Henry Marsh, autor del libro ‘Al final, asuntos de vida o muerte’ (Salamandra): Henry Marsh (Oxford, 1950) cursó Ciencias Políticas, Filosofía y Economía en la Universidad de Oxford, antes de estudiar Medicina en el Royal Free Hospital de Londres. Ingresó en el Colegio Real de Cirujanos en 1984, y ejerció durante más de treinta años de especialista en neurocirugía en el Atkinson Morley del St. George's Hospital de Londres hasta su jubilación en 2015. Su primer libro, ‘Ante todo no hagas daño’ (Salamandra, 2016), obtuvo el PEN Ackerley Prize y el South Bank Sky Arts Award, se convirtió en un éxito de ventas internacional y se tradujo a más de treinta idiomas. ‘Confesiones’ (Salamandra, 2018), su segunda obra, fue finalista del National Book Critics Circle Award (2017) en el apartado de biografías. Además, el Dr. Marsh ha protagonizado dos documentales ('Your Life in Their Hands', ganador del Premio Royal Television Society Gold Medal, y 'The English Surgeon', que ganó un Emmy) y fue nombrado Comendador de la Orden del Imperio Británico en 2010.
Redacción Farmacosalud.com
Como neurocirujano jubilado, Henry Marsh creyó saber lo que era estar enfermo, pero no estaba preparado para recibir un diagnóstico de cáncer avanzado. En concreto, de cáncer de próstata.
El tumor prostático maligno es el primer cáncer en número de casos en varones y el segundo más mortal. La edad supone el principal factor de riesgo para su desarrollo, siendo los 66 años la franja etaria media del diagnóstico. El pronóstico de esta patología depende del estadio en el momento de la detección, presentándose enfermedad localizada hasta en un 80% de los casos. Sin embargo, hasta un 20%-30% de los pacientes presentarán una recidiva de este tumor1.
¿Los médicos son buenos médicos de sí mismos?
Curiosamente -decía en 2019 en una entrevista concedida a www.farmacosalud.com la Dra. Manuela Cabero Morán, vocal de Médicos Jubilados del Colegio de Médicos de Toledo-, cuando un facultativo ya retirado enferma no parte con ventaja gracias a sus conocimientos, largamente acumulados a lo largo de su vida activa, en tanto que “los médicos somos muy malos médicos de nosotros mismos y de nuestros seres queridos”. Ya se sabe, en casa del herrero, cuchillo de palo. Y, aunque cada persona es un mundo en sí misma y no todos los casos tienen que ser cortados por el mismo patrón, Marsh confiesa que "tenía síntomas del cáncer, pero no pedí ayuda. Pensé que estaba siendo estoico. En realidad, estaba siendo cobarde", publica la Voz de Galicia.
Tras el impacto de la noticia de su diagnóstico de cáncer de próstata, Marsh decide indagar mediante su libro ‘Al final, asuntos de vida o muerte’ en lo que sucede cuando alguien que se ha pasado todo el tiempo luchando en primera línea ante la difusa frontera entre la vida y la muerte, se encuentra de frente con lo que podría ser su propia sentencia final.
Los profesionales de la medicina trabajan para mejorar la salud y, por ende, la vida de los demás, pero no por ello son ajenos -lógicamente- a la profunda transcendencia de la defunción. Y es que la muerte, a la que se la suele definir como el gran misterio de la vida, es una de las grandes fuentes de inspiración de los pensadores. A este respecto, la Dra. Rosa Gómez Esteban cita las reflexiones de dos filósofos, Epicuro y Blanchot. ‘Epicuro, en la Epístola a Meneceo, expresa que "el peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente, nosotros no existimos. Añade que la mayoría de la gente, unas veces, rehúye la muerte viéndola como el mayor de los males y, otras, la invoca para remedio de las desgracias de esta vida. Y que el sabio, ni desea la vida, ni rehúye dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso placer".
Blanchot, por su parte, analiza la obra de Rilke y plantea que el hombre de antes sabía que la vida contenía la muerte y deseaba que no fuera un accidente. Al interrogarse acerca del ser de la muerte, reflexiona que no es sólo una realidad biológica y que no ha de estar en el momento último, sino en la profundidad de la vida y formar parte de la existencia. "La negación de la muerte supone negar los aspectos graves y difíciles de la vida, y si no se aceptan los males de la vida, no se vive, por ello insiste en que la muerte es un más allá que se tiene que aprender, reconocer y acoger". La idea de que la muerte está en el corazón de las cosas también se encuentra en la obra de otros dos filósofos del s. XX, Sartre y Camus, quienes describen la soledad, la incomunicación del hombre en la multitud y el sentimiento melancólico de la brevedad de la vida’2.
La edad no perdona
‘¿Es la muerte un acto trascendental? ¿Es un acontecimiento biológico? ¿O es, como el nacimiento y la adolescencia, una etapa de la vida? Creo que la muerte es todo eso y más, y nuestro deber como médicos es estudiarla como estudiamos otros asuntos que, siendo fenómenos biológicos, adquieren sobre todo una dimensión humana. No hay que perder de vista que nuestra conducta está en buena medida determinada por acontecimientos previos, pero también está condicionada por el futuro. Estamos dotados de la capacidad de imaginar cosas, y por eso tenemos advertencia anticipada de nuestro inevitable final', escribe el Prof. Juan Ramón de la Fuente3.
