Héctor Castiñeira (Enfermera Saturada), autor/a del libro ‘La sonda del viento’ (PLAZA & JANÉS): Héctor Castiñeira es especialista en Enfermería del Trabajo y ha cursado másteres en Formación del Profesorado, Urgencias y Emergencias, Comunicación Científica y en Seguridad Clínica. Experto en cuidados críticos del paciente adulto y neonatal, Castiñeira ha trabajado como enfermero en varios servicios sanitarios. Considerado el perfil más influyente en gestión sanitaria por la IMF Business School, colabora desde hace varios años en varios medios de comunicación en los que realiza divulgación sobre temas de salud y ayuda a combatir las fake news del ámbito sanitario. Siendo, además, embajador de la iniciativa Salud sin Bulos y miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica, ha recibido importantes premios nacionales en reconocimiento a su labor de promoción, defensa y visibilidad de la profesión enfermera.
Redacción Farmacosalud.com
Botellines de cerveza recién comprados que al final sirven para almacenar muestras de orina; un paciente que acude a Urgencias desesperado porque su reloj inteligente le revela que no tiene pulsaciones -¿este vivo está muy muerto, o este muerto está muy vivo?-… y, por supuesto, tampoco cabe descartar que cierto día aparezca alguien por el laboratorio reclamando sus meados o excrementos bajo el argumento de que son suyos, y que por ello tiene derecho a recuperarlos… El nuevo libro de Héctor Castiñeira (Enfermera Saturada), ‘La sonda del viento’, da para todo eso y mucho más, porque el humor no cura las heridas ni acaba con las listas de espera, pero al menos lo hace todo más soportable. Sobre todo si, tal y como señala el/la autor/a del libro, uno se encuentra en un parking situado cerca de un hospital y se dispone a pagar el ticket de estacionamiento, cuyos precios en tales ubicaciones suelen caracterizarse -según asegura- por ser “desorbitados”.
-¿Hasta qué punto está saturada la Enfermera Saturada?
Lo está por las circunstancias que rodean a la propia profesión… y es que tenemos la profesión más bonita del mundo, estoy convencido de ello, pero las condiciones en las que nos vemos obligados a desarrollarla son malas.
-¿Cuál es el momento más surrealista que ha vivido en Urgencias y que no tenga que ver con la tecnología?
No sabría decir exactamente si es el más surrealista, pero seguro que está en el Top 5 de los momentos más surrealistas... y es que le pedimos una muestra de orina a un paciente y al poco me entrega un botellín de cerveza. Según él, no tenía ganas de orinar y por eso fue a comprar un botellín de cerveza, para beberla… cuando tuvo ganas, orinó directamente dentro del botellín.
-En su libro se hace mención de las anécdotas vividas en laboratorio. No me diga que algún paciente le habrá reclamado que la devuelva su muestra de heces u orina bajo el argumento de que esa muestra es ‘mía’ (del paciente)…
Jajaja, no, eso nunca nos ha pasado… bueno, por el momento, porque casi cada día supera al anterior, así que no descarto que nos suceda. Lo que sí reclaman de vez en cuando es el propio recipiente donde nos la han entregado; supongo que lo lavarán y volverán a utilizarlo.
-Usted escribe: «La tecnología nos está volviendo gilipollas. Y si hablamos en concreto de la que está centrada en el mundo de la salud en casa, todavía más». ¿No será que es el uso que se hace de esos dispositivos el que conlleva que algunos usuarios se hayan vuelto presuntamente gilipollas?
Puede ser, pero también la propia industria que los fabrica tiene interés en colocarnos el mayor número posible de dispositivos electrónicos para vigilar nuestra salud, viven de ello. El problema es que, en la mayoría de los casos, no nos aportan ningún dato que necesitemos saber para mejorarla. Una persona sana no necesita que un reloj monitorice su ritmo cardíaco las 24 horas del día o le diga que ha dormido pocas horas, eso ya lo sabe él. Todo ello genera un bombardeo de información de salud que, en ocasiones, nos hace dependientes de unos datos que no necesitamos.
-«Me llega un paciente la semana pasada a Urgencias con un reloj de esos supuestamente inteligentes en la muñeca. ‘Aquí lo traigo, que no para de saltar la alarma’, me dice […] Le pregunté cuál era el motivo de su visita a urgencias aquella tarde. -¡No para de pitar como un loco! Mire, aquí pone que de frecuencia cardiaca ahora mismo tengo cero. ¡Cero! Lo he apagado y vuelto a encender dos veces por si acaso y sigue con lo mismo, con que mi corazón no está funcionando. ¡Le parecerá poca urgencia! -respondió». ¿Le costó mucho convencerle de que no estaba muerto?
El paciente estaba convencido de que el reloj era extremadamente fiable. Eso le habían dicho cuando lo compró, y si saltaba una alerta sobre su frecuencia cardíaca era porque algo malo le estaba pasando. Estoy seguro de que se fue directo al servicio de Urgencias de otro hospital, porque no estaba nada convencido.
-En su libro se lee: «Entre unos aparatitos y otros, ahora mismo hay casas con mejor material sanitario que algunos centros de salud rurales, y a veces hasta que algunos hospitales. Llegas a un domicilio a ver a una paciente y para mirar la tensión sacas el aparato manual, pero los nietos te sacan uno electrónico que se conecta a la wifi y descarga los resultados en la historia clínica de su abuela». ¿A eso se le llama empoderamiento del paciente y sus familiares?
El paciente conectado evita visitas innecesarias al Centro de Salud, pero la intención de ese párrafo no es posicionarme contra la telemedicina, sino denunciar el desabastecimiento de algunos centros de Atención Primaria, especialmente de la llamada España vaciada.
-En 'La sonda del viento' se comenta que es complicado aparcar en los hospitales. ¿Ello es por falta de plazas de estacionamiento, o bien porque quien no tiene dinero para estacionar lo tiene difícil -o imposible- para colocar el coche en el parking?
A veces parece que esa falta de plazas es intencionada, para que te veas obligado a utilizar el aparcamiento de pago que siempre hay justo al lado de todos los hospitales. Quienes van a un hospital no lo hacen por gusto, lo hacen por necesidad, por lo que hacerles pagar unos precios desorbitados por el aparcamiento no me parece normal.
-Se dice que existe la figura del poli bueno y el poli malo… ¿hay la figura de la enfermera buena y la enfermera mala?
Hay enfermeras que permiten ciertas concesiones y otras que no. Prácticamente todo en los hospitales está protocolizado, y hay quien hace cumplir esos protocolos a rajatabla y quien es un poco más laxo en su cumplimiento. Pasa con las visitas: muchas veces solamente se permite una por paciente, pero siempre que no alteren el funcionamiento de la planta, molesten al paciente de la cama de al lado o al propio paciente que visitan, se hace un poco la vista gorda.
-¿‘La sonda del viento’ hace reír o hace reflexionar?
Con el humor se pueden decir cosas muy serias, y desde luego creo que ‘La sonda del viento’ tiene momentos de risa y momentos en los que la protagonista se pone seria y deja puntos para la reflexión.
-¿Ha tenido usted algún problema por escribir este libro? ¿A alguna persona con poder le ha disgustado alguno de sus contenidos?
Si le ha disgustado, desde luego no me lo ha hecho saber, aunque también es posible que no lo hayan leído. Así que les invito a hacerlo, sobre todo para reírse y conocer un poco más la realidad que se vive fuera de los despachos.