Redacción Farmacosalud.com
Angustia, desesperación, insomnio o desánimo son algunos de los signos de la denominada ecoansiedad, una especie de alteración psicológica vinculada al cambio climático y a las desalentadoras predicciones realizadas por los científicos sobre el futuro medioambiental del planeta. Pablo Deustua Jochamowitz, miembro del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya (COPC) [Colegio Oficial de Psicología de Catalunya], admite que en las consultas aún no ha podido apreciar “que exista un auténtico malestar emocional” asociado al cambio climático, si bien ello podría guardar relación con el hecho de que, en general, “permanecemos en un estado de negación masiva” acerca de la “catástrofe medioambiental que tenemos en frente”.
Para combatir los posibles problemas de insomnio que pueda crear la ecoansiedad, Deustua Jochamowitz propone implicarse personalmente “en algún tipo de proyecto de defensa y cuidado de la naturaleza” y pasar “la mayor cantidad de tiempo posible en espacios naturales”, dado que “el contacto directo con la naturaleza calma y cura”. Este psicólogo, a su vez impulsor y responsable de Daimon Verde Ecopsicología, también advierte que las olas de calor -un fenómeno cada vez más extremo y más frecuente asociado a las transformaciones medioambientales- inducen a recluirse en el interior de las casas, con lo que disminuye “el contacto social y el uso del espacio público. El ser humano es un animal social y la disminución de estas interacciones afecta sin lugar a dudas la calidad de la salud emocional”.
-Se empieza a hablar de ecoansiedad o eco-ansiedad, una especie de alteración psicológica que se vincula con el cambio climático y las descorazonadoras predicciones asociadas a este fenómeno medioambiental que, de una manera continua, van calando en la sociedad. ¿Hasta qué punto las consultas han notado la aparición de la nueva alteración?
Particularmente, no he apreciado que las consultas de psicoterapia hagan eco explícito de la gravedad de la crisis medioambiental que vivimos. En líneas generales, pueden darse menciones puntuales sobre el tema, pero aún no he podido apreciar que exista un auténtico malestar emocional asociado. Mi hipótesis personal es que, a pesar de la catástrofe medioambiental que tenemos en frente, permanecemos en un estado de negación masiva de esta realidad y, con ello, se hace muy difícil conectar con la preocupación que amerita (merece).
-Angustia, desesperación, insomnio, desánimo… se dice que estos son algunos de los síntomas asociados a la ecoansiedad. ¿Merece la pena participar en medidas y campañas para frenar el cambio climático antes que pedir ayuda médica o psicológica a un profesional de la salud, como posible remedio o calmante frente al que podría ser un nuevo trastorno psíquico?
Aunque mi especialidad sea la psicoterapia, no puedo dejar de apuntar que la base para ‘aliviar’ la ansiedad generada por la crisis medioambiental -para aquellos que la experimenten auténticamente- debe partir del activismo antes que de la atención psicológica. Mediante la acción en favor de la naturaleza (desde un voluntariado de reforestación, pasando por aportar económicamente a asociaciones de protección de la fauna, hasta la creación de campañas de concienciación medioambiental) la persona asume un rol activo ante su preocupación y ansiedad. Y, en líneas generales, la sensación de tener cierto nivel de control sobre un problema determinado genera alivio emocional. Asimismo, consideraría éticamente inapropiado simplemente ‘aliviar’ la ansiedad asociada a la crisis medioambiental sin fomentar que la persona se implique personalmente en la defensa del planeta. En este sentido, la ansiedad puede ser un motor de acción y de cambio.
Todo lo anterior no descarta en absoluto la legitimidad de buscar ayuda terapéutica en temas que tengan que ver con nuestro distanciamiento emocional del mundo natural. La naturaleza es fuente de bienestar emocional y considero que la psicología debe incorporarla en su quehacer cotidiano. De este modo, a partir de una re-aproximación afectiva al mundo natural, ganamos la posibilidad de implicarnos más activamente en su cuidado y defensa.
-Supongamos que una persona pide ayuda a un profesional de la salud porque la ecoansiedad no le deja dormir, o bien duerme mal. ¿Qué abordaje terapéutico se necesitaría?
