Redacción Farmacosalud.com
El sábado 10 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Prevención del Suicidio. www.farmacosalud.com ha querido constatar la visión que tienen los familiares y allegados de personas que se han quitado la vida acerca del papel que debería jugar la medicina en el ámbito de la prevención-abordaje de los actos suicidas. Cecília Borràs es la presidenta fundadora de la entidad ‘Después del Suicidio-Asociación de Supervivientes (DSAS)’, la primera asociación de familiares y allegados que han vivido la muerte por suicidio de una persona querida y cercana. “Me convertí en superviviente a raíz de la muerte por suicidio de mi hijo. La experiencia tan dura de vivir mi duelo me llevó a crear, junto con mi familia y otros supervivientes, un espacio donde se pudiera compartir esta experiencia”, explica Borràs.
A juicio de la presidenta de DSAS, actualmente la principal carencia de la sanidad española en relación a la prevención-abordaje del suicido “es el propio sentimiento de tabú que puede todavía existir en la sanidad. Se sigue percibiendo de forma equivocada como una decisión voluntaria y ‘libre’ de la persona que muere. En la muerte por suicidio no hay libertad, solo un sufrimiento que no deja ver otra salida, ni otra elección. La muerte por suicidio no deja de ser, en el fondo, una muerte cuya causa es inexplicable, y ello dificulta su abordaje. Con el contacto que he tenido con profesionales de la medicina, algunos me confiesan que es un tema sobre el que todavía cuesta hablar entre los propios compañeros de profesión”.
“El recurso médico-sanitario imprescindible para la prevención del suicidio es hablar, hablar con esa persona que te está transmitiendo desesperanza para que aplace la decisión si la ha pensado o ideado. Es hablar perdiendo el miedo a preguntar directamente a un persona que puede estar en riesgo de suicidio -bien por su estado de ánimo o bien por su condición vital personal-, si ha pensado en eso, en el suicidio”, afirma Borràs. Lo que viene a decir esta mujer es que el médico debe conversar sin tapujos con aquel paciente cuya situación personal pueda entrañar un riesgo de suicidio, con el fin de detectar una posible ideación suicida y, en caso de detectarla, convencer al paciente de que no siga con sus propósitos. Este sería el paso previo al proceso que tendrá como objetivo el abandono definitivo de esas ideas autolesivas o tendencias suicidas.
Los mitos y las creencias equivocadas al respecto del suicidio
A todo esto, Carles Alastuey, coordinador de los Grupos de Soporte a Supervivientes de DSAS, enumera una serie de mitos y creencias que, según manifiesta, perviven en nuestra sociedad en relación al hecho de quitarse la vida. El catálogo* que recoge tales ideas, publicado en Duelia, es el siguiente:
No es cierto que todas las personas que mueren por suicidio o lo intentan sufran una enfermedad mental
Ni todas las personas que sufren una enfermedad mental intentarán suicidarse, ni todas las personas que mueren a causa del suicidio son enfermos mentales. Es cierto que las personas que sufren enfermedades mentales mueren a causa del suicidio en una proporción mucho mayor que la población general; la proporción de suicidio consumado asociado a trastorno mental es alrededor del 80-90% (depresiones, esquizofrenias, trastornos de personalidad, síndromes drogodependientes o alcoholismo pueden ser factores que favorecen la aparición de tendencias suicidas), pero la cuestión que parece ser común en el suicidio es la existencia de un gran sufrimiento emocional. Toda persona que muere a causa del suicidio es una persona que sufre enormemente. Es ese dolor extremo el que le conduce a pensar que la única solución es la muerte.
No es cierto que el suicidio sea hereditario
No existe demostración científica de que el suicidio se herede. No estamos hablando de una enfermedad congénita ni hereditaria, y la simple formulación de este supuesto es una ofensa a todas las personas que han perdido a un ser querido por suicidio, ya que solo añade más sufrimiento innecesario. Puede existir una predisposición en determinadas familias a sufrir alguna enfermedad mental que tenga como síntoma los impulsos suicidas (destacando la depresión mayor, el trastorno bipolar y la esquizofrenia), o que algunas circunstancias traumáticas faciliten la imitación de conductas autodestructivas.
