Redacción Farmacosalud.com
“Algunos discursos son suficientemente sofisticados como para que ni siquiera personas con formación en el ámbito sanitario sean capaces de discriminar si están ante una pseudoterapia”, o sea, ante “una propuesta que se hace pasar por terapéutica sin serlo”, advierte Emilio Molina, vicepresidente de la APETP (Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas). Según Molina, en algunos casos este mundo ‘pseudo’ incluso puede estar vinculado a comportamientos sectarios, dado que “hay sectas que utilizan la salud como gancho de captación, aprovechándose de la evidente vulnerabilidad de personas que pasan o han pasado por problemas de salud (o personas a su cargo)”.
El vicepresidente de la APETP, por otro lado, no se deja impresionar por aquel perfil de paciente que recurre a una pseudoterapia y que acaba diciendo ‘a mí me funcionó’, reacción que se conoce como “amimefuncionismo”. En opinión de Molina, quien tenga “algo de formación en el efecto placebo, el retorno a la media, el curso natural de las enfermedades y cuestiones similares, podría concluir con bastante premura que en realidad” dicho paciente “no puede saber si lo que le funcionó fue ese tratamiento al que se sometió (y que estaba compuesto quizá solo por azúcar, o era una simple mímica pretendiendo ‘canalizar energías’), o fue producto de los centenares de variables que podrían intervenir en el proceso. Algo que, precisamente, es lo que busca dilucidar un ensayo clínico riguroso sobre cualquier tratamiento”.
-¿Qué se entiende por pseudoterapias o pseudociencias?
En sentido amplio, una pseudociencia es una propuesta que se hace pasar por científica sin serlo, y una pseudoterapia es una propuesta que se hace pasar por terapéutica sin serlo. Aunque son conjuntos dispares (una pseudociencia no tiene por qué pretender ser terapéutica ni una pseudoterapia necesita pretender ser científica), suelen estar relacionadas. Cuando hablamos de pseudoterapias, en general, nos referimos a propuestas ofertadas como supuestamente terapéuticas para una aplicación en concreto pero cuya validez en ese ámbito no ha sido certificada mediante pruebas científicas rigurosas.
-¿Cómo se puede dar cuenta una persona sin muchos conocimientos sobre este ámbito de que está ante una de esas corrientes ‘pseudo’?
Antes de responder a la pregunta, habría que aclarar que algunos discursos son suficientemente sofisticados como para que ni siquiera personas con formación en el ámbito sanitario sean capaces de discriminar si están ante una pseudoterapia. Por esta razón, el mejor consejo antes de tomar decisiones importantes en materia de salud, es siempre buscar la opinión de tantos profesionales independientes (a ser posible, de asociaciones científicas e incluso de entidades expertas en fraudes sanitarios, como la nuestra) como se pueda, con el fin de comprobar si se está ante una opinión consensuada en el ámbito sanitario o no.
-¿Los contenidos de las pseudoterapias o pseudociencias que ustedes critican son -siempre según su opinión- medias verdades, medias mentiras, mentiras, o tienen algo de verdad e incluso puede que alguna sea verdad?
Hay todo un abanico entre las propuestas que se ofertan como terapéuticas sin haber sido validadas como tales para una dolencia en concreto. Fíjense que en esta propia exposición ya queda claro que una propuesta podría suponer una terapia válida en un ámbito, pero una pseudoterapia en otro (por ejemplo, la vitamina C es un remedio válido contra el escorbuto, pero también se oferta de forma fraudulenta como supuesta cura del cáncer).
Algunos remedios son un fraude por completo, como es el caso de aquellos en que el producto final no es más que excipiente, las terapias basadas en energías inexistentes, o toda la parafernalia montada alrededor de la ‘medicina cuántica’ (en la que cualquier vinculación con la física cuántica real es pura coincidencia).
Otros casos son más complejos, como el tema de la fitoterapia: si bien es evidente que las plantas contienen compuestos activos que pueden ser usados para el tratamiento efectivo de ciertas dolencias, nos encontramos con problemas como que en ocasiones se ofertan plantas que no han demostrado tener efecto curativo alguno para esa dolencia, o que son tóxicas, o que interfieren con tratamientos válidos pautados, o una combinación de todo lo anterior. En este ámbito cabe recordar que la farmacología se basa, precisamente, en obtener y purificar (e incluso sintetizar, si se puede) los componentes funcionales de las plantas que nos resultan interesantes, cuantificándolos para poder proponer una dosificación eficaz, y además desechar otros principios activos presentes en los vegetales que no nos interesan o son, directamente, nocivos.
