Raül Balam Ruscalleda, autor (junto a la periodista Carme Gasull) del libro ‘Enganchado’ (Libros Cúpula) [‘Enganxat’ (Columna), en catalán]: Raül Balam Ruscalleda (Sant Pol de Mar, 1976) es chef e hijo de la multipremiada cocinera Carme Ruscalleda y del hostelero Toni Balam. Se formó en la cocina del mítico Sant Pau de Sant Pol de Mar, que cerró en 2018. Actualmente dirige el restaurante Moments del Hotel Mandarin Oriental de Barcelona, un proyecto en el que trabajó con su madre y que en la actualidad ostenta dos estrellas Michelin. Además, está a cargo de la cocina del restaurante de Calella El Drac, en el Hotel Sant Jordi Boutique, y del Sant Pau Tokio, que abrió en 2004. Desde junio de 2022 está de nuevo a cargo del Sant Pau, de Sant Pol, que ha reabierto puertas con el nombre de Cuina Sant Pau.
Carme Gasull Roigé (Zaragoza, 1973) es periodista y comunicadora y es cofundadora del portal Gastronomistas.com. Además de ser autora de una guía enogastronómica de Cataluña, un cuento sobre ratafía, un pequeño recetario sobre azafrán, y dos cuadernos sobre mercados y productos de temporada, ha participado en la redacción de dos volúmenes de la colección Sapiens Bullipedia.
Redacción Farmacosalud.com
Raül Balam Ruscalleda hizo su particular descenso a los infiernos. Tras conocer los rincones más oscuros de la adicción al alcohol y las drogas en su viaje hacia la autodestrucción, consiguió el billete de vuelta hacia ambientes mucho más iluminados, lo que le acabó conduciendo a la estación de la luz por excelencia, la de la abstinencia total. Raül, que trabaja como chef, ha cocinado a fuego lento un relato sobre su propia experiencia con el propósito de que el menú ofrecido alimente las esperanzas de superación de aquellos adictos y familias que están padeciendo los efectos de una enfermedad que, desgraciadamente, a veces no es vista como tal, sino como un vicio. Con el libro ‘Enganchado’ (Libros Cúpula) [‘Enganxat’ (Columna), en catalán], Raül trata de explicar que la adicción es una patología que se puede tratar hasta lograr el desenganche del paciente, si bien no se puede curar por ser una afección crónica. Sin lugar a dudas, esta obra autobiográfica es una exquisita sopa de letras que, condimentada con texturas altruistas, se digiere mediante la lectura pausada y la reflexión.
«Sin saberlo ni quererlo, mis primeros ‘camellos’ fueron mis padres»
«Mi puerta de entrada a la adicción fue el alcohol, una droga no considerada como tal, aceptada y extendida en nuestra sociedad, que acostumbra a acompañar todo tipo de comidas y celebraciones, diurnas y nocturnas. Por ello, y sin saberlo ni quererlo, mis primeros ‘camellos’ fueron mis padres, puesto que mi primera copa me la dieron ellos». Así, con una sinceridad tan descarnada como ilustrativa que suena a aviso para navegantes que surcan mares progenitores, Raül cuenta en su libro sus primeros pasos de lo que sería su carrera hacia el abismo. De todos modos, también quiere dejar muy claro que, aunque sus padres no le hubieran ofrecido aquel trago iniciático, se habría enganchado igualmente a la bebida por otras vías: “por supuesto que sí, sin ninguna duda. Yo nací con esta enfermedad y dio la casualidad que la primera droga me la dieron mis padres… sí, he dicho droga, porque el alcohol lo es y la sociedad no lo tiene presente. Pero sí, es de las drogas más peligrosas que hay, además de que es legal”.
Quien más quien menos, ha sido testigo de una borrachera de algún amigo o conocido. Y, en algunos casos, tales excesos quizás se hayan vivido en primera persona, como fue el caso de Raül cuando celebró la mayoría de edad de su novia con ella misma y un grupo de amistades en un restaurante, vivencia que narra en ‘Enganchado’ / 'Enganxat': «No recuerdo el número de personas que éramos, supongo que una veintena, pero sí que uno de mis regalos fue pagar todas las bebidas de la cena. Y también mi euforia, mi ‘felicidad’. No por el cumpleaños, sino porque no había veda de alcohol. No acabábamos una jarra de sangría y yo ya estaba pidiendo otra. Y cuando el preciado néctar llegaba a la mesa, me levantaba y llenaba las copas de los invitados hasta los topes. A continuación, los ‘obligaba’ a beber el líquido de un solo trago con juegos absurdos y expresiones típicas que invitaban a ello (‘sant Hilari, sant Hilari...’)*. Los amigos, por vergüenza o por euforia también, bebían y bebían. Y yo repetí el procedimiento hasta en cinco ocasiones: ‘¡Otra jarra de sangría!’. Los adictos usamos la técnica de emborrachar a los demás para disimular nuestra desesperación; no lo hacemos conscientemente, es la enfermedad que nos domina.
