
Luis Miguel Real
Fuente: Yonki Books
Luis Miguel Real, autor del libro ‘La mentira de la fuerza de voluntad’ (Yonki Books): Luis Miguel Real, psicólogo especialista en adicciones, estudió un master en Psicología Clínica, otro master de Drogodependencias y un posgrado en Terapia Breve Estratégica. Sus vídeos y newsletters ha ayudado a miles de personas a superar sus problemas de adicción (o al menos a admitir que tenían uno). En 2023 publicó ‘No pienses en un oso verde’, libro en el que desmonta algunos de los falsos mitos sobre las emociones que inundan la autoayuda popular.
Redacción Farmacosalud.com
Lo de recurrir a razonamientos carpetovetónicos, del estilo ‘echarle huevos’ o ‘ponerle cojones’ -o apelar a un audaz espíritu de los ‘ovarios’ para dar un matiz moderno, inclusivo y con perspectiva de género-, no es garantía de poder superar una adicción. Ni de coña. El autor del libro ‘La mentira de la fuerza de voluntad’, el psicólogo clínico Luis Miguel Real, ofrece a adictos y allegados de los adictos un baño de realidad para que, de este modo, descubran que darle una patada en el trasero a cualquier dependencia, ya sea a sustancias o a determinados hábitos, va mucho más allá de querer proponérselo y empezar a esforzarse. Dejar una adicción es posible, por supuesto, pero… no depende únicamente de la fuerza de voluntad. Depende de un montón de factores, escenarios y circunstancias que hay que saber identificar, manejar y arbitrar. Y, ni que sea una vez en la vida, quizás habría que afirmar que, ‘por cojones’ (o ‘por ovarios’), esto es así.
-El subtítulo del manual usa un lenguaje popular y directo: ‘por qué las adicciones no se superan echándole huevos (ni ovarios)’. ¿Pero, algo de fuerza de voluntad sí que debe haber, no, para remontar y dejar atrás las adicciones?
Sí, claro que hace falta esforzarse para superar una adicción. Pero aquí viene el truco: la fuerza de voluntad no es el músculo mágico que nos han vendido. No es esa cosa mística que, si la entrenas lo suficiente, te convierte en Rocky Balboa diciendo ‘no beberé más’ mientras rompes la botella contra la pared. Lo de Rocky es una peli. La vida real va de otra cosa.
En el libro lo explico con claridad (y con bastante mala leche, también): superar una adicción no va de apretar los dientes y aguantar el tirón. Va de construir estrategias, cambiar rutinas, planificar mejor, rodearte de la gente adecuada y dejar de pensar que todo se arregla con cojones u ovarios. Esa mentalidad, de hecho (apelar a la valentía), es una trampa. Porque cuando alguien recae, lo último que necesita es que le digan que es débil o que no ha querido luchar lo suficiente. La fuerza de voluntad sirve para empezar, para dar el primer paso. Pero si no te montas un sistema alrededor que te sostenga cuando flaquees (y vas a flaquear, porque somos humanos), estás jodido. La clave no es echarle huevos, es echarle cabeza. Y construir una vida donde no necesites escapar cada dos por tres.

Fuente: Yonki Books
-¿Ante una persona enganchada a algo (tabaco, alcohol, ansiolíticos, somníferos, drogas no legales, tragaperras, apuestas…), qué es lo primero que le aconsejaría para poder salir del ‘agujero’ o del ‘pozo’?
Lo primero que le diría es: ‘deja de culparte’. Deja de pensar que estás así por débil, por flojo, por vicioso. Esa mierda sólo sirve para que te sientas aún peor y sigas consumiendo. Lo segundo, igual de importante: no intentes hacerlo solo. Las adicciones se alimentan del aislamiento. Cuanto más te encierras en ti mismo, más terreno gana el bicho. Y ahora viene la parte práctica: pide ayuda; a un psicólogo, a un centro especializado, a alguien que sepa lo que hace. Porque esto no va de fuerza, va de estrategia: de aprender a identificar los detonantes, y de aprender a planificar mejor y poner barreras que te protejan cuando vengan las ganas de consumir. Es como si te persiguiese un tigre: no basta con correr, hay que cambiar de dirección, esconderse, pedir refuerzos.
Otra cosa: no esperes sentirte con ganas para empezar la rehabilitación. Las ganas no llegan mágicamente un día. Si tienes un problema de adicción, lo normal es que, efectivamente, sientas más ganas de consumir que de no consumir. Las ganas se construyen con acción. Un paso hoy. Otro mañana. Aunque todavía no tengas ni idea de a dónde vas, aunque no te veas capaz de dejarlo, empieza… lo demás viene después.
