Miguel Pérez, autor del libro ‘A clase en pijama’ (Plataforma Editorial): Miguel Pérez es maestro especializado en Educación Especial por la Universidad de Granada. Cuenta con más de 20 años de experiencia como maestro de Pedagogía Terapéutica en diversos centros educativos de Madrid y más de 9 años de experiencia como maestro de Educación Especial en el Aula Hospitalaria CPEE Hospital del Niño Jesús de Madrid, de la que llegó a ser director en 2018. Además, fue miembro de la comisión creadora de la Unidad de Daño Cerebral Adquirido Infantil del mismo hospital y ha sido profesor del Máster en Psicooncología Pediátrica y aspectos psicológicos en Cuidados Paliativos de la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Participa como ponente en los másteres de Atención Temprana de la Universidad Villanueva y Complutense de Madrid, así como en otras iniciativas formativas relacionadas tanto con el ámbito educativo como con el sanitario. En la actualidad, continúa tratando de sacar sonrisas a los pequeños alumnos con los que trabaja.
Redacción Farmacosalud.com
‘Uno recuerda con aprecio a sus maestros brillantes, pero con gratitud a aquellos que tocaron nuestros sentimientos’, dijo en su momento el ilustre psiquiatra y psicólogo Carl Gustav Jung (1875-1961). Miguel Pérez, 'profe' en un hospital pediátrico, es un prestidigitador de las emociones y un sabio docente, pero como sabio, nada despistado, por más que eso se salga de la norma. Como también es salirse de la norma tener que impartir clases en un centro hospitalario, con la dificultad que eso entraña porque, si ya es complicado mantener la atención de los niños en un aula convencional, cabe imaginar lo que supone dar clases a unos alumnos que padecen una grave enfermedad y que, precisamente por ello, puede que no estén demasiado concentrados en los números y las letras, por más voluntad que le pongan, que la ponen, por supuesto. En su libro ‘A clase en pijama’, Pérez imparte una clase magistral de conocimientos, humanidad y ternura a partes iguales. En este ‘cole’ no hay asignaturas pendientes… sólo ánimos de superación con los que ganarse el derecho de poder aprender hasta el infinito.
Pérez ejerce actualmente como maestro de Educación Especial en el Aula Hospitalaria CPEE Hospital del Niño Jesús en Madrid, un centro hospitalario pediátrico. “Al principio, cuando no saben quién eres ni a qué te dedicas y llegas a su habitación vestido con una bata blanca, evidentemente lo primero que piensan es que o eres doctor, o enfermero u otro profesional relacionado con la sanidad. Pero pronto, cuando empiezan a ver que tus instrumentos de trabajo son pinturas, lapiceros, plastilinas… comprenden que no tienes nada que ver con los médicos. Se sorprenden (bastante) al descubrir que en el hospital también hay colegio. Cuando se acercan al aula y se encuentran con otros compañeros en sus mismas circunstancias y ven que en ese espacio se da clase -algo bastante más afín y cercano a su realidad- desaparece esa percepción de profesional sanitario por completo y son conscientes de que tu labor allí es como la de cualquier otro profes@r (como los que conocen de sus propios ‘coles’), y que les vas a enseñar y trabajar con ellos las mismas cosas que en sus escuelas”.
Literalmente, en pijama
El título del libro no es gratuito, puesto que los alumnos de Pérez acuden a clase, literalmente, en pijama. “Al menos en la gran mayoría de los casos, la de aquellos alumnos que están ingresados. Tienen su rutina mañanera de despertarse, desayunar, tomar su medicación, asearse y ponerse su pijama limpito para acudir al colegio del hospital”, explica el ‘profe’.
Sin embargo, también existen otros servicios que se atienden en régimen de hospital de día, en el que los pacientes son ambulatorios y vienen al recinto hospitalario desde sus domicilios para recibir tratamiento. En estos casos, no acuden en pijama a clase, pero, tal y como se ha apuntado anteriormente, no son mayoría.
“Hay niños que acuden a clase en uniforme, con su propia ropa o en nuestro caso, en pijama. Pero lo realmente importante es que acuden al colegio asegurando la continuidad de su proceso educativo sin que la enfermedad suponga un obstáculo para ello. De esa forma, una vez superada la misma y de retorno a su vida cotidiana, podrán volver a sus escuelas en las mismas condiciones y con los mismos conocimientos que el resto de sus compañer@s”, señala el autor del libro.
