Juan José es un emprendedor de unos 55 años que con su esfuerzo levantó una pequeña empresa que proporcionaba servicios técnicos a prácticamente todas las empresas del polígono industrial vecino a su lugar habitual de residencia. Progresivamente, su buen hacer y un fuerte sentido de la responsabilidad fue la base de un prestigio profesional que le proporcionó una importante y fiel clientela.
En el año 2000 Juan José estaba en la cresta de la ola y la presión a la que estaba sometido por parte de sus clientes en aquella época supuso un progresivo pero inexorable estrés que fue lidiando con más o menos habilidad. Su temperamento, con importantes elementos de rigidez, le dificultaba desconectar con la frecuencia deseable y su voluntad de servicio, que hasta entonces era una gran ventaja respecto a sus competidores, se convirtió en su peor enemigo al adquirir compromisos profesionales que desbordaban su capacidad de respuesta y la de sus mejores operarios.
Debido a la habitual tendencia masculina a aplazar o evitar demanda de ayuda, Juan José acudió a mi consulta, presionado por sus hijas y esposa cuando el proceso depresivo se había instaurado después de un largo periodo de agotamiento por estrés.
Tras unas cuantas sesiones dedicadas a que comprendiera la naturaleza de su depresión, la respuesta inicial fue rápida y franca y cuando ésta apareció, iniciamos sesiones dedicadas al aprendizaje de la gestión de sus mejores capacidades: compromiso, seriedad, capacidad de trabajo y voluntad de servicio pero con una capacidad nueva: saber defender los límites, decir ‘no’ sin pensar en consecuencias catastróficas o poco menos.
Pasó ocho años feliz y con un crecimiento constante de su empresa. Fueron las habilidades que adquirió las que le permitieron una evaluación prudente de lo que se avecinaba en 2008 y adecuó la estructura de la empresa a un escenario que resulto realista. No se imaginaba que en una semana el 80% de las empresas del polígono cerrarían y por supuesto cancelarían los contratos que tenía con ellas.
A pesar de que era una empresa saneada financieramente, y adaptó en su momento sus dimensiones anticipándose a la realidad, la rapidez de los acontecimientos chocó con su necesidad de previsión y su necesidad de estabilidad, lo que le generó consecuencias emocionales parecidas a las del año 2000. Esta vez no esperó, la rápida intervención posibilitó una pronta e imprescindible recuperación para hacer frente a responsabilidades que no podía delegar. Una vez más el tratamiento no solucionó los problemas de la crisis, pero colaboró de forma estratégica a que el dirigente pudiera asumir las decisiones correctas con un coste emocional adecuado.