Alguien que toma una planta, incluso en el caso de que realmente fuera efectiva para la dolencia para la que se le ha indicado y no interfiriera con otro tratamiento pautado, podría estar recibiendo mayor o menor cantidad de la necesaria, cuando no envenenándose con otros principios indeseables presentes en la planta. Esto, en el caso por ejemplo de infecciones, podría suponer la aparición de resistencias microbianas que podrían llegar a generar problemas colectivos de salud.
Como se puede ver, el tema es mucho más complejo y lleno de sutilidades de lo que podría aparentar a simple vista. En definitiva, hay casos de todo tipo en cuanto al grado de validez de las propuestas. En el extremo más gris, estarían tratamientos que quizá incluso sean válidos, pero que se están ofertando sin haber llevado a cabo los estudios clínicos necesarios para asegurar su validez, suponiendo de esta forma un comportamiento nada ético de cara al consumidor (en este caso, lo primero sería realizar dichos ensayos rigurosos que garanticen la eficacia y seguridad del producto, y una vez ‘hechos los deberes’ y con todas las garantías necesarias, promocionarlo).
-Un grupo de asociaciones, entre las que se encuentra la suya, ha iniciado una campaña en Twitter para emplazar al Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social a tomar medidas contra la gran cantidad de movimientos que postulan terapias pseudocientíficas, con el creciente peligro que, según ustedes, ello conlleva para la salud. ¿Qué respuesta esperan recibir del Ministerio?
Al menos, una reunión con ellos (o serie de reuniones, dada la cantidad de aspectos que tocar) para aportarles un cartografiado de la situación, los actores más relevantes, los movimientos más difundidos y peligrosos, los caldos de cultivo de desinformación en salud más destacados, líneas de acción interesantes para evitar cuanto antes su proliferación por cauces oficiales, sugerencias para la mejora legislativa y administrativa de la lucha contra ellos… Y una vez aportado todo esto por nuestra parte, una mínima implicación proactiva en la toma de esas medidas. Algo que, por fortuna y visto el rumbo reciente que ha tomado el Ministerio en sus nuevas manos, parece mucho más factible que con la anterior ejecutiva.
-Su campaña tiene el apoyo de entidades como GEPAC (Grupo Español de Pacientes con Cáncer), RedUNE (Red de Prevención del Sectarismo y Abuso de la Debilidad), Círculo Escéptico y ARP-SAPC (Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico), entre otras organizaciones. ¿Las pseudoterapias o pseudociencias están vinculadas, en algunos casos, a las sectas o comportamientos sectarios?
Sí, y de más formas de las que podría parecer en un primer acercamiento a la cuestión. De manera directa, hay sectas que utilizan la salud como gancho de captación, aprovechándose de la evidente vulnerabilidad de personas que pasan o han pasado por problemas de salud (o personas a su cargo). En general, hablamos de movimientos que apelan al ‘origen emocional de la enfermedad’, extralimitando lo que conocemos de la psicosomática para achacar a toda enfermedad un origen psicológico (y una resolución igualmente psicológica).
Pero más allá de propuestas concretas, hay un discurso de fondo de tipo coercitivo, de manipulación psicológica, en el que se va distanciando cada vez más a la gente de los avances médicos modernos, dibujándolos como al servicio de oscuros intereses industriales o directamente de una hostil respuesta artificial en contraposición de las supuestas alternativas ‘naturales’, ‘sin efectos secundarios’, ‘sin iatrogenia’, etc.
Alrededor de estas propuestas surge terminología como ‘nuevos paradigmas’, con una profusión de vocablos de corte New Age, como ‘vibración’, ‘resonar’, ‘energías’, ‘desequilibrios’, etc. Este discurso, muy potente en ciertos ámbitos de difusión masiva de pseudociencias (como algunos canales de youtube con cientos de miles de seguidores y millones de visualizaciones), termina generando una polarización en la que una persona enferma, ya de por sí en un estado de vulnerabilidad por su situación, acaba viéndose abocada a probar remedios ficticios, a veces como única opción, a veces como primera opción (‘primero pruebo esto y si no me funciona, ya iré al médico’, suele escucharse a menudo, lo cual supone una evidente pérdida de oportunidad terapéutica para dolencias graves como el cáncer), y a veces presentado como ‘complementario’ sin que el producto realmente sea eficaz, pudiéndose incluso contrarrestar los efectos del tratamiento que realmente sería apropiado.
