Redacción Farmacosalud.com
Se dice que ‘en la vida hay tiempo para todo, menos para rendirse’. No es fácil para un paciente que ha sufrido un ictus empaparse de esta máxima, sobre todo si el accidente cerebrovascular ha sido severo. Pero es que dejarse arrastrar por una actitud positiva puede ayudar, y mucho, a esta clase de enfermos cuando inician su proceso de recuperación. “En la rehabilitación tras un ictus influyen muchos factores, como la situación previa del paciente y su situación afectiva, ya que un paciente deprimido y apático será más difícil que colabore en un programa de rehabilitación. Sin duda, en un proceso de recuperación post-ictus hay dos pilares fundamentales: la actitud positiva del paciente y el apoyo familiar. Hay numerosos estudios que demuestran que aquellos pacientes que tienen una situación familiar favorable, es decir, que cuentan con apoyo de familiares directos, obtienen una mejor respuesta en su recuperación”, argumenta el doctor Jaime Gállego, coordinador del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Además, no siempre las palabras ‘ictus, accidente cerebrovascular, infarto cerebral, derrame cerebral, apoplejía o embolia’ se asocian a una grave discapacidad posterior. Según Gállego, un ictus “tanto isquémico, porque se tapa un arteria, como hemorrágico porque ésta se rompe, puede ser transitorio, es decir, los síntomas pueden desaparecer en minutos, de manera que aparentemente el enfermo está perfecto. Pero también puede dejar secuelas muy graves… y matar. Hoy sabemos que no todos los accidentes cerebrovasculares tienen el mismo pronóstico ni todos se asocian a una discapacidad posterior”.
De todos modos, después de sufrir un ictus un 40% de los afectados padecen algún tipo de discapacidad, que puede ser motora (movilidad), asociada al lenguaje y la visión, o de índole cognitivo-afectiva (trastornos de atención, memoria, etc). “Tras un ictus, algunos pacientes incluso pueden padecer crisis epilépticas”, revela el doctor.
Cuando fallan las medidas preventivas y se produce un ataque cerebral hay que confiar en una actuación veloz y médicamente bien organizada en la fase aguda del accidente cerebrovascular. De hecho, a menudo se dice que ‘tiempo es cerebro’ porque tras un ictus, y si no hay un tratamiento en curso, mueren cada minuto unos dos millones de neuronas, de manera que cuanto más rápido se atienda al paciente, más células neuronales se podrán salvar.
Terapia celular y estimulación cerebral no invasiva (estimulación magnética)
Tras un ictus que ha dejado secuelas, llega el turno para la neurorrehabilitación y la neurorrecuperación. Se sabe que el propio cerebro tiene mecanismos de formación de nuevas neuronas y de nuevos vasos, conexiones y redes para reparar la lesión. Ello ha comportado que se investiguen terapias orientadas no solamente a proteger las neuronas de las lesiones que puedan derivarse del ictus, sino también que se busquen sustancias que a nivel farmacológico faciliten la recuperación. “La línea de investigación va sobre todo encaminada hacia la terapia celular. Existen estudios ya positivos realizados en humanos en los que se está intentando evaluar cuál es la respuesta a la introducción generalmente por vía sistémica, por vía venosa, de células capaces de diferenciarse en neuronas y por lo tanto dedicadas a reparar el tejido lesionado. Es una línea de investigación muy importante, pero hay que buscar mejores datos de evidencia y seguridad para ver cuándo debemos emplear este método, en qué tiempo, en qué tipo de ataque cerebral, etc. La terapia celular, muy importante, ya se está viendo en diferentes centros de España y también fuera de nuestro país”, comenta el neurólogo.
“En definitiva, esta línea de investigación -continúa Gállego- consistiría en estimular la plasticidad que tiene el cerebro, es decir, la capacidad que tiene de suplir una función pérdida, bien por neurogénesis (por un sistema de nueva formación celular), o bien porque hay una actividad gracias a la creación de nuevas redes o conexiones. Y por otra parte, hay otro aspecto importante en la investigación de la reparación, que es la estimulación cerebral no invasiva: mediante técnicas de estimulación magnética transcraneal, con corriente continua, se puede generar una excitabilidad cortical capaz de inducir luego a mejoras en la función y la plasticidad cerebral después de un ictus”.
“Los ictus no tienen edad”
El 75% de los ictus se producen en personas mayores de 65 años (la edad media de aparición son entre 65 y 73 años), mientras que el 25% restante de casos afectan a personas con edades inferiores a los 65 años. La incidencia de infarto cerebral tiende a crecer en todo el mundo. Para el doctor Gállego, el progresivo envejecimiento de la población es uno de los factores que explican dicha tendencia, pero no es el único. El experto señala que se está registrando “un mayor incremento de la frecuencia de los factores de riesgo y a edades más tempranas de la vida, lo que condiciona que se vayan acumulando estos factores y el riesgo en la población esté aumentando. Eso conlleva que veamos un incremento de la incidencia en edades más tempranas: a partir de los 50-55 años”.
Por debajo de esa franja de edad también existe la posibilidad de padecer un ictus, dado que, aunque menos frecuente, el ictus juvenil existe. “En ambos casos -los cuadros juveniles y los cuadros de edades avanzadas- existe una relación entre los ataques cerebrales y un incremento de la obesidad, hipertensión, diabetes, cardiopatías, hábitos de vida no saludables -abuso de alcohol, consumo de tabaco, drogas-, etc. Los ictus no tienen edad. Aunque todos aceptamos que se trata de un proceso asociado a una edad ‘dependiente’, no lo es únicamente en esos términos. También existe el ictus pediátrico, lo que ocurre es que su incidencia o prevalencia es mucho más baja”, recuerda Gállego.
A juicio del coordinador del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN, la sanidad española presenta “muchas carencias” en relación al tratamiento de los accidentes cerebrovasculares: de entrada, “la atención en la esfera preventiva está muy bien enfocada, pero hay que ser muchísimo más activos”.
De igual modo, según afirma, “tiene que haber un sistema que permita un tratamiento equitativo para todos los pacientes, estén donde estén. Una vez se ha producido el ictus, tiene que haber un sistema a través de las comunidades en el que los enfermos sean atendidos en aquellas unidades asistenciales que han demostrado ser las ideales para el tratamiento de los enfermos de ictus, como son las unidades de ictus. También hay que tener unidades o centros de referencia para casos mucho más complejos, con una organización que permita la coordinación entre los diferentes centros con el fin de que todo enfermo que sea subsidiario de ser tratado con, por ejemplo, un fármaco que pueda abrir la arteria en el caso del ictus isquémico por oclusión arterial, tenga acceso a ello en el menor tiempo posible… y que ocurra lo mismo si hace falta un tratamiento endovascular”.
“Hace falta implantar e implementar unidades de ictus y centros de referencia”
“Pero, para todo ello, hace falta implantar e implementar unidades de ictus, ya que hacen falta muchas en nuestro país, y también centros de referencia”, indica el facultativo, quien añade que la existencia de una “distribución geográfica y una organización adecuadas” de estos recursos fomentaría la “equidad” entre pacientes en el marco de un sistema sanitario que, lógicamente, debería ser “sostenible”.