Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond, autores del libro ‘El olor de la Edad Media’ (Ático de los Libros): Javier Traité es historiador, escritor y guionista. Es autor, entre otros, de los libros de divulgación histórica 'Historia torcida de España', ‘Historia torcida de la literatura’, ‘Conquistadores secundarios’ o ‘Cuando Colón llegó a Japón’, entre otros. Además, es colaborador habitual de radio, y de televisión en el programa ‘El condensador de Fluzo’ en TVE. Consuelo Sanz de Bremond es divulgadora histórica especializada en la Edad Media y Moderna, especialmente en lo tocante a vestimenta. Entomóloga y escritora, es autora de la novela ‘La bordadora’.
Redacción Farmacosalud.com
Hasta ahora nos habían vendido que la Edad Media era el reino de la guarrería y la fetidez. De hecho, el cine y la televisión habrían contribuido a ello “desde que se puso de moda un supuesto realismo medieval”, consistente en dar la impresión de que todos iban “sucios, con la gente chapoteando siempre en calles llenas de barro y estiércol”, lamenta Javier Traité, coautor junto a Consuelo Sanz de Bremond del libro ‘El olor de la Edad Media’. Con este manual, ambos ‘limpian’ la imagen de esa época por cuanto que las gentes del Medievo “se lavaban por partes al acabar el día, se lavaban las manos antes y después de comer, los dientes tras finalizar, y sus cabezas las lavaban al menos una vez a la semana”, asegura Sanz de Bremond. Ah, y también disponían de vigilantes que se encargaban de verificar que se cumplieran las normas establecidas sobre limpieza e higiene pública.
-Su libro es algo así como una historia de la Edad Media a partir de la higiene. Hasta ahora se había dicho que esta época se caracterizaba por la suciedad, la insalubridad y la fetidez…
(Consuelo Sanz de Bremond) En efecto, esa es una imagen que forma parte de esa visión negativa de la Edad Media que arranca ya en el Renacimiento, cuando se le pone ese nombre tan gráfico, ‘media’, la que está en medio. ¿De qué? De los dos periodos gloriosos: el grecorromano clásico, y el de ellos mismos. Esta visión sólo empeorará en los siglos siguientes.
(Javier Traité) Y lo hará -empeorar- en el siglo XIX sobre todo, que es el siglo del que han salido la mayor parte de mitos históricos que manejamos todavía hoy. Y el cine y la televisión no han ayudado desde que se puso de moda un supuesto realismo medieval consistente en que todos fueran sucios, con la gente chapoteando siempre en calles llenas de barro y estiércol.
-Ustedes hacen un recorrido de más de mil años por la higiene medieval, desde el ocaso de Roma hasta el siglo XV. ¿En líneas generales, cómo olían las ciudades medievales?
(Javier) ¿A qué huelen hoy? Depende de cada ciudad. En la primera parte de la Edad Media, cuando la demografía europea estaba aún muy baja, las ciudades eran más bien aldeas amuralladas, con mucho espacio, mucho huerto, mucho corral, y también algunos basureros dentro de la muralla. Ahí huele a campo, a animales, a estiércol, pero también a frutas y verduras, a plantas aromáticas. Luego, cuando las ciudades vuelven a poblarse y se densifican, comienzan los problemas: los vecinos incívicos, las industrias malolientes como las carnicerías, los pescateros, las tenerías… por eso las autoridades los alejan del centro o incluso los expulsan de la ciudad. Así que la urbe medieval huele a trabajo. Y todo huele siempre a humo, que es el olor más sempiterno y común de la Edad Media. A fin de cuentas, ¡la leña era su combustible, su calor, su cocina!
-¿Por qué desaparecieron las grandes termas romanas?