Le plantearía un plan doble: en primer lugar, su implicación personal en algún tipo de proyecto de defensa y cuidado de la naturaleza. Y, en segundo lugar, fomentaría que pase la mayor cantidad de tiempo posible en espacios naturales. El contacto directo con la naturaleza calma y cura. Particularmente, podría sugerirle realizar sesiones de terapia al aire libre, en algún espacio natural, lejos de las cuatro paredes de la consulta. Personalmente, tengo algunos pacientes con los que trabajo de esta forma (aunque en estos casos, el motivo de consulta no tiene que ver con la ecoansiedad; he considerado que el contacto directo con la naturaleza es de gran ayuda en el abordaje de su sufrimiento emocional).
-¿Son los adolescentes y más jóvenes -por ser las personas que más sufrirán en el futuro los efectos del cambio climático- los perfiles de pacientes que más preocupados están ante el futuro ecológico?
La adolescencia es un período de la vida caracterizado por la pasión, la energía, la rebeldía y la efervescencia emocional. Veo con muy buenos ojos y alegría la reciente canalización de este ‘poder adolescente’ en distintas manifestaciones de defensa de la naturaleza y del planeta. En esta línea, la figura de la adolescente Greta Thunberg y del movimiento Fridays For future han conectado y aprovechado muy bien este ímpetu. Ojalá que no sea flor de un día y que nuestros adolescentes sigan contribuyendo con pasión a la defensa del mundo natural.
-¿Y qué nos dice sobre los niños?
En mi opinión, los niños son víctimas directas de un estilo de vida que da la espalda al mundo natural. Cada vez son más los niños que viven ensimismados y absortos ante las pantallas de distintos dispositivos tecnológicos. Se trata de una generación que prácticamente no tiene contacto alguno con la naturaleza y esto, a mi juicio, supone una gran amputación en su desarrollo emocional.
-Las olas de calor son cada vez más extremas y más frecuentes, y ello, sin lugar a dudas, repercute en la salud tanto física como mental de los individuos.
El exceso de calor genera agotamiento, sensación de embotamiento, afecta nuestra capacidad de pensar y de actuar. Nos ralentiza en todos los sentidos y eso, sin lugar a dudas, afecta de una u otra manera nuestras emociones. Dependiendo de cada uno, hay quien puede reportar que el calor excesivo le genera angustia, desmotivación generalizada o sensación de intranquilidad. Por otra parte, el calor perjudica directamente la calidad del sueño, elemento esencial de la salud mental. Yo añadiría que el calor extremo nos lleva a recluirnos en el interior de nuestras casas, con lo que disminuye el contacto social y el uso del espacio público. El ser humano es un animal social y la disminución de estas interacciones afecta sin lugar a dudas la calidad de la salud emocional.
-¿Estamos a las puertas de la creación de una nueva subespecialidad en salud, centrada en la ecoansiedad?
Desde hace ya décadas existe una rama de la psicología llamada ‘ecopsicología’. La ecopsicología aborda el estudio de la relación que el ser humano establece con el mundo natural y las implicancias psicológicas que esto supone. Lamentablemente, la ecopsicología siempre se ha movido en los márgenes de la disciplina y nunca ha sido tomada verdaderamente en serio por la oficialidad de la psicología. Espero de corazón que la emergencia climática que vivimos cambie esta tendencia.
-Personalmente: ¿sufre usted ecoansiedad o cree que puede llegar a sufrirla, visto el panorama ambiental y climático que nos espera?
No estoy del todo seguro. De lo que sí estoy absolutamente seguro es de la enorme tristeza que experimento frente a la destrucción del mundo natural, la negligencia observada, y la poca importancia que otorgamos a todo ello. Este escenario hace que, personalmente, yo discurra entre emociones ligadas a la rabia y la pena y, ocasionalmente, la impotencia. Sin embargo, ha sido también este malestar el que me ha llevado a asumir, desde mi profesión de psicólogo, el reto de hacer que las personas se aproximen emocionalmente al mundo natural. Estoy convencido de que cuidamos aquello que amamos. Y si queremos proteger el mundo natural, tenemos que empezar por aprender a amarlo.