Redacción Farmacosalud.com
Con varias zonas de España con restricciones de movilidad y de acceso a establecimientos públicos a causa de rebrotes del coronavirus, y a la espera de ver cómo va evolucionando la situación en el resto de territorios -por si fuera necesaria una segunda gran cuarentena general-, es inevitable pensar en cómo puede repercutir todo ello en la salud anímica y mental de los ciudadanos. Devi Uranga, psicóloga del grupo ita especialistas en salud mental, recuerda que “a lo largo de nuestro paso por la vida nos encontraremos con aspectos de nuestra personalidad o de las emociones que no están ajustados. La propuesta es poder aprovechar estos desajustes para crecer gracias a ellos. Cada uno de esos desajustes representa una oportunidad para desarrollarse”. “Si detecto que mi manera de estar en el mundo me está dañando, es una señal que me abre paso a un trabajo personal en el que conocerme, cuidarme y responsabilizarme”, señala Uranga, a su vez experta en adicciones y directora de la unidad de Atención del Servicio de Adicciones de Nuevas Tecnologías de la Comunidad de Madrid.
Uno de los comportamientos que seguramente se han agudizado con el confinamiento generado por la pandemia de COVID-19 es el conocido como ‘phubbing’, que consiste en ignorar a una persona y al propio entorno por estar concentrado en el teléfono móvil. Para la psicóloga, el phubbing es una forma de evadirse, “un recurso que nos ayuda a afrontar la dureza de nuestras circunstancias. Nos permite renovarnos y continuar. Pero si evadirse implica a su vez descuidar nuestras relaciones y aislarnos, también nos estamos descuidando a nosotros mismos”. Por eso, recomienda “encontrar un equilibrio entre conectar con el mundo que nos rodea y evadirnos de manera puntual. Conectar con el contexto es imprescindible, si éste es saludable. Crecemos en relación. Si nos evadimos por completo, una parte de nosotros deja de crecer”. En cuanto a la atazagorafobia -miedo a ser olvidado, lo que impulsa a mirar compulsivamente las cuentas digitales buscando ‘shares’ o ‘likes’-, Uranga propone combatirla poco a poco construyendo “una forma de relación en la que los demás tengan el poder justo”.
-¿Ante las noticias de rebrotes de coronavirus, cómo puede reaccionar una persona que durante el confinamiento domiciliario contrajo una adicción a las nuevas tecnologías, o bien sufrió algún trastorno derivado de su excesivo uso?
Por un lado, es importante señalar que es difícil que una adicción o un trastorno se hayan contraído durante un confinamiento. Podríamos hablar, más bien, de que se ha agravado.
La vida es compleja y, en medio de una crisis, más compleja aún. A lo largo de nuestro paso por la vida nos encontraremos con aspectos de nuestra personalidad o de las emociones que no están ajustados. La propuesta es poder aprovechar estos desajustes para crecer gracias a ellos. Cada uno de esos desajustes representa una oportunidad para desarrollarse. Más que hablar de una mentalidad positiva, la propuesta tiene un sentido terapéutico. Si detecto que mi manera de estar en el mundo me está dañando, es una señal que me abre paso a un trabajo personal en el que conocerme, cuidarme y responsabilizarme.
En el caso de las tecnologías, la propuesta es buscar apoyo en un profesional que podrá orientar y atender la demanda específica de cada caso. Tratar de arreglar las cosas por uno mismo refleja valentía, pero también puede ser reflejo de resistencias, miedo a lo desconocido o vergüenza, entre otros estados. Esto puede frenar nuestro deseo de cuidarnos. No pedir ayuda si la necesitamos puede dejarnos desprotegidos. La decisión más saludable es aquella que más nos cuide.
-¿Si se declara un segundo confinamiento (hay zonas de España donde ya se han puesto en marcha algunas restricciones por rebrotes del coronavirus) se agravará aún más el estado mental de quienes están enganchados a la tecnología?
La mejor prevención es un contexto nutricio y saludable. Por ejemplo, tratar de reforzar respuestas como: respeto de la intimidad, relaciones basadas en el cuidado, responsabilidades (fomentan la autoestima), tolerancia de emociones displacenteras (enfado, rabia o frustración), presencia de afecto, o dedicar un tiempo a cosas que nos hagan sentir bien; son prácticas qué previenen cualquier tipo de patología. En paralelo, puede ayudarnos el hecho de evitar altos niveles de estrés, agresividad, cualquier tipo de violencia, aislamiento o sedentarismo. En este caso podemos prestar atención, más que al confinamiento, al contexto en el que me encuentro y los hábitos saludables que pongo en marcha para mi propio cuidado físico, mental y emocional. Es como un árbol que crece en un estanque: será más grande, fuerte y sano si el agua del que se nutre es saludable.
