contra el tifus, el paludismo y otras enfermedades tropicales en beneficio de la gente más desfavorecida le permitió alcanzar una gran consideración y notoriedad. No obstante, una vez nombrado presidente del país, modificó personalmente la Constitución y en 1961 volvió a resultar elegido en las elecciones por seis años más: el escrutinio oficial señaló 1.320,000 votos a favor de Duvalier y ni uno solo en contra. No dudó en reprimir mediante ejecuciones a sus adversarios políticos y militares.
7. Ceauşescu (1918-1989). En su condición de político comunista rumano, en 1967 Nicolae Ceaușescu logró llegar a la presidencia del Consejo del Estado de Rumanía. En 1974, convirtió ese puesto en una presidencia ejecutiva de pleno derecho, siendo reelegido cada cinco años hasta su ejecución en 1989. Con el paso del tiempo, su régimen fue degenerando hacia la brutalidad y la represión. En paralelo, Ceaușescu instauró un riguroso culto a su personalidad y un exacerbado nacionalismo, y propició un total deterioro de las relaciones internacionales con el bloque de países occidentales. Debido a su política autoritaria y represiva, en 1989 Ceaușescu fue derrocado tras una sublevación popular y posteriormente ejecutado tras la celebración de un juicio.
8. Mengistu (1937). Mengistu Haile Mariam o Hailé Mariam Mengistu es un militar que lideró entre 1974 y 1987 el Consejo Administrativo Militar Provisional de Etiopía, la junta castrense que asumió el poder tras el derrocamiento de Haile Selassie, el último monarca que ocupó el trono imperial etíope. Mengistu también presidió la República Democrática Popular de Etiopía desde 1987 hasta 1991, cuando fue destronado por unas milicias rebeldes. Su gestión interna estuvo marcada por la hambruna de 1984-1985, una constante represión de la disidencia y la fase más cruenta de la guerra de la independencia eritrea. Lo último que se sabe de Mengistu es que vive en el exilio, en Zimbabue. En 2006 la justicia etíope lo declaró culpable in absentia de los cargos de genocidio y lo condenó a muerte.
«En una dictadura eran muchas las personas corrientes que aprendían a hacer teatro»
Según parece, el ciudadano corriente que pretenda respirar con cierta tranquilidad en un país que permanece bajo el yugo de la tiranía debe saber interpretar el papel de súbdito sumiso, pero sin que se note que está fingiendo. Hay que convertirse, por lo tanto, en un consumado actor/actriz y ser un artista guardando las apariencias: «Pero en una dictadura también eran muchas las personas corrientes que aprendían a hacer teatro. Tenían que sonreír cuando se les ordenaba, recitar como loros las directrices del partido, gritar los eslóganes y aclamar al líder. En pocas palabras: se les exigía que crearan la ilusión de que el pueblo seguía al dictador por voluntad propia. Los que se negaban sufrían multas, cárcel y, ocasionalmente, la muerte.
Lo más importante no era que los súbditos que adoraban de verdad a su dictador fueran pocos, sino que nadie tuviese claro quién creía en qué. El objetivo del culto a la personalidad no era convencer, ni persuadir, sino sembrar la confusión, destruir el sentido común, forzar a obedecer, aislar a los individuos y aplastar su dignidad. Las personas se veían obligadas a autocensurarse y, a su vez, vigilaban a otros y denunciaban a quienes no parecieran lo suficientemente sinceros en sus manifestaciones de devoción para con el líder. Bajo una apariencia general de uniformidad, existía un amplio espectro, que iba desde quienes idealizaban de verdad al líder -partidarios sinceros, oportunistas, matones- hasta quienes lo contemplaban con indiferencia, apatía e incluso hostilidad», se lee en el libro.
En el corazón de la tiranía, el infarto se mide por la ausencia de devoción al líder
En ‘Dictadores’, Dikötter examina algunos de los cultos a la personalidad más efectivos del siglo XX. Aquellos que, mediante estrategias que van desde los desfiles militares coreografiados al detalle hasta el establecimiento de una férrea censura, fueron plenamente conscientes de la imagen que querían proyectar y fomentar. Este penetrante e inspirado ensayo analiza cómo se funda, afianza y perpetúa la cultura de la veneración al gerifalte de turno, y lo hace planteando una serie de ideas y argumentos que, de paso, ayudan al lector a identificar estrategias similares puestas en práctica por algunos líderes mundiales de la actualidad.
«Los dictadores que perduraban solían valerse de dos instrumentos de poder: el culto a la personalidad y el terror. Pero demasiado a menudo se ha estudiado el culto a la personalidad como si fuese una mera aberración, un fenómeno repugnante pero marginal. Este libro pone el culto a la personalidad en el lugar que le corresponde, en el mismísimo corazón de la tiranía».