*expresión catalana que se dice como parte del ritual de un brindis para beberse la copa de un solo trago
Entonces llegó el pastel — no hay cumpleaños sin él— y el resto de los regalos. La sangría no me pareció suficiente — porque no hay brindis sin burbujas— y pedí cava. En dos ocasiones. Llegados a ese punto, los invitados ya no siguieron mi ritmo. Ni el restaurante nos invitó a chupitos debido a mi estado de embriaguez. Pero nadie me llamó la atención, porque ese era mi estado natural de las noches de los sábados. Y como era pronto, pedimos la cuenta para seguir la fiesta en la discoteca. Para la mayoría, eso significaba bailar; para mí, continuar bebiendo. Nada más entrar me separé del grupo, me acerqué a la barra, pedí una copa y me la bebí sin respirar».
Regalos volteados
De camino a casa, lo que había empezado como una noche de diversión acabó degenerando en una pesadilla, sobre todo para la pareja de Raül. Intentar ser gracioso en aquel estado de embriaguez en el que se encontraba Raül era misión casi imposible, de ahí que traspasar la delgada línea que separa la hilaridad de la penosidad más lacerante se convirtiera en el trago más amargo de la velada. «En ese momento, me dio por hacer volar las bolsas que llevaba en las manos con los regalos de nuestros amigos. Era un juego, pero estaba estropeando la noche aún más. ‘¡Raül, para, los vas a destrozar!’, me repetía ella. Pero el borracho no escucha, y repetía una y otra vez el mismo movimiento: volteaba el brazo donde llevaba las bolsas suspendidas, en modo hélice, como los lanzadores en las Olimpiadas, y las tiraba cuanto más lejos mejor. Los regalos llegaron rotos, y yo también.
Ya en su casa, nos metimos directamente en la cama y la que empezó a dar vueltas fue mi cabeza. Es de las peores sensaciones que recuerdo de estar bebido. Y el colofón, los vómitos. Estando los dos en la cama mi cuerpo no aguantó más y empecé a sacar de él la sangría ingerida. Mi novia me mandó a la ducha. Mientras, cambió las sábanas. Sin decir nada, nos dormimos. Al día siguiente me levanté como pude y me fui a trabajar al supermercado de mis abuelos. Al regresar, y tras una siesta considerable, volví a casa de mi novia con la cabeza baja y el rabo entre las piernas. Desafortunadamente, no fue el único episodio desagradable que viví con ella. Y es que, en aquella época, yo no lo sabía — nadie lo sabía—, pero ya era un adicto de manual», se lee en el libro.
Una limpieza de estómago que precedió a una salida del armario
La relación con la pareja de Raül cambiaría para siempre, pero no únicamente por el comportamiento adictivo de éste, sino por otras razones que incidían en la orientación más íntima y personal de Raül y que sólo él podía abordar y, posteriormente, resolver. «Yo he sabido toda la vida que soy gay, pero ella me llamó la atención como persona. Además, pensaba que la sociedad esperaba de mí una pareja femenina e hijos, ‘lo que estaba bien’. Ese autoengaño me convertía en el ‘maricón’ del colegio, el ‘maricón’ del pueblo, el ‘maricón’, en definitiva. Y para demostrar que no lo era empecé a salir con ella».
«Un día, en mi transición de salir del armario y después de una de mis escapadas en las que desaparecía sin avisar, mi novia me subió comida a casa. Y me la tiró delante de la cara. ‘Que te aproveche’, me dijo casi escupiendo las palabras. En ese momento tuve claro que la pelota era tan grande que no había escapatoria y me tomé todos los medicamentos que encontré por casa — aquellos que me había recetado la psicóloga a la que estaba acudiendo con la ayuda de un psiquiatra—, más para llamar la atención y pedir ayuda desesperadamente que para suicidarme. Perdí la conciencia en el baño, donde me encontró la chica de la limpieza, según me contaron. Me desperté al cabo de unas horas en el hospital tras una limpieza de estómago. No sé cuántas fueron, porque nunca se ha hablado más de este episodio en casa. Supongo que les provocó y aún les provoca mucho dolor. En ese momento salí del armario. Y dejé a mi mejor amiga, aunque nunca hemos perdido el contacto».
