Redacción Farmacosalud.com
“La mente es una función del cerebro”, no un producto de él, afirma el Dr. Ignacio Morgado, neurocientífico y catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencias y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), quien agrega que “un producto es algo separable del productor” (un artículo elaborado en una fábrica que sale de la fábrica), mientras que “la mente nunca puede separarse del cerebro”. Morgado es el autor del libro ‘El cerebro y la mente humana’ (Ariel), donde aborda, entre otros temas, el tema del sexo. “El comportamiento sexual en general tiene un componente de cierta agresividad del que huiríamos si no fuera porque el sexo produce placer. El gozo es el añadido que le pone la naturaleza a la conducta sexual en aras del objetivo final, que no es otro que propiciar que nazcan nuevos seres”, remarca el neurocientífico apelando al instinto reproductivo inherente a la programación genética humana.
En opinión del Prof. Morgado, la mente y el cerebro humanos tienen límites. Por ejemplo, el cerebro está incapacitado “para entender” qué puede ser la consciencia, mientras que la mente nos hace creer que “podemos pensar en todo lo que queramos; tenemos la impresión de que nuestros pensamientos no tienen fronteras, pero no es verdad”. A este respecto, el neurocientífico cita las palabras de una filósofa amiga suya a modo de sentencia: “‘Ignacio, no pienso lo que quiero, pienso lo que puedo’”.
-¿La mente es la inquilina y el cerebro el casero, o ambos conceptos se mueven en el mismo nivel?
Le voy a ser sincero: nunca me habían planteado esa relación entre el cerebro y la mente de la forma en la que usted lo hace; me parece muy original, francamente. Pues mire, un poco sí… lo único que pido es una cosa: nunca digamos -tampoco debo hacerlo yo- que la mente es un producto del cerebro. Y le voy a decir por qué: porque un producto es algo separable del productor. El móvil que usted seguramente tiene en la mano y el que tengo yo son dos productos de una fábrica de móviles, y ambos están muy lejos de donde se fabricaron. No obstante, la mente nunca puede separarse del cerebro, nunca puede llevarse desde el cerebro a otra parte como cualquier producto elaborado en una fábrica. Es más que un producto, es una función. El término correcto o la expresión correcta es que la mente es una función del cerebro.
Para que se entienda mejor uso una metáfora: la rueda y el movimiento… es igualmente incorrecto decir que el movimiento es un producto de la rueda, porque la rueda no va dejando caer el movimiento por el camino cuando va rodando y nosotros vamos ‘recogiendo’ el movimiento detrás con una cestita. No, la rueda en funcionamiento es el movimiento. De igual modo, el cerebro en funcionamiento hace posible que surja la mente, en buena medida consciente y en buena medida inconsciente.
-¿Por qué sentimos dolor?
Sentimos dolor porque se activan unas terminaciones nerviosas que están distribuidas por todo nuestro cuerpo, especialmente en determinados lugares como la córnea de los ojos, la punta de los labios, la tibia, etc., lugares que tienen una altísima sensibilidad dolorosa. Y sentimos dolor en cualquier parte del cuerpo no por haber recibido cualquier estímulo como la luz para los ojos o el sonido para los oídos, sino por el hecho de que cualquier estímulo que tenga cierta intensidad puede activar / estimular esas terminales neuronales asociadas a la percepción del dolor. Y lo sentimos con el fin de ser advertidos conscientemente de que una parte de nuestro organismo está sufriendo algún daño y que, por ello, debemos aprestarnos a corregirlo, a repararlo, para que, de este modo, el daño no llegue a ser nunca tan grave como para llegar a comportar la pérdida de alguna función, la pérdida de algún órgano o, en un momento dado, incluso la pérdida de la vida.
-Usted escribe en su libro: «Podemos morir por deshidratación si no bebemos, o por inanición si no comemos, pero nadie muere o enferma por no tener conducta sexual». ¿Qué es el sexo, cerebral y mentalmente hablando?
La naturaleza humana nos aboca a dos cosas: estamos programados genéticamente -a lo largo de un proceso evolutivo de miles de años- para sobrevivir y para reproducirnos. En relación a la supervivencia, sirve lo apuntado sobre el dolor, es decir, necesitamos ser advertidos por ese ‘chivato’, por ese centinela llamado dolor, para que no se dañe nuestro cuerpo y de esta manera sigamos viviendo.
Al mismo tiempo, llevamos en nuestra naturaleza una serie de genes que nos propenden a la reproducción. Eso quiere decir que buscamos la conducta sexual para reproducirnos. Y la sabia naturaleza, para conseguirlo, ha querido que el sexo sea algo agradable. Porque si no lo fuera, probablemente no tendríamos demasiado interés en tener descendencia. Si lo pensamos bien, la conducta reproductora es una conducta agresiva, pero nos gusta porque produce placer. Dicho de otra forma, el comportamiento sexual en general tiene un componente de cierta agresividad del que huiríamos si no fuera porque el sexo produce placer. El gozo es el añadido que le pone la naturaleza a la conducta sexual en aras del objetivo final, que no es otro que propiciar que nazcan nuevos seres.
