Redacción Farmacosalud.com
El Dr. Antoni Bulbena, director del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y director de la Unidad de Ansiedad del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Parc de Salut Mar (Barcelona), lo tiene claro: con la crisis del coronavirus habrá un antes y un después emocional. “No cabe duda de que estamos ante un cambio de paradigma radical. Hemos perdido el equilibrio entre seguridad y riesgo y la incertidumbre nos ha inundado. Hay que saber que nos tocará vivir con menos y valorar más lo propio y lo querido”.
En cuanto a los profesionales de la salud y personal asistencial que han resultado infectados pero que han logrado superar el COVID-19, Bulbena advierte que la experiencia vivida puede acarrearles secuelas psicológicas como “persistencia de manifestaciones de desasosiego, insomnio e irritabilidad”, si bien los trabajadores jóvenes no estarían tan expuestos a ese riesgo. Pero el personal sanitario no contagiado por el coronavirus tampoco está libre de la posibilidad de padecer secuelas psíquicas, dado que la sobrecarga de trabajo y la gran tensión soportada puede suponerles sufrir en un futuro un cuadro de desánimo similar al burnout (estar ‘quemado’). Algunos incluso podrían padecer el síndrome de estrés postraumático, que incluye “afectación de pensamientos e imágenes y rememoraciones intrusivas y mayores efectos vegetativos”, explica el experto.
-¿Cómo puede combatir la ansiedad generada por el coronavirus el personal sanitario y asistencial, el colectivo profesional que más sobrecarga de trabajo y estrés emocional sufre durante estos días?
El personal asistencial tiene dos presiones intensas: la que proviene del exterior, dada su exposición precisamente con los enfermos y familiares, y segundo, la de sus propios temores, que como cada persona tenemos en nuestros armarios interiores. Para afrontar la que nos viene de fuera hay que mantenerse informado, acompañado y con las máximas precauciones en la actuación, cosa que no está sucediendo. A menudo nos encontramos mensajes contradictorios, órdenes incompatibles y escasez de material, lo que nos hace más vulnerables. El colectivo sanitario en España lidera la tasa de contagio, que alcanza ya el 13%. A pesar de todo ello, la fuerza vocacional nos empuja hacia el cuidado del otro. Incluso seguimos en el frente para no sobrecargar a los compañeros. En un recientísimo estudio sobre trabajadores sanitarios dedicados a enfermos de coronavirus en China se encontró una alta prevalencia de malestar (distress) (71,5%), depresión (50,4%), ansiedad (44,6%), e insomnio (34.0%).
-¿Y la población general, cómo puede combatirla?
Hay que señalar que la ansiedad moderada (no patológica) estimula y moviliza saludablemente como todo buen sistema de alarma. Pero si es excesiva es preciso amainarla, ya que entorpece la acción y genera malestar y por tanto se convierte en ineficaz. Para combatir la ansiedad exagerada es útil distinguir tres áreas. La del pensamiento, que nos hace anticipar insistentemente y además casi siempre lo peor; la de la emoción, que básicamente es la sensación de angostura, de estar al límite, y la tercera, la acción, que suele alternar sobreactividad frenética con bloqueos de acción.
Cada una de ellas tiene su elixir terapéutico. La del pensamiento consiste en eliminar las frases y enunciados negativos y catastrofistas y sustituirlos por propuestas neutras o positivas, dado que eso influye mucho en nuestra conducta; se basa en técnicas muy estudiadas llamadas cognitivo-conductuales. Para las otras dos (emociones y acción) tenemos un escenario idóneo para tratarlas, que es el propio cuerpo, por cierto escenario omnipresente en la ansiedad. Las técnicas de relajación, yoga, sofrología y mindfulness, entre otras, son muy eficaces porque dotan al individuo de un control más personalizado y propio de su estado. De forma parecida, el ejercicio físico regular (al menos 4 días por semana) también es eficaz.
En casos en los que aparecen propiamente trastornos de ansiedad (recordemos que afectan al 15% de la población) o bien en los que las manifestaciones sean más rebeldes o persistentes, es útil acudir a la medicación, que resulta muy eficaz. En este último caso, pero también con los otros remedios, es conveniente recibir la colaboración de personas expertas que nos acompañen.
-¿Qué secuelas psicológicas quedarán a los profesionales sanitarios y asistenciales que hayan sido infectados con el coronavirus y que posteriormente han logrado superar la enfermedad?