Esta forma de pensar, además, es muy visceral y cualquier confrontación a ella genera un rechazo muy potente; un crítico de estas premisas será rápidamente tildado de ‘inquisidor’, de ‘mente cerrada’, de ‘dormido’, de ‘aborregado por el discurso oficial’, de ‘cuadriculado’, etc., mientras que sus seguidores a menudo se tendrán por gente más ‘iluminada’, ‘elevada’, ‘abierta’, ‘despierta’, etc. Todo este fenómeno es muy cercano al ámbito de la reforma coercitiva del pensamiento (coloquialmente, el lavado de cerebro) que se observa en las sectas.
-¿En qué tipo de enfermedades inciden más esos comportamientos ‘pseudo’?
A pesar de que abarcan todo tipo de problemas de salud que puedas imaginar (e incluso algunos inexistentes con el que muchos desaprensivos hacen caja también), un objetivo claro son los colectivos más vulnerables: los de enfermedades degenerativas, graves, crónicas y las que afectan a menores (¿qué no haría un padre por su hijo?). En estos casos, lo mejor que te puede pasar es que solo te estafen y lo peor, que te maten. Otro gran mercado es el de las enfermedades leves, episódicas, recurrentes o producto de un retraso madurativo (léase bronquiolitis infantil, asma infantil, hemorragias nasales infantiles, cólicos infantiles, catarros, gripes, dolores de cabeza, alergias, afecciones donde el estrés actúa como desencadenante...), en las que la autocuración o la remisión a la media y el efecto placebo hacen parecer funcionales remedios ilusorios.
-Por cierto… los intereses económicos, a menudo, subyacen detrás de todo comportamiento. ¿En el caso de la pseudociencia y pseudoterapias, las organizaciones o actores a título particular que ejercen en esta esfera actúan legalmente desde el punto de vista fiscal?¿O hay también actividades semiocultas al fisco, de manera que por los servicios prestados se mueve ‘dinero negro’ no declarado? ¿O, por el contrario, los hay que llevan a cabo actividades sin ánimo de lucro?
A nivel legislativo, se pueden ofertar de forma legal ciertas pseudociencias (el hecho de que su aplicación no sea deontológica por parte de profesionales sanitarios sería una cuestión aparte). Tras la revisión de varios de los reportes que recibimos en la asociación, vemos que en la práctica son una minoría el número de centros que cumplen a rajatabla la normativa vigente para la aplicación de las usualmente mal llamadas “terapias y técnicas no convencionales” (normativa que les obliga a estar dados de alta como unidades asistenciales U.101 y tener un médico responsable de la aplicación de dichas propuestas).
Mucha de esta actividad se lleva a cabo en casas particulares (o incluso en sesiones a distancia por internet) y por gente sin formación alguna, infringiendo doblemente la citada normativa. Basta un paseo por internet para encontrar miles de propuestas (en la campaña de #StopPseudociencias se expone un subconjunto bastante limitado) de este calado, que abocan al enfermo a un fraude sin garantía alguna ante el que cualquier juez le dirá aquello de ‘la justicia no protege al incauto’, permitiendo al infractor irse de rositas para seguir engañando a otros.
Hay estimaciones que hablan de que el mercado de la pseudomedicina mueve unos tres mil millones de euros anuales en España. Creo que eso responde a la pregunta. Es cierto que en ocasiones se pueden ver servicios de ‘voluntariado’, que la mayoría de las veces resultan tener en algún momento una monetarización de su actividad. Pero lo común es cobrar, y mucho. Algunos casos de ‘excuranderos’ con los que tenemos relación nos cuentan que jamás habían ganado tanto y tenido un tren de vida tal que cuando tenían su consulta pseudoterapéutica.
-¿Qué remedios pseudocientíficos o pseudoterápicos más destacados para el verano de 2018 querría destacar (presuntas soluciones para problemas de salud veraniegos)?
En un tono ligero, hay mucho pseudorremedio para las resacas de los más juerguistas (y en uno más serio, supuestos trucos para ‘no dar positivo en los controles de alcohol’ que puede ocasionar comportamientos sociales negligentes). También asombra y hasta asusta la cantidad de falsos remedios contra las picaduras y las quemaduras que se pueden encontrar en internet, gran parte de ellos inservibles y bastantes hasta contraproducentes (como el aparentemente omnipresente y omnipotente limón). En algunos casos, más que remedios, lo peligroso son los discursos del estilo ‘el cáncer es producto de un conflicto emocional, por lo que no debes de preocuparte por tu exposición al sol’. Ahí no hay remedio alguno, y sin embargo sigue siendo una receta para el desastre.
-Usted es vicepresidente de APETP, sin que haya tenido un problema directamente vinculado con el mundo ‘pseudo’. ¿Por qué ha decidido combatir este fenómeno, qué es lo que le ha empujado?