El placer, sin embargo -como se ha señalado en el enunciado de la pregunta-, es una motivación incentiva, no homeostática. Motivación homeostática es aquella que nos conduce a buscar algo que necesitamos para sobrevivir, como el agua, la comida o el calor. Pero la motivación incentiva es la que no tiene más propósito que la búsqueda del placer por el placer. Si no comemos o no bebemos, podemos enfermar o morir, pero si no tenemos una conducta sexual, lo máximo que nos puede pasar es que nos sintamos disgustados por no tenerla, pero no vamos a enfermar ni vamos a morir.
-Otro de los temas de su libro es el sueño. ¿Por qué soñamos, no podrían el cerebro y la mente dejarnos descansar de verdad, sin tener que sufrir alguna vez pesadillas?
Cierto. Pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo, la naturaleza nos hace pagar un precio muy alto con el sueño porque es un tercio de nuestra vida. Una persona que tenga 90 años se ha pasado cerca de 30 años de su existencia durmiendo.
Vamos a dejar de lado la idea de que el acto de dormir, cuando se duerme bien, tiene también un ingrediente placentero, de agradabilidad. El objetivo principal del sueño es darle tiempo al cerebro para que maduren todos los procesos bioquímicos y fisiológicos que han tenido lugar y que son promovidos por la actividad diurna. Cuando estamos despiertos durante el día, nuestro cerebro pone en marcha una serie de procesos bioquímicos y electrofisiológicos con el propósito de formar memoria y organizar la información que le hemos introducido. Así, se potencia y se selecciona lo que es importante y lo que no lo es, y todo ese proceso de estructuración, maduración y consolidación de los ‘datos’ recibidos durante el día sólo puede llevarse a cabo en un estado como el del sueño, que no se ve interferido por nuevas informaciones (informaciones que sí recibiríamos si ese mismo tipo de actividad cerebral tuviera lugar estando despiertos durante la noche).
En resumen, el sueño es un componente de la mente que nos permite consolidar, estructurar, ordenar y priorizar la información obtenida cuando estamos despiertos.
-Se dice que los sentimientos están en el corazón y la racionalidad en el cerebro. ¿Pero no sería más correcto decir que los sentimientos son puro producto cerebro-mental?
Claro, pero mire usted, cuando vemos el cerebro en una fotografía o los científicos lo observamos en nuestras cámaras frigoríficas de los laboratorios, vemos que es un órgano tosco, rudo. Sin embargo, el corazón tiene esa forma de corazón -valga la redundancia-, rosadito (Morgado sonríe)… es mucho más atractivo para atribuirle el papel de los sentimientos.
Hay algo más: originalmente, cuando en tiempos pretéritos nuestros antepasados científicos y la gente corriente no tenían ni idea de la utilidad que tenía el cerebro, al corazón se le atribuyeron las funciones sensoriales, incluyendo precisamente la emoción y la pasión. El gran filósofo Aristóteles decía que el corazón es el órgano de la sensibilidad, donde radican las pasiones. Y, en este sentido, llegó a proponer una hipótesis tan alucinante como fantástica, según la cual el corazón late con mucha fuerza y pasión cuando estamos sujetos a una emoción o un sentimiento. Entonces, la sangre que pasa por él se calienta tanto que, para que el cuerpo pueda seguir funcionando con normalidad, esa sangre tiene que refrigerarse tras la elevación de temperatura propiciada por la pasión. Y el refrigerador, para Aristóteles, es el cerebro, que después de recibir la sangre de un apasionado corazón, logra que vuelva al mismo con la temperatura ideal para que la persona pueda seguir apasionándose.
-En su libro se lee: «En la vida hay cosas irrealizables, cosas que sabemos que no están a nuestro alcance, pero sentimos, ilusoriamente, que nuestra mente es poderosa, capaz de pensar y razonar sin límites, superándose a sí misma». ¿La mente y el cerebro humanos tienen límites?
Los tienen, sin lugar a dudas. Qué vanidosos somos a veces los humanos… entendemos que el cerebro de un gato o incluso de un mono -que es un cerebro evolucionado- no lo pueden entender todo. De hecho, si yo dijera: ‘vamos a enseñarle a un mono a hacer raíces cuadradas’, me dirían ‘no lo intente porque ese animal no tiene un cerebro con capacidad para llegar a tanto, para poder comprender y realizar una raíz cuadrada’. Pues bien, si creemos que el cerebro de un mono, que pesa medio quilo aproximadamente, no puede llegar a ciertas cosas por falta de capacidad, ¿por qué vamos a pensar que nuestro cerebro lo puede todo? ¿Quién nos ha dado esa venia? ¿Qué conocimiento, argumento o idea nos puede transmitir la sensación de que nuestro cerebro es omnipotente? Pues yo creo que no lo es. Yo creo que hay cosas que nuestro cerebro no puede entender. Algunos colegas míos creen que todo es cuestión de tiempo. Lo dudo. Puede haber cosas que no entendamos nunca con el órgano cerebral que tenemos hoy en día.