“Los ‘profes’ somos rigurosos pero flexibles”
Pérez se libra, por decirlo de algún modo, de puntuar o calificar el trabajo escolar de estos pacientes pediátricos, si bien el hecho de no poner notas no significa, ni mucho menos, que no esté pendiente de la evolución académica de cada uno de ellos: “lo cierto es que nosotros no ponemos notas. Estos niñ@s siguen perteneciendo a sus colegios de referencia, por lo que siguen siendo alumnos de dichos centros. Nuestra labor comienza por establecer contacto y mantener coordinación permanente con los profesionales de sus centros y desarrollar la programación, actividades, trabajos, exámenes, etc. que se estén realizando en su clase”. Posteriormente, lo que hacen estos maestros de hospital es proceder a una devolución de todos los trabajos realizados y, al final de la atención prestada, elaboran un informe cualitativo en el que se determina la consecución de objetivos y conocimientos adquiridos por el alumno paciente durante su estancia. Con esa información, son los tutores quienes evalúan de forma cuantitativa los aprendizajes conseguidos.
“Somos rigurosos pero flexibles, lo que quiere decir que en la atención a este alumnado hay que tener en cuenta las características de la propia enfermedad; hay que saber cómo manejar los tiempos, es decir, cuáles son los propicios para que el alumno pueda aprovechar las clases y, sobre todo, hay que manejar diversas metodologías y enfoques lúdicos que hagan más atractiva y motivadora la tarea escolar”, expone Pérez.
Mandar a freír espárragos no es lo mismo que mandar a buscarlos al súper
Más allá de centrarse en los peques, ‘A clase en pijama’ tiene también algún pequeño recuerdo para los adultos hospitalizados. Por ejemplo, se puede encontrar una descripción de los pensamientos y sentimientos que pueden pasar perfectamente por la cabeza -y el corazón- de aquella persona mayor de edad que esté ingresada: «todo el mundo que te llama por teléfono o pasa a visitarte por el hospital te dice lo mismo: que ya verás como esto pasa enseguida, que al trabajo que le zurzan, que nadie es imprescindible, que lo importante es la salud y que te recuperes cuanto antes mejor y en las mejores condiciones posibles, y que sí, que dentro de un tiempo nos reiremos de todo esto y hasta lo recordarás como algo anecdótico… y no sé cuántas frases más que a ti, a la hora de encontrarte en esta situación, te suenan ya tan manidas, tan repetidas, que ya les has cogido hasta asco, tanto que, al próximo que te las diga, o le cuelgas el teléfono o lo mandas a freír espárragos».
Vale, de acuerdo, pero, entonces… ¿que se supone que tienen que hacer las personas que se interesan por un adulto hospitalizado? “Pues, desde mi punto de vista (porque también he estado al otro lado), evitar la condescendencia fundamentalmente -sostiene el docente-. Creo que la condescendencia ni anima ni ayuda ni te hace dejar de pensar en todas las preocupaciones que tienes en ese momento en la cabeza. Las palabras de aliento y de positividad están muy bien, pero para mí es más importante el acompañamiento, el apoyo, el entendimiento de la situación por parte de tus seres queridos, los que viven de cerca esa situación. A veces los hechos son más importantes que las palabras. La ayuda, el estar presente, puede ser más importante. En ocasiones, acudir a conversaciones fuera de la situación, aunque puedan parecer superficiales o absurdas, pueden ayudar a desconectar, a reírte, a evadirte, a romper con el tema de la circunstancia que te ha llevado hasta ahí y que, por más que repitas y te regodees en ello, se solucionará siguiendo su propio proceso”.
De todos modos, Pérez también entiende que, cuando uno está ingresado en un centro hospitalario, es mejor escuchar frases típicas y tópicas que verse en la tesitura de no recibir ninguna llamada ni visita. “No hablo de extremos. No soy una persona extrema. Con mis palabras no estoy diciendo o juzgando que la acción sea buena o mala, que eso deba o no deba hacerse, siempre hay que partir de que esas expresiones, palabras… nacen de la buena intención de las personas que te acompañan. Solamente intento expresar, o pienso, que hay que educar más en la empatía, en el ser capaz de ponerse en la piel del otro. Aunque, dentro del contexto en el que se desarrolla el capítulo (del libro), lo utilizo como un recurso, no como una sentencia”.