(Consuelo) Porque ya no hacían falta. En el imperio occidental la población cayó a mínimos; fue un bache demográfico exagerado y de muy larga duración. Y las grandes termas romanas, con piscinas de agua corriente, no funcionaban solas: requerían muchísimo combustible y, sobre todo, formaban parte de una red que comenzaba en el acueducto, pasaba por los baños y desaguaba hacia la cloaca. Si ya no hay dinero, personal ni autoridades que ordenen el mantenimiento del sistema, ¿quién los iba a mantener y con qué iban a pagar? Y si iba menos gente, ¿para qué molestarse?
(Javier) Pero eso no significa que desapareciera el baño. Los germanos tenían su propia tradición de baño de vapor, mucho más sencillo en sus formas y materiales, pero baños comunales a fin de cuentas. No hay que ver la desaparición de las grandes termas como el fin de la práctica ‘bañística’, sino sólo del modelo de baño romano.
-En su libro se habla de la cultura del aseo del Medievo. ¿La gente se lavaba muy a menudo, o al menos lo hacía cuando las circunstancias lo permitían?
(Consuelo) Partamos de la base de que la higiene personal es una opción personal, valga la redundancia. Esto significa que las personas de natural más ‘guarro’ se lavan menos, y les da igual. Pero a mucha otra gente le gusta estar limpia y presentable, por necesidad y confort. Así que se lavaban por partes al acabar el día, se lavaban las manos antes y después de comer, los dientes tras finalizar, y sus cabezas las lavaban al menos una vez a la semana; hay momentos y lugares en los que la limpieza era más frecuente. Por supuesto, la clase social influye, la gente con más recursos puede adquirir productos de higiene y belleza más caros u olorosos.
-Precisamente a eso íbamos ahora… entendemos que la higiene no era la misma si uno era un señor feudal o un noble (de posición económica elevada) o un siervo (de humilde extracción social)…
(Javier) Claro, las condiciones materiales siempre importan. Lo cual no quiere decir que la gente humilde fuera guarra, en absoluto. Pero en un castillo con sirvientes que te hacen la colada, te cepillan el pelo durante una hora, te quitan los piojos, te preparan el baño o limpian los restos que tiras al suelo, pues las cosas son mejores que en una casa campesina en la que de todos estos asuntos se ocupa la misma persona: la madre. ¡Pero eso no significa que no se ocupe! Y con los productos lo mismo: la gente humilde no podrá comprarse rosas y almizcles como los señores o personas adineradas, pero viven rodeados de plantas aromáticas que perfuman y desodorizan.
-¿En la Edad Media, quién era considerado un guarro?
(Consuelo) Cortita y al pie: el que no se lavaba por partes y no se cambiaba la camisa. Estas dos acciones eran el equivalente medieval de nuestra ducha diaria. Lo de la camisa es muy importante porque era la ropa interior, la prenda de tejido vegetal que absorbía el sudor de todo el día y protegía las prendas de acuerpo (las prendas que van directamente sobre la camisa, la 'capa externa') de la grasa natural de la piel. Cambiarla a diario, mientras la sucia se dejaba ventilar o se lavaba, era esencial.
-Su obra, asimismo, aborda la limpieza en las ciudades, la logística de las letrinas y el sistema de evacuado de residuos. ¿A grandes rasgos, cómo eran esa limpieza, las letrinas y el evacuado de residuos?
(Javier) Cada ciudad tenía sus sistemas, en la Edad Media no hay nada centralizado. Pero, en general, incluso en las ciudades donde se hicieron cloacas, como las andalusíes, o ciudades italianas como Siena, esa clase de conductos se pensaban para las aguas sucias y sobrantes, no para el excremento físico, que a menudo donde acababa era en pozos negros. Y en todas las ciudades existían servicios de vaciado de pozos, algunos a cargo municipal, otros a cargo del habitante. Luego todo ese estiércol se llevaba fuera, a los campos, a dejarse pudrir hasta servir como abono. Era lo que hacían en Londres cuando lo recogían a orillas del Támesis en sus barcazas. En otras urbes, como en la Valencia islámica, los canales de aguas sucias con excrementos se derivaban directamente hacia los campos, para que alimentaran los cultivos.