-Usted escribe en el libro: «muchos creen que basta con levantarte motivado un día. Y claro que ayuda, por supuesto que sí, pero cualquiera puede dejar el consumo unos días y, al final, recaer más fuerte que nunca». ¿Es más difícil superar las recaídas que enfrentarse por primera vez a una adicción?
Sí. Las recaídas son, en muchos casos, lo más jodido de todo el proceso. No sólo por el golpe físico o por los efectos de volver a consumir, sino porque te destrozan por dentro. Te hacen sentir que todo el esfuerzo anterior ha sido en vano. Que eres un fraude. Y esa idea es peligrosísima, porque te empuja a pensar que ‘ya que he recaído, pues me hundo del todo’.
Superar una primera adicción tiene algo de épica: estás hasta el moño de sufrir, te agarras a la esperanza, empiezas con energía… pero cuando recaes, la historia cambia. Ya no hay novedad. Ya sabes lo mal que se pasa, lo que te espera. Y, además, ahora te enfrentas a la culpa y la vergüenza. A ese ‘otra vez he fallado’ que te machaca desde dentro. Por eso en el libro insisto tanto: las recaídas no significan que estés empezando de cero. Significan que sigues en el camino. Son parte del proceso, no su final. Lo importante no es no caer nunca, es aprender a levantarte más rápido y con mejores herramientas. Y eso se entrena, analizando lo que ha ocurrido y aprendiendo de los errores… no se soluciona con frases de taza de desayuno, sino con terapia, apoyo, planificación y mucha menos autoexigencia absurda.
-«Muchas conductas adictivas funcionan en cierto modo como ‘anestesia social’, desplazando o sustituyendo soluciones reales. Por ejemplo, si tienes problemas de convivencia con tu familia […] es mucho más cómodo evitar la confrontación y fingir que no pasa nada, fumando algo o bebiendo alcohol». ¿Qué ocurre si alguien logra dejar la adicción pero esos problemas familiares -sobre todo si son graves- continúan? ¿Puede ser un primer paso para que el exadicto se autolesione o incluso llegue al suicidio?
Claro que puede pasar. Dejar de consumir es sólo el principio. Si te quitas el consumo pero no cambias el contexto que te llevó a él, estás desnudando el dolor sin anestesia. Y eso duele. Y mucho. Porque el alcohol, la droga, las pastillas o las apuestas muchas veces eran tu manera de soportar lo insoportable. De ponerle un parche a una vida que no sabías cómo arreglar.
Cuando alguien deja de consumir, se enfrenta de golpe a todo lo que había estado esquivando: relaciones rotas, traumas, familias que no saben o no quieren cambiar. Y si no tiene herramientas para gestionar eso, claro que puede venirse abajo. No sería raro que apareciera una autolesión o una depresión, o incluso que irrumpieran ideas suicidas. No por dejar la adicción, sino porque ahora el dolor está al aire, expuesto. Por eso el enfoque conductual que defiendo en el libro no se limita a eliminar la conducta adictiva. Va de construir una vida que merezca la pena vivir sin necesidad de anestesia. Eso implica trabajar el entorno, las relaciones, el sentido que le das a tu día a día. Aprender a poner límites, a comunicarte, a cuidar de ti en serio (no a base de frases bonitas de Instagram). No podemos esperar que la adicción desaparezca de un día para otro sin que tengamos que cambiar nada de nuestra vida, ni que tampoco tengamos que cambiar nuestra manera de pensar o interactuar con el mundo. No basta con echarle huevos.

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Así que, sí, dejar la adicción sin tocar el fondo del problema puede ser sólo el prólogo del verdadero infierno. Y por eso es tan importante no hacer este camino solo, y tener claro que dejar de consumir es el primer paso, no el último.
-¿Los libros de autoayuda ayudan más al que los escribe, o ayudan más al que los lee? ¿O bien ayudan a ambos por igual?
Depende del libro. Y de quién lo escribe. Pero, siendo honestos, muchos libros de autoayuda ayudan sobre todo… a quien los vende. Es un negocio brutal. Hay editoriales y autores que han montado verdaderas máquinas de hacer dinero vendiendo promesas fáciles: ‘cambia tu vida en 30 días’, ‘el secreto está en ti’, ‘visualiza y atraerás lo que deseas’. Ya sabes, azúcar para el alma, con frases que suenan bien pero que no sirven para una mierda cuando estás roto por dentro.
Ahora bien, también hay libros que pueden encender una chispa. Que no te venden humo, sino que te hacen pensar, te confrontan y te empujan a moverte. Esos manuales no te cambian la vida por arte de magia, pero pueden ser el clic que te haga empezar a buscar ayuda de verdad, o a tomar decisiones que llevabas años evitando. Es decir, pueden ponerte en marcha. Y eso no es poca cosa.