«Para un niño el tiempo transcurre de un modo totalmente diferente de lo que lo hace para los mayores»
‘A clase en pijama’: «Un niño que entra en un hospital para ser atendido no sabe cuánto tiempo pasará fuera de su casa, durmiendo lejos de su cama, sin sus juguetes… Además, para un niño el tiempo transcurre de un modo totalmente diferente de lo que lo hace para los mayores, y actividades cotidianas que pueden parecer rutinarias e incluso si importancia, como comer y cenar con toda la familia en casa (aunque sus hermanos y hermanas le hagan rabiar muchísimo), o incluso fastidiosas y tediosas, por las que protesta en ocasiones, como ir al cole, le suponen un gran trastorno y una grave alteración de sus hábitos que le puede llegar a preocupar muchísimo, porque le dolerá perderse las clases que más le gustan, no poder jugar con los amigos en el patio, hacer bromas y comer esos bollos que mamá le mete en la mochila y que le encantan, ni poder ir a kárate o a ballet por las tardes, ni poder visitar a los abuelos, ni poder tomar su comida favorita los domingos, ni tantas y tantas y tantas cosas…»
A la hora de impartir clases, un ‘profe’ de hospital soluciona este tipo de difíciles coyunturas partiendo de la situación en la que se encuentran los niños para, de esta manera, intentar “amortiguar o minimizar los efectos de esas rutinas de las que se ven desprovistos durante el tiempo que permanecen alejados de su entorno. Los maestros, el colegio, intentan aportarle esa parte tan importante de su vida en la que se desarrollan y conviven con otros. Crearles la rutina de acudir al colegio, socializarles con otros chicos y chicas en su misma situación, en donde además de estudiar comparten tiempo de esparcimiento, juegos, bromas y risas, les ayuda mucho. Mantener el contacto con sus profesores y compañeros de clase, gracias a las nuevas tecnologías, y hacerles sentir que siguen estando presentes y que el mundo no se ha parado, ni sus vidas tampoco, que siguen estando y perteneciendo a él, les ayuda mucho”, remarca el autor del libro.
En ese contexto, la oferta de actividades complementarias y de ocio que el colegio, en coordinación con el servicio de atención al paciente, vehiculan a través de talleres, cuenta-cuentos, obras teatrales, conciertos, actividades con museos, fundaciones, o actividades con otros colegios o con el suyo propio, “les motivan, animan y, en la medida de lo posible, les empujan a seguir adelante, ubicándoles en el aquí y ahora”, afirma.
Según se dice en el manual, «afortunadamente, y en muy poco tiempo, ese niño o niña descubrirá que, pese a que está en un hospital, no todo es tan negativo». “Las Aulas Hospitalarias del Niño Jesús están perfectamente encajadas en la dinámica de la vida del hospital desde hace muchísimo tiempo, 56 años, nada más y nada menos. Cuando tú llegas al hospital, ya el propio personal sanitario, médicos y terapeutas han hablado con los padres y con los propios niños de la existencia de éstas. Así que, rápidamente y desde muy al comienzo, empezamos a actuar con los chic@s, quienes descubren que no todo son pruebas médicas, tratamientos, intervenciones quirúrgicas o pinchazos. Descubren que hay otra parte que les conecta con el exterior, que les permite seguir siendo niños haciendo cosas de niños; que, además, y desde la propia filosofía de los distintos servicios médicos, el ‘cole’ forma parte del propio tratamiento”, argumenta el escritor.
De hecho, diversos estudios llevados a cabo en relación con este tema demuestran que los agentes psicosociales que intervienen con el paciente forman parte de la recuperación total del mismo, y que, dentro de esos agentes, están incluidos las Aulas Hospitalarias y los profesores, profesionales “que hemos sido altamente reconocidos y valorados por nuestra importancia en el proceso total del paciente”, destaca Pérez.
