Antonio Martínez Ron, autor del libro ‘Algo nuevo en los cielos’ (Editorial Crítica): Antonio Martínez Ron es periodista científico y escritor. Ha trabajado como editor de ciencia en diferentes medios de prensa, radio y televisión y ha recibido algunos de los reconocimientos más importantes en su profesión, como el premio Ondas y el Concha García Campoy. Es uno de los fundadores de la plataforma Naukas y del podcast ‘Catástrofe Ultravioleta’ y participó durante dos temporadas como colaborador del programa ‘Órbita Laika’ (TVE). Es autor de los libros ‘El ojo desnudo’, ‘¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos?’ y ‘Papá, ¿dónde se enchufa el sol?’, todos ellos publicados en editorial Crítica.
Redacción Farmacosalud.com
Aires contaminados que dan lugar a espectaculares atardeceres. Divinidades que necesitan a toda costa -o, mejor dicho, a todo cielo- tener su propio espacio. Contenedores alados que surcan a toda velocidad océanos ventilados llevando gente en sus entrañas. Por encima de nuestros dominios terrenales existe un mundo aparte que no se ciñe únicamente a la presencia intermitente de sol, lluvia, nieve o viento, sino que viene adornado con otros muchos estímulos, a cuál más interesante. La bóveda celeste es todo, menos aburrimiento. Es un hábitat ideal para viajes verticales, exploraciones místicas y libros como ‘Algo nuevo en los cielos’, del escritor Antonio Martínez Ron. Feliz vuelo, queridos terrícolas.
Por qué llueve, qué contiene el aire que respiramos y dónde comienza el espacio
«Además de aparecer en el fondo de los cuadros y de servir de inspiración para los poetas, el cielo ha sido la fuente universal de nuestras alegrías y nuestras desdichas, el proveedor de las lluvias y el sol para las cosechas y también de la furia del rayo, los huracanes y las piedras de hielo. Y durante buena parte de nuestra historia también fue el tablón de anuncios de los dioses. Omnipresentes en todas las mitologías y relatos sobre la creación de los humanos, los cielos han sido encarnados por las más diversas divinidades». Desde luego, el nuevo libro de Antonio Martínez Ron es toda una colleja dialéctica para aquellos que se atrevan a decir que mirar hacia arriba es más que tedioso.
‘Algo nuevo en los cielos’ es un recorrido por la historia del conocimiento del cielo. Vamos, que es una obra de altos vuelos. “De hecho, el recorrido empieza en el jardín de mi casa y termina en la estratosfera. Es imposible venirse más arriba”, comenta su autor.
Durante el trayecto se va respondiendo a preguntas inevitables derivadas de incertidumbres universales, del estilo por qué llueve, qué contiene el aire que respiramos y dónde comienza el espacio. Gran parte de todo ello ha quedado ya suficientemente aclarado gracias al trabajo de los meteorólogos y otros científicos, pero, de acuerdo con Martínez Ron, todavía hay margen para la sorpresa: “el libro cuenta la gran aventura que nos permitió conocer y predecir los fenómenos atmosféricos, algo que durante la mayor parte de nuestra historia fue un completo misterio. Y, aunque el conocimiento humano ha avanzado muchísimo, por supuesto que la naturaleza sigue guardando algunos secretos”.
Imitadores de cigüeñas, aeronautas que toman muestras de aire en un frasco antes de desmayarse…
Lo que ha hecho Martínez Ron es servirse de las normas de la escritura horizontal para realizar un viaje vertical en toda regla: «Leí sobre los primeros tipos que se lanzaron desde lo alto de una colina imitando a las cigüeñas, sobre los aeronautas que ascendían hasta los límites del océano respirable y tomaban muestras de aire en un frasco antes de desmayarse, sobre los sabios que empezaron a perseguir a los vientos y preguntarse en qué sentido giraban las tormentas, sobre el farmacéutico que pintó el atlas de las nubes y los pioneros que alcanzaron el límite de la atmósfera y se lanzaron de vuelta a la tierra, como sonámbulos sedientos de aire. Hablé con meteorólogos, pilotos, poetas y cazadores de tormentas. Con quienes cuentan las partículas de la atmósfera y estudian cómo hemos envenenado el cielo con nuestras emisiones. Y comprendí que aquel viaje vertical es una de las aventuras más fascinantes que jamás ha protagonizado el ser humano».