Hay pocos estudios al respecto y varían en resultados. Desde los que dicen que no hay secuelas (especialmente en jóvenes), hasta los que señalan persistencia de manifestaciones de desasosiego, insomnio e irritabilidad. Además, como en toda enfermedad infectocontagiosa, reaparece el estigma asociado a la contagiosidad y por tanto el temor a ser ‘apartado’. Por otra parte, la enfermedad es una experiencia de pérdida que en ocasiones deja como rédito la experiencia de vulnerabilidad, así como la anticipación de recaídas, de nuevos contagios o la sensación de culpa por haber podido contagiar a personas del entorno.
-¿Y el personal sanitario y asistencial no infectado, qué secuelas psicológicas podría padecer cuando la crisis del COVID-19 amaine? Lo decimos por la gran sobrecarga de trabajo de estos días, el miedo al contagio, etc…
Estos profesionales han experimentado un elevado esfuerzo en horarios, en dedicaciones, y, aun así, han vivido escenas de saturación y de impotencia al constatar en primera línea las limitaciones del sistema ante una patología. Eso genera una sintomatología de agotamiento y de desánimo similar al burnout o síndrome de estar 'quemado', en el que uno se siente exhausto y vacío, desconectado de la tarea que ya vive negativamente, y con la consecuencia de una reducción de su rendimiento. En ocasiones puede aparecer el síndrome de estrés postraumático, que ya incluye afectación de pensamientos e imágenes y rememoraciones intrusivas y mayores efectos vegetativos. Por lo tanto, además del reconocimiento explícito a su labor, hay que atender a estas posibles secuelas emocionales.
-Hablemos ahora de la población general que ha resultado infectada y que ha logrado superar el COVID-19. ¿Cómo afrontarán estas personas, psicológicamente hablando, la nueva etapa?
El número de afectados quizá sea mayor de lo que ahora sabemos. Muchos habrán tenido manifestaciones moderadas y, por tanto, la mayoría de ellos no presentará grandes dificultades para superar su trastorno. Pero como decíamos antes, la experiencia de enfermedad a veces acentúa la sensación de vulnerabilidad, de recaída. Y, al tratarse de una enfermedad contagiosa, quedan desagradables sensaciones de estar contaminado o de haber contaminado a alguien.
-Luego están las repercusiones emocionales de quienes han perdido a un ser querido (por fallecimiento) a raíz de la pandemia.
La muerte de un ser querido nos sumerge en el proceso de duelo que sigue las fases características. Pero tal vez en este caso, por la rapidez evolutiva del cuadro clínico, por el factor causal infecto-contagioso y además también por la situación de aislamiento (especialmente en el hospital), se producen sensaciones transitorias de remordimientos o de ‘no haber hecho lo que se debía hacer’, y pensamientos del tipo ‘de haberlo sabido…’, lo que se traduce en esas formas fragmentadas de la elaboración del duelo, que es preciso orientar.
-La crisis del COVID-19 es planetaria: ¿desde un punto de vista emocional y psicológico, habrá un antes y un después a nivel mundial?
No cabe duda de que estamos ante un cambio de paradigma radical. Hemos perdido el equilibrio entre seguridad y riesgo y la incertidumbre nos ha inundado. Hay que saber que nos tocará vivir con menos y valorar más lo propio y lo querido. Después de un seísmo vital como este, igual que ocurre tras una conflagración bélica, aparecen dos tipos de conductas: las egoístas y conservadoras a ultranza que persiguen furiosamente tener, acumular y controlar, y por otra parte, las generosas y solidarias que abarcan personas y grupos que se ofrecen para compartir, para dar ayuda y generar comprensión y confianza. Esta segunda tipología es la que permitirá avanzar, ya que recoge valores humanos que nos distinguen como especie. Pero habrá que reconfigurar ambas para entrar en la siguiente etapa. La pregunta que hay que hacerse individual y colectivamente es: ¿qué he aprendido con todo esto? ¿qué he descubierto para avanzar?
-¿Por cierto, cómo está viviendo usted esta crisis a nivel personal?
Dispuesto a prevenir la enfermedad siguiendo las recomendaciones técnicas y, naturalmente, ayudando a los pacientes a los que tengo la oportunidad de acompañar. Asimismo, estoy recreando las redes sociales familiares y de amigos, y retomando actividades de ocio (por ejemplo, musicales) que estaban siendo rezagadas en mi frenesí cotidiano. Con esa mayor presencia en casa he podido revalorar considerablemente la vida doméstica y familiar. También estoy aprovechando para repasar aspectos propios que quiero modificar. Es un momento óptimo para recapacitar, es decir, para incrementar nuestra capacidad a menudo capturada por rutinas automatizadas poco personalizadas y poder así actualizar nuestros objetivos vitales. Y finalmente, unas gotas de buen humor acaban de redondear un buen día.