Antonio Martínez Ron, autor del ‘Diccionario del asombro’ (Crítica): Antonio Martínez Ron es periodista científico y escritor. Ha trabajado como editor de ciencia en diferentes medios de prensa, radio y televisión y ha recibido algunos de los reconocimientos más importantes en su profesión, como el premio Ondas y el Concha García Campoy. Es uno de los fundadores de la plataforma Naukas y del podcast Catástrofe Ultravioleta y participó durante dos temporadas como colaborador del programa Órbita Laika (TVE). Es autor de los libros ‘El ojo desnudo’, ‘¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos?’, ‘Papá, ¿dónde se enchufa el sol?’ y ‘Algo nuevo en los cielos’, todos ellos publicados en editorial Crítica.
Redacción Farmacosalud.com
«Cuando, en el año 2017, empecé a recopilar mis palabras científicas favoritas […] sucedió algo que cambió mi forma de ver aquella colección de palabras y las convirtió en algo sutilmente diferente. Una tarde, mientras trataba de poner orden a la nebulosa de conceptos que tenía anotados en diferentes cuadernos, se me ocurrió colocarlos en una línea temporal y ordenarlos por fechas. Delante de mí apareció una barra de progreso que contaba una historia en sí misma». «Al tratarse de una batalla que se libraba en las fronteras del conocimiento, la ciencia se convirtió en un motor del lenguaje, pues se vio forzada a inventar nombres para instrumentos, criaturas y conceptos que antes no conocíamos o no existían. Los científicos se entregaron a la tarea de etiquetar el asombro», escribe Antonio Martínez Ron, autor del ‘Diccionario del asombro’.
La nueva obra de Martínez Ron es -tal y como indica el título de dicho manual- un diccionario que realiza un recorrido de la A de Átomo hasta la Z de Zoonosis, y en el que se revela que la aparición de términos científicos es también una forma de contar la historia de la propia ciencia.
‘Extintoma’ y ‘neandertalina’, vocablos que aún van en pañales
De acuerdo con el autor, las palabras científicas más antiguas que aparecen en el libro tienen una fecha de imposible identificación “porque se remontan a la noche de los tiempos, como ‘cálculo’ o ‘eclipse’. La más reciente creo que es ‘quettabyte’, que es de 2022, pero después de publicar el Diccionario ya han salido nuevos términos con los que quiero actualizarlo, como ‘extintoma’ o ‘neandertalina’, que son de octubre de 2023”. Por ‘quettabyte’ se entiende la unidad más grande de información, el equivalente a 10 elevado a 30 bytes; un ‘extintoma’ sería un conjunto de genomas de seres extintos, mientras que ‘neandertalina’ se refiere a la primera molécula descubierta en organismos extintos que funcionaría de manera terapéutica.
De todos los vocablos que figuran en el manual, el favorito de Martínez Ron es ‘asombro’: “entre otras cosas, me gusta por su ambivalencia, ya que en la definición de la RAE conserva al mismo tiempo el significado de ‘gran admiración o extrañeza’ y el de ‘susto’ y ‘espanto’. Etimológicamente podría significar ‘sacar a alguien de la sombra’, pero literalmente es ‘proyectar una sombra sobre algo’. Esto último es lo que sucede durante un eclipse, que es uno de los acontecimientos más asombrosos que pueden contemplarse (de ahí el diseño de la portada y el nombre del Diccionario). Según la definición más científica del fenómeno -del Profesor de Psicología de Berkeley Dacher Keltner-, el ‘asombro’ es lo que se produce al estar ante algo ‘más allá de nuestro entendimiento’ o que ‘nos hace empequeñecer como individuos’, así que no se me ocurre una palabra mejor para definir la labor que llevan a cabo los científicos”.
¿De dónde viene ‘DANA’?
«Los españoles volvieron [de América] cargados de nuevas palabras […] En 1511, se recogía también por vez primera la palabra huracán, que usaban los taínos para referirse a las poderosas y destructivas tormentas del Caribe. ‘A estas tempestades del aire, que los griegos llaman typhones, éstos [los indígenas] las apellidan huracanes', escribió el cronista Pedro Mártir de Anglería», según se apunta en el Diccionario.
En el siglo XVI a menudo se hablaba del tiempo climatológico, igual que en la actualidad. En la era moderna, hablar de la meteorología es el pasatiempos favorito en los ascensores, donde aludir a los efectos de una DANA ya va siendo cada vez más habitual entre los contertulios. «El término DANA fue creado por el meteorólogo Ángel Rivera tras la muerte en 1984 de su compañero Francisco García Dana, una de las figuras más queridas y respetadas en su campo. ‘El acrónimo DANA (Depresión Aislada de Niveles Altos) se me ocurrió buscando una palabra que sustituyera a gota fría, que se había convertido en un comodín para casi cada fenómeno adverso -explica el especialista-. En nuestro grupo vimos algunas otras posibilidades, pero nos dimos cuenta de que DANA nos servía también como recuerdo y homenaje al maestro’».
