Daniel Vázquez Sallés, autor del libro ‘El príncipe y la muerte’ (editorial Folch & Folch): Daniel Vázquez Sallés (Barcelona, 1966) es escritor y periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), compaginó la carrera con estudios cinematográficos en la Universidad de Nueva York. Es el autor de ‘Flores negras para Michael Roddick’ (2003), ‘Comer con los ojos’ (2006), ‘La fiesta ha terminado’ (2009) y ‘Lena’ (2018).
Redacción Farmacosalud.com
«Cuando Marc murió, palabra que se agarra a mis cuerdas vocales hasta destriparlas, empezaba a hablar con fluidez y estaba ansioso por aprender a leer y a escribir todos aquellos vocablos que habían quedado varados en el mundo secreto de su cerebro de niño desarmado. Dicen que los intestinos son nuestro segundo cerebro y, tan pronto como le empezaron a funcionar con una precaria normalidad, el niño germinó y comenzó a querer encontrar las consonantes y las vocales que luego iría hilando hasta convertirlas en frases con el sujeto, el verbo y el predicado colocados en el orden correcto. De camino a la escuela, cuando yo le preguntaba: “¿Qué es lo que vas a aprender hoy, Marqui?”, él sonreía con su mirada luminosa y me contestaba: “Muchas palabritas, papá”». Fragmento del libro ‘El príncipe y la muerte’, escrito por el periodista Daniel Vázquez Sallés.
-‘El príncipe y la muerte’ es un ensayo en el que usted, Daniel Vázquez Sallés, homenajea a su hijo Marc, fallecido a la edad de 10 años. ¿Cómo puede ayudar esta obra a otros progenitores que hayan padecido una tragedia de este tipo?
No es un libro escrito con la idea de ayudar. No me atrevería a ello. El libro está escrito desde la necesidad de contar la vida de un ser fantástico que amó la vida desde una inteligencia de superviviente que sirvió como lección a todos los que le rodearon. Mi hijo me enseñó a ser mejor persona y a valorar todas aquellas pequeñas cosas que hasta su nacimiento me habían pasado desapercibidas. De todas formas, si la lectura del libro sirve para que algunos padres y madres que han pasado por una experiencia parecida a la mía puedan afrontar mejor la muerte de un hijo o hija, Marc se sentiría feliz y yo agradecido por compartir una historia tan dura como luminosa.
-¿Por su experiencia y por la experiencia de otros padres que también han sufrido la pérdida de un hijo y con los que usted haya podido compartir su dolor, se puede llegar a superar una pérdida de esa índole, o bien únicamente se puede llegar a sobrellevarla?
Se puede aprender a vivir, pero me niego a llenar su ausencia. Marc siempre está y estará conmigo allí dónde vaya y lo que intentaré es lograr tener una vida de la que se sintiera muy orgulloso. El oficio de hijo es a veces muy complicado, y yo quiero seguir siendo un padre con su luz marcando el horizonte de mis pasos. La felicidad es la suma de momentos felices y a él le gustaría verme bien a pesar de no poder cogerle la manita como solía hacerlo cuando paseábamos por las calles de Madrid y Barcelona.
-Marc estaba aquejado de dos enfermedades raras, el síndrome de Ondine (control de la respiración ausente o deteriorado) y el síndrome de Hirschsprung (trastorno del intestino grueso que causa problemas para la evacuación intestinal). ¿Qué sintió usted cuando conoció ambos diagnósticos?
Su madre y yo éramos profesionales liberales y no sabíamos nada de medicina. Cuando nos dijeron los síndromes que padecía Marc, me sentí perdido en un laberinto en el que parecía imposible encontrar una salida. Por suerte, Marc y su carácter nos ayudó a ir superando obstáculos.
-Marc murió por culpa de la bacteria clostridioides difficile. ¿Este patógeno estaba vinculado de alguna manera con esas dos patologías minoritarias, o bien cada alteración actuaba por separado?
Son patologías que cuando aparecen juntas se convierten en el síndrome de Haddad. Ambas son patologías neurológicas que, con la cirugía adecuada y mimo, pueden dar al niño o a la niña una buena vida a pesar de las dificultades cotidianas. De no haber habido un error de cirugía, Marc seguiría vivo.
-Usted escribe en su libro: «Una madre y un padre que pierden un hijo están condenados a vivir en el páramo. ¿Qué son? ¿Cómo se pueden reivindicar en un mundo en el que no existe una palabra para ampararlos?». Es decir, hay huérfanos, viudos, pero «para los que están sentenciados a vivir sin un hijo no existe una palabra que abrigue su tristeza». ¿Cómo es posible que los académicos de la lengua no hayan creado todavía un vocablo para definir esa tragedia?
Todo aquello que da miedo suele silenciarse y una palabra significa, quizás, aceptar la realidad. Hay niños y niñas que mueren. Hace años, al cáncer se le llamaba grave enfermedad. Que ahora al cáncer se le llame cáncer significa que somos una sociedad un poquito más inteligente y realista. Me han dicho que en hebreo existe un vocablo inclusivo para los progenitores que han sufrido una pérdida tan devastadora; quizás, porque es un pueblo acostumbrado a tragedias mayúsculas como el Holocausto. No se puede negar la realidad, y espero que en un tiempo no muy lejano, los académicos se pongan a trabajar para solucionar un asunto que raya el absurdo.
-«Nacemos, crecemos y morimos, y las preguntas sin respuesta se pierden como lágrimas en la lluvia. Marc murió cuando todos, incluso los más escépticos, esperaban poder responderle todas las cuestiones que le preocupaban». ¿Qué era lo que le preocupaba a Marc?
A Marc le preocupaba su salud. A Marc le preocupaba sentirse sano para poder vivir la vida. A Marc le preocupaba sentirse amado y amar como lo hace la gente generosa. La generosidad no es económica, la generosidad es que el otro se sienta tan amado que se sienta un privilegiado en un mundo tan tendiente al egoísmo.
-¿Si ahora mismo tuviera la oportunidad de hablar con Marc durante unos minutos, qué querría decirle?
Me gustaría preguntarle si ha aprendido a leer y a escribir. Y le diría que cuando me preguntan cuántos hijos tengo, sigo diciendo que dos porque, en otra dimensión, sigue estando vivo y junto a mí. Y le preguntaría si se divierte con su abuelo Manuel y si ha hecho muchos amigos, y le diría que le quiero como nunca he querido a nadie y que nos volveremos a encontrar en el cielo de los ateos.
-¿Y qué les diría usted a los padres e hijos que, por la razón que sea, han dejado de hablarse o bien han perdido voluntariamente el contacto por motivos personales o familiares?
Así como cada muerte y cada muerto son personales e intransferibles, las relaciones entre padres e hijos son personales e intransferibles. El oficio de padre e hijo no son fáciles, pero nunca es tarde si el reencuentro merece una nueva oportunidad. Cuando uno muere, hay que dejar contestadas la mayoría de preguntas que aparecen a lo largo de la vida.