El chef, en conversación con www.farmacosalud.com, admite que hace unos 10 años hubiera estado de acuerdo con la teoría de que su sexualidad durante un tiempo escondida le había empujado aún más a intentar evadirse con el alcohol, como si fuera un motivo añadido para beber, “pero ahora es un no rotundo. Si yo hubiera sido hetero, ya se encargaría la enfermedad de buscar otra excusa para tomar” (alcohol). Lo que está intentando explicar Raül es que la adicción es una patología, no un vicio, y que sus efectos se habrían dejado notar igualmente por más que él hubiera sido heterosexual. En concreto, la adicción es una enfermedad neuroadaptativa y ambiental de carácter crónico que parte de nuestra actividad neuronal. Esta actividad, además de ir asociada a ciertas sustancias químicas propias del organismo, también se modela a partir de las reacciones generadas ante determinados estímulos, ya sean imágenes, sonidos o pensamientos. Una persona puede ser adicta consciente o inconscientemente.
Primero tragos y después rayas
Después del alcohol, llegó la cocaína. Una droga, por cierto, que suele consumirse en compañía –hacerse unas rayas- por estar bien vista en determinados ambientes fiesteros. “Las drogas duras llegan compartiendo en fiestas, pero el final de un adicto siempre es la soledad. Cuando digo la soledad, quiero decir que esta enfermedad te hace separarte de todos y acabar solo, solo tú con las sustancias. Lo que empieza como fiesta y diversión, acaba en soledad y desesperación porque no quieres consumir, pero hay algo que te arrastra a ello”, remarca Raül.
‘Las etapas iniciales de la adicción se caracterizan por la tolerancia y la dependencia. Tras un cierto saboreamiento de la droga, el adicto comienza a necesitarla en mayor cuantía para lograr los mismos efectos sobre el talante, la concentración, etcétera. Esta tolerancia provoca un progreso geométrico del consumo que vierte en la dependencia. El drogadicto siente una intensa ansiedad compulsiva, un sufrimiento emocional que se convierte en físico si se le impide el acceso a la droga. La tolerancia y la dependencia se deben a la anulación de ciertas partes del circuito de recompensa, lo que no deja de resultar paradójico’. [Eric J. Nestler y Robert C. Malenka, ‘El cerebro adicto’, según una cita difundida por editorial Columna].
Es típico que en un proceso de adicción haya -por decirlo de alguna forma- víctimas colaterales, que no son otras que los miembros del entorno afectivo del paciente. Sufren mucho por estar observando la autodestrucción del ser querido y a menudo caen en un pozo de desesperación mientras esperan encontrar algún tipo de remedio para la persona adicta. En el caso de Raül, es evidente que su pareja femenina fue la primera en padecer los efectos colaterales, y más adelante sus padres. Cabe destacar que la madre de Raül es la célebre cocinera Carme Ruscalleda, la única mujer del mundo que ha logrado 7 estrellas de la Guía Michelín. Según Raül, en la época en la que estaba enganchado su angustia como adicto no se vio acrecentada por la posibilidad de que sus excesos con el alcohol y las drogas pudieran estar provocando algún perjuicio en la carrera profesional de Carme: “para nada. Yo no escogí esta enfermedad. En mi familia la hemos aceptado y hemos puesto remedio”.
“Tengo que mimar mi enfermedad, hacerme amigo de ella y no bajar la guardia”
Actualmente, Raül es chef del restaurante ‘Moments’ (Barcelona), establecimiento que ostenta dos estrellas Michelin, y ha puesto en marcha otros proyectos vinculados con el mundo de la gastronomía. Lleva 10 años sin beber alcohol ni tomar drogas. Y, si bien no tiene miedo de recaer, sí que muestra “mucho respeto” ante el riesgo -siempre existente- de volver a las andadas, ya que “seré siempre adicto y ello quiere decir que tengo que cuidar mi enfermedad, mimarla, hacerme amigo de ella y no bajar la guardia. Tener muy claro qué pasaría si me volviera a drogar, tanto con alcohol como con cocaína, o incluso con las sustancias que nunca he probado. El cerebro no entiende de sustancias, el cerebro de un adicto sólo quiere colocarse, evadirse, no importa el medio que se use”.
¿'Si no puedes con tu enemigo, únete a él'...? En cierto modo, sí. Aquí, Raül le está diciendo a su adicción que no tiene otra opción que convivir con ella, bajo el mismo techo, pero eso sí, con una única condición: deben cohabitar en habitaciones diferentes, sin juntarse nunca… es la única manera de asegurarse. El enemigo en casa, en efecto, aunque no en toda la casa. Y que cada uno haga su propia vida. Sin interferencias.