En este sentido, son muchos los investigadores y terapeutas que advierten que los familiares de un suicida tienen más posibilidades de realizar también una tentativa de suicidio. El dolor que causa una pérdida de este tipo y las circunstancias que suelen acompañar esa pérdida son causantes de duelos muy complicados y de terribles sentimientos de culpabilidad, de responsabilidad sobre la muerte de nuestro ser querido, que pueden en ocasiones derivar en duelos patológicos y en enfermedades mentales. Es indispensable hablar y abordar el duelo por suicidio de manera que estos sentimientos puedan reconducirse, con el fin de reconciliarse con la pérdida y las circunstancias que lo acompañaron.
No es cierto que el suicidio no se pueda prevenir al ser un acto impulsivo
Existen casos de suicidios en los que no parecían existir síntomas, avisos o indicadores previos, pero estos casos son un porcentaje muy bajo. Ciertamente estos casos resultan muy difíciles de evitar o prever para desgracia del entorno afectivo de las personas en situación de riesgo. Aun en estos casos parece evidente que existe previamente una ideación o fantasías, así como algunos indicadores en su conducta, lo que técnicamente se ha venido a llamar síndrome presuicidal [1]. Nuestro desconocimiento sobre estas conductas contribuye a no poder detectarlas. Pero habitualmente existen numerosos indicadores de las conductas suicidas y por tanto el trabajo de prevención y divulgación de los recursos al alcance de las personas que lo sufren es la mejor contribución para ayudar a las personas que se encuentran en ese trance.
No es exacto afirmar que el suicida desea morir
Suponer que si una persona piensa suicidarse o lo intenta nada ni nadie podrá impedirlo niega los testimonios de aquellas personas que, una vez superada su situación de crisis, nos hablan de su desesperación en aquel momento, de sus sentimientos negativos respecto a la vida. La mayor parte de las personas que tienen conductas suicidas lo que desean es liberarse definitivamente del sufrimiento emocional y anímico que padecen. Los sentimientos de vida y de muerte se mezclan, hasta que pueden llegar a imponerse estos últimos. Desean morir, porque no quieren seguir viviendo del modo en que viven, tal y como señaló Edwin S. Shneidman. Si se produjeran cambios en su vida esa situación podría cambiar, como así ocurre en muchos casos, los relativos a aquellas personas que han superado sus crisis suicidas. La ayuda a estas personas y la educación para detectar precozmente estas ideas y poder advertir a aquellos que las sufren sobre sus riesgos y las alternativas a su estado, sin duda contribuirían al descenso en las tentativas.
No es acertado suponer que tras la mejoría de un trastorno o tras una crisis suicida el riesgo de suicidio ha desaparecido
Desgraciadamente, es muy habitual que cuando parece que las personas han mejorado tras sufrir una tentativa, o cuando empiezan a salir de una depresión, se produzcan intentos más graves. Las personas con ideas suicidas que ya han hecho algún intento pueden tener tres veces más posibilidades de un nuevo intento que aquellas que no lo han intentado nunca. Casi el 50% de las personas que sufren este tipo de crisis han realizado intentos en los primeros meses de su mejoría. Este riesgo es especialmente elevado aproximadamente en los doce primeros meses tras un alta hospitalaria y muy elevado los tres primeros. Esta posibilidad de riesgo es una causa de extrema gravedad para las personas que la sufren, pero sin duda también es causa de gran sufrimiento para quienes quieren a esas personas, al contemplar impotentes que la situación, lejos de mejorar, empeora.
Cuando la situación física mejora, las personas con tendencias suicidas pueden mantener su idea de llevar a cabo esa acción, pues las ideas suicidas pueden persistir. La interpretación de su sufrimiento no ha cambiado, por lo que pueden volver a intentarlo aunque exteriormente parezca que se ha producido una mejora en su estado.
No es correcto afirmar que el que intenta suicidarse nunca dejará de intentarlo
Ya sabemos que en ocasiones hay personas que intentan suicidarse realizando diversos intentos en espacios cortos de tiempo, si bien las tentativas también pueden producirse pasados largos periodos. Los pensamientos suicidas pueden regresar al cabo del tiempo, pero no son para siempre. En muchos casos, superada la crisis no aparecen nunca más. Las crisis suicidas pueden prolongarse a lo largo de horas, días, pero raramente por más tiempo; lo más importante es disponer de conocimientos y recursos para facilitar la intervención si se producen.