Newtons, libras y el desastre marciano
Las unidades de medida también tienen su protagonismo en el libro de Martínez Ron. «El 26 de marzo de 1791 se decidió que la nueva unidad de medida se llamaría metro (del griego metrón, que significa ‘medida’), palabra que ya había anticipado el italiano Tito Livio Burattini en 1675. Un año después, una comisión de expertos surgida de la Asamblea descartó la utilización de la longitud del péndulo y optó por definir la nueva unidad de medida como ‘la diezmillonésima parte del cuadrante de meridiano terrestre’. Con este objetivo, se puso en marcha la tarea de medir con exactitud el arco de meridiano comprendido entre las localidades de Dunkerque y Barcelona, una misión que, después de no pocas dificultades, culminaron Jean Baptiste Delambre y Pierre François Méchain en 1798».
«Por desgracia, aunque el sistema métrico decimal ha sido universalmente aceptado por la comunidad científica, de vez en cuando la falta de actualización a los estándares provoca malentendidos y graves problemas. El caso más conocido es el de la sonda Mars Climate Orbiter, que en 1999 quedó destruida al entrar en la atmósfera de Marte con un ángulo erróneo porque uno de los equipos había calculado las fuerzas de la trayectoria usando newtons y el otro había usado libras».
Monotremas ovíparos, óvulo meroblástico
En el capítulo de la ‘O’ de Ornitorrinco, se lee: «Los testimonios que afirmaban que aquellos mamíferos, además de tener pico y pelo, se reproducían poniendo huevos fueron descartados durante décadas y dieron lugar a una intensa polémica entre anatomistas. Hasta que, en 1884, el explorador inglés William Caldwell vio una hembra de ornitorrinco poniendo un huevo en el norte de Queensland. El telegrama que envió a Londres produjo una gran conmoción y es quizá el más famoso de la historia de la biología: ‘Monotremas ovíparos, óvulo meroblástico’». Ufff… y la sonoridad del término ‘ornitorrinco’ no es que pase tampoco desapercibida. Complicada, la criaturita… “La historia de la biología se podría resumir como la demostración de que la naturaleza ha sido siempre más imaginativa que los zoólogos… y que los botánicos, etc, etc.”, comenta el periodista científico y escritor.
R de Robot: uno se pregunta si la Inteligencia Artificial (IA) es algo así como el pariente listo, rico y guapo de los ingenios robotizados… “es la expresión actual de una idea muy antigua, la de que seamos capaces de crear seres autónomos más inteligentes que nosotros y que amenacen nuestra existencia. Por ahora, parece que la mayor amenaza seguimos siendo nosotros mismos, aunque haya algunos interesados en distraer la atención sobre este hecho”, puntualiza Martínez Ron.
Del homo sapiens al homo stupidus, y tiro porque me toca
Que el ser humano es la peor amenaza para el propio ser humano parece más que evidente. Para empezar, vamos de sabios por la vida, por lo que no estaría de más que de vez en cuando fuéramos sometidos a terapéuticas curas de humildad. El científico y naturalista sueco Carlos Linneo (1707-1778) «identificó por primera vez a nuestra especie con el nombre de Homo sapiens, que se podría traducir como ‘humano sabio’ y que recalcaba un poco más la supuesta superioridad de nuestra especie».
Si bien nadie ha acuñado todavía el término Homo stultus, o humano estúpido, para definir ciertos personajes y ciertas conductas, visto lo visto a lo largo de la historia de la humanidad, como mínimo sí que se han creado términos muy parecidos y de similar inspiración. Según Martínez Ron, el naturalista alemán Ernst Haeckel “creó la categoría de Homo stupidus (el hombre estúpido, en contraposición al sabio). Y el propio Linneo creó la etiqueta de Homo troglodytes para llamar a los supuestos hombres salvajes que vivían en zonas de extremo oriente. Muchas de sus clasificaciones basadas en la presunta superioridad de los blancos europeos fueron la base para muchas ideas racistas posteriores; es uno de los grandes defectos de su -por otro lado- enorme aportación a la ciencia”.
Antes ya hemos mencionado el vocablo ‘quettabyte’. Ahora le toca entrar en escena a su primo-hermano, dotado de un nombre no menos raro: yottabyte. “Un yottabyte es una unidad de almacenamiento de información que equivale a 1.024 bytes. Como supongo que el lector se habrá quedado como estaba, le diré que es la unidad de medida que la Comisión Internacional de Pesos y Medidas tuvo que crear en 1991 para hablar de la capacidad de almacenamiento de los ordenadores, que por entonces se había desbordado. En 2022 tuvieron que crear el quettabyte, que son un millón de yottabytes (1 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 bytes), y hay quien cree que pronto también se quedará pequeño”, explica.
Quizás esto haya acabado de suceder ahora mismo, justo al finalizar la lectura de este artículo… si fuera así, habrá que ir pensando ya en otro nombre para las nuevas y evolucionadas capacidades informáticas... ¿es el turno del super-mega-quettabyte?