Los cazadores de tormentas son uno de los muchos colectivos que están pendientes de los cielos de forma más o menos permanente, como lo están también los cazadores de radiosondas, los observadores de nubes, los amantes de los pájaros y los que fotografían a los aviones que se mueven de un lado a otro del mundo. “Y los que miran embobados al cielo por pura curiosidad, como yo”, añade el periodista científico y escritor.
Hablando de aviones… ¿hay que contemplarlos como intrusos, o por el contrario formen parte del paisaje? “La realidad es que son uno de los espectáculos cotidianos que podemos disfrutar en el cielo. Es alucinante pensar que en todo momento hay alrededor de un millón de personas volando en algún lugar de la Tierra, como una pequeña ciudad en las alturas”, sostiene.
Los jardines son para flores, barbacoas… y globos sonda
En agosto de 2020 Martínez Ron se apostó en su jardín para lanzar un globo sonda, que llegó a alcanzar una altura de 27.518 metros. El artefacto aéreo llevaba una cámara acoplada. “Cuando lo recuperamos varias horas después, a 200 km de distancia, pudimos ver lo que había registrado la cámara: un recorrido por el cielo que tengo encima de mi casa hasta alcanzar el borde del espacio”, especifica.
Formalmente, y según la definición de la Federación Aeronáutica Internacional, el espacio comienza a los 100 kilómetros de altitud, en lo que se conoce como ‘línea de Kármán’. Ahora bien, desde el punto de vista de la imaginación humana, el vestíbulo del cosmos “puede empezar donde uno quiera, incluso a un centímetro del suelo. El cosmos no es algo lejano, ¡vivimos en él!”, exclama el autor de ‘Algo nuevo en los cielos’.
En el libro se lee que «Madrid es un lugar estupendo para mirar hacia arriba. Muchas guías turísticas destacan la ‘limpidez’ y ‘diafanidad’ de sus cielos, de las que ya hablaba Azorín hace cien años». Un momento… ¿es que en la capital de España no hay polución? Pues sí, aunque, contrariamente a lo que pueda pensarse, la contaminación también tiene su lado bueno, si es que se le puede llamar así; al menos, desde un punto de vista puramente estético. De hecho, Martínez Ron admite que “hay mucha polución, claro”, si bien la contemplación de sus vicios lleva aparejada una coletilla visual que da lugar a “unos espectaculares atardeceres. Pero, por suerte, el cielo no siempre está sucio y no todos miramos arriba desde la Gran Vía. Madrid es mucho más grande”.
“Todos vamos en algún momento al cielo, independientemente de nuestros actos”
Si se deja volar la imaginación, el universo atmosférico se expande para que puedan escucharse ecos de historias aderezadas por la bisoñez científica de cada momento histórico y por la curiosidad de aquellos que intentaban buscar explicaciones razonables a sus observaciones celestes. Por ejemplo, «en 1749, el polifacético físico escocés Alexander Wilson y su alumno fueron los primeros en explorar el territorio aéreo lanzando trenes de cometas hacia arriba, como quien lanza una cuerda al interior de un pozo. Las veían perderse entre las nubes de verano y se preguntaban qué misterio aguardaría al otro lado».
«En 1638, el sacerdote y físico Marin Mersenne disparó un cañón hacia las alturas y, al comprobar que algunas balas no se recuperaban, le surgió la duda de si se habían perdido en la negrura del espacio». Siendo sacerdote, lo extraño es que no pensara en alguna justificación divina sobre el destino final de los proyectiles… “Sabe Dios lo que estaría pensando, je, je”, sonríe Martínez Ron.
Y, ya inmersos en cuestiones espirituales, Martínez Ron aprovecha la ocasión para defender una postura cuyo cariz mundano desafía -por así decirlo- el convencionalismo de las creencias extáticas, dado que, según apunta, no solamente la gente buena va al cielo cuando muere: “la materia de la que estamos hechos, los millones de moléculas que nos componen, van y vienen constantemente de la tierra al cielo a lo largo de enormes ciclos de tiempo. Así que, si se quiere mirar así, todos vamos en algún momento al cielo, independientemente de nuestros actos”.
Parece ser, pues, que todos los humanos somos potencialmente celestiales, lo que no es óbice para seguir prefiriendo pisar tierra firme -mientras se pueda- y, en esta línea, juzgar páginas en lugar de buscar la compañía etérea de los pájaros. ‘Hijo mío, desde luego al libro no le falta un detalle’, dijo la madre de Martínez Ron cuando tuvo el libro por primera vez entre sus manos.