-El confinamiento derivado del COVID-19 ha dado un impulso al conocimiento de los nuevos comportamientos vinculados al uso de la tecnología, como por ejemplo el conocido como ‘phubbing’, que consiste en ignorar a una persona y al propio entorno por estar concentrado en la tecnología móvil, ya sea un teléfono inteligente, tableta, PC portátil, etc. ¿El phubbing puede verse agravado por nuevas cuarentenas o restricciones de movilidad?
Es difícil proponer soluciones sin conocer las razones, aunque sean inconscientes, del que se evade. Evadirse es un recurso que nos ayuda a afrontar la dureza de nuestras circunstancias. Nos permite renovarnos y continuar. Pero si evadirse implica a su vez descuidar nuestras relaciones y aislarnos, también nos estamos descuidando a nosotros mismos.
Un punto saludable podría ser el de respetar los momentos de evasión sin desconectar (al menos demasiado) de la realidad. En el contexto familiar se pueden establecer límites donde esté permitida la desconexión y momentos en los que se promuevan las relaciones. Por ejemplo: la hora de comer, un momento de encuentro familiar con alguna actividad de ocio o una visita familiar (online o presencial) que estén libres de las tecnologías. Una buena meta puede ser encontrar un equilibrio entre conectar con el mundo que nos rodea y evadirnos de manera puntual. Conectar con el contexto es imprescindible, si éste es saludable. Crecemos en relación. Si nos evadimos por completo, una parte de nosotros deja de crecer.
-¿El phubbing podría llegar a ser considerado un trastorno, o bien es una falta de educación como una catedral? ¿Cómo se puede tratar?
Seguramente sea el resultado de una combinación de muchos aspectos: que se haya normalizado socialmente, la necesidad de desconectar en una vida sobrecargada de estímulos y responsabilidades, falta de recursos relacionales… Imagino que es un proceso inconsciente. Y del que muchos, incluida yo, podemos aprender y mejorar. El primer paso de una dinámica inconsciente es hacerla consciente. Darme cuenta de que estoy con otro/a y que nos entregamos nuestro tiempo. Esto que nos regalamos merece ser cuidado, no sólo porque es bueno para la otra persona, sino también para mí. Cuando cuido al otro/o también me cuido a mí. Atender al móvil en lugar de a lo que sucede en la relación es una forma de alejarme del presente y de invisibilizar al otro/a. Twitter puede esperar.
-La atazagorafobia es el miedo a ser olvidado o ignorado, e incluso a olvidar. Aplicado en el mundo digital, esta conducta provoca que el usuario de redes sociales consulte permanentemente o muy a menudo sus cuentas para ver si ha obtenido recompensas en forma de ‘shares’ o ‘likes’. ¿Esto también puede agravarse por los confinamientos?
Cualquier miedo, dificultad o limitación puede ser agravado cuando atravesamos una crisis. Pero también puede aprovecharse la crisis para transformarlo y dirigirlo hacia un lugar más saludable. Por ejemplo, si tengo sobrepeso, el confinamiento puede despertar mi ansiedad y favorecer el sedentarismo, y hacerme empeorar. O puede tomarse como una oportunidad para emplear la nueva situación para leer sobre ejercicio, practicarlo, incluirse en clases grupales online y crear una nueva corriente más saludable. La dirección que toma la patología no la decide el confinamiento, sino uno mismo. Podemos convertir el aislamiento en un agravante o en una oportunidad. Dependerá de la conciencia que pongamos.
Las tecnologías refuerzan una vida ‘hacia afuera’ y el confinamiento nos invita a una vida ‘hacia adentro’, nos brinda el tiempo y el espacio apropiados para practicar el contacto con uno mismo. Cualquier práctica que se reconozca como saludable para uno mismo nos permite estar en contacto y mejorar nuestra autoestima. Si estamos atendidos por nosotros mismos, el miedo a ser olvidados o a no ser reconocidos se reduce. Poner conciencia en el poder que puedo estar depositando en el ‘afuera’ puede ayudarme a recuperar ese poder y dármelo a mí.
En casos de menores, parte de esta responsabilidad recae sobre los adultos cuidadores. Ante el miedo a ser olvidados, puede ayudarles el recibir por parte de los padres y/o madres mensajes que refuercen su valía: ‘Tranquilo/a, entiendo tu miedo, a mí a veces también me pasa. Tal vez esto no te alivie, pero quiero que sepas que eres muy importante para nosotros’. Ante los miedos, hay una necesidad de seguridad. Y ésta puede venir desde fuera pero también podemos construirla nosotros mismos.
-¿Cómo se puede tratar la atazagorafobia digital?
Con conciencia, sin prisa y con cariño. Hay muchos recursos... tenemos que darnos voz y recordarnos que lo importante es que no nos olvidemos nosotros de nosotros mismos. Construir, poco a poco, una forma de relación en la que los demás tengan el poder justo. Una parte la tiene el entorno y otra la tengo yo. Tomar conciencia de esto nos empodera. Esta es una manera muy sencilla de decir algo muy complejo. Alcanzar este nivel de autocuidado y de autoestima requiere conciencia, compromiso y trabajo personal. Este trabajo en sí mismo, ya merece la pena.