“Las personas de corta edad no están tan ‘contaminadas’ como los adultos”
Y los niños son niños, claro, pero, aunque no lo parezca, se enteran de todo y son capaces de acostumbrarse a las circunstancias más inverosímiles. Por ejemplo, durante el confinamiento por el COVID-19 todo el mundo estaba preocupado por los ánimos de la población pediátrica, pero, curiosamente, luego se comentó que los niños se habían habituado rápidamente a las nuevas condiciones de ‘reclusión’ domiciliaria. Una plasticidad, la de las personas de corta edad, que sin duda les ayuda en grado sumo a habituarse a todo lo que es razonablemente tolerable, incluso el hecho de estar ingresados en un hospital. “Las personas de corta edad son más plásticas, menos prejuiciosas y más adaptables a las situaciones nuevas. Quizá porque no están tan influenciadas por el entorno, el contexto, los medios de comunicación… digamos que no están tan ‘contaminadas’ como los adultos y ello les dota de la capacidad admirable de ajustarse a todo lo nuevo o aquello que es razonablemente tolerable, situaciones que, posiblemente a los adultos, en las mismas circunstancias, nos pueden provocar más conflicto a nivel personal y psicológico”, indica.
A la vista de todo lo descrito hasta ahora, es lógico preguntarse si un maestro de hospital es, a ojos de un paciente pediátrico, un ‘profe’, un héroe o, incluso, un segundo padre… “fundamentalmente eres un ‘profe’, pero también un apoyo en los momentos de bajón, alguien en quien puedes confiar y con quien te puedes desahogar. Alguien a quien incluso le das más información en relación con determinados temas que a los médicos. Alguien que sabe escuchar y respeta tus tiempos. Que sabe cuándo puede trabajar contigo o cuándo necesitas solo jugar o que te lean un cuento. Pero, sobre todo, alguien que es capaz de sacarte una sonrisa en el momento menos esperado. Realmente un ‘profe’ de hospital es muchas cosas a la vez, pero no me gustan las etiquetas, así que lo dejo a elección del lector. Defínanme como quieran”.
Hay trances terribles a los que uno nunca se acostumbra
Sin lugar a dudas, como ‘profe’ de hospital Pérez ha disfrutado de vivencias tan enternecedoras como divertidas, pero también ha pasado por terribles trances, como el de tener que despedirse de aquel niño hospitalizado que, al final de su proceso, acaba falleciendo. “Por desgracia, en casi 10 años de experiencia he tenido que enfrentarme a esta situación en más ocasiones de las que hubiese querido (ninguna). Es algo muy difícil de encajar y algo a lo que jamás me he acostumbrado ni me acostumbraré. Siempre recuerdo las palabras de una de mis compañeras la primera vez que esto me ocurrió: ‘esto es algo a lo que, por más años que pasen y por más experiencia que tengas, no te acostumbrarás jamás’”.
“Con el paso del tiempo y la experiencia empiezas -de forma totalmente autónoma e independiente (porque no recibes ningún tipo de apoyo psicológico ni ayuda al respecto)- a entender la muerte como parte del proceso de la vida. Y te das cuenta de que, al día siguiente, hay otros chicos y chicas que te siguen necesitando con la misma fuerza y la misma alegría que siempre; que tienes que dárselo, porque merecen lo mismo de ti que aquel o aquella paciente que ha fallecido. Siempre te queda el consuelo de haber dado lo mejor de ti y haber insuflado en esa persona todo lo que le has podido dar. Y que, incluso en sus últimos momentos, se ha acordado de ti y ha querido tenerte cerca. A mí me llena de orgullo y de forma plena. Me deja la sensación de haber cumplido con mi misión”… leer estas líneas con un nudo en la garganta es abrumadoramente inevitable.
Es inevitable pensar, asimismo, en los vínculos que llegan a establecerse entre los maestros de hospital y los progenitores o tutores de los pacientes pediátricos hospitalizados. “Las relaciones entre familias y maestros de hospital son muy cercanas -asegura Pérez-. Se crean vínculos muy especiales. Dense cuenta de que prácticamente entras en sus vidas de lleno, en su mundo, en su historia y circunstancias. La relación en la que diariamente haces una devolución de los avances de sus hij@ en el colegio da pie a establecer de forma progresiva una relación de confianza y de tú a tú que no se da en un colegio al uso. En muchas ocasiones, también te conviertes en su desahogo y apoyo en los momentos más bajos, aunque también en los alegres. A veces estas relaciones perduran más allá del ingreso y tienen continuidad en el tiempo. Recuerdan con cariño la relación con el maestro e incluso se quieren implicar en la vida del aula hospitalaria, bien perteneciendo a alguno de los órganos colegiados, como el consejo escolar, bien participando en la organización y propuesta de actividades de ocio o complementarias, y haciendo perdurar el vínculo en el tiempo… el ‘cole’ de hospital es algo que engancha”.