Redacción Farmacosalud.com
Una de las funciones principales de las gafas de sol es proteger los ojos del exceso de luz que empeora la visibilidad (algo fundamental para la conducción) y que puede ocasionar dolor de cabeza o irritación. Pero lo fundamental es que las gafas de sol protegen de los rayos UVA, responsables del envejecimiento celular, y de los rayos UVB, vinculados a las quemaduras y cáncer de piel. Por eso, si las personas no se protegen adecuadamente con gafas de sol, estos rayos penetran y pueden alcanzar la retina provocando que patologías como las cataratas o la degeneración macular asociada a la edad (DMAE) se produzcan precozmente o avancen más deprisa. Según datos del Consejo General de Colegios de Ópticos-Optometristas, una de cada tres gafas de sol vendidas en España no supera los controles sanitarios necesarios.
“Al utilizar gafas de sol no homologadas, no protegemos adecuadamente nuestros ojos”, señala Juan Carlos Martínez Moral, presidente del Consejo General. “El problema es que esto hace que, si las gafas no ofrecen la protección adecuada, las radiaciones dañinas penetren aún más en el interior del ojo, lo que resulta más perjudicial que no llevar ningún tipo de protección”, concluye. Para evitar riesgos, el Consejo General de Colegios de Ópticos-Optometristas recomienda encarecidamente que las gafas de sol no se adquieran en mercadillos u otros canales de venta no autorizados ni que se compren gafas “de juguete” en bazares para los niños. “La adquisición de las gafas de sol en un establecimiento sanitario de óptica es una garantía de que las lentes cumplen todos los parámetros de seguridad y calidad”, recuerda Martínez Moral. Además, el asesoramiento de un profesional de la visión óptico-optometrista también garantiza que dichas lentes proporcionen una protección personalizada en función de nuestras necesidades, actividades cotidianas y de ocio o estilo de vida.
El ojo del niño, más vulnerable que el del adulto
Todas las personas necesitan gafas de sol, aunque existen personas que son más sensibles a las condiciones de alta luminosidad, como aquellos que tienen ojos claros, sufren astigmatismo o algún tipo de trastorno ocular más grave. En el caso de los niños, la necesidad de utilizar estas lentes homologadas es aún mayor, ya que el ojo del niño resulta más vulnerable que el del adulto porque antes del primer año de vida, el cristalino, que ejerce de filtro, deja pasar a la retina el 90% de la radiación UVA y el 50% de la UVB; además, la pupila permanece más dilatada que la de los adultos y la pigmentación del ojo, que actúa como barrera protectora, se va oscureciendo con el paso del tiempo, se apunta desde el Consejo General de Colegios de Ópticos-Optometristas.
La consecuencia es que, según los expertos, casi el 50% de la radiación ultravioleta a la que nos vemos expuestos a lo largo de la vida se produce antes de cumplir los 18 años. Y eso conlleva daños a corto plazo (queratitis o quemaduras solares, fotofobia y enrojecimiento de los ojos), pero también, y lo que es más preocupante, a largo plazo, el daño puede ser más grave, en forma de alteraciones corneales, lesiones degenerativas y quemaduras agudas en la retina, que afectan a la visión de forma permanente.