Siempre me ha gustado estar al día en el terreno del conocimiento científico, e intentar ‘traducir’ esos conocimientos a gente de mi entorno o de redes sociales que no tuvieran la preparación suficiente para entenderlos. Poco a poco, con el auge de las redes sociales, me he visto cada vez más envuelto en continuos debates con creyentes en pseudociencias y pseudoterapias, con los que, a base de preguntar a los expertos sanitarios y científicos sobre dudas y los cada vez más sofisticados discursos, he terminado teniendo una imagen de conjunto bastante preocupante del asunto de las pseudociencias en general y de las pseudoterapias en particular.
Pero el detonante del activismo en este terreno ha sido, sin duda, el observar cómo estos movimientos se han adentrado sin problema alguno en medios de comunicación, ayuntamientos, centros cívicos, bibliotecas, colegios profesionales, institutos y colegios de enseñanza (incluso hemos llegado a verlos en guarderías), universidades… Todos ellos lugares a los que la sociedad presuponemos que tienen unos filtros críticos que hacen confiables sus contenidos. Quizá personalmente yo no vaya a caer aquí y ahora en determinadas propuestas pseudocientíficas o pseudoterapéuticas, pero sin duda mi familia, mis seres queridos y conocidos, están expuestos a ellas y alguno sí ha tenido roces preocupantes con propuestas peligrosas, o se le han ofertado propuestas peligrosas en situaciones en las que eran muy vulnerables.
Yo mismo, quizá en un futuro cercano, podría terminar siendo atendido en momentos en los que no pudiera pensar con claridad (o simplemente hubiera depositado mi confianza acríticamente en el buen hacer profesional) por un trabajador del ámbito sanitario que aplicara conmigo sus creencias no basadas en ensayos científicos rigurosos. Todos somos potenciales víctimas de estos engaños, independientemente de nuestro nivel de estudios, nuestra inteligencia o nuestro estatus económico.
Soy de la convicción de que un ciudadano debería confiar en sus profesionales sanitarios y en su sistema sanitario, y en que sus políticos están haciendo lo necesario para no convertirlo en víctima de un estafador en este ámbito (de igual forma que un ciudadano debería confiar en que los bomberos acudirán a apagar un fuego y que las fuerzas del orden perseguirán a los pirómanos). Que un periodista hace una labor de contraste de los contenidos que publica (sobre todo en materia de salud). Que en las charlas culturales se deberían exponer temas culturales (sobre todo en materia de salud). Que en una Universidad no solo no debería haber contenidos pseudocientíficos (sobre todo en materia de salud), sino que deberían ser, junto con la comunidad científica en su conjunto, la primera línea de defensa contra los embaucadores. Sin embargo, esta no es la situación actual.
Y como quiera que la vida me ha llevado por derroteros en los que está en mi mano ayudar (en la medida de mis posibilidades y siempre en una desventaja terrible de un voluntariado a tiempo parcial que intenta batallar contra un negocio multimillonario, y contra quienes les va el sueldo en ello), por simple civismo y ética me resulta imposible mirar para otro lado, pese al enorme coste personal que conlleva.
-Supongamos que una persona comenta que una pseudociencia o pseudoterapia le ha funcionado para un problema de salud. ¿Usted considera que a esa persona también la han engañado o estafado?
El denominado ‘amimefuncionismo’ es un clásico en el mundo de las pseudoterapias. Hay gente convencida de que probó tal cosa y fue lo que le curó tal afección.
Con un poco de base de pensamiento crítico -conociendo los sesgos cognitivos a los que nos enfrentamos constantemente por el mero hecho de tener un cerebro humano en nuestras cabezas-, y un poco del método científico que busca minimizar en lo posible dichos sesgos (y de la denominada ‘mala ciencia’, que busca explotar ciertas manipulaciones), junto con algo de formación en el efecto placebo, el retorno a la media, el curso natural de las enfermedades y cuestiones similares, podría concluir con bastante premura que en realidad no puede saber si lo que le funcionó fue ese tratamiento al que se sometió (y que estaba compuesto quizá solo por azúcar, o era una simple mímica pretendiendo ‘canalizar energías’), o fue producto de los centenares de variables que podrían intervenir en el proceso. Algo que, precisamente, es lo que busca dilucidar un ensayo clínico riguroso sobre cualquier tratamiento. A esta gente les recomendaría la lectura de ‘Mala ciencia’, de Ben Goldacre, y de ‘Convencidos, pero equivocados’, de Thomas Gilovich, dos lecturas imprescindibles que harán replantearse a más de uno el ‘amimefuncionismo’.