En mi caso, no escribí ‘La mentira de la fuerza de voluntad’ para salvar a nadie ni para que digan ‘gracias, me curaste con tus palabras’. Lo escribí para desmontar mitos peligrosos y poner sobre la mesa lo que sabemos de verdad sobre las adicciones. Y sí, escribirlo también me ha ayudado a ordenar ideas, a poner en palabras lo que veo cada día en consulta, a cabrearme con ciertas tonterías que se siguen repitiendo por ahí (y que hacen muchísimo daño). De modo que... sí, escribir también me ayudó. Pero que nadie se engañe: leer un libro no te cambia la vida. Lo que haces después de leerlo, sí.
-Usted dice en su obra: «un influencer o celebridad exhibe una actitud ‘rebelde’ que atrae a una audiencia de personas que anhelan que alguien valide ese comportamiento. La fama, el dinero y la atención que recibe el personaje le mandan un mensaje muy claro: ‘vas bien, sigue haciendo lo que haces’. Y si se dan las circunstancias adecuadas, se convierte en una víctima de sus propios seguidores». ¿Por qué el éxito puede conducir hacia la dependencia a ciertas sustancias o bien a determinadas prácticas (ludopatía, etc.)?
Porque hay famosos que no sólo caen en conductas adictivas… sino que se hacen famosos precisamente por eso. Su personaje se construye sobre la base de ser ‘el rebelde’, ‘el fiestero’, ‘la que vive al límite’, ‘el que se lo fuma todo y se lo bebe todo’. Y claro, eso vende. La gente los sigue, los idolatra, les ríe las gracias. Cada raya, cada pedo monumental, cada noche descontrolada se convierte en parte del show. Y cuando te aplauden por hacerte daño, acabas creyendo que eso es lo que te hace valer. Te enganchas al personaje. Te haces adicto no únicamente a la sustancia, sino a la identidad que has creado alrededor de ella.
Y el problema es que, cuando el personaje se convierte en tu única forma de ser, cualquier intento de cambio parece una traición. ¿Cómo vas a decir que quieres parar, si tu marca personal es precisamente ‘no parar nunca’? ¿Cómo vas a dejar la juerga si tu fama entera está cimentada en que eres ‘el alma de la fiesta’? Muchos no saben bajarse de ese tren sin que parezca que se han rendido, o que ‘ya no molan’.
La historia está plagada de artistas, influencers y celebridades que romantizaron la autodestrucción y que luego se quedaron atrapados en ella. Lo que empezó como pose, como marketing, como forma de diferenciarse… se les fue de las manos. Y no, no es sólo la droga. Es la identidad adictiva. Es ese personaje que te da fama y likes mientras te roba la salud mental por la puerta de atrás. El éxito puede ser una bendición o una maldición. Depende de si tienes libertad para dejar de ser quien la gente quiere que seas.

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-Es indudable que el entorno de un adicto es muy importante a la hora de intentar ayudar a esa persona a salir de su dependencia. ¿Pero, qué es lo que no deben hacer nunca familia, pareja o amigos cuando pretender echar un cable a individuos esclavizados por una adicción?
Lo que nunca, pero nunca, deben hacer es convertirse en policías, ni tampoco en salvadores o mártires. Y mucho menos en cómplices. Empecemos por lo básico: gritar, humillar, chantajear o culpar a la persona (‘si me quisieras, dejarías de hacerlo’, ‘tú lo que eres es un egoísta’, ‘estás arruinando la vida de todos’) únicamente consigue una cosa: que el adicto se cierre más, que se sienta más mierda todavía… y que busque refugio, adivina dónde. Exacto: en la sustancia o en la conducta adictiva.
Tampoco sirve de nada perseguirle como si fueras el FBI: mirar el móvil, registrar bolsillos, espiarle los pasos. Esa vigilancia no cura. Lo que hace es romper la confianza, que es lo único que puede sostener un proceso de cambio real. Y, por favor, nada de tirar las drogas a la basura o esconderle el dinero como si eso solucionara el problema. Lo único que consigues es que busque otras formas, más desesperadas y más peligrosas, de consumir a escondidas y anestesiarse ante sus problemas. Y otra trampa gorda: no caigas en el ‘yo se lo aguanto todo porque le quiero’. La sobreprotección, el justificarlo todo, el tapar las consecuencias de sus actos, es lo que en psicología llamamos “reforzamiento negativo”. Le estás enseñando, sin querer, que puede seguir igual porque siempre habrá alguien que le cubra el culo. Eso también es parte del problema.
¿Entonces, qué hacer? Pues escuchar sin juzgar, poner límites claros, cuidar de ti mientras intentas ayudar, y, si puedes, informarte bien o buscar apoyo profesional. Porque querer ayudar está muy bien, pero hay que saber cómo. Porque si no, acabas arrastrado tú también al pozo.