Otro de los temas abordados en la obra de Marsh remite al implacable proceso de envejecimiento. El autor quería ver cómo era su propio cerebro y eso le llevó a someterse a un escáner cerebral tras ofrecerse voluntario para un estudio de escáneres cerebrales en gente sana. Lo recoge así en su libro: «sin duda pensaba que observar mi propio cerebro reviviría la fascinación que me llevó a convertirme en neurocirujano y experimentaría una sensación sublime, pero era pura vanidad: sencillamente, había asumido que la resonancia revelaría que yo era una de esas pocas personas mayores cuyo cerebro no muestra ninguna señal de envejecimiento. Hoy me doy cuenta de que, aunque ya me había jubilado, seguía pensando como un médico: que las enfermedades sólo les sobrevienen a los pacientes, no a los médicos».
«Me sentía bastante despierto, mi memoria era buena, tenía buena coordinación y equilibrio, corría varios kilómetros a la semana y hacía pesas y viriles flexiones de brazos. Sin embargo, cuando por fin revisé las imágenes de mi cerebro tuve la sensación de que esos esfuerzos eran tan inútiles como cuando el rey Canuto intentó ordenarle a la marea que se detuviera para no mojarse los pies», narra Marsh.
«Mi cerebro estaba empezando a pudrirse; yo mismo estaba empezando a pudrirme»
«A medida que miraba una a una las imágenes en la pantalla del ordenador, corte por corte, subiendo desde el tronco encefálico hasta los hemisferios cerebrales, como en su día examinaba los escáneres de mis pacientes, me invadió un sentimiento de impotencia y desesperación. Me vinieron a la cabeza esas historias de gente que ha tenido premoniciones de asistir a su propio funeral. Lo que iba apareciendo ante mis ojos, representado en los píxeles blancos y negros de la resonancia, era el envejecimiento en acción: la predicción de una decadencia que, en parte, ya se había iniciado, y de la muerte que vendría inexorablemente después. Mi cerebro de septuagenario se veía encogido y marchito, convertido en una triste y desgastada versión de lo que debía de haber sido alguna vez. También había unas ominosas manchas blancas en la sustancia blanca, signos de daño isquémico, microangiopatías, lo que en el oficio se conoce como ‘hiperintensidades de la sustancia blanca’ —aunque también de otras maneras—. Parecían una especie de sífilis».
«Hablando en plata, mi cerebro estaba empezando a pudrirse; yo mismo estaba empezando a pudrirme. Era un indicio muy claro de lo que ocurrirá inevitablemente, era una fecha de vencimiento». Desde luego, es difícil determinar si la sinceridad manifiesta de Marsh asusta o bien enternece… o ambas cosas a la vez.
«En la mayoría de los casos, a medida que envejecemos el cerebro no para de encogerse, y, si vivimos lo suficiente, termina pareciéndose a una nuez reseca flotando en un mar de líquido cefalorraquídeo contenido dentro del cráneo. Y, sin embargo, por lo general, seguimos sintiendo que somos lo que hemos sido siempre: nosotros mismos, aunque más limitados, lentos y olvidadizos», se lee en ‘Al final, asuntos de vida o muerte’.
Otros facultativos -como Carlos Fernández Viadero, Rosario Verduga y Dámaso Crespo- analizan el envejecimiento desde otra perspectiva, quizás un poco más amable. ‘La neuroplasticidad otorga al cerebro gran capacidad adaptativa frente a transformaciones del medio que acontecen en el envejecimiento […] Aunque no hay datos concluyentes, el ejercicio físico mejora los cambios moleculares, biológicos, funcionales y conductuales-cognitivos asociados al envejecimiento cerebral. En el cerebro humano envejecido se describe pérdida de peso y volumen y aumento del tamaño ventricular. No obstante, la neuroimagen muestra una variabilidad importante y muchos ancianos sanos no presentan cambios macroscópicos significativos. Respecto al número de neuronas, en la mayoría de las regiones cerebrales permanece estable a lo largo de la vida. La neuroplasticidad no se pierde con el envejecimiento, los cambios en la arborización dendrítica, la densidad de espinas y las sinapsis están más relacionados con la actividad cerebral que con la edad’4, sostienen estos tres expertos.
Vivir es morir un poco cada día
El libro de Marsh tiene un marcado tono elegíaco, pero no por ello menos luminoso sobre lo que significa la vida y la muerte. La nueva entrega de las memorias de este neurocirujano jubilado no es tanto una meditación sobre el traspaso hacia el más allá, sino más bien una celebración de la vida y de todo aquello que de verdad importa.
‘Atreverse a mirar de frente a la muerte, que inevitablemente vendrá, no siempre es fácil -aduce el Prof. De la Fuente-. El curso de los años lo va propiciando, aunque a la vejez también le gusta ocultarse. A veces existe una doble negación. Por otra parte, la muerte de gente querida propicia la reflexión. Cada día que pasa nos morimos un poco. Reflexionar periódicamente sobre la muerte puede ser provechoso. En todo caso, es un estímulo de vida para distribuir mejor el escaso tiempo que tenemos’3.
Referencias
1. Nalda I, Peñas M, Bernier L, Sánchez C, Cassinello J. Cáncer de próstata. Med - Progr Forma Méd Contin Acred. 2021; 13(26):1454-1466.
2. Gómez Esteban R. El médico frente a la muerte. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. [Internet]. 2012 Mar [citado 2023]; 32(113): 67-82.
3. De la Fuente JR. Morir con dignidad. Rev. Fac. Med. (Méx.) [revista en la Internet]. 2019 [citado 2023]; 62(1):50-54.
4. Fernández Viadero C, Verduga Vélez R, Crespo Santiago D. Patrones de envejecimiento cerebral. Rev Esp Geriatr Gerontol. 2017;52(S1):7-14.