No es cierto que los intentos de suicidio sólo sean una forma exagerada de llamar la atención
El suicidio y las tentativas suicidas nos indican de forma trágica que esa persona no sabe cómo seguir con su vida; piensa, en su situación, que es mucho mejor morir que seguir viviendo. Los suicidios son en muchas ocasiones una forma desesperada de pedir ayuda, aunque nos pueda parecer una contradicción. Es un último recurso fruto de la desesperación, y aunque en ocasiones la intención última no sea morir, esa posibilidad como bien sabemos no depende solamente de la persona que lleva a cabo esa acción, sino también de las circunstancias que le rodean. Este criterio peyorativo contribuye nuevamente a minusvalorar a la persona que se encuentra en esa situación, a considerarla digna de rechazo y no dedicar esfuerzos sociales y sanitarios a atenderla.
No es cierto que quien habla de sus intenciones suicidas no las llevará a cabo
Se estima que alrededor del 75% de las personas que consuman un suicidio hicieron alguna advertencia antes de llevar a cabo la acción. A veces de manera confusa, otras de manera explícita, la mayor parte de las personas que anuncian sus intenciones de manera verbal o con su conducta están en algún punto de la cadena de comportamientos que comienzan con la ideación suicida, siguen con la planeación concreta y pueden concluir con la consumación de esa idea. En muchas ocasiones se tiende a infravalorar esas advertencias, interpretándolas como intentos de manipulación de las personas próximas, chantajes o simplemente amenazas, cuando en realidad se deberían entender por regla general como peticiones de ayuda. Parece más recomendable explorar esas manifestaciones, preguntar qué es lo que se quiere decir cuando se hacen esas afirmaciones y recurrir a profesionales que puedan establecer claramente la gravedad de esos pensamientos.
No es correcto por tanto afirmar que si se le reta, una persona con impulsos suicidas no lo realizará
Infravalorar estas afirmaciones -lo que interpretamos como amenazas o intentos de chantaje- o ridiculizarlas no es nada recomendable en esas situaciones. La vulnerabilidad de una persona en este estado es máxima, y cualquier acción interpretada como rechazo (aun no siendo nuestra intención) puede reforzar su propia conducta de autoagresión.
No es cierto igualmente suponer que quien realmente se quiere suicidar no lo dirá
Como hemos visto, esto contribuye a infravalorar las peticiones de auxilio que, de manera más o menos consciente, hacen las personas que se encuentran en esa situación.
No es correcto asociar cobardía o valentía a las personas que mueren a causa del suicidio o hacen una tentativa
El suicidio no es cuestión de ser cobarde y así pretender huir de determinados problemas, como se tiende a dar a entender de manera simplista. Las personas que mueren a causa del suicidio, como ya se ha señalado, sufren profundamente[2]. Es a partir de ese sufrimiento que consideran la muerte como una solución a su situación vital. Asociando este comportamiento a una cualidad negativa de las personas, se contribuye a menospreciar esas conductas y a facilitar su ocultamiento por parte de quien sufre esos impulsos.
De igual manera, atribuir valentía por ‘atreverse’ a tomar este tipo de decisiones asocia un valor que socialmente suponemos positivo. Muchas veces creemos que con eso ‘reconocemos' en la persona que perdimos una característica que le honra, ‘debió ser muy valiente…’ Sin embargo, al hacer este tipo de afirmaciones podemos reforzar una conducta que parece ser considerada como digna de imitar, o que merece ser poseída, como es el valor en determinadas circunstancias.
Tal y como señala Pérez Barrero[3], no debemos aceptar que la cobardía o valentía de las personas se cuantifique por el número de veces que alguien pretenda quitarse la vida o la respete.