(Consuelo) Y es muy importante el personal dedicado al control. Si tú haces normas y nadie las ejecuta o hace cumplir, tenemos un problema, y en la Edad Media había todo tipo de cargos, a veces vecinos con cargo rotatorio o aleatorio, a veces gente contratada por el Ayuntamiento, que realizaban tales funciones. En los Países Bajos le llamaban el Rey de la Basura, mientras que en el Mediterráneo la figura clave para la higiene mercantil y social era el almotacén, quien controlaba que todo fuera legal en el mercado, y que todo quedara limpio al terminar.
-Volviendo al tema de las emanaciones corporales… ¿la gente del Medievo trataba de disimular un mal olor (por ejemplo, el de la sudoración excesiva) mediante algún truco, en caso de que la persona no pudiera o no quisiera lavarse?
(Consuelo) Sí, tenemos recetas de diversos médicos ¡y médicas! que hablan específicamente del mal olor de la axila o del sudor y recomiendan distintos baños y friegas, o el uso de la piedra de alumbre, y otros remedios compuestos por hierbas. Funcionarían mejor o peor, pero esfuerzos por oler bien los hacían. ¡Hasta perfumarse, procuraban! Y eso sin mencionar que la gente de este milenio fue la que empezó a usar el jabón para lavarse de forma regular; los romanos más excéntricos no lo usaban más que como tinte.
-Hablemos de la salud bucal y dental de esas épocas. ¿Se sabe si el aliento que exhalaban las personas era hediondo? ¿Y, en caso de que así fuera, se preocupaban por evitarlo?
(Javier) Claro que no querían tener mal aliento. Hay que pensar que prácticamente hasta el siglo XIX no se consolidó y empezó a popularizar la idea de los microorganismos. Hasta entonces y desde la medicina hipocrático-galénica, el paradigma de la enfermedad era el desequilibrio humoral, y el contagio podía ocurrir por el aire pestilente, el llamado ‘miasma’. Esto les incitaba a limpiar las calles, pero también a lavarse ellos y su boca. Alguien con mal aliento podía ser alguien enfermo. Por tanto, en las fuentes encontramos no solo dentífricos y colutorios, sino otros sistemas como masticar ramilletes de menta, apio, raíces de regaliz, y otras muchas opciones. El ‘cepillo de dientes’ por excelencia era una ramita de avellano tierna, que primero masticabas, y luego el borde en forma de cepillo servía para cepillar los dientes. En el mundo islámico lo que hacían era masticar ramitas del arbusto miswak, que tiene propiedades antibacterianas.
En cualquier caso, había poca caries por una dieta muy baja en azúcar, y el cálculo dental no es un disparate, así que es evidente que muchísima gente en el Medievo se cuidaba y limpiaba los dientes.
-En términos odoríferos e higiénicos: ¿una persona de la actualidad que viajara en el tiempo y llegara a la Edad Media podría sobrevivir teniendo en cuenta las condiciones de aquella época?
(Consuelo) Nos costaría mucho adaptarnos, por supuesto. La canalización del agua hasta los hogares nos ha hecho olvidar lo duro que era la vida hasta hace bien poco. Lo que nosotros defendemos no es que en la Edad Media todo oliera a lejía y cloro o a rosas, sino que la gente se esforzaba en mantener limpios sus cuerpos y sus entornos. Pero, a pesar de tales esfuerzos, a la gente de ahora nos costaría adaptarnos a esas épocas porque no estamos acostumbrados al olor animal, al humo, ni a la mayoría de trabajos que se daban en la ciudad y en el campo. Pero ojo: tampoco alguien del siglo XII lo pasaría bien en unas de nuestras ciudades… ¡el entorno les parecía hostil, ruidoso y muy maloliente, y una gasolinera les supondría un desafío olfativo!