Voy a poner un ejemplo: los científicos todavía no sabemos muy bien qué es exactamente la subjetividad, la imaginación, la consciencia… sabemos que no hay subjetividad, imaginación y consciencia si no hay un cerebro que funcione con normalidad, si no hay millones de neuronas trabajando. ¿Pero, de qué manera la materia objetiva, las neuronas, los neurotransmisores, las sustancias químicas, etc. que hay en el cerebro se convierten en subjetividad, en imaginación y en consciencia? No lo sabemos todavía. Es más, personalmente opino que el cerebro humano no lo puede saber, no tiene capacidad para ello. ¿Que por qué creo yo eso? Porque hay cosas que no sabemos, si bien muchas veces tenemos una idea de cómo podrían ser. Por ejemplo, no sabemos si hay seres en otros planetas, no los hemos visto nunca, pero tenemos alguna idea de cómo podrían ser: los podemos imaginar con dos cerebros, altos o bajos, grandes o pequeños… tenemos muchas posibilidades de imaginárnoslos.
Con todo, cuando yo trato de imaginar de qué manera la materia se convierte en imaginación o cómo el cerebro crea la consciencia, es que ni tan siquiera soy capaz de esbozar una respuesta que a priori pueda satisfacerme. Y esa incapacidad de nuestro propio órgano cerebral para entender qué podría ser la consciencia es lo que a mí me hace pensar que el cerebro humano de hoy, el que tenemos los seres del siglo XXI, no tiene capacidad para entender eso, o sea, que está limitado en sus capacidades.
Lo que ocurre es que la mente nos hace creer que, lo que es pensar, podemos pensar en todo lo que queramos; tenemos la impresión de que nuestros pensamientos no tienen fronteras, pero no es verdad. Si nos paramos a meditarlo, podemos llegar a establecer ideas hasta donde somos capaces, pero no más allá, es decir, hay muchas limitaciones en la mente humana. Que esa mente que tenemos nos haga sentir que es omnipotente (por tanto, nos hace creer que aunque no podamos hacer todo lo que queramos, sí podemos pensar todo lo que queremos) es una creencia errónea. Una amiga mía filósofa lo decía de una forma muy expresiva: ‘Ignacio, no pienso lo que quiero, pienso lo que puedo’.
-¿Por cierto, qué pasa con la mente cuando morimos? El cerebro desaparece, pero… ¿la mente pervive de alguna manera?
Es una pregunta que nos hacemos todos los humanos. Mire usted, como no sabemos qué es la consciencia, todavía tenemos dudas de si puede haber algo en nuestra mente que vaya más allá de la propia materia, de la energía, de los átomos… yo lo que sí puedo comentarle es que, desde un punto de vista científico, estamos obligados -en base a lo que sabemos- a decir que, con la desaparición del cerebro, desaparece también la mente. Porque si yo le dijera otra cosa estaría contradiciéndome con respecto a lo que he apuntado al principio de esta entrevista: la mente es el cerebro en funcionamiento. Si el cerebro desaparece y no funciona, no puede haber mente.
-Nos referíamos a si existe algún paralelismo entre mente y alma…
Tradicionalmente, antes de la aparición de los científicos modernos, para denominar a este mundo interior que todos tenemos (el mundo ideal, subjetivo, consciente) se usaba el término ‘alma’. Para los humanos primitivos, el alma era lo que actualmente llamamos mente. En un momento determinado la ciencia dejó de llamarla ‘alma’ y empezó a llamarla ‘mente’, atribuyendo la localización de su naturaleza en el cerebro.
Hasta donde llega nuestro conocimiento, cuando falla el cerebro falla la mente, y si alguien cree que la mente tiene algún componente de tipo dualista, es decir, que va más allá del propio cerebro, pues debe de explicarlo a su manera, con sus propias creencias, pero desde luego ese posicionamiento ya no pertenece al ámbito de la ciencia… sería una explicación que, si bien se sale de la ciencia, sería también totalmente respetable, ya que cualquier persona tiene derecho a tener fe en aquello que es sobrenatural.
Yo creo que la incapacidad que tiene nuestro cerebro para entender qué es la conciencia o qué es la subjetividad es lo que hace que mucha gente tenga creencias sobrenaturales. Este tipo de convicciones ayudan a la gente, sobre todo a la gente pobre, humilde o con pocos recursos, a sobrevivir, porque si uno es muy pobre, vive mal, está enfermo y cree que en esta vida no va a haber nunca nada mejor que eso, ¿qué le puede estimular entonces a seguir viviendo? Pues solamente una cosa: creer que después de esta vida hay otra, y que es mejor que la actual. Y el hecho de poder llegar a ese convencimiento lo permite una mente como la nuestra, que no es capaz de explicarlo todo. Es más, si nuestra mente fuera capaz de explicarlo todo, estoy convencido de que las creencias sobrenaturales desaparecerían casi por completo de la faz de nuestro planeta.