No es correcto pensar que sólo los profesionales de la salud mental pueden tratar con personas que tienen ideas suicidas o que están a punto de realizar un intento
Ya hemos señalado que gran parte de las personas que tienen estas conductas sufren alguna enfermedad mental. A pesar de ello, debemos trabajar en la idea ya indicada de que las personas con tendencias suicidas sienten una enorme ambivalencia en sus pensamientos relativos a la muerte. Está demostrado que hablar y razonar sobre esos pensamientos con la persona que los sufre contribuye a reforzar ideas positivas que la pueden alejar de esos impulsos. Ofrecer distintos puntos de vista que ofrezcan otras soluciones, otras salidas, puede dar lugar a una posibilidad real de que esa persona reconsidere sus planteamientos de suicidio. El sentido común, el afecto o la empatía no son monopolio de ningún colectivo. En las circunstancias que acabamos de señalar, cualquier persona que sea capaz de no perder la calma y que conecte con ella puede facilitar que esa persona aplace su decisión y considere hablar más de su situación.
No es cierto, por tanto, creer que hablar del suicidio de manera razonada pueda incitar a alguien a hacerlo
La suposición de que hablando del suicidio alguien puede reaccionar con una conducta suicida, vuelve a alimentar la falsa idea de que no se puede hacer nada para ayudar a una persona que sufre estos impulsos. Debemos reiterar la evidencia de que ofrecer razonamientos positivos y favorables a la vida permite la visión alternativa de la situación.
No es correcto suponer que el suicidio afecta a una determinada clase social
Las personas que mueren a causa del suicidio se encuentran en todas las escalas sociales. El suicidio es una conducta humana que se presenta en países subdesarrollados, desarrollados y en cualquier clase de régimen político. Parece que, estadísticamente, se produce en mayor proporción en los países desarrollados, pero su condición multifactorial hace que afecte a todo tipo de personas, pobres y ricas, en prácticamente todos los lugares del mundo.
Se tiende a asociar, por ejemplo, crisis económica con suicidio, ignorando que el suicidio es una evidencia constante a lo largo de los años, con crisis o sin ellas. Las dificultades económicas y el deterioro de la calidad del trabajo o de las condiciones de vida parecen agravar el número de suicidios y tentativas, pero esas interpretaciones tan reduccionistas contribuyen a favorecer la idea de que cuando esas condiciones mejoran se piense que no es necesario seguir con la prevención y la atención a los supervivientes, y desgraciadamente deje de ser noticia de interés. El suicidio no puede ser una excusa para hablar de la cara más trágica de la crisis; es, en sí mismo, un grave problema de salud, tal y como señala desde hace años la OMS[4]. Sus consecuencias son sociales, económicas y psicológicas y debe abordarse por parte de los gobiernos y los medios de comunicación, con toda la gravedad que nos indica el hecho de que cada 40 segundos[4] una persona muera por suicidio en el mundo.
No es cierto suponer que los medios de comunicación no pueden contribuir a la prevención del suicidio
Ya hemos indicado en algún punto anterior que hablar del suicidio no supone incitar a esa conducta. Del mismo modo, la información razonada y con una correcta orientación pedagógica sobre una conducta que implica centenares de muertes en nuestro país tampoco puede suponerlo. Por otro lado, si siguiéramos ese razonamiento deberíamos preguntarnos por qué se ofrece información sobre accidentes de tráfico o sobre violencia de género. Rechazamos los tratamientos sensacionalistas que sólo abundan en los detalles más trágicos, con el único afán del beneficio económico y la audiencia, y que suponen añadir sufrimiento a los seres queridos de la persona que se ha suicidado.
Los medios de comunicación pueden ser un instrumento valioso de prevención si, al informar sobre esta conducta, divulgan: algunos conceptos básicos para mejor conocimiento del público general sobre los signos de alarma de una posible crisis suicida, los lugares y contactos a que acudir si se sufren esas ideas o impulsos, y los grupos y conductas de riesgo.
* Alastuey agradece al “Dr. Santiago Durán-Sindreu, psiquiatra en la Unidad de Prevención del Suicidio del Hospital de Sant Pau (Barcelona), su amabilidad por leer este documento y por realizarme sugerencias sobre su contenido”
Referencias bibliográficas (aportadas por Alastuey)
1. Ringel (citado por De Leo D, De Leo D. Why are not getting any closer to preventing suicide? Br J Psychiatry. 2002).
2. Guía de Práctica Clínica de Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida. Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, 2012, Pág. 319.
3. Pérez Barrero, SA. El suicidio, comportamiento y prevención. Santiago de Cuba: Ed. Oriente, 1996.
4. OMS 2014: Prevenir el